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sábado, 22 de marzo de 2008

El reparto del pastel


Tanta sexta potencia mundial y tanto triunfalismo; tanta globalización y sociedad de la información; tanta promesa electoral y tanto papel couché; tanto progresismo y tanta caridad; tanta corrección política y tanta discriminación positiva; tanta macroeconomía y tanto cuento y, al final, resulta que una mañana cualquiera cierras el periódico, apagas la tele y la radio y te desconectas de internet, y nada más salir de casa te das de bruces con la cruda realidad. Realidad en forma de indigencia, como la que me ha golpeado esta mañana. Una tímida llovizna complementaba al frío riguroso de León cuando saqué al perro a pasear; cruzamos la zona nueva de La Palomera, con sus elegantes edificios de pisos a cuarenta millones, sus columpios nuevos, su zona deportiva y su generoso parque. Hasta que me fijé en que por el césped pululaba un hombre, o lo que quedaba de él, afanándose por recoger del suelo cualquier objeto que pudiera resultarle útil antes de que llegaran los barrenderos.

Imagino que el botín del pobre hombre, con el que llenó su bolsa de supermercado, no eran más que los restos de un pequeño botellón. Desperdicios para nosotros, y un tesoro para él.

Dice mi amiga Gema, que es asistente social y conoce de primera mano el paño, que no nos gusta ver la realidad, que preferimos no saber determinadas cosas. Y tiene tanta razón...

Mucho hombre en la Luna, mucha alianza de civiliazaciones, mucho himno, mucho tanque, mucha guerra del petróleo, y ahí sigue la pobreza, en cualquier calle, en el mismo parque en el que luego vamos con nuestros hijos a jugar al balón y a disfrutar de la vida. Porca miseria.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Más artículos en papel prensa

El diario Alerta publica esta mañana en la sección de opinión mi primera colaboración con este periódico. Se trata de un artículo acerca de la eliminatoria de copa que disputa el Racing esta noche.
Al texto se puede acceder a través de la web de Alerta, o pinchando en la imagen adjunta.
Atentos porque pronto habrá más papel.



viernes, 7 de marzo de 2008

La obsesión con la calidad

«Dame calidad», cantaban hace veinte años Ciudad Jardín. Claro que luego decían «Beber, beber y bailar», y la cosa se embrollaba un poquito. Pero bueno, lo de la calidad al final se te quedaba, que es lo que importa. Y luego te vuelve a la mente en cualquier momento; como, por ejemplo, mientras haces un máster y te meten una chapa de cinco horas sobre "Gestión de la calidad".
¿A qué tanta obsesión con la calidad, pudiendo pasar la tarde de paseo por el Sardinero o echando la siesta?, te preguntarás. Pues tiene su sentido, porque la calidad, a pesar de todo, no deja de tener su importancia.
Resulta que los controles de calidad, que en Estados Unidos y Gran Bretaña habían comenzado a aplicarse tímidamente a principios del siglo pasado, se volvieron imprescindibles durante la segunda guerra mundial. Al parecer, las armas aliadas no funcionaban demasiado bien —tenían mucha tendencia a encasquillarse—, lo que solía desembocar en ciertos riesgos para la salud y la supervivencia de sus esforzados soldados.
Entonces uno se imagina a Brus Güilis que se tira en paracaídas, nada tres millas por el Atlántico, repta por una playa de Normandía, sortea varias minas, salta las trincheras como si fuera Carl Lewis, cruza la línea de fuego y rodea él solito a todo el ejército alemán. Y cuando ya tiene encañonado a un pobre enemigo, al que ha pillado lavando la muda de invierno o escribiendo cartas a la novia, y el Güilis se lo toma con calma antes de apretar el gatillo, encendiendo un lucky con su zippo y soltando alguna chulería vaquera, precisamente en ese momento, se le encasquilla el fusil. Y se le hiela la sonrisa. Porque entonces el alemán le mira fijamente, levanta su Mauser Schnellfeuer y le dice:
—Deustche Qualität.

