En el ámbito del periodismo existe una extraña obsesión por las listas; prácticamente no queda ningún aspecto sobre el que no se le haya ocurrido a algún plumilla ilustrarnos con una jerarquización, generalmente basada en criterios totalmente subjetivos.
Porque ordenar conceptos cuantificables es algo sencillo, lógico, comprensible: es fácil saber qué es más y qué es menos; en realidad, es una destreza que se adquiere en primero de básica. Pero decidir qué es mejor y qué es peor es una tarea casi mística: como no recurras a criterios divinos, es imposible saber si es mejor un Ferrari que un palillo de dientes. Uno puede ser más caro que otro, más rápido que otro, incluso más deseado, pero ¿mejor? Porque ya me dirás de qué te sirve un bólido cuando acabas de comer cecina de chivo y las hebras le han cogido apego a tus encías.
No voy a ser yo quien critique las listas, porque las hay utilísimas —por ejemplo, la lista de la compra—, inolvidables —como la lista de los Reyes Godos, para el que tuviera que aprenderla—, mosqueantes —piensa en las listas de boda— e incluso muy rentables —como “La lista de Schindler”—.
Y sin embargo, a todos nos encantan las listas. Las devoramos en periódicos y revistas, votamos en las listas musicales y algunos hasta hacemos listas de tareas pendientes.
Pero hay algunas listas que no merecen siquiera ese nombre; esas listas “tontillas” que acechan detrás de alguna página para hacerte la vida un poco más anodina. Se me ocurre que estas son las cinco listas más despreciables:
1. Los más ricos del mundo
Para empezar, estas listas no deberían elaborarlas las revistas, sino los recaudadores de impuestos, porque no creo que los ejércitos de asesores fiscales que tienen esos “afortunados” les recomienden ser absolutamente sinceros. Luego está el asunto de que esas revistas las leen los aspirantes a mileuristas, y a ver quien les convence después de que deben trabajar por 800 eurípides al mes, horas extras gratis incluidas.
Pero existe también una elemental norma de urbanidad que desaconseja este tipo de listas; ¿o es que nadie le ha contado a la gente de Forbes que hablar de dinero es de mal gusto?
2. Los hombres y mujeres más deseados
Porque ordenar conceptos cuantificables es algo sencillo, lógico, comprensible: es fácil saber qué es más y qué es menos; en realidad, es una destreza que se adquiere en primero de básica. Pero decidir qué es mejor y qué es peor es una tarea casi mística: como no recurras a criterios divinos, es imposible saber si es mejor un Ferrari que un palillo de dientes. Uno puede ser más caro que otro, más rápido que otro, incluso más deseado, pero ¿mejor? Porque ya me dirás de qué te sirve un bólido cuando acabas de comer cecina de chivo y las hebras le han cogido apego a tus encías.
No voy a ser yo quien critique las listas, porque las hay utilísimas —por ejemplo, la lista de la compra—, inolvidables —como la lista de los Reyes Godos, para el que tuviera que aprenderla—, mosqueantes —piensa en las listas de boda— e incluso muy rentables —como “La lista de Schindler”—.
Y sin embargo, a todos nos encantan las listas. Las devoramos en periódicos y revistas, votamos en las listas musicales y algunos hasta hacemos listas de tareas pendientes.
Pero hay algunas listas que no merecen siquiera ese nombre; esas listas “tontillas” que acechan detrás de alguna página para hacerte la vida un poco más anodina. Se me ocurre que estas son las cinco listas más despreciables:
1. Los más ricos del mundo
Para empezar, estas listas no deberían elaborarlas las revistas, sino los recaudadores de impuestos, porque no creo que los ejércitos de asesores fiscales que tienen esos “afortunados” les recomienden ser absolutamente sinceros. Luego está el asunto de que esas revistas las leen los aspirantes a mileuristas, y a ver quien les convence después de que deben trabajar por 800 eurípides al mes, horas extras gratis incluidas.
Pero existe también una elemental norma de urbanidad que desaconseja este tipo de listas; ¿o es que nadie le ha contado a la gente de Forbes que hablar de dinero es de mal gusto?
