Este blog ya no está activo. Por favor, visita mi nuevo blog en El Diario Montañés: Llamazares en su tinta.



jueves, 20 de noviembre de 2008

Los curiosos oficios de la literatura

La literatura –o, mejor aún, lo insólito de ese inframundo– siempre está ahí, agazapada, esperando cualquier descuido para saltarte a la yugular.
Como esta mañana, cuando cotilleando por ahí me topé con esta peculiar oferta de empleo:

Empresa del sector editorial precisa contratar SECRETARIA PARA ESCRITOR. Sus funciones seran las de colaborar con el escritor, mecanografiando textos y busqueda de documentación e informacion. Se busca persona dinamica, buen nivel cultural y acostumbrada a trabajar en equipo.
Se requiere formacion de informatica a nivel de usuario y altas pulsaciones en mecanografia. Durante el periodo de elaboracion del libro residira en la residencia del escritor.


¡Diablos! Una oportunidad para ser ayudante de un escritor, como lo fuera Samuel Beckett de James Joyce, Ezra Pound de Yeats o Rimbaud de Verlaine —bueno, igual esto último es un poco inexacto, no sé…—. Pero menudo trabajito, ¿verdad? Y está claro que le hace falta un asistente con urgencia, pues en su editorial no son capaces ni de poner en su sitio cuatro tildes.

Lo raro es que especifiquen tan claramente lo de "secretaria", con "a" de "miembra". ¿Tan importante será para este puesto que la tarea la realice una dulce fémina y no un velludo muchachote, por muy echado a perder que esté? La cosa es, como poco, sospechosa.

Uno podría aventurar que el anónimo autor prefiere que le "sirva" una mujer que, como piensan los clásicos machistas-leninistas, "para eso están". Mala opción: a la altura del betún quedaría el escritor. Pero es que la otra posibilidad es aún peor: si pensamos mal, pero que muy mal, igual lo que pretende es que la "secretaria", después de teclearle un rato, le haga también una versión al francés de sus propias pajas mentales. No sé si me explico…

Y de ahí que la cosa esté tan bien pagada —del medio kilo para arriba, a cama puesta—. Aunque, si uno se imagina a ciertos escritores en posición de faena, la verdad es que no hay dinero que pague ciertos sacrificios.

No sé por qué se me viene ahora la imagen de Cela con su chófer negra, cruzando La Alcarria o quizá camino de Archidona, qué se yo. El caso es que, por un lado, no me gustaría nada estar en la piel de la futura secretaria, la que acabe aceptando el puesto, y por otro lado me mata la curiosidad de saber quién es el "escritor" que tanta necesidad tiene de una "secretaria" interna. Con las ganas me quedo de investigar esa oferta…

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Las "mejores" webs de Cantabria

Como por arte de magia, ya se puede leer hoy mi artículo de mañana en Alerta.
La verdad es que me he mosqueado un poquillo, pero es que la ocasión lo merece: resulta que ahora hay quien dice quién es bueno y quién no en el ciberespacio. Y no veas qué gusto tienen... En fin, que os leáis la columnita.
¡Ah! Y gracias a todos por vuestras visitas, vuestros mensajes y vuestros ánimos. Aunque suene a fanfarronería: ¡Volveré!

jueves, 28 de agosto de 2008

Verbi Gratia

En unos días volveremos a la carga. Entre tanto, he abierto un nuevo espacio en el que recogeré mis columnas en el diario Alerta.
Lo podéis leer aquí.

jueves, 3 de julio de 2008

2.14, nuevo corto de José Luis Santos

Mi columna de hoy en el diario Alerta:

martes, 1 de julio de 2008

No todo cambia

Para mí que andaba todo el mundo acojonao con el asunto, pero al final parece que la sangre no va a llegar al río.
Puede que suba el euríbor, que la gasolina se venda por chupitos, que nos obliguen a decir «mujeras» o «mujeros», que no sea muy seguro que siga la Seguridad Social, que se ponga de moda el mediomileurismo, que el paro aumente, que la inflación se desboque, que te deje la novia, que repongan Verano Azul, que reediten los éxitos de la Jurado...
Puede que alguna cosilla sin importancia vaya así, de aquella manera, pero ¿a quién le importa? ¿De qué preocuparse? Un viajecito a Holanda, y todo arreglado.



¡Ay, qué poco europeos que somos! ¡Lo que nos queda por aprender!

jueves, 26 de junio de 2008

Más columnas en Alerta

Fin de curso, y como tal, poco o nada de tiempo para los pequeños placeres, como escribir en este blog.
Mientras llegan tiempos mejores, dejo aquí las dos últimas columnas publicadas en el diario Alerta.

jueves, 5 de junio de 2008

La tijera del redactor jefe

¿Qué hará, una semana? Siete días atrás andaba yo tan contento, glosando las alabanzas del papel prensa y dando cabriolas por las esquinas, cual feliz abrazafarolas, entusiasmado con mi nueva reencarnación en tabloide. Hoy, sin embargo, me veo obligado a admitir que, igual, me pasé un pelín.
Y es que esta mañana, así, sin esperarlo, me he vuelto a topar con uno de los demonios familiares del plumilla: la tijera del redactor jefe. No, no es un cuento de Poe; es más bien un justo castigo para los colaboradores plastas que se pasan de la cuenta. Y no me refiero al contenido, sino al continente: de lo que me he pasado es de extensión.
Es verdad que yo ya lo sabía: demasiadas veces he tenido, no ya que escribir, sino sobre todo que maquetar páginas —sobre todo de revistas; ¿he hablado ya del difunto semanario «Las Comarcas»? ¿No? Pues preparaos, que no os libráis—, como para no ser consciente de las limitaciones de espacio que impone el papel: hay un número máximo de caracteres que caben en la columna, y no hay más cáscaras.
Claro que yo lo sabía, cómo no. Pero una cosa es saberlo, y otra acordarte. Y esta vez, me falló la memoria. Después de un año largo tecleando en el blog lo que me da la gana, ¿quién es capaz de comprimirse, de encorsetarse en las trescientas y pico palabras? Sí, bueno, no es tan difícil, vale... Mea culpa.

(Por cierto, que lo de las tropecientas palabras siempre ha resultado muy discutible; hay quien prefiere medir por caracteres, y lo razona diciendo que, si se ponen palabras muy largas, aumenta la extensión. En fin, es una opinión. Y, como tal, rebatible: tampoco es del todo exacta la medida de espacios, porque cualquier listillo puede llenar su artículo de emes, que ocupan mucho más que las íes, y te descuadra la página por completo.)


En fin, que ya se me habían olvidados las penurias del columnismo —que hay más, ¿eh? Otro día hablaremos de cómo se pierden las cursivas, de la angustia de la hora de entrega o incluso de las dudas sobre la difusión...—, y esta mañana ha llegado la famosa tijera de la redacción a recordarme mi condición de pobre mortal y víctima propicia. Y lo peor de todo es que no me puedo quejar: yo mismo —que ya intuía algo— había advertido al jefe de Cultura de que, si sobraba chicha, cortara por lo sano. Y no veas cómo me duele ahora. Que para algo eché un rato largo cavilando, a ver cómo remataba con gracia un artículo más bien sosainas. Y no es que el resultado fuera como para tirar cohetes, pero coño, mi trabajo me había costado.
Menos mal que tengo un blog. Porque así, ahora puedo echarle jeta y encasquetar aquí el texto íntegro, y así, al menos, me queda la sensación de que no tecleé en vano el último párrafo. Cierto que alguno podrá objetar: «Pero, chaval, si de verdad querías decir algo interesante, haberlo escrito antes, hombre». Sí, claro. O haberlo escrito mejor, no te digo... Seguro que hasta habrá quien piense que el artículo gana más así, aligerado «Total, por tres puñeteras líneas que te han cortado...».
Pues nada, ahí va la versión del autor, en plan edición de coleccionista (para comparar, aquí está la versión impresa):

Cultura juvenil

Hace un par de meses, la casualidad me llevó a conversar un rato con el presidente del Ateneo de Santander, Carlos Galán. El gran profesor y crítico me comentó que una de sus ambiciones insatisfechas al frente de la institución era atraer al público joven; que por más que lo habían intentado, con la programación cultural en la mano no había manera de rejuvenecer la audiencia. La cuestión no es que falte interés por las actividades del Ateneo y escasee el público, sino que el personal no se renueva y, a este paso, la implacable lógica de la demografía acabará por finiquitar la sociedad.

Es de suponer que este verano, merced al convenio con la UIMP, mejore el panorama, aunque no será más que un espejismo: los chicos que acudan buscarán “créditos”, no alimento cultural. Pero no se desesperen: esto mismo que ocurre en el Ateneo, sucede en cualquier foro. Pocos son los asuntos que movilizan hoy día a la población más joven, y la cultura no es uno de ellos, precisamente.

Probablemente sea más sencillo reventar cualquier aforo tirando de lo más obvio: estrellas de la tele, farándula o incluso del cutre-famoseo. Con reclamos así, el éxito suele estar garantizado; hasta tal punto, que no creo que haya municipio en todo el solar ibérico capaz de tirar la primera piedra.

Sin embargo, el Ateneo, y otros foros con buen paladar, mantienen una elegante —y, por qué no decirlo, también en cierto modo decadente— pose retro, programando a la contra: presentaciones de libros, conferencias divulgativas, debates de actualidad… Lástima que, actualmente, algunas de estas actividades se hayan convertido, para buena parte de las nuevas generaciones, en auténticos fósiles culturales. Y, aunque no sea improbable que las oscilaciones del gusto las vuelvan a poner de moda, es evidente que, si se quiere recuperar a un público juvenil, y que no sólo es tan culto como el maduro, sino que además está mejor formado y tiene acceso a una oferta más amplia que nunca, lo que procede es adaptar la programación a la demanda real: tecnología, cultura pop, ideologías alternativas, nuevas músicas… Quizá sea momento de que, también en Cantabria, empecemos a quitarnos los guantes de la “alta cultura”, y asumamos que hay que saltar al ruedo de lo que ahora mismo bulle en nuestra sociedad, a pesar de que quizá no sea tan chic.

Y, aún así, va a resultar una tarea titánica, si no sísifa, intentar trasladar el epicentro del movimiento juvenil desde Cañadío hasta el Ateneo. Porque, aunque haya pocos metros de distancia, la cuesta está muy, pero que muy pindia.