…justo antes de vaciar el cargador. Así que, vistas así las cosas, igual el rollo este de la calidad y demás sí que tenían cierta razón de ser, ¿no?

jueves, 6 de marzo de 2008

Dos chinos en un vino español

Hace un par de semanas estuvimos en la presentación de «Fifty-fifty», una novela que ha escrito Manuel Roca, que es nada menos que el director —y factotum, porque en realidad está él solo en la oficina— de la sucursal de la caja de ahorros del campus universitario.
Como a veces soy un poco malévolo, cuando me enteré de que Manolo escribía me dio por emular a Pessoa
y le puse el mote de «el banquero poeta». Y eso que, ni es banquero —yo soy más de cajas, por motivos ideológico-familiares— ni escribe versos. En fin, sólo espero que no se entere del apodo.
El caso es que el banquero poeta consiguió publicar su libro, y hasta que le llamaran del Corte Inglés para presentarlo. Y allí acudimos nosotros, para apoyar a Manolo, en plan clac. Y ni falta que hacía, porque se llenó la sala y la cosa fue todo un éxito.
Hay que reconocer que los de Ámbito Cultural/El Corte Inglés saben hacer bien las cosas; y no lo digo por el acto, que fue un poco como todos los estrenos —con el autor como un flan, vamos—, sino por el ágape con que obsequiaron a la concurrencia después de los discursos: rabas, jamoncito, canapés... un lujo, vamos. Si se corriera la voz de cómo son estos actos culturales, habría llenazo siempre.
Pero lo más interesante estaba por llegar; el pequeño Javier, que nos había acompañado a la presentación —bueno, sí, que le habíamos llevado casi de la oreja, claro—, hizo muy buenas migas con los sobrinos de Manolo. Y, cuando ya nos íbamos, nos despedimos de los niños. El mayor de ellos, que tendría ocho o nueve años, me estaba estrechando la mano, muy formalito, cuando de pronto se le iluminó la mirada y me dijo:
—¡Anda! ¡Pero si tú eres chino como yo!
Alucinado me quedé. Entonces me fijé bien en su cara, en sus ojillos ovalados, rasgados como los de los orientales, lo que se dice "achinados".
—Claro, hombre, de toda la vida; si es que los chinos somos los mejores…
Sólo que el chico era rubio, un caucasiano de libro; y yo chino, lo que se dice chino… Hombre, igual alguna vez puedo llegar a chinarme y tal, pero que yo sepa… yo soy de la Palomera de toda la vida.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Lo que no voy a votar el domingo

Es una proporción inversa: cuánto más información política recibo, menos me apetece ir a votar. Y el caso es que antes me gustaba; todo el rollo político, quiero decir. Pero claro, una vez que ya lo has visto por dentro, que conoces las entrañas de la bestia, como que ya no hay quien se trague nada. ¿Programas? ¿Ideologías? ¿Promesas? Ja, ja y ja. Vamos, hombre, ya está bien.
A Pilar, no obstante, parece que le ha embargado el sentido cívico —o los anuncios de Isabel Coixet, quién sabe; por cierto, ¿el tío de la barba que lleva a su madre a votar al PP es Vigalondo?— y lleva unos días sacando el tema, supongo que para ver por dónde van los tiros este año.
La verdad: ni idea. Lo único que tengo claro es que ninguna opción me entusiasma, así que no sé qué haré. De momento, tengo que tomar tres decisiones:

Primera: ¿Voy o no voy a votar?
Para empezar, no tengo tan claro el presupuesto de que la abstención perjudique a la izquierda. De hecho, los votantes de derechas se han quejado tradicionalmente de lo mismo: de que los suyos se quedan en casa, mientras que, de los otros, no se queda ni uno sin votar.
Para continuar, ¿sirve de algo votar? En Barcelona, en las últimas municipales, más de la mitad de los ciudadanos censados no votaron. Y no pasó nada. Ni un editorial incendiario, ni un reproche democrático. Nada. Y los afortunados cogieron el bastón de mando sin importarles no contar con el voto de la mayoría absoluta de sus votantes.
Finalmente, ¿es una obligación ética? Los políticos reclaman el voto —aunque votes al PP dice ahora el PSOE, con un morro que se lo pisan—, pero es que ellos tienen una visión patrimonial del asunto: nosotros no somos ciudadanos (es decir, personas libres, con nuestras ideas, matizaciones ideológicas y posibilidad de discrepar), ni mucho menos; nosotros somos "su" electorado. Aunque lo único que nos den en toda la legislatura sean disgustos.

