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domingo, 15 de abril de 2007

Puretas vs. enrollados


No sé si a ti también te ocurre, pero creo que a los que crecimos en los años ochenta y vimos cómo era y qué hacía entonces la generación anterior a la nuestra —nuestros hermanos mayores, por decirlo así— nos resulta incomprensible el giro hacia el puritanismo y la mojigatería que se está imponiendo actualmente. ¿Que de qué hablo? De la persecución a los fumadores, por ejemplo. De las “puertas al mar” que quieren ponerle a las bebidas alcohólicas. De que los gobiernos se preocupen de si la talla 40 es en realidad una 40 ó una 34 encubierta. No sé, pasa algo raro, ¿no te parece?
Cuando yo era un crío —pero un crío-crío, con catorce años, un tupé-cresta y una chupa de cuero en la que habríamos cabido tres o cuatro golfillos— me fascinaba la generación anterior. Era la gente de la “movida”, que también consiguió llegar a provincias, y creo que en las ciudades pequeñas resultó mucho más interesante y catártica que en el “foro”.
Recuerdo que me pasaba las tardes con mi tío Cuqui, que había abierto el primer pub nuevaolero de León, el “Rosales”, y siempre estaba rodeado de la gente más activa. Artistas como Escanciano, el dibujante Martín, una escultora —a la que los Deicidas dedicaron una canción: “Dora, Dora, vuelve a ser la de antes”—, músicos, poetas y demás gentes del malvivir, en una perpetua fiesta de imaginación y excesos. Ésos eran los “enrollados”, que habían tomado al asalto el casco antiguo, el “Barrio Húmedo” y, de espaldas al provincianismo institucional, hicieron cosmopolita a la vieja ciudad.
Estos enrollados eran conscientes de su identidad, aunque la marcaban de un modo negativo: señalando a los demás como “puretas”. A mí no sólo es que, como principio, me molesten las etiquetas, sino que la propia palabra me desagrada —vamos, que me “da lacha”, que decíamos entonces—. Pero, cuestiones eufónicas aparte, el término cumplía perfectamente con su función descriptiva.
Puretas, porque se escandalizaban ante la sexualidad.
Puretas, porque no aprobaban la estética del momento.
Puretas, porque censuraban los escarceos con ciertas sustancias —ya sabes, aquello de que “el cuerpo es un templo”, etc.—.
Puretas, porque tenían una visión convencional de la vida y una ideología conservadora.
En realidad, si lo piensas bien, es hasta gracioso: los puretas, los puritanos, eran los que se consideraban a sí mismos “gente decente”, “personas de bien”. Es decir, los que hasta entonces habían estado poniendo etiquetas a los demás: “vago”, “degenerado”, “perdido” —y cosas peores que mejor no pondré, no vayamos a despertar viejos fantasmas—. La cuestión es que se había producido un gran cambio social: los jóvenes como colectivo estaban sacando pecho, como diciendo: «Aquí estoy, ¿qué pasa?».
Cierto que todo esa “movida” al final no sirvió para nada concreto, pero “ahí estaba”, eso es innegable.
Y ahora, ¿qué? Resulta que han pasado veinte años, y se ha producido un relevo generacional. Los que ahora ocupan los despachos, escaños y otros antros del poder son los mismos que entonces tomaban cañas de madrugada, saltaban en los conciertos y se las daban de “posmodernos” —que era “lo más” de las autodefiniciones—. Y ahora, travestidos de ministros, de directores generales, de sub-vice-contra-retro-secretarios de estado vienen a decirnos que no, que los jóvenes ya no pueden fumar, que no hay que cerrar los bares, que si el alcohol no procede, bla bla, bla bla. Claro, todo muy “enrollado”. Si hasta se hacen fotos con Almodóvar y presumen de escuchar a Sabina, como si eso les acercase lo más mínimo a la realidad social española.
Ojo, tampoco es que ellos hayan inventado nada, qué va. Doctores tiene la Iglesia, como alguno que de joven corrió por medio mundo, probó todos los pecados y hasta inventó alguno, y ya en la edad adulta vio la luz y se arrepintió. Y luego predicó para que ninguno siguiera sus pasos errabundos.
Si al final va tener razón Álvaro Valderas, cuando dice que la izquierda es lo contrario del gobierno.
Marcuse nuestro, ¿por qué nos has abandonado?

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