PS. Por cierto, que no soy el único bloguero que se "pasa al enemigo": acaba de hacer lo propio Óscar Sin Nick (sí, sí, el de periodistasdecantabria.com y "Lo llaman política"), que debutó esta semana en El Mundo-Hoy Cantabria. Enhorabuena, sobre todo para quienes lo han fichado.

martes, 3 de junio de 2008

Verdades adornadas [microrrelato]


Vera y Franco mantenían una relación maravillosa, basada en su delicadeza a la hora de afrontar la realidad. Cuando él llegaba tarde, Vera decía: “cuánto habrás trabajado, debes estar rendido”. Cuando ella se pintaba demasiado o escogía el peor vestido, Franco entornaba los ojos y afirmaba: “cómo me gustas” y “qué bien te sienta”. Cuando se cruzaban con unas piernas torneadas o con un lobo de mar, los dos se miraban con ternura y susurraban: “te querré siempre”. Todo era perfecto; nunca había una voz, jamás un reproche o un desacuerdo. El día en que Vera abandonó a Franco, le aseguró muy sonriente: “enseguida vuelvo”, mientras cerraba la puerta para siempre.

jueves, 29 de mayo de 2008

Salto al papel (Mi columna en el diario Alerta)

Un viaje a un lugar exótico, un balón de reglamento, una mirada de «ay, si tú quisieras...» en la parada del autobús, un libro de Boris Vian... Hay cosas que siempre hacen ilusión, que nos hacen sentir como un niño con zapatos nuevos —claro que entonces, cuando se acuñó la expresión, aún no había naiks, ni adidas, imagino—.
El caso es que a mí una de las cosas que más me presta es publicar. Y publicar en papel. Porque la web está muy bien, y en el blog puedes contar más, e igual hasta mejor, pero no es lo mismo. No huele a tinta. No tiene el tacto áspero del papel prensa. No te corta los dedos si te descuidas. No suena a tormenta de verano cuando lo arrugas, y no puedes doblarlo, redoblarlo y volverlo a plegar, hasta convertirlo en un pedacito muy pequeño de información, que cabe en un bolsillo y también puede servir para calzar una mesa que cojea. No puedes leerlo por encima del hombro de alguien en el tranvía, ni bajar al quiosco y comprar la edición de la mañana. No puedes usarlo de almohadilla en el fútbol, ni envolver pescado o churros. No sirve para hacer papel maché, ni sombreros napoleónicos, ni barquitos de papel. Nunca te encuentras blogs abandonados en las aceras, ni los deshace la lluvia. No puedes enrollarlos y usarlos de catalejo, o de espada, o de cachiporra. Ni siquiera puedes meterlo debajo del maillot para cortar el viento cuando vas en bici.

Por eso, y por tantas cosas más, me ha hecho tanta ilusión volver a ver mi nombre impreso sobre papel prensa, y con foto y todo. Porque, después de una temporada colaborando con Alerta, el periódico con más solera de Cantabria, me han dado una columna. Aparece los jueves, en las páginas de Cultura, y la he llamado "Verbi Gratia". En ella hablo sobre temas culturales y sociales, con alguna conexión con la región —claro que, conociéndome, acabaré hablando de cualquier cosa; de lo que me dé la gana, más en concreto—, como en la edición de hoy, en la que me pregunto qué va a pasar con Comillas y la proyectada "Universidad del Español" con la que el gobierno autonómico lleva tres años amenazándonos.


Ah, y por cierto: también se puede leer en internet, cada jueves, en la web del periódico Alerta. Pero, como os decía, mola mucho más en papel...

miércoles, 28 de mayo de 2008

Conocimiento del medio


Tarde plomiza, de repaso para el examen de mañana, que toca "Cono" (para los clásicos, Naturales y Sociales, todo junto). Lección sobre objetos animados e inanimados, cuando me pregunta Javierín:
—Vamos a ver, el teléfono... ¿está vivo o muerto?
—Mmm... Digamos que muerto.
—Y entonces, ¿por qué suena?

En fin...

lunes, 26 de mayo de 2008

Cálculo editorial


Será cosa de que el personal que se mete en estos jaleos es siempre "de letras", o quizá sea cosa, como en el dicho popular de que «llena más el guellu que el botellu», pero lo cierto es que el "cálculo editorial" nos falla más que una escopeta de feria.
Aclaremos primero que estoy usando aquí el término de un modo bastante libre; más que a la habitual elaboración de presupuestos y demás que se hace con cada proyecto editorial, me refiero a la estimación de ventas que suele realizarse para decidir la tirada.
Lo de la estimación de ventas, fuera incluso del sector editorial, es en sí misma un mundo apasionante. Aparece en cualquier estudio de mercado o proyecto de viabilidad que se precie, y utiliza unos rigurosísimos y muy científicos métodos estadísticos para vaticinar resultados futuros. Vamos, como lo de las brujas de antaño, pero sin bola de cristal. ¿Que por qué? Pues porque, sencillamente, se basa en estimaciones. Es un poco más serio que rellenar las quinielas a boleo, pero no mucho más.
Sin embargo, en lo que a editar libros se refiere, la cosa es mucho más divertida. Y es que los pronósticos suelen ser, más que disparatados, sentimentales.
El primero que se pone a calcular cuánto, en números redondos, va a venderse, es el autor. Y no conozco autor cuyas expectativas bajen de los quince mil ejemplares —y eso, en una mala tarde, que lo habitual es soñar con gestas a lo Jarri Poter—. ¿Por qué? Porque su libro es muy bueno. ¿Qué digo, muy bueno? ¡Qué va! ¡Su libro es lo mejor que se ha escrito desde el código de Hammurabi! ¡O antes! Y, además, resulta que ya hay legiones de lectores ávidos de comprarlo porque, al parecer, se ha corrido la voz y la gente está que se come las uñas esperando la edición princeps.
Y luego pasa lo que pasa, claro: que cuando en vez de quince mil se venden unos setenta y cinco ejemplares, al pobre autor le entran los siete males y dispara a todo lo que se mueve. Que si no ha habido promoción, que si la edición era una mierda, que si los consagrados son una especie de secta que domina el mundillo literario y no dejan entrar a nadie, que si no se le ha valorado lo suficiente… Alguno, incluso, llega más lejos, y se reconforta pensando que es que la gente «no tiene ni puta idea de literatura». Y se queda tan ancho, por supuesto.
¿Qué sucede al final? Si el autor ha publicado en una editorial más o menos decente, una vez cubierta la edición, le ofrecerán comprar los ejemplares no vendidos a precio de saldo. Si el editor es grande, pero grande, grande, lo que no se venda lo destruirá, porque le sale más barato que almacenarlo —casi duele sólo pensarlo, ¿verdad?—; pero si se trata de una autoedición, entonces el pobre autor está perdido, porque esas cajas que apiló, provisionalmente, en su garaje, se van a quedar ahí para siempre.
Total, que lo del "cálculo editorial" hay que tomárselo en serio, que lo del "ojo de buen cubero" no suele funcionar demasiado bien.

jueves, 22 de mayo de 2008

Si los picos no fueran pardos

Suena estos días por las emisoras de Cantabria —lo escuché, en concreto, hace dos domingos, durante la retransmisión del Athletic-Racing en el que los verdiblancos nos jugábamos la UEFA— un curioso anuncio institucional que viene a decir, más o menos, que “si no hubiera clientes, no habría trata de blancas”.

El hermoso silogismo nos lo regala la Dirección General de la Mujer y resulta, ciertamente, de lo más exacto. Ajustado a los cánones de la ONU, que ha lanzado una campaña en esa línea —para los interesados, se puede googlear “CEDAW”—, su lógica es inapelable: sin comprador no hay venta.

Lo mismo podría aplicarse a los artículos robados, a las falsificaciones o al pirateo en general: éste es un mensaje claro y fundamentado, que expone la realidad tal cual es y ataca directamente a la línea de flotación de la hipocresía social.

Sin embargo, hay algunos detalles en esta campaña que no dejan de resultar curiosos. Para empezar, la elección del destinatario. ¿Es que son los futboleros especialmente puteros? ¿Más que los aficionados a la petanca? ¿Más que los parlamentarios, por ejemplo? Claro que quizá se haga porque el público objetivo sea, sin más, el colectivo masculino. Y el júrgol, ya se sabe, “es cosa de hombres”. Ahí le han dado, sí señor: superando los prejuicios ancestrales.

Sólo que el domingo, a esa hora y con la UEFA en juego, una buena parte de la audiencia no estaba, precisamente, en edad de fomentar más trata que la de cromos. Y explicar a un tierno infante qué son las whiskerías y por qué no hay que ir de picos pardos es un marrón de no te menees, cortesía de la Dirección General.

Curioso, también, que a escala global estos mensajes “circulen” por la izquierda. Sobre todo cuando, hace nada, desde esas mismas barricadas se reclamaba dignidad y hasta seguridad social para “la profesión más antigua del mundo” en cualquier foro donde hubiera una cámara y la posibilidad de colgarse la medallita de progre. Los mismos caras que antes reclamaban la legalización de las drogas y ahora prohíben fumar. Y es que, como en el 68, la playa sigue estando debajo de l@s adoquines.