Segunda: ¿Votar en blanco o votar a un partido?
Aceptemos que hay que votar, aunque sólo sea por lo mucho que sufrieron nuestros antepasados para conquistar ese derecho. Y ahora, ¿qué?
Si te pasa como a mí y eres uno de los descontentos con el sistema —dentro de ese amplio abanico que va desde el desencanto hasta el cabreo—, seguro que has pensado en el voto en blanco o en el voto nulo. En principio, parece una forma muy eficaz de protesta: si no votas, no queda claro cuál es el motivo. Pero si votas en blanco, está claro que el tuyo es un voto de castigo. Aunque, como no hay nada regulado al respecto, en la práctica esos votos se ignoran, y al final es como si tu hubieras abstenido. Lo del voto nulo es aún peor, porque puede llegar a considerarse incluso un error material.
Otro problema serio es el sistema de partidos y listas cerradas. Y es que nos toman el pelo, con tanta sonrisa de ZP y Rajoy, cuando en realidad luego llegas al colegio electoral y tienes que votar por un tal Sieso y una tal Salgado. Porque resulta que en estas elecciones, aunque todos pensamos que elegimos presidente, en realidad escogemos al poder legislativo. Y a un buen montón de diputados que ni siquiera conocemos. ¡Y eso que casi siempre son los nuestros!
No es que nuestra democracia sea imperfecta, y manifiestamente mejorable. Qué va; lo que pasa es que es una mierda.

Tercera: ¿A qué partido votar?
Supongamos que, a pesar de todo, queremos dar nuestro voto a algún partido. Antes de decidirse, sería conveniente conocer toda la oferta, por lo que me pongo manos a la obra y encuentro una lista de partidos y candidatos por la circunscripción de Cantabria. Y entonces los analizo uno a uno:

Ciudadanos en Blanco

La oferta de este partido es, cuando menos, curiosa: tú les votas, ellos acceden al cargo, pero luego no van a los plenos, para que sus sillones vacíos sean una especia de insulto a un sistema que menosprecia el hecho de que sus ciudadanos no voten.
Creo que no les voy a votar; la idea no es mala, pero me temo que eso mismo ya lo hacen un buen montón de diputados, y de los partidos normales, que se piran las sesiones con el mayor de los descaros. Cierto que son un rollo y un puro formalismo, pero ya que cobran, que se aguanten y hagan el paripé, ¿no?
Y luego está el riesgo de uno de estos ciudadanos blancos, una vez elegido, se lo piense dos veces y decida hacerse tránsfuga y pasarse a un partido "de verdad".

Ciudadanos Partido de la Ciudadanía

La propuesta más literaria: Azúa, Boadella, Espada... La opción tolerante y no nacionalista me despierta grandes, muy grandes simpatías. Aparte de que, con lo que han sufrido los pobres, como para no empatizar.
Sin embargo, le encuentro dos problemas: después de las movidas por las candidaturas —en especial en Barcelona—, me ha parecido que funciona como cualquier partido: trepas y aparato. Por otro lado, y en una escala regional, no han sabido hacer llegar su mensaje; tanto, que ni siquiera sé quiénes son sus candidatos. Igualito que sucede con los grandes partidos, parece que pretendieran que votase al señor Fernández del Campo sólo porque simpatizo con la actividad de Ciutadans en Cataluña.

Democracia Nacional

El nombre suena muy bien, pero tiene truco; basta con ver su eslogan electoral: «Los españoles primero». O sea, que de "democracia", como mucho "democracia orgánica". Les delata también, cómo no, el apellido "nacional". Triste, muy triste, que Victor Klemperer tuviera tanta razón al denunciar la manipulación ideológica del lenguaje en su «Lingua tertiae Imperium»: hay palabras que quedan malditas durante generaciones.

Falange Auténtica

Lo de ser auténtico tiene su miga, aunque en este caso el asunto no esté tan claro. ¿Cuál es la buena, ésta o la de las Jons?

Falange Española de Las Jons

Malos tiempos para la "tercera vía" a la española; sin embargo, son persistentes cual pertinaz sequía, y año tras año se concurren a las elecciones, inasequibles al desaliento. En fin...