2. Los hombres y mujeres más deseados
Lo del atractivo es indudable que existe, pero creo que por más que lo intentan en Hollywood no hay manera de encontrar una máquina que mida de un modo fiable el influjo de un galán sobre el público femenino (ya saben que lo de “medir”, al menos en centímetros, es una obsesión esencialmente masculina). Han hecho muchas pruebas con un sistema llamado “taquilla”, pero resulta demasiado experimental, con sonados e inesperados fracasos (para profundizar en este tema se puede investigar la carrera de John Travolta entre “Fiebre del sábado noche” y “Pulp fiction”, por ejemplo).
Pero el mayor inconveniente de estas listas, y con diferencia, es que tú y yo nunca salimos en ellas.
3. Las canciones de la radio
¿Qué es realmente la radiofórmula? ¿Un servicio público? ¿Una oferta cultural? ¿Una m*****? La música es un producto cultural, pero la radio musical se ocupa más de lo de “producto” que de lo de “cultural”, y al final más que un medio de comunicación no es más que un soporte publicitario: no sólo está llena de anuncios, sino que la propia música se emite como promoción de sí misma. Es decir, no se emite para que la escuches, sino para que la compres. En fin…
Desde luego, si existe un campo donde la variedad de gustos sea mayor, ése es el de la música. No solo hay infinidad de tribus urbanas, movimientos juveniles, corrientes estéticas y demás con su propia identidad musical, sino que nosotros mismos, cada uno, tenemos nuestras propias preferencias, que quizán sean una especie de ADN y no coincidan con las de nadie más en el mundo.
Por eso estoy convencido de que cualquier lista del winamp le da ciento y raya a las de las cadenas de radio. Claro que otro asunto es que tú te dejes comer el coco —o no sepas evitarlo— y al final hasta te acabe gustando lo que te ponen.
A mí, personalmente, la única lista de la radio que me ha gustado de verdad era la que hacía Jesús Ordovás en el Diario Pop, “Los 333 de Radio 3”. Pero claro, es que siempre me ha encantando la parodia.
4. Los libros más leídos
Supongo que elaborar una estadística de ventas sea algo sencillo, e incluso hasta fiable y representativo de los datos reales; sobre todo, si eres de los que se creen esas fajas que ponen en algunos libros: “Cinco millones de ejemplares vendidos”, y resulta que hace tres horas que el primer ejemplar llegó de la imprenta a la distribuidora. Admitamos que las cifras de venta sean veraces, que los españoles compramos libros y que los premios literarios son la cima del juego limpio. Aún así, ¿cómo se puede saber qué se lee y qué no se lee? Yo creo que he leído muchos libros —quizá hasta demasiados—, pero creo que son aún más los que no he leído y andan por casa. Y algunos llevan esa fajita, que parece la banda de una miss, y no he podido pasar de las primeras páginas.
5. Las listas electorales
Si hay algo que de verdad cabrea es la política —sí, sí, también la religión cabrea, pero para eso existe la resignación cristiana—; y si no prueba a hablar de política con tus vecinos o tus compañeros de trabajo y ya verás que pronto se acaba la convivencia pacífica.
Y entre todas las cosas que hacen los políticos, una especialmente molesta son las listas. Si eres de Soria, de Alicante o de León, y ves que van a colocar como diputado de tu provincia a un prometedor muchacho de Madrid o Barcelona, que no ha pisado tu provincia ni la piensa pisar, te cabreas. Si ves las listas para tu ayuntamiento, siempre conoces a algún candidato que te da pánico que pueda llegar a “tocar pelo”, y también te cabreas.
¿Por qué nos cabrean tanto los políticos? Porque ya les conocemos. Y luego vemos esas listas, tan ordenadas, tan cerradas, para que no puedas quitar de allí a los que ya conoces, y nos preguntamos si de verdad es un deber cívico ir al colegio electoral a hacer la deposición de tu voto. Claro que al final vamos, aunque sea —como cantaba “La Trinca”— «con la nariz tapada».
Pero el mayor inconveniente de estas listas, y con diferencia, es que tú y yo nunca salimos en ellas.