martes, 20 de mayo de 2008

Calamaro y el divismo


Andaba yo anoche algo inquieto, saltando de un canal a otro en busca de alguna peli de la Kinski con la que ir cerrando el ojo —o de la "Jolín", aunque fuera—, pero nada. Y es que parece que últimamente sólo se pueden reponer películas relativamente nuevas y, a ser posible, de éxito masivo (y calidad discreta, claro). Y no es que pida el blanco y negro de los años dorados de TVE-2, pero es que no hay ni un triste rescate del "Hotel New Hampshire", por recordar uno de los papeles más salvajes de la buena —buenísima, precisaría yo— de Nastassia.
El caso es que allí andaba yo, medio dormido ya, cuando me enganchó el telediario de La 2, el nocturno ése en el que sale Carlos del Amor, que aparte de hacer malabares con las cejas es un auténtico fenómeno del periodismo y firma junto a su equipo el mejor noticiario de la tele. Y el único que merece la pena ver, por cierto.
Lástima que anoche el invitado fuera Andrés Calamaro. Y digo "lástima" no porque no me guste la música de Calamaro, que sí que me gusta —o, más bien, me ha gustado más que me gusta, pero en fin…—, sino porque el "artista" iba precisamente de eso, de artista, y estuvo tan en su papel que acabó por resultarme repelente. Para mí que fue un ataque de divismo, o algo así, pero yo juraría que el tío dijo, palabras más, palabras menos, que «acepto que me pirateen, que la gente se descargue mis canciones, que se las grabe, incluso que se las regale a los amigos. Pero lo que no acepto es que mi disco no esté entre los treinta más vendidos del país». Y me preguntaba yo que qué estaría queriendo decir el pavo este, cuando lo matizo: «¿Qué le pasa al público en España? Son ellos los que deberían ir al diván [del psicoanalista, se supone]; yo ya hace tiempo que hice mi elección». Y, cuando ya estaba seguro de no entender nada, llegó el remate: «El público español está demasiado ocupado con el fútbol, con internet, qué se yo…». Colosal.
El caso es que igual yo lo entendí mal, no sé, pero es que sigo alucinando —en colores, como decíamos antes— con el morro que puede llegar a gastarse el prenda este. Que se cabree porque sus discos ya no venden, lo puedo entender. En fin, nada es eterno, y cuando las canciones empiezan a parecerse demasiado unas a otras, cuando los músicos se copian a sí mismos, es normal que el tema decaiga. Y que los años pasan y tal y cual y lo que quieras. Vamos, que ya no vendes y te jode. Claro, pues sí, normal. Hasta ahí. Pero mosquearte con el público porque ya no estés de moda... vale, chaval, te has lucido. Eso sí que es amor propio, seguro que no tienes ningún problema de autoestima. Y la gente, ¿qué decir de la gente? ¿Qué hacen todos esos cabrones, mirando páginas web, viendo fútbol, tomando copas por ahí, en vez de comprar tus discos? Pandilla de desagradecidos, a picar piedras los ponía yo ahora mismo. Mira que no reconocer tu inmenso talento… y tu admirable humildad.
La verdad, cada vez estoy más convencido de que los managers, agentes, editores y demás satélites deberían prohibir a sus representados las apariciones públicas, y sería la mejor manera de mantener ese halo de glamour que se supone que tienen las estrellas. Porque yo, la verdad, me estoy planteando tirar los discos de los Rodríguez, los que tengo de Calamaro y hasta borrar del disco duro los emepetreses de aquí el fenómeno, ése que me quiere llevar al loquero porque él ya no es superventas. Que te den, salao.

jueves, 15 de mayo de 2008

La encuesta mundial: ¿Angelina o Nastassia?


Visto que hay muchas dudas entre el personal, creo que lo mejor va a ser dirimir la cuestión estadísticamente (que no democráticamente).



Más cachondeo en los comentarios.

Liga por la moral y la decencia en las playas cántabras

Andaba yo pensando esta mañana si escribir algo acerca de las bondandes de la Kinski y la Jolie (no descarto una encuesta mundial en cualquier momento), cuando una sonora bofetada de la realidad me ha dejado cariacontecido y ciertamente preocupado.
Vean, si no, lo que denuncia un anónimo peatón —o bañista, más bien—, en un diario local, y díganme si no es como para poner el grito en el cielo:



Y es que aquí el anónimo tiene más razón que un santo: que no hay derecho, hombre. Que no. Que no puede ser que baje uno hasta el Sardinero con la señora, el niño, la sombrilla, las hamacas y la nevera portátil y se dé de bruces con semejante espectáculo. Ni hablar.
Si es que se desvisten como… Y luego que si venga a untarse cremita, que hay que ver lo lúbrico del asunto. ¿Y qué me dicen de las posturitas? Porque si primero se tuestan la pechuga, con todo el instrumental ahí expuesto, al rato la cosa se pone peor todavía, porque encima gastan tanga. Y uno allí, tratando de acabar un sudoku, y reflexionando sobre la falta de sincronía entre el IPC oficial y el real. Que no son formas, por Dios.
En enero tenían que venir estos desnudistas a hacer sus porquerías, hombre, ¡tanta naturaleza y tanta gaita! Y esa es otra, que dentro de nada se pondrá de moda que también ellos luzcan poderío, y van a parecer las playas la sección de charcutería del pryca.
Tanta razón tiene aquí el denunciante, que estoy por escribirle y a ver si fundamos pronto una liga cántabra por la moral y la decencia, que ya está bien de tanto putiferio y tanto libertinaje. Coño. Se sienten. Ar. A la playa se va con traje de baño, a ser posible con volantes. O traje de buzo, si es menester. Y, de paso, vamos a poner a cada uno en su sitio. Los caballeros, a la Primera. Las damas, a la Segunda. Y para los que no encajen en estas categorías ya está Mataleñas. Eso sí, en La Concha queda vetada la entrada de sudamericanos en general y argentinos en particular, no vayan a formarse malos pensamientos con tanta polisemia y tanta coña.
¡Hombre, habrase visto, que no pueda un honrado cabeza de familia ir a la playa sin tener que aguantar tanta guarrada, que tienes que ir todo el rato apartando la vista! ¡El que quiera chicha, que se tire al porno! (Eso sí, mejor que lo busque en internet, que es más barato que las revistas, ¿eh?) ¡Y el que quiera libertad, que la ponga en su casa!
Y, para empezar a predicar con el ejemplo, yo mismo, a la próxima chavala que se me vuelva a pasear por el blog en medio en pelotas, la voy a poner de vuelta y media. O más.

PS. Nota para lectores con poco humor: Antes de cabrearse, dígase: «lo mismo todo esto lo dice en tono irónico…». Así igual nos ahorramos malentendidos innecesarios, ¿verdad?

miércoles, 14 de mayo de 2008

Alfonso Reyes, un escritor singular

Hay escritores muy especiales, personas de las que jamás podrías imaginar que escribieran, o que escribieran de cierta manera.

Algo así pasa con Alfonso; quien le conozca sólo de vista sabrá que es viajante, siempre a bordo de su furgoneta, haciendo kilómetros por las maltratadas carreteras del Viejo Reino. Que, aunque sea parlanchín, habla con mucho aplomo, como repensando lo que dice, y luego te sorprende con una inflexión de énfasis, o con un chiste, porque lo que de verdad le va es el cachondeo.
Yo le conocí en otro contexto, lejos de los mercados y de los bares donde se cierran los tratos; en aquella época yo era bibliotecario, y pasaba las mañanas en la Biblioteca Pública de La Bañeza, catalogando las novedades y gestionando los préstamos —sí, sí; dicho así suena a algo, pero en realidad estaba la mayor parte del tiempo en el mostrador sellando fichas y recogiendo libros—.
Lo bueno de aquel empleo, sin embargo, eran los "usuarios". Y es que, aunque la administración los llame así, en realidad son personas. Sí, gente de carne y hueso; cierto que muchos van a estudiar, a leer el periódico, a chatear por el messenger o a mirar las opavardas, pero resulta que también hay gente a la que le gusta leer, y son asiduos visitantes de las bibliotecas.
A esos, además, los localizas enseguida: cada tres o cuatro días vienen y van con su cargamento de libros, con su "dosis" de lectura, y no puedes evitar fijarte en qué llevan y qué traen. Unos prefieren las novelas románticas, otros la historia, las biografías, los libros de memorias… Y luego están los omnívoros, los que lo devoran todo, y además se pasan el día dando la lata con las novedades, y pidiendo recomendaciones.
Y claro, uno de esos, ése en concreto, era Alfonso. Mi lector. A veces pensaba que alguien, una fuerza superior, me había destinado allí, a aquella humilde biblioteca de pueblo, para que pudiera surtir de literatura a aquel muchacho que cada mañana se llevaba un libro mientras hacía un comentario crítico de su última lectura.
Recuerdo que, la primera vez que conversamos, tenía que renovarle el carné, que a fuerza de un uso desaforado se había quedado en poco más que un resto de papel con los colores desvaídos de lo que un día fuera una foto. Y cuando le pregunté el nombre, me dijo muy sereno, como paladeando las palabras:
—José Alfonso Jiménez. Tengo nombre de emperador, pero sólo soy un gitano…
«Mucha guasa para tanta modestia» o «mucha modestia para tanta guasa», me dije. Y empezó a caerme bien aquel chaval. Más tarde me enteré de que escribía, que había vuelto a estudiar después de dejar la escuela en la adolescencia, que daba charlas para asociaciones gitanas… Mantenía, eso sí, una guerra a muerte con la ortografía y la gramática, pero eso nunca le había robado ni un ápice de coraje a la hora de presentar sus cuentos a premios literarios o intentar publicar en cualquier foro.
El primer material serio que me pasó era una novela corta. Claro que era tan corta, tan corta, que a mí me pareció un cuento largo; imagino que a él se le hizo más novela por el esfuerzo de escribirla, más que nada. El caso es que me sorprendió por completo: era la historia de un profesor que vive una aventura con una alumna adolescente. «Lunas de hiel», se titulaba. Me sorprendió, decía, no tanto por su técnica —ciertamente rudimentaria— como por la capacidad camaleónica del autor para fabular historias tan alejadas de su vida cotidiana. Así que le invité a colaborar con «Las Comarcas», el semanario que editaba en aquella época.
Poco después, y un poco de carambola, acabé dirigiendo la emisora local de radio. El programa cultural, como no, se lo encargué a José Alfonso. «Los martes literarios», lo llamó, y durante cerca de dos años no faltó a la cita ni una sola vez. Llegaba con un montón de folios y fotocopias, y luego me pedía algo de música "con sentimiento" para engalanar un poco el cotarro. Allí hablaba de Borges y de Colinas, de novela negra y de premios literarios, con el guión milimetrado de los que siempre tienen los deberes hechos. Y así seguimos hasta que la vida lo llevó a rodar por la Vía de la Plata, con mudanza fallida a Benavente, y yo emigré a la costa.
Tiempo después supe que se había reinventado, que firmaba como "Alfonso Reyes" y había publicado un par de libros de relatos. Los compré, y de nuevo me sorprendió: en uno era un autor a lo Bukowsky, costumbrismo con mucha mugre en las esquinas y crímenes al por mayor. En otro, recorría los límites del amor y el dolor, contando historias románticas pero de las que acaban mal. La técnica había mejorado, se notaban las lecturas, el esfuerzo de la reescritura, la planificación de escenas mil veces pensadas. La ortografía, sin embargo, seguía siendo una asignatura pendiente, así que le llamé para ofrecerle mi ayuda con las correcciones de su siguiente libro.
Y ese libro, entonces sólo una idea, está ya en imprenta. Hace un par de semanas le envié algunas sugerencias y otras tantas enmiendas de los originales que me había pasado, y en su último correo me agradece los servicios y me anuncia que aparecerá enseguida; es una nueva colección de relatos, negros negrísimos, en los que resulta maravilloso la recreación del lenguaje que realiza.
Como asombroso resulta el hecho de que es el único escritor leonés que conozco de su [mi] generación que realmente le saca pasta a esto de la literatura; y es que las ges y las jotas igual no, pero los euros y los duros los domina como nadie, y ha aprendido cómo ser autor y editor y no estar loco; o no arruinarse, vamos. A ver si aprendo algo de él, en alguno de esos dos oficios.