Izquierda Unida

¿Qué se puede esperar de un partido que comienza su campaña electoral en el "Matadero" de Arganzuela? Vale, sí, es un centro cultural, pero es que el nombre es premonitorio. Y ahora ni siquiera tienen un líder carismático. Aunque, visto lo sucedido con Anguita —al que todos valoraban como el mejor político, pero luego no le votaban—, casi que ni falta que hace.
¿Por qué no votar a IU? Para empezar, es una coalición, pero el núcleo duro sigue siendo el PCE. Y comunistas ya no quedan; eso de la fe ciega, la obediencia, el Partido... ¡uff, qué miedo! Claro que esa "parroquia" le va a durar poco, porque la esperanza de vida, por mucho que crezca, tiene un límite, y a la generación "machista-leninista" —según la definía mi amigo Alejandro López— le quedan dos primaveras.
Luego, también ayuda su postura ambigua con Herri Batasuna en la última década.
Y, para rematar —y eso es una impresión personal—, no consiguen entrar en sintonía con las nuevas inquietudes sociales, por mucho Second Life que se curre Llamazares. ¿Será que el mundo ha cambiado y ya no queda sitio para el idealismo? ¿O será que nos hacen falta nuevas utopías?

Los Verdes-Ecopacifistas

No sé si este partido es verde o, en la terminología ideada por Jorge Riechmann, roji-verde. Lo que sí opino es que la ecología, el pacifismo incluso, no es en sí una opción política, y que no procede articular un partido con tan escasa base ideológica. ¿Qué votarán cuando se debata la Ley de Educación? ¿Exigirán una asignatura de medioambiente y se abstendrán cuando se hable de matemáticas y latín? ¿La política lingüística de Cataluña es ecológica? ¿Y la igualdad de género?
Tenemos mucho que agradecer a los ecologistas y a los pacifistas, y de hecho creo que su mensaje ha calado, y mucho, en toda la sociedad española. Pero su lugar no es el Congreso. Quizás deberían retomar a Rudi Dutschke y su "oposición extraparlamentaria".

Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal

Bueno, ¿qué decir de esto? Mi amigo José Montenegro me pasó un correo pidiendo que, si no sabía a quien votar, votase por éstos. Lo que pasa es que yo aún no tengo definida mi postura sobre los toros; está entre un «no, pero bueno, es que…» y un «sí, pero casi que no…». Y vamos, que lo de los ecologetas no da para un partido, lo de estos... qué te voy a contar.

Partido Comunista de los Pueblos de España

Hacer la guerra por libre debe de tener mucho mérito, pero esta escisión auténtica del PCE da un poco de miedo: en la cabecera de su web tienen a Lenin, Marx, al Che y a un tío de bigotes que no identifico. Además, usan la bandera de los soviets, con la hoz y el martillo. Yo hasta que no pongan ahí un ratón o un teclado ni me pienso plantear leer su programa.

Partido Familia y Vida

Ni sabía que existieran, pero sacaron 35000 votos al Senado en la últimas generales; aunque se declaran transversales —¿transverqué?—, aconfesionales y prácticamente apolíticos, en realidad son un ala dura escindida del PP que realmente tiene sus ejes en la "familia" —no a los matrimonios gays— y la "vida" —no al aborto—. Sin comentarios.

Partido Humanista

Lo de "humanista" suena de cine, pero esto ya me suena desde hace más de veinte años. Entonces apostaban a unas chicas muy amables en el Arco de la Cárcel, que se dedicaban a abordar a los adolescentes que pasábamos por allí e intentar afiliarnos por las bravas. Una versión callejera de la "puerta fría", vamos.
Sin embargo, no tenían mucho éxito, a pesar de un programa muy enrollado y posmoderno. Sonaba como a un anarquismo parlamentario, algo chocante. Al final, se les llenó de sede de gamberros —Raposo, Suárez, Juanele y otros chavales del colegio presumían de ir allí «a esnifar pegamento»— y la cosa se quedó en nada.
Su promoción y su difusión es mínima, aunque su programa es sencillamente maravilloso. Lo que pasa es que yo ya no me fío de las palabras bonitas.