3. Las canciones de la radio
¿Qué es realmente la radiofórmula? ¿Un servicio público? ¿Una oferta cultural? ¿Una m*****? La música es un producto cultural, pero la radio musical se ocupa más de lo de “producto” que de lo de “cultural”, y al final más que un medio de comunicación no es más que un soporte publicitario: no sólo está llena de anuncios, sino que la propia música se emite como promoción de sí misma. Es decir, no se emite para que la escuches, sino para que la compres. En fin…
Desde luego, si existe un campo donde la variedad de gustos sea mayor, ése es el de la música. No solo hay infinidad de tribus urbanas, movimientos juveniles, corrientes estéticas y demás con su propia identidad musical, sino que nosotros mismos, cada uno, tenemos nuestras propias preferencias, que quizán sean una especie de ADN y no coincidan con las de nadie más en el mundo.
Por eso estoy convencido de que cualquier lista del winamp le da ciento y raya a las de las cadenas de radio. Claro que otro asunto es que tú te dejes comer el coco —o no sepas evitarlo— y al final hasta te acabe gustando lo que te ponen.
A mí, personalmente, la única lista de la radio que me ha gustado de verdad era la que hacía Jesús Ordovás en el Diario Pop, “Los 333 de Radio 3”. Pero claro, es que siempre me ha encantando la parodia.
4. Los libros más leídos
Supongo que elaborar una estadística de ventas sea algo sencillo, e incluso hasta fiable y representativo de los datos reales; sobre todo, si eres de los que se creen esas fajas que ponen en algunos libros: “Cinco millones de ejemplares vendidos”, y resulta que hace tres horas que el primer ejemplar llegó de la imprenta a la distribuidora. Admitamos que las cifras de venta sean veraces, que los españoles compramos libros y que los premios literarios son la cima del juego limpio. Aún así, ¿cómo se puede saber qué se lee y qué no se lee? Yo creo que he leído muchos libros —quizá hasta demasiados—, pero creo que son aún más los que no he leído y andan por casa. Y algunos llevan esa fajita, que parece la banda de una miss, y no he podido pasar de las primeras páginas.
5. Las listas electorales
Si hay algo que de verdad cabrea es la política —sí, sí, también la religión cabrea, pero para eso existe la resignación cristiana—; y si no prueba a hablar de política con tus vecinos o tus compañeros de trabajo y ya verás que pronto se acaba la convivencia pacífica.
Y entre todas las cosas que hacen los políticos, una especialmente molesta son las listas. Si eres de Soria, de Alicante o de León, y ves que van a colocar como diputado de tu provincia a un prometedor muchacho de Madrid o Barcelona, que no ha pisado tu provincia ni la piensa pisar, te cabreas. Si ves las listas para tu ayuntamiento, siempre conoces a algún candidato que te da pánico que pueda llegar a “tocar pelo”, y también te cabreas.
¿Por qué nos cabrean tanto los políticos? Porque ya les conocemos. Y luego vemos esas listas, tan ordenadas, tan cerradas, para que no puedas quitar de allí a los que ya conoces, y nos preguntamos si de verdad es un deber cívico ir al colegio electoral a hacer la deposición de tu voto. Claro que al final vamos, aunque sea —como cantaba “La Trinca”— «con la nariz tapada».
Esto ha sido el top 5 —perdón por el anglicismo—, pero ahí fuera quedan muchas más listas, menos listas de lo que parecen.
¿Continuará?
¿Continuará?
2 comentarios:
Yo soy un vicioso de las listas, la verdad: de pelis favoritas, de directores, actores, actrices (vale, más que la interpretación priman otros factores), de actrices españolas, de actrices italianas (jaarrr), de solistas musicales, de bandas, de discos, de canciones (separadas por décadas: 50, 60, 70, 80, aunque me costó rellenar la de los 90), de baladas, de discos. De pequeño hasta hacía listas de amigos, que ya manda huevos "medir" la amistad.
Te comprendo muy bien; a fin de cuentas yo también soy un viciosos (aunque no sea de las listas).
Bueno, en realidad sí que hay una lista que siempre escribo y reescribo, aunque sea mentalmente: la de las cosas que quiero hacer y nunca hago.
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