martes, 13 de mayo de 2008

Idiomas ricos (y pobres hablantes)



Quizá uno de los deportes nacionales que más aficionados tenga —y digo "aficionados" porque aún no hay federación oficial en la que inscribirse, aunque tranquilos, que todo se andará— es hablar de lo que no sabemos. Un hermoso ejercicio, tan extendido como la envidia o el sexo oral —el de boquilla, vamos— y que todos, tarde o temprano, practicamos.
Viene esta perorata a que el otro día, en clase, un profesor deslizó, como quien no quiere la cosa, y sin venir demasiado a cuento, que "el español es un idioma mucho más rico que el inglés". A mí, a la primera, la frivolité ya me hizo un poco de daño en el oído, pero ¿a qué meterse?
El profesor, no obstante, se fue poco a poco gustando a sí mismo, y de paso se le debía de ir inflamando el músculo patriótico, porque al poco rato volvió con la misma cantinela, que si el español era muy rico y el inglés una piltrafilla in comparison.
A mí, por lo general, las boutades de este pelo me dejan más bien frío, pero daba la casualidad de que, justo antes de la clase, nos habíamos pasado la hora del café debatiendo sobre si el inglés era fácil o no, y yo me había puesto gallito explicando mis opiniones, que nada tenían que ver con lo que el baranda estaba pontificando en el aula.
Total, que al tercer intento —y, sobre todo, porque el tipo lo remató con un "y os aseguro que sé de lo que hablo— no pude más, y acabé entrando al trapo. Y eso que sólo fue una mueca, pero debió de resultar bastante desagradable, porque el hombre interrumpió su charla como si le hubieran pinchado con un alfiler.
—¿Qué te pasa? ¿No estás de acuerdo? —me preguntó.
—Bueno, eso del inglés... no sé, no sé —me escabullí yo, arrepentido ya no de haber abierto la boca, sino de haberla movido un pelín.
—Pues es cierto, el español es mucho más rico, y lo digo con conocimiento de causa.
Y vuelta la burra al trigo…
—Yo no diría que el inglés es más pobre. Que su gramática sea más sencilla, quizás. Pero que sea menos rico que el nuestro, no.
—Pues yo lo sé por fuentes muy autorizadas, y saben de lo que hablan.
«Que sí, que vale. Que tú tendrás un doctorado y serás ingeniero y sabrás mucho de todo lo que sabes, pero que te estás columpiando». Esto último sólo lo pensé, por supuesto, que todavía tenía pendiente un examen con él, y está el patio como para andar provocando a los docentes.
—Bueno, yo también sé algo de lo que hablo, que para eso soy lingüista.
Vale, es verdad: me tiré un farol. Porque licenciado sí, pero saber, saber... es como todo; te suenan las cosas, más bien.
El caso es que luego nos pasamos un rato debatiendo, que si el inglés que aprendemos es básico, que si el inglés culto es de aúpa, que si tal y que cual. Al final, el "doctor" se quedó en sus trece, diciendo que ya consultaría a "sus fuentes", y yo me quedé con las ganas de darle un buen tirón de orejas, porque ¿a quién coño se le ocurre medir y comparar lenguas? ¿Qué va a ser, cuestión de palmos? ¿O de centímetros, en el peor de los casos?
Las lenguas, como las personas, no son tan fáciles de valorar. ¿Es mejor el quechua o el swahili? ¿Mi primo Cusco o mi primo Nando? ¿Angelina Jolie o Nastassia Kinski? ¿La langosta o la cecina de chivo? Seamos serios, hombre, que para algo tienes un doctorado y una silla en el departamento.
Incluso en el caso de que una lengua tuviera mayor variedad léxica que otra, no estoy seguro de fuera "más rica". Las lenguas son herramientas de comunicación y, cumpliendo esa función, valen todas lo mismo que las otras. Si no tienen un término, lo toman prestado, lo adaptan o lo inventan.
Imagino que, de cualquier modo, mi profesor estaba más en la línea de Pérez Reverte, que opina que los manguis hablan un español más rico que los universitarios, porque crean nuevas palabras para que nadie les entienda. Sí señor, eso es lucirse, inventar ahora el concepto de germanía. Doctores tiene la Academia…
Luego, después de darle muchas vueltas, acabé por hacerme una idea de qué llevaba al profesor a pensar que el inglés era menos rico que el español. Y es que, aparte de un patrioterismo mal entendido, resulta que los hablantes no nativos de la lengua de Shakespeare pensamos que hablamos inglés, cuando en realidad manejamos una versión abreviada del mismo, simplificada gramaticalmente y con no más de mil quinientas palabras. Y pensamos que es el English de los anglosajones, cuando en realidad es el Globish, una especie de "lingua franca" con la que nos apañamos en el resto del mundo, y que entiende todo el mundo menos los angloparlantes, a los que les suena a chino. Todo esto lo descubrió y lo cuenta mejor que nadie Jean-Paul Nerriere, un antiguo pez gordo de la IBM que cuando pasó de Francia a Estados Unidos se percató de todo el tomate, y lo aprovechó para forrarse con un best-seller.
O sea, que si lo miramos así, por supuesto que el español es más rico que el inglés; claro que habría que usar el inglés en plan "yo Tarzán, tú chita", o al más clásico estilo de las películas de indios y vaqueros.

El problema es que, en unos días, vuelvo a tener clase con el mismo profesor, y algunos compañeros del master me adviertieron: «ten cuidado, que va querer devolvértela». Total, que me puse a rebuscar por ahí y al final me di de bruces con un dato demoledor: los últimos estudios aseguran que en inglés hay casi un millón de palabras vivas, mientras que el español contemporáneo usa unas doscientas setenta y cinco mil. O sea, que si eso es ser una lengua más pobre… Ahora, que a ver quién le explica todo esto, ¿verdad?

jueves, 10 de abril de 2008

Zumo de coca


Hace ya algunas semanas oí de refilón una noticia curiosa, algo de que habían encontrado coca en un zumo de frutas. La cosa tenía su interés, pero, como estaba de vacaciones —benditos días aquellos—, no le presté mucha atención. Aún así, el asunto se me debió de quedar atascado en alguna neurona, porque estos días lo recordé espontáneamente, y al final acabé por encontrarle la gracia.
Y es que lo del zumo adulterado me recordaba mucho, pero mucho, mucho, a la leyenda urbana de mi infancia sobre los caramelos con droga que se supone que se repartían a la puerta de los colegios. Claro que a nosotros, como íbamos a un cole pobretón, allá en La Palomera, nunca nos trajeron nada; ni siquiera vino Gurruchaga con su abrigo gris a repartir golosinas, a Dios gracias. Bueno, que me lío; sigo.

La cosa es que en Andalucía se produjeron algunos casos de intoxicación después de tomar un zumo tropical, y cuando la policía se puso a investigar el asunto, resultó que la bebida, aparte de los ingredientes declarados, llevaba cocaína como para encalar un par de paredes.
¿Cocaína en un zumo de frutas? ¡Coño! ¡Eso sí que es hacer promoción a lo grande! Y encima gratis, con riadas de tinta en la prensa y mención en todos los telediarios y partes radiofónicos. Porque, visto el panorama de consumo de estupefacientes en Expaña, la cosa suena a negocio a lo grande. Ya me extrañaba a mí que los chavales de la facultad siempre pidan "biofrutas tropical" en la cafetería del campus, con lo asqueroso que debe de saber…

Pero, volviendo a la noticia noticiosa, ¿qué coños es eso del noni? Por lo menos tendrá alcohol o algo, ¿no? Pues qué va… El caso es que, después de brujulear un rato, encontré por ahí un panegírico con las bondades del susodicho néctar. Voilà:

Algunos de los problemas para los que tomar Noni puede ayudar.

El Zumo de Noni es de un color marrón-rojizo y procede de la fruta del árbol Morinda Citrifolia. Ha sido utilizado miles de años por los "chamanes" polinesios y aún se usa como fuente primaria de medicina alternativa para ayudar en condiciones tales como:

* Dolor
* Inflamación
* Quemaduras
* Alteraciones de la piel
* Lombrices
* Náuseas
* Intoxicación alimenticia
* Fiebres
* Problemas Menstruales, de Colon
* Mordeduras de insectos, animales, etc.

Recuerda a algo, ¿verdad? En concreto, a esos elixires maravillosos que venden los charlatanes de feria, y que lo mismo sirven de crecepelo que para quitar el mal de amores. Claro que se les ha olvidado la propiedad más importante, vista la composición que los ceeseís de la Benemérita le han encontrado: la de colocarse. Vamos, que curar no se sabe si cura, pero si te pone como una moto, ¿qué más da? Visto así, no me extraña que los chamanes polinesios le peguen al noni desde tiempos ancestrales; ¿o es que alguien ha visto alguna vez a un chamán tonto? Colgado sí, pero tonto…

Aunque, analizándolo seriamente, algo no cuadra; y es que no puede ser un buen negocio. Según un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga (Onudd), conseguir un gramo de coca en España sale por 14,92 €, riesgos aparte. Y la botellita de marras se vende a 42 dólares de vellón. Vale que el dólar está por los suelos y tal, pero si entre portes, distribuidores, mayoristas y tasas fiscales se comen al menos un 65% del p.v.p., y la papelina de coca anda por los 15 eurípides, no salen las cuentas. Vamos, que mucho, mucho... no va poder colocar.