Partido Popular

¿Por qué no votar al PP? ¿Por Rajoy? ¿Por Aznar? ¿Por Sieso? Me parece un partido que ni siquiera se ha reconvertido en neoconservador. Han preferido fichar a una "estrella" en lugar de renovar una plantilla demasiado marcada por el enjuague post 11-M. Rajoy se la juega en un último intento, no sin antes intentar cortar la cabeza a un candidato más amable —al menos en las formas, porque en el fondo puede ser aún mas conservador—, como era Gallardón, así que no quiero ni pensar qué puede ocurrir si "hereda" el partido la antigua Ministra de Cultura, la de las sonoras meteduras.
Pero, sobre todo, como leonés, me niego a apoyar a un partido que no se moviliza por la autonomía leonesa.

Partido Socialista Obrero Español

A estos sí que los conozco. Esos mismos que se quitan la corbata en campaña y se la vuelven a poner para jurar el cargo. Que gobiernan con "gestos" para ganarse a las minorías y pasan de la mayoría. Que viven del encanto de la izquierda, sin ser de izquierdas. Que nos chantajean sentimentalmente para arrancarnos el voto. Mucho talante, pero ¿por qué no ha habido primarias?
Por otro lado, lo de los apoyos estelares me parece innecesario: todos esos pájaros ya sabíamos de sobra de qué pie cojeaban.
En lo personal, uno de sus candidatos al congreso, Regino, me cae muy bien, pero no está en puesto de salida. Y, en lo más hondo, me niego a votar a un político de mi tierra que no hace nada por la autonomía leonesa. Para mí, está al mismo nivel que Martín Villa, que ya es decir.

Unión Progreso y Democracia

Savater me encanta, pero la cara visible, Rosa Díez, es una ex del PSOE, lo que suelta cierto tufo a política profesional.
Personalmente, me gustaría que este partido —igual que Ciudadanos— obtuviera unos resultados espectaculares; incluso querría que sustituyeran al PP y al PSOE en la arena política, para dar en el hocico a una clase política que no se merece nada.
El único problema es que aún no tengo muy claro cuál, si UPD o Ciudadadanos, es de derechas y cuál de izquierdas. Y la sospecha, por supuesto, de que en un par de legislaturas se acabarían las buenas intenciones y se convertirían en partidos normales y corrientes.


En fin, que tengo hasta el domingo para decidirme y sólo sé qué no hacer. A ver si al final, como pasa en el anuncio electoral, llueve a cántaros y me tengo que quedar en casa...

martes, 4 de marzo de 2008

El nuevo disco de Airbag





[Durante la lectura de este post os recomiendo que tengáis abierto en otra ventana el Myspace de Airbag, en especial la canción "Ahí viene la decepción". Se trata de ponerle banda sonora al artículo, pero sin liarla con los derechos de autor]


Siempre me pasa igual: cada vez que recibo un nuevo disco de Airbag sufro una pequeña decepción. Claro que se pasa enseguida: con la segunda audición mejora bastante mi opinión, y a la tercera ya estoy completamente cautivado.
Imagino que se debe a que mis expectativas suelen ser excesivamente altas: no sólo espero que el nuevo disco sea mejor que el anterior; espero que sea el mejor de la historia. Y es que Airbag es mi grupo favorito de todos los tiempos —con permiso claro, de Los Nikis y de Los Nikis de Queens (también conocidos como "Ramones"). Para haceros una idea aproximada de cuánto me gustan Airbag, bastará con un par de datos: su disco es el único que me he comprado en 2008. Y llevaba desde 2005 sin comprar ninguno. El anterior había sido «¿Quién mató a Airbag?», por supuesto.
Sí, sí, ya lo sé, se podrían decir muchas cosas acerca de mis hábitos de consumo, y seguro que a la SGAE le encantaría el debate, pero lo dejaremos para otro momento. Sólo decir que, si Airbag sacara discos más a menudo, yo aumentaría mi presupuesto para música.
«¿Por qué nadie conoce a Airbag?», me preguntaba Javierín hace unos días. Claro que él ponía su vocecita de mimos y acababa la frase con un "papi", pero la pregunta no dejaba de ser peliaguda. Sobre todo, porque los dos llevábamos una semana canturreando como locos las canciones del nuevo disco, y yo me acababa de dar cuenta de que quizás estuviera lanzando a mi hijo por la pendiente de la marginalidad y el rockanroll —por el mal camino, vamos—, sin tener en cuenta que las malas influencias no tienen que venir necesariamente de puertas afuera.
Así que, ¿qué decirle? ¿Me marco un clinic de tres minutos y le explico cómo funciona el mercado de la música? ¿O mejor esquivo la pregunta y nos vamos a echar unas canastas? Como no quería romper su pequeño e incipiente corazón de rockanroll, opté por la salida clásica: el elitismo. «Porque la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es buena música», le dije. Con un par. Y no veas lo a gusto que nos quedamos los dos, con la música a toda pastilla y cantando/gritando "papa papa papá papá papá papapá".