Vamos, que me da que la cosa fue una falsa alarma, y que los aficionados al género van a tener que seguir machacándose el tabique y financiando los imperios colombianos, en vez de apañarse con un chupito polinesio. Y es que no podía ser ni tan sencillo, ni tan barato. Como lo de las drogas a la puerta del colegio, vamos. Que igual alguna vez puede que hasta incluso algo hubiera, pero que de repartirlas a espuertas nasti de plasti. ¡Menudas colas que habría habido entonces en la entrada de los colegios de los ochenta! Vamos, que ni novillos iba a hacer algunos. Porque si ahora sale Pocholo en la tele avisando («No te metas en las drogas. Ya hay mucha gente dentro... ¡y no hay para todos!»), en los años dorados ya corría el rumor —no confirmado— de que no sé quién de Extremoduro había puesto un cartel en su casa que decía: «Si dejas las drogas... déjalas aquí». O sea, que como para andar regalándolas por ahí, o metiéndolas de gratis en zumitos tropicales. Anda ya.

Pero el caso es que a mí todo esto me ha dejado escamado. Porque, vista la estrategia comercial del zumo de noni, los consumidores del tema son los naturistas y demás interesados en la vida sana y las terapias alternativas. Vamos, que presentan al noni más o menos como se presentó hace dos décadas al áloe, una panacea universal; algo conozco el paño, pues mi madre es una firme defensora de las virtudes de la planta.
Y me da por pensar si al áloe, como en su día a la cocacola, y sobre todo a la cocacola de las chicas que llegaban luego "mareadas" a casa, no les echarían algo... Porque tanto éxito del cactus ése es bastante sospechoso. Mamá, ¿no tendrás nada que contarme, no?

miércoles, 9 de abril de 2008

¿Un mensaje de paz y unidad?


Lamentando las protestas ciudadanas en Londres y París al paso de la antorcha olímpica, al presidente del Comité Olímpico Internacional sólo se le ha ocurrido declarar que «un símbolo de paz y unidad ha sido atacado». Hermosas palabras, tan redondas, tan sonoras... "Paz" y "Unidad". Claro. Claro que sí. "Paz", como la que queda en las calles después de que un ejército cargue sin piedad contra ciudadanos desarmados. "Unidad", como la que tanto adoran en los países ocupados militarmente por vecinos más poderosos. Sí señor, un gran símbolo ése. Aunque, por otro lado, ¿qué iba a decir el presidente del COI cuando le tocan lo más sagrado? Porque para él, como para cualquier particular, lo más sagrado se lleva a la altura del corazón: la cartera, por supuesto.
Le entiendo, cómo no. En su caso, yo también me mosquearía si a una pandilla de antisistemas y neojipis trasnochados les diera por entretenerse apagando la llama que me da de comer —porque los presidentes, a esos niveles, no suelen cobrar sueldos, sino "dietas"; generosas dietas, por cierto, capaces de alimentar a batallones enteros—. Con lo que cuesta traerla desde Grecia, y luego llevarla de Europa a América... que digo yo que la enviarán por internet, porque no va a ser cosa de ir en avión quemando oxígeno, ¿no?
Símbolo de paz y unidad, sí... Qué maravilla. Como la cocacola, que es la chispa de la vida, igualito. La verdad, yo no sé si es que los dirigentes del mundo mundial son unos ingenuos de libro, o si es que están convencidos de que los demás somos todos gilipollas. Porque venir a estas alturas a hablar de símbolos y utopías... en fin.
Puestos a buscar simbolismos, se me ocurre que se podría estudiar el anagrama que utilizan los sucesores de Cubertain, y buscarle tres pies a cada aro.



Para mí que el aro azul va de competitividad. Representa el esfuerzo, el sudor de los atletas, que ejemplifican una característica específicamente humana: el deseo de ganar. Ese "altius, citius, fortius", que en realidad quiere decir ser más rápido que otro, más fuerte, más grande, más rico, más cabrón... En fin, todas esas motivaciones que pueblan la psicología deportiva, que explican los torneos medievales, las peleas en el patio del colegio y hasta el sistema económico capitalista. Lo bonito del deporte, vamos.

El arito negro es un asunto turbio, claro. Me da que lo han puesto ahí para simbolizar los oscuros intereses políticos que se esconden detrás de las Olimpiadas. Un poco al estilo de Laporta y su concepción del fútbol como una forma más de luchar por el independentismo catalán, los Juegos son un escaparate promocional por el que suspiran gobernantes de todo pelaje, ansiosos de chupar cámara a escala planetaria. Y de gratis, prácticamente.

El rojo, el color más vivo y llamativo, debe de estar ahí en homenaje al espectáculo. Porque los Juegos Olímpicos, más que un acontecimiento deportivo, una fiesta de la paz mundial, de la unidad, de los funcionarios de los comités locales y demás zarandajas, son un espectáculo. Espectaculares, sí, pero también un espectáculo como el circo, los fuegos artificiales o las varietés; o sea, un tinglado de entretenimiento que se hace para cobrar la entrada al "respetable".

No podía faltar, evidentemente, el color áureo. Ese doradito que tanto nos recuerda al oro, o a las antiguas rubias más queridas, las pesetas. Y es que el deporte, y especialmente a esos niveles, es un negocio. Un juego en el que todos ganan: Ganan los deportistas. Ganan los entrenadores. Ganan los organizadores. Ganan los jueces. Ganan los políticos. Ganan los reventas. Ganan los vendedores de pipas y refrescos. Ganan las productoras de televisión. Gana los esponsores. Ganan los fabricantes de ropa deportiva. Sólo me queda averiguar qué coño ganan esos espontáneos empeñados en apagar la antorcha.

Para rematar, hay un aro verde. Sólo que en este último el color no es muy importante; nada de esperanza ni chorradas de esas: ése está ahí para recordarnos a todos que hay que pasar por él, que hay que "pasar por el aro". Quieras o no, sea con impuestos directos o indirectos, o simplemente al tomar un colacao —"alimento olímpico oficial"— estás metido en el fregado, colaborando con la causa. Quieras o no.

Y es que a mí me da un poco igual saber si la nandrolona y los esteroides pueden hacernos correr cien metros en nueve segundos, o lo lejos que se puede tirar una piedra cuando te dedicas profesionalmente a ello. Y conste que me gusta verlo por la tele, que me entretiene lo del esfuerzo y la superación y tal, pero para mí el deporte es otra cosa; es jugar al balón en el prado, irse a echar unas canastas con los amigos, saber perder, saber ganar, tomar unas cañas en el tercer tiempo... Cosas que se hacen sin aros, y sin antorchas.

Vamos, que cada vez que oigo el manido tópico del "espíritu olímpico" se me cae el alma a los pies. Por cierto, espero que apaguen esa llama. Y todas las llamas que haga falta. ¿O es que ya no mola un buen boicot?

sábado, 22 de marzo de 2008

El reparto del pastel


Tanta sexta potencia mundial y tanto triunfalismo; tanta globalización y sociedad de la información; tanta promesa electoral y tanto papel couché; tanto progresismo y tanta caridad; tanta corrección política y tanta discriminación positiva; tanta macroeconomía y tanto cuento y, al final, resulta que una mañana cualquiera cierras el periódico, apagas la tele y la radio y te desconectas de internet, y nada más salir de casa te das de bruces con la cruda realidad. Realidad en forma de indigencia, como la que me ha golpeado esta mañana. Una tímida llovizna complementaba al frío riguroso de León cuando saqué al perro a pasear; cruzamos la zona nueva de La Palomera, con sus elegantes edificios de pisos a cuarenta millones, sus columpios nuevos, su zona deportiva y su generoso parque. Hasta que me fijé en que por el césped pululaba un hombre, o lo que quedaba de él, afanándose por recoger del suelo cualquier objeto que pudiera resultarle útil antes de que llegaran los barrenderos.

Imagino que el botín del pobre hombre, con el que llenó su bolsa de supermercado, no eran más que los restos de un pequeño botellón. Desperdicios para nosotros, y un tesoro para él.

Dice mi amiga Gema, que es asistente social y conoce de primera mano el paño, que no nos gusta ver la realidad, que preferimos no saber determinadas cosas. Y tiene tanta razón...

Mucho hombre en la Luna, mucha alianza de civiliazaciones, mucho himno, mucho tanque, mucha guerra del petróleo, y ahí sigue la pobreza, en cualquier calle, en el mismo parque en el que luego vamos con nuestros hijos a jugar al balón y a disfrutar de la vida. Porca miseria.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Más artículos en papel prensa

El diario Alerta publica esta mañana en la sección de opinión mi primera colaboración con este periódico. Se trata de un artículo acerca de la eliminatoria de copa que disputa el Racing esta noche.
Al texto se puede acceder a través de la web de Alerta, o pinchando en la imagen adjunta.
Atentos porque pronto habrá más papel.



viernes, 7 de marzo de 2008

La obsesión con la calidad

«Dame calidad», cantaban hace veinte años Ciudad Jardín. Claro que luego decían «Beber, beber y bailar», y la cosa se embrollaba un poquito. Pero bueno, lo de la calidad al final se te quedaba, que es lo que importa. Y luego te vuelve a la mente en cualquier momento; como, por ejemplo, mientras haces un máster y te meten una chapa de cinco horas sobre "Gestión de la calidad".
¿A qué tanta obsesión con la calidad, pudiendo pasar la tarde de paseo por el Sardinero o echando la siesta?, te preguntarás. Pues tiene su sentido, porque la calidad, a pesar de todo, no deja de tener su importancia.
Resulta que los controles de calidad, que en Estados Unidos y Gran Bretaña habían comenzado a aplicarse tímidamente a principios del siglo pasado, se volvieron imprescindibles durante la segunda guerra mundial. Al parecer, las armas aliadas no funcionaban demasiado bien —tenían mucha tendencia a encasquillarse—, lo que solía desembocar en ciertos riesgos para la salud y la supervivencia de sus esforzados soldados.
Entonces uno se imagina a Brus Güilis que se tira en paracaídas, nada tres millas por el Atlántico, repta por una playa de Normandía, sortea varias minas, salta las trincheras como si fuera Carl Lewis, cruza la línea de fuego y rodea él solito a todo el ejército alemán. Y cuando ya tiene encañonado a un pobre enemigo, al que ha pillado lavando la muda de invierno o escribiendo cartas a la novia, y el Güilis se lo toma con calma antes de apretar el gatillo, encendiendo un lucky con su zippo y soltando alguna chulería vaquera, precisamente en ese momento, se le encasquilla el fusil. Y se le hiela la sonrisa. Porque entonces el alemán le mira fijamente, levanta su Mauser Schnellfeuer y le dice:
—Deustche Qualität.

…justo antes de vaciar el cargador. Así que, vistas así las cosas, igual el rollo este de la calidad y demás sí que tenían cierta razón de ser, ¿no?

jueves, 6 de marzo de 2008

Dos chinos en un vino español

Hace un par de semanas estuvimos en la presentación de «Fifty-fifty», una novela que ha escrito Manuel Roca, que es nada menos que el director —y factotum, porque en realidad está él solo en la oficina— de la sucursal de la caja de ahorros del campus universitario.
Como a veces soy un poco malévolo, cuando me enteré de que Manolo escribía me dio por emular a Pessoa
y le puse el mote de «el banquero poeta». Y eso que, ni es banquero —yo soy más de cajas, por motivos ideológico-familiares— ni escribe versos. En fin, sólo espero que no se entere del apodo.
El caso es que el banquero poeta consiguió publicar su libro, y hasta que le llamaran del Corte Inglés para presentarlo. Y allí acudimos nosotros, para apoyar a Manolo, en plan clac. Y ni falta que hacía, porque se llenó la sala y la cosa fue todo un éxito.
Hay que reconocer que los de Ámbito Cultural/El Corte Inglés saben hacer bien las cosas; y no lo digo por el acto, que fue un poco como todos los estrenos —con el autor como un flan, vamos—, sino por el ágape con que obsequiaron a la concurrencia después de los discursos: rabas, jamoncito, canapés... un lujo, vamos. Si se corriera la voz de cómo son estos actos culturales, habría llenazo siempre.
Pero lo más interesante estaba por llegar; el pequeño Javier, que nos había acompañado a la presentación —bueno, sí, que le habíamos llevado casi de la oreja, claro—, hizo muy buenas migas con los sobrinos de Manolo. Y, cuando ya nos íbamos, nos despedimos de los niños. El mayor de ellos, que tendría ocho o nueve años, me estaba estrechando la mano, muy formalito, cuando de pronto se le iluminó la mirada y me dijo:
—¡Anda! ¡Pero si tú eres chino como yo!
Alucinado me quedé. Entonces me fijé bien en su cara, en sus ojillos ovalados, rasgados como los de los orientales, lo que se dice "achinados".
—Claro, hombre, de toda la vida; si es que los chinos somos los mejores…
Sólo que el chico era rubio, un caucasiano de libro; y yo chino, lo que se dice chino… Hombre, igual alguna vez puedo llegar a chinarme y tal, pero que yo sepa… yo soy de la Palomera de toda la vida.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Lo que no voy a votar el domingo

Es una proporción inversa: cuánto más información política recibo, menos me apetece ir a votar. Y el caso es que antes me gustaba; todo el rollo político, quiero decir. Pero claro, una vez que ya lo has visto por dentro, que conoces las entrañas de la bestia, como que ya no hay quien se trague nada. ¿Programas? ¿Ideologías? ¿Promesas? Ja, ja y ja. Vamos, hombre, ya está bien.
A Pilar, no obstante, parece que le ha embargado el sentido cívico —o los anuncios de Isabel Coixet, quién sabe; por cierto, ¿el tío de la barba que lleva a su madre a votar al PP es Vigalondo?— y lleva unos días sacando el tema, supongo que para ver por dónde van los tiros este año.
La verdad: ni idea. Lo único que tengo claro es que ninguna opción me entusiasma, así que no sé qué haré. De momento, tengo que tomar tres decisiones:

Primera: ¿Voy o no voy a votar?
Para empezar, no tengo tan claro el presupuesto de que la abstención perjudique a la izquierda. De hecho, los votantes de derechas se han quejado tradicionalmente de lo mismo: de que los suyos se quedan en casa, mientras que, de los otros, no se queda ni uno sin votar.
Para continuar, ¿sirve de algo votar? En Barcelona, en las últimas municipales, más de la mitad de los ciudadanos censados no votaron. Y no pasó nada. Ni un editorial incendiario, ni un reproche democrático. Nada. Y los afortunados cogieron el bastón de mando sin importarles no contar con el voto de la mayoría absoluta de sus votantes.
Finalmente, ¿es una obligación ética? Los políticos reclaman el voto —aunque votes al PP dice ahora el PSOE, con un morro que se lo pisan—, pero es que ellos tienen una visión patrimonial del asunto: nosotros no somos ciudadanos (es decir, personas libres, con nuestras ideas, matizaciones ideológicas y posibilidad de discrepar), ni mucho menos; nosotros somos "su" electorado. Aunque lo único que nos den en toda la legislatura sean disgustos.

Segunda: ¿Votar en blanco o votar a un partido?
Aceptemos que hay que votar, aunque sólo sea por lo mucho que sufrieron nuestros antepasados para conquistar ese derecho. Y ahora, ¿qué?
Si te pasa como a mí y eres uno de los descontentos con el sistema —dentro de ese amplio abanico que va desde el desencanto hasta el cabreo—, seguro que has pensado en el voto en blanco o en el voto nulo. En principio, parece una forma muy eficaz de protesta: si no votas, no queda claro cuál es el motivo. Pero si votas en blanco, está claro que el tuyo es un voto de castigo. Aunque, como no hay nada regulado al respecto, en la práctica esos votos se ignoran, y al final es como si tu hubieras abstenido. Lo del voto nulo es aún peor, porque puede llegar a considerarse incluso un error material.
Otro problema serio es el sistema de partidos y listas cerradas. Y es que nos toman el pelo, con tanta sonrisa de ZP y Rajoy, cuando en realidad luego llegas al colegio electoral y tienes que votar por un tal Sieso y una tal Salgado. Porque resulta que en estas elecciones, aunque todos pensamos que elegimos presidente, en realidad escogemos al poder legislativo. Y a un buen montón de diputados que ni siquiera conocemos. ¡Y eso que casi siempre son los nuestros!
No es que nuestra democracia sea imperfecta, y manifiestamente mejorable. Qué va; lo que pasa es que es una mierda.

Tercera: ¿A qué partido votar?
Supongamos que, a pesar de todo, queremos dar nuestro voto a algún partido. Antes de decidirse, sería conveniente conocer toda la oferta, por lo que me pongo manos a la obra y encuentro una lista de partidos y candidatos por la circunscripción de Cantabria. Y entonces los analizo uno a uno:

Ciudadanos en Blanco

La oferta de este partido es, cuando menos, curiosa: tú les votas, ellos acceden al cargo, pero luego no van a los plenos, para que sus sillones vacíos sean una especia de insulto a un sistema que menosprecia el hecho de que sus ciudadanos no voten.
Creo que no les voy a votar; la idea no es mala, pero me temo que eso mismo ya lo hacen un buen montón de diputados, y de los partidos normales, que se piran las sesiones con el mayor de los descaros. Cierto que son un rollo y un puro formalismo, pero ya que cobran, que se aguanten y hagan el paripé, ¿no?
Y luego está el riesgo de uno de estos ciudadanos blancos, una vez elegido, se lo piense dos veces y decida hacerse tránsfuga y pasarse a un partido "de verdad".

Ciudadanos Partido de la Ciudadanía

La propuesta más literaria: Azúa, Boadella, Espada... La opción tolerante y no nacionalista me despierta grandes, muy grandes simpatías. Aparte de que, con lo que han sufrido los pobres, como para no empatizar.
Sin embargo, le encuentro dos problemas: después de las movidas por las candidaturas —en especial en Barcelona—, me ha parecido que funciona como cualquier partido: trepas y aparato. Por otro lado, y en una escala regional, no han sabido hacer llegar su mensaje; tanto, que ni siquiera sé quiénes son sus candidatos. Igualito que sucede con los grandes partidos, parece que pretendieran que votase al señor Fernández del Campo sólo porque simpatizo con la actividad de Ciutadans en Cataluña.

Democracia Nacional

El nombre suena muy bien, pero tiene truco; basta con ver su eslogan electoral: «Los españoles primero». O sea, que de "democracia", como mucho "democracia orgánica". Les delata también, cómo no, el apellido "nacional". Triste, muy triste, que Victor Klemperer tuviera tanta razón al denunciar la manipulación ideológica del lenguaje en su «Lingua tertiae Imperium»: hay palabras que quedan malditas durante generaciones.

Falange Auténtica

Lo de ser auténtico tiene su miga, aunque en este caso el asunto no esté tan claro. ¿Cuál es la buena, ésta o la de las Jons?

Falange Española de Las Jons

Malos tiempos para la "tercera vía" a la española; sin embargo, son persistentes cual pertinaz sequía, y año tras año se concurren a las elecciones, inasequibles al desaliento. En fin...

Izquierda Unida

¿Qué se puede esperar de un partido que comienza su campaña electoral en el "Matadero" de Arganzuela? Vale, sí, es un centro cultural, pero es que el nombre es premonitorio. Y ahora ni siquiera tienen un líder carismático. Aunque, visto lo sucedido con Anguita —al que todos valoraban como el mejor político, pero luego no le votaban—, casi que ni falta que hace.
¿Por qué no votar a IU? Para empezar, es una coalición, pero el núcleo duro sigue siendo el PCE. Y comunistas ya no quedan; eso de la fe ciega, la obediencia, el Partido... ¡uff, qué miedo! Claro que esa "parroquia" le va a durar poco, porque la esperanza de vida, por mucho que crezca, tiene un límite, y a la generación "machista-leninista" —según la definía mi amigo Alejandro López— le quedan dos primaveras.
Luego, también ayuda su postura ambigua con Herri Batasuna en la última década.
Y, para rematar —y eso es una impresión personal—, no consiguen entrar en sintonía con las nuevas inquietudes sociales, por mucho Second Life que se curre Llamazares. ¿Será que el mundo ha cambiado y ya no queda sitio para el idealismo? ¿O será que nos hacen falta nuevas utopías?