El caso es que, más tarde, me quedé pensando en todo aquello. Rock y elitismo. Identidad y cultura urbana. Y mientras tanto escuchaba la mejor canción del disco, la del "papapa…" que no podemos quitarnos de la cabeza ni el niño ni yo. Se llama «Ahí viene la decepción», y es una de esas raras canciones pop en las que el título no es parte del estribillo —lo que le resta proyección comercial, a juicio del siniestro Julián Hernández—. Aparte de lo cañera que es, tienen una letra muy interesante.
Nos habla un chico que espera para entrar a un local en el que se escucha música punk o new wave (The Jam, en concreto), y de pronto aparece una chica espectacular, que lleva una camiseta de los Clash. El chaval sufre un deslumbramiento instantáneo —suponemos que tanto por el físico arrebatador como por la coincidencia de gustos musicales— y la entra sin contemplaciones. Pero enseguida se da cuenta «que no eras como yo imaginé que eras», porque «no sabías nada de los Clash, ni del '77; la camiseta era de temporada en H&M». De ahí, la gran decepción.

¿Había contado ya que Airbag es un grupo punk? Bueno, sí, punk ramoniano y tal —los alemanes más crueles lo llaman "Kinder Punk", hay que joderse—, pero, para mi gusto, se trata de la mejor música del mundo. Y esta canción, que no es exactamente punk en lo estético, sí que lo es rabiosamente en su mensaje.
No me refiero al sentimiento aristocrático de los punkis; y eso que, para quien recuerde los ochenta, es inolvidable cómo se sentían dos palmos por encima de los demás... claro que las crestas a base de jabón y las Doc Martens contribuían bastante. Ese orgullo grupal era algo compartido por todas las tribus urbanas de la época: mods, rockers, heavies... Es más bien un rasgo definitorio de lo contracultural, una autoafirmación como reacción a la marginalidad.
Creo que eran los de La Polla Records los que cantaban lo de "punkis de postal"; también hubo otro himno que rezaba "moda punk en Galerías"... Los punks "auténticos" se enojaban ante los "punks de escaparate", y Loquillo se jugaba su carrera discográfica con una travesura en una cara B: «No bailes r'n'r en El Corte Inglés», en la que aconsejaba: «agáchate, que te tienen que entrar bien». Todos, de manera más o menos rudimentaria, clamaban contra la utilización comercial de sus señas de identidad.
Cierto que sobre esto se podría debatir largamente —¿esas señas de identidad eran realmente suyas? ¿Seguro?—, pero es innegable que el poder del mercado es tan grande, que es capaz de devorar cualquier manifestación subversiva, desmontarla, y aprovechar su propio tirón para devolvernos el golpe. A los chicos de Airbag les ocurrió con una camiseta de los Clash —quizá los más comprometidos del movimiento punk— que ocultaba un corazón pijo hasta la médula.
No sé si Adolfo, el letrista del grupo, pensaba en Guy Debord mientras escribía esta canción. No sé si le interesa el situacionismo o la sociedad del espectáculo, pero su texto ilustra a la perfección lo que el filósofo francés definió como "recuperación", que es un mecanismo del mercado para absorber corrientes revolucionarias, vaciarlas de contenido y utilizarlas luego como iconos o reclamos comerciales. El ejemplo paradigmático es la foto del Che, la famosa.
En fin, que os recomiendo que compréis el disco de Airbag: no sólo mola mucho, sino que además son hasta filósofos, ¿qué más se puede pedir? A ver si otro día me acuerdo de hablar de otra de sus grandes canciones, «Fumador pasivo empedernido».
Por cierto, que el niño me ha pedido que le compre un niki de Los Ramones. ¿Alguien sabe si lo venden en H&M?