Los Verdes-Ecopacifistas

No sé si este partido es verde o, en la terminología ideada por Jorge Riechmann, roji-verde. Lo que sí opino es que la ecología, el pacifismo incluso, no es en sí una opción política, y que no procede articular un partido con tan escasa base ideológica. ¿Qué votarán cuando se debata la Ley de Educación? ¿Exigirán una asignatura de medioambiente y se abstendrán cuando se hable de matemáticas y latín? ¿La política lingüística de Cataluña es ecológica? ¿Y la igualdad de género?
Tenemos mucho que agradecer a los ecologistas y a los pacifistas, y de hecho creo que su mensaje ha calado, y mucho, en toda la sociedad española. Pero su lugar no es el Congreso. Quizás deberían retomar a Rudi Dutschke y su "oposición extraparlamentaria".

Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal

Bueno, ¿qué decir de esto? Mi amigo José Montenegro me pasó un correo pidiendo que, si no sabía a quien votar, votase por éstos. Lo que pasa es que yo aún no tengo definida mi postura sobre los toros; está entre un «no, pero bueno, es que…» y un «sí, pero casi que no…». Y vamos, que lo de los ecologetas no da para un partido, lo de estos... qué te voy a contar.

Partido Comunista de los Pueblos de España

Hacer la guerra por libre debe de tener mucho mérito, pero esta escisión auténtica del PCE da un poco de miedo: en la cabecera de su web tienen a Lenin, Marx, al Che y a un tío de bigotes que no identifico. Además, usan la bandera de los soviets, con la hoz y el martillo. Yo hasta que no pongan ahí un ratón o un teclado ni me pienso plantear leer su programa.

Partido Familia y Vida

Ni sabía que existieran, pero sacaron 35000 votos al Senado en la últimas generales; aunque se declaran transversales —¿transverqué?—, aconfesionales y prácticamente apolíticos, en realidad son un ala dura escindida del PP que realmente tiene sus ejes en la "familia" —no a los matrimonios gays— y la "vida" —no al aborto—. Sin comentarios.

Partido Humanista

Lo de "humanista" suena de cine, pero esto ya me suena desde hace más de veinte años. Entonces apostaban a unas chicas muy amables en el Arco de la Cárcel, que se dedicaban a abordar a los adolescentes que pasábamos por allí e intentar afiliarnos por las bravas. Una versión callejera de la "puerta fría", vamos.
Sin embargo, no tenían mucho éxito, a pesar de un programa muy enrollado y posmoderno. Sonaba como a un anarquismo parlamentario, algo chocante. Al final, se les llenó de sede de gamberros —Raposo, Suárez, Juanele y otros chavales del colegio presumían de ir allí «a esnifar pegamento»— y la cosa se quedó en nada.
Su promoción y su difusión es mínima, aunque su programa es sencillamente maravilloso. Lo que pasa es que yo ya no me fío de las palabras bonitas.

Partido Popular

¿Por qué no votar al PP? ¿Por Rajoy? ¿Por Aznar? ¿Por Sieso? Me parece un partido que ni siquiera se ha reconvertido en neoconservador. Han preferido fichar a una "estrella" en lugar de renovar una plantilla demasiado marcada por el enjuague post 11-M. Rajoy se la juega en un último intento, no sin antes intentar cortar la cabeza a un candidato más amable —al menos en las formas, porque en el fondo puede ser aún mas conservador—, como era Gallardón, así que no quiero ni pensar qué puede ocurrir si "hereda" el partido la antigua Ministra de Cultura, la de las sonoras meteduras.
Pero, sobre todo, como leonés, me niego a apoyar a un partido que no se moviliza por la autonomía leonesa.

Partido Socialista Obrero Español

A estos sí que los conozco. Esos mismos que se quitan la corbata en campaña y se la vuelven a poner para jurar el cargo. Que gobiernan con "gestos" para ganarse a las minorías y pasan de la mayoría. Que viven del encanto de la izquierda, sin ser de izquierdas. Que nos chantajean sentimentalmente para arrancarnos el voto. Mucho talante, pero ¿por qué no ha habido primarias?
Por otro lado, lo de los apoyos estelares me parece innecesario: todos esos pájaros ya sabíamos de sobra de qué pie cojeaban.
En lo personal, uno de sus candidatos al congreso, Regino, me cae muy bien, pero no está en puesto de salida. Y, en lo más hondo, me niego a votar a un político de mi tierra que no hace nada por la autonomía leonesa. Para mí, está al mismo nivel que Martín Villa, que ya es decir.

Unión Progreso y Democracia

Savater me encanta, pero la cara visible, Rosa Díez, es una ex del PSOE, lo que suelta cierto tufo a política profesional.
Personalmente, me gustaría que este partido —igual que Ciudadanos— obtuviera unos resultados espectaculares; incluso querría que sustituyeran al PP y al PSOE en la arena política, para dar en el hocico a una clase política que no se merece nada.
El único problema es que aún no tengo muy claro cuál, si UPD o Ciudadadanos, es de derechas y cuál de izquierdas. Y la sospecha, por supuesto, de que en un par de legislaturas se acabarían las buenas intenciones y se convertirían en partidos normales y corrientes.


En fin, que tengo hasta el domingo para decidirme y sólo sé qué no hacer. A ver si al final, como pasa en el anuncio electoral, llueve a cántaros y me tengo que quedar en casa...

martes, 4 de marzo de 2008

El nuevo disco de Airbag





[Durante la lectura de este post os recomiendo que tengáis abierto en otra ventana el Myspace de Airbag, en especial la canción "Ahí viene la decepción". Se trata de ponerle banda sonora al artículo, pero sin liarla con los derechos de autor]


Siempre me pasa igual: cada vez que recibo un nuevo disco de Airbag sufro una pequeña decepción. Claro que se pasa enseguida: con la segunda audición mejora bastante mi opinión, y a la tercera ya estoy completamente cautivado.
Imagino que se debe a que mis expectativas suelen ser excesivamente altas: no sólo espero que el nuevo disco sea mejor que el anterior; espero que sea el mejor de la historia. Y es que Airbag es mi grupo favorito de todos los tiempos —con permiso claro, de Los Nikis y de Los Nikis de Queens (también conocidos como "Ramones"). Para haceros una idea aproximada de cuánto me gustan Airbag, bastará con un par de datos: su disco es el único que me he comprado en 2008. Y llevaba desde 2005 sin comprar ninguno. El anterior había sido «¿Quién mató a Airbag?», por supuesto.
Sí, sí, ya lo sé, se podrían decir muchas cosas acerca de mis hábitos de consumo, y seguro que a la SGAE le encantaría el debate, pero lo dejaremos para otro momento. Sólo decir que, si Airbag sacara discos más a menudo, yo aumentaría mi presupuesto para música.
«¿Por qué nadie conoce a Airbag?», me preguntaba Javierín hace unos días. Claro que él ponía su vocecita de mimos y acababa la frase con un "papi", pero la pregunta no dejaba de ser peliaguda. Sobre todo, porque los dos llevábamos una semana canturreando como locos las canciones del nuevo disco, y yo me acababa de dar cuenta de que quizás estuviera lanzando a mi hijo por la pendiente de la marginalidad y el rockanroll —por el mal camino, vamos—, sin tener en cuenta que las malas influencias no tienen que venir necesariamente de puertas afuera.
Así que, ¿qué decirle? ¿Me marco un clinic de tres minutos y le explico cómo funciona el mercado de la música? ¿O mejor esquivo la pregunta y nos vamos a echar unas canastas? Como no quería romper su pequeño e incipiente corazón de rockanroll, opté por la salida clásica: el elitismo. «Porque la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es buena música», le dije. Con un par. Y no veas lo a gusto que nos quedamos los dos, con la música a toda pastilla y cantando/gritando "papa papa papá papá papá papapá".

El caso es que, más tarde, me quedé pensando en todo aquello. Rock y elitismo. Identidad y cultura urbana. Y mientras tanto escuchaba la mejor canción del disco, la del "papapa…" que no podemos quitarnos de la cabeza ni el niño ni yo. Se llama «Ahí viene la decepción», y es una de esas raras canciones pop en las que el título no es parte del estribillo —lo que le resta proyección comercial, a juicio del siniestro Julián Hernández—. Aparte de lo cañera que es, tienen una letra muy interesante.
Nos habla un chico que espera para entrar a un local en el que se escucha música punk o new wave (The Jam, en concreto), y de pronto aparece una chica espectacular, que lleva una camiseta de los Clash. El chaval sufre un deslumbramiento instantáneo —suponemos que tanto por el físico arrebatador como por la coincidencia de gustos musicales— y la entra sin contemplaciones. Pero enseguida se da cuenta «que no eras como yo imaginé que eras», porque «no sabías nada de los Clash, ni del '77; la camiseta era de temporada en H&M». De ahí, la gran decepción.

¿Había contado ya que Airbag es un grupo punk? Bueno, sí, punk ramoniano y tal —los alemanes más crueles lo llaman "Kinder Punk", hay que joderse—, pero, para mi gusto, se trata de la mejor música del mundo. Y esta canción, que no es exactamente punk en lo estético, sí que lo es rabiosamente en su mensaje.
No me refiero al sentimiento aristocrático de los punkis; y eso que, para quien recuerde los ochenta, es inolvidable cómo se sentían dos palmos por encima de los demás... claro que las crestas a base de jabón y las Doc Martens contribuían bastante. Ese orgullo grupal era algo compartido por todas las tribus urbanas de la época: mods, rockers, heavies... Es más bien un rasgo definitorio de lo contracultural, una autoafirmación como reacción a la marginalidad.
Creo que eran los de La Polla Records los que cantaban lo de "punkis de postal"; también hubo otro himno que rezaba "moda punk en Galerías"... Los punks "auténticos" se enojaban ante los "punks de escaparate", y Loquillo se jugaba su carrera discográfica con una travesura en una cara B: «No bailes r'n'r en El Corte Inglés», en la que aconsejaba: «agáchate, que te tienen que entrar bien». Todos, de manera más o menos rudimentaria, clamaban contra la utilización comercial de sus señas de identidad.
Cierto que sobre esto se podría debatir largamente —¿esas señas de identidad eran realmente suyas? ¿Seguro?—, pero es innegable que el poder del mercado es tan grande, que es capaz de devorar cualquier manifestación subversiva, desmontarla, y aprovechar su propio tirón para devolvernos el golpe. A los chicos de Airbag les ocurrió con una camiseta de los Clash —quizá los más comprometidos del movimiento punk— que ocultaba un corazón pijo hasta la médula.
No sé si Adolfo, el letrista del grupo, pensaba en Guy Debord mientras escribía esta canción. No sé si le interesa el situacionismo o la sociedad del espectáculo, pero su texto ilustra a la perfección lo que el filósofo francés definió como "recuperación", que es un mecanismo del mercado para absorber corrientes revolucionarias, vaciarlas de contenido y utilizarlas luego como iconos o reclamos comerciales. El ejemplo paradigmático es la foto del Che, la famosa.
En fin, que os recomiendo que compréis el disco de Airbag: no sólo mola mucho, sino que además son hasta filósofos, ¿qué más se puede pedir? A ver si otro día me acuerdo de hablar de otra de sus grandes canciones, «Fumador pasivo empedernido».
Por cierto, que el niño me ha pedido que le compre un niki de Los Ramones. ¿Alguien sabe si lo venden en H&M?

jueves, 21 de febrero de 2008

Cultura económica


Alberto Lenz, un distribuidor de libros alemán para el que trabajé en los años noventa, aseguraba que la editorial mexicana "Fondo de Cultura Económica" debía su nombre a una errata, o más bien al exceso de celo de un corrector tipográfico. Resulta que al buen hombre, mientras revisaba las pruebas de imprenta de la editorial, le pareció que aquello que decía "Fondo de Cultura Ecuménica" no podía estar bien. Y, ni corto ni perezoso, enmendó el error de la mejor manera posible: «donde dice "ecuménica" debe decir "económica"». Y se quedó tan ancho. Lo más curioso, sin embargo, es que la propia editorial no sólo no devolvió la tirada al impresor, sino que aceptó con resignación el cambio de denominación, dando lugar a algo tan chocante como esa idea antitética —al menos, para el peatón común—, de la "cultura económica", un concepto bastante más original que el de cultura ecuménica o universal.
Yo no sé si esta historia que me contó Lenz mientras catalogábamos libros mexicanos tiene algo de verídica o es simplemente una leyenda apócrifa difundida por la competencia, pero en lo que sí que tenía razón el alemán es en lo complicado, en el retrúecano del término "cultura económica".
Y pienso en todo esto porque en las últimas semanas tengo la impresión de que una especie de fiebre economicista ha enfermado a buena parte de los españoles. En la oficina, en los corrillos de la facultad, en los bares y hasta en la cola del pan, la economía ocupa buena parte de las conversaciones. Así, de pronto descubro que mi compañero Daniel conoce al dedillo los entresijos de las altas finanzas hispanas, que mis conocidos comentan con mucho conocimiento de causa el reparto del pastel energético europeo o que un pariente lejano domina tanto la bolsa y el mercado de derivados que acaba de palmar todo lo que había ahorrado su mujer en las dos últimas décadas. Y todo eso sin haber estudiado nada de la economía.
Al principio pensé que se trataba del efecto RI. Sí, sí, el RI: Radio Intereconomía. Hace algunos años, cuando empezó a emitir en Madrid, de repente se puso de moda y costaba mucho encontrar a algún madrileño que no estuviera enganchado a ella. Claro que se acabaron curando solos, como mi malogrado primo Emilio que, de tan emocionado que estaba, cambió todas sus matildas por las muy prometedoras terras, «un valor seguro», y… creo que no hará falta continuar esta historia.
Pero no, no se trata de la misma epidemia: estudiando un poco más el caso, y a poco que conozcas a tu interlocutor, enseguida te das cuenta de que la fiebre afecta sobre todo a aquellas personas que podríamos llamar "de derechas". Y es que es la evolución lógica de la estrategia de pasadas campañas, en las que los conservadores preconizaban pasar de las ideologías y quedarse con la "capacidad de gestión".
Este año, no obstante, las cabezas pensantes neocon han decidido explotar el asunto económico, basados en la ventaja que les otorga sus supuestas capacidades para la economía, las maravillas dinerarias de la era Aznar y la crisis que al parecer sufre actualmente la economía española. En esta idea se enmarca el fichaje de Pizarro —un empresario más o menos privado, pero con imagen de éxito— y el triunfalismo del PP: en el convencimiento de que no votamos con el corazón, sino con un órgano muy cercano, pero no tan interno: la cartera.
Y así las cosas, en plena vorágine electoral, resulta que ahora cualquiera es catedrático de estructura económica, y que el primero que pasa por la calle podría darte un clinic en tres minutos sobre cómo contener la inflación y rebajar el déficit público. Ahhhh. Pues vale. Ya contaba Groucho Marx, algo fanfarrón, acerca del crack del 29 que él sospechó que algo andaba mal cuando el ascensorista de su hotel empezó a darle consejos sobre la bolsa.
O sea, que la "cultura económica" ha llegado a la calle, y estamos todos tan contentos leyendo el Cinco Días, calculando ratios PER y sopesando cuánto mejor es Pizarro que Solbes y lo bien que vamos a estar cuando nos quite la crisis como el que enciende una bombilla.
Lo único, lo poquito que me molesta del asunto, es que todos los que me dan la brasa con el tema y que hinchan pecho presumiendo del crecimiento de la economía española son, en realidad, prácticamente igual que yo: meros espectadores del juego económico, a los que poco o nada afecta que las empresas crezcan, copen nuevos mercados o se desplomen en la bolsa. Y estos mismos analistos cierran los ojos ante la evidencia de que la bonanza de hace unos años se tradujo en un aumento descabalado de la brecha social entre clases medias y altas, y que la convergencia europea y la política del ladrillo ha sumido en la pobreza a los trabajadores españoles durante varias generaciones. Maravillosa economía en la que 1000 euros cunden menos que 100.000 pesetas del siglo pasado…
Hace un par de años, en plena época dorada de los tipos de interés irrisorios, un banco español emitió unos bonos con un interés nominal bastante por debajo del precio del dinero en el mercado. Es decir, que quien invirtiera un millón en aquel bono acabaría perdiendo un 2% anual, en comparación con lo que le rendiría en una cuenta a plazo fijo. Sin embargo, y gracias a una excelente campaña de márketin, el papel se agotó en tiempo récord. Cuando preguntaron al responsable del banco por aquella jugada tan rastrera, el directivo respondió con total sinceridad: «Es que en España hay mucha incultura financiera».
Y a mí me da que en política, en nuestra actual campaña electoral, pasa casi lo mismo: que en España hay mucha incultura económica.

lunes, 18 de febrero de 2008

De la oscuridad en la escritura


Tranquilo: a pesar de lo que pudiera parecer, no es mi intención hablar de caligrafía gótica. No. Aunque alguna conexión podría buscarse; no en vano, "gótico" fue el adjetivo con el que los humanistas italianos, con Vasari a la cabeza, pretendían menospreciar al estilo de la arquitectura bajomedieval. "Gótico", es decir, "de los godos"; bárbaro, feo y oscuro era lo que querían decir. Y "oscuros" se les llama también a los modernos "góticos", tribu urbana de última hora, epígonos de los "siniestros" ochenteros y última mutación
del contradictorio romanticismo.
De lo que quería hablar, en fin, era de la exactamente de la oscuridad en la escritura, es decir, de esa forma de entender la literatura como un ciencia de la adivinación y el texto como una suerte de criptograma.
Vaya por delante que mis preferencias están muy lejos de esos postulados: no me excitan nada el texto denso, que precise cuchillo y tenedor, los alardes de retórica o los muestrarios de léxico moribundo. Cierto que el "cómo lo cuentas" es tan importante como "lo que cuentas", pero no creo que el verdadero placer de la literatura esté en descifrar mensajes voluntariamente complejos. Al menos, no el placer que yo busco.
Y es que el asunto es personal —«¡cómo no!», te preguntarás, «si toda literatura es personal»—: en muchas ocasiones me he visto señalado como un escritor "flojo" o, incluso, "comercial" —si es que eso puede verse como un defecto— por el sencillo motivo de que mis textos eran accesibles, porque los podía entender cualquiera. Parece una tontería, ¿verdad? Pues cuanto más tiempo pasa, más evidente resulta que es una tontería. Sin embargo, sucede que uno no puede escapar de sus orígenes y, siendo de León, el asunto de la oscuridad resulta especialmente sangrante.
No voy a entrar ahora en grandes explicaciones socio-literarias y mafioso-trepadoras, pero esta situación tiene mucho que ver con la figura hegemónica de la literatura leonesa del siglo XX: Antonio Gamoneda. Dice el maestro, de cuando en cuando, que él practica una escritura "voluntariamente oscurecida". Y no por escapar del censor, sino que lo hace por motivos estéticos, y supongo que también éticos. Y a mí me parece una postura encomiable: es su estilo, y a través de esa oscuridad traza una semblanza incomparable de la soledad del hombre ante el mundo contemporáneo.
Lo que ya no me gusta tanto es la "escuela" que produjo esta posición artística. Y es que la capital del invierno está tan llena de frío como de poetas, y la inspiración del maestro llegó a calar tanto que sin conocer la obra de Gamoneda resultaría incomprensible la gran mayoría de la producción poética posterior. A lo que se podría añadir que, incluso conociéndola, esa producción de segunda hornada sigue resultando incomprensible.
Aunque este fenómeno no es algo aislado, localizable en León y con un epicentro claro: no encontramos con él en todas partes, a la vuelta de cualquier página o en las conferencias más inesperadas. En verso y en prosa. En crítica o en la prensa. En el norte y el sur. Y todo porque la "oscuridad" parece ser sinónimo de "calidad".
Y a veces surgen las tentaciones: ¿por qué no escribir un texto incomprensible, que demuestre la profundidad de mis reflexiones, imposibles de plasmar si no es en un discurso abigarrado e inaccesible? Y es que es tan grato inflar el ego, y tan reconfortante para el lector sentirse un elegido, miembro de la élite capaz de tragarse textos tan elevados y compactos como si fueran aspirinas. Claro. Si es que es maravilloso todo: a un lado, un escritor capaz de retorcer la lengua hasta exprimirla como un limón, y al otro un lector que degusta el exquisito y selecto producto. Sólo queda saber qué fluye entre ambos, porque yo tengo la sospecha de que, detrás de tanta oscuridad, de tanto poso del tiempo y sedimento de siglos, hay poco. Poco, muy poquito. O, más bien, nada. Palabras. Sí, sí, sólo palabras, de esas mismas que se lleva el viento.
¿Que escribir con claridad tiene poco mérito? Por supuesto, es mucho mejor emular al Yoda de la Guerra de las Galaxias. Venga ya.