Este blog ya no está activo. Por favor, visita mi nuevo blog en El Diario Montañés: Llamazares en su tinta.



jueves, 3 de diciembre de 2009

Hasta aquí hemos llegado

Pero no se vayan todavía, ¡aún hay más!


Cómo me gustaba, de crío, esta frase. Quería decir que lo bueno continuaba, que podría pasarme unos minutos más viendo dibujos animados. En fin, vamos al lío.

Pasaba por aquí para dar oficialidad a lo que ya es un hecho consumado: este blog ha muerto.

Supongo que no lo regué bastante, que no lo vacuné a tiempo, que lo he matado a disgustos, qué sé yo... el caso es que el pobre no ha resistido el invierno, y no ha llegado ni a comer el turrón.

Y es que lo de ser nadie era demasiado fácil. Ni siquiera había que esforzarse mucho. A poco que te descuides, eres como aquel muñequito con sombrero que vive en los semáforos de peatones, atrapado en un cajetín del que no puede salir por mucho que salte intermitentemente.

Pero tranquilos, que no todo es malo. Este blog descansa en paz, pero aquí el don nadie que se ocupaba —o desocupaba— de quitarle el polvo y limpiar los cristales ha recogido todos los bártulos y se va con la música a otra parte. A esta, en concreto:

http://blogs.eldiariomontanes.es/sinpapeles/


No prometo nada, pero sí que voy a intentar que en este nuevo blog —apadrinado por mi nuevo periódico, El Diario Montañés, en el que empiezo a colaborar esta semana— se mantenga no sólo el espíritu jocoso (y algo tocapelotas) que siempre me ha caracterizado, y además trataré de retomar el ritmo de los días gloriosos en que conseguía publicar cinco posts por semana.

Deseadme suerte.
Un abrazo a todos, os espero en el nuevo blog.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Fetichismo del marcapáginas


Un amigo me ha dado el chivatazo: parece ser que alguien quiere vender los marcapáginas que ha diseñado la editorial para promocionar mi libro.
No voy decir que no me haga gracia, pero vamos, por mucha crisis y mucho coleccionismo que le echemos, pedir 50 pelas por un papelín que te dan gratis en cualquier librería...
Aún a riesgo de que me acusen de enemigo de la iniciativa y de la libre empresa, estoy por pedirle a la editorial un taco de marcapáginas, y al que le haga ilusión le regalo el marcapáginas firmado. Y gratis.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Rock in wild Forest: 25 años de los Deicidas


Gira 25 aniversario de los Deicidas. Es 4 de septiembre y tocan en un pueblín de Léon. Matadeón de los Oteros. ¿Y dónde está eso? Cincuenta kilómetros de la capital, trescientos desde casa. En fin, cualquier lugar es bueno para el rocanrol. Así que hasta allí nos fuimos. Como si aún colearan los ochenta, Morti se puso las gafas de aviador y yo me calcé las wayfarer —a fin de cuentas, en la movida todo era apariencia, ¿no?—, y nos lanzamos a devorar carretera, en nuestro particular Highway to Hell.



Pueblo de adobe, unas cincuenta casas. Noche negra y calles vacías. ¿Nos habremos equivocado de sitio? Igual era en Matanza, o en Matanzos, vete a saber. De pronto nos cruzamos con tres peatones y sí, en efecto, hay concierto en las Escuelas. Todo recto y a la izquierda. No hay ni un coche, pero una barraca de feria y nuestro agudo instinto noctámbulo nos dice que la juerga será en un edificio cercano —lo de que no paren de entrar y salir adolescentes etílicamente eufóricos también nos ayuda a orientarnos, claro—. Pero el caso es que aquello no suena a mucho rocanrol.

Entramos y casi salimos corriendo: sobre el escenario, tres tipos nada vacilones están tocando pasodobles, o rumbas, o como coño se llame la cosa esa que tocan en las fiestas de pueblo. Morti mira al pavo del micro, un sesentón de pelo blanco que canta con los ojos cerrados, como si le pusiera mucho sentimiento o sufriera un apretón, o las dos cosas a la vez, y me suelta: «Vaya, o Zapico ha desmejorado mucho, o estos no son los Deicidas». ¿A que nos hemos equivocado de día?

Por suerte, al otro lado del antiguo salón de actos hay un aula reconvertida en bar. Dentro no sólo no se escucha la pachanga, sino que además nos aclaran el orden de día, o más bien de la noche: «El concierto empieza a las dos y media. Pero primero tocan unos chavales de Gijón, así que empezarán a las tres y pico. Eso sí, lo normal es que se retrasen, así que contad con que la cosa sea más bien hacia las cuatro». Las cuatro… Miramos el reloj y eran las doce en punto. Que ya no tenemos edad para esto, que no son horas. Teníamos que haber ido al concierto en la Catedral, que te lo dije…


En vez de discutir, nos apretamos a la barra. Garrafón del bueno, precios populares y chavalería en el tanteo previo de primera hora. Defendimos un rato nuestra posición, y al rato nos fuimos a hacer tiempo dando una vuelta. A la entrada del pueblo habíamos fichado un bar, que prometía mucho con su cartelón de Degustación de queso. Y degustamos y repostamos, mientras al fondo del local la banda empezaba a calentar, amenazando con acabar con las existencias del garito. Y en estas que se acerca la hora del concierto, y a una parejita de la Guardia Civil les da por aparcar en lo oscuro, a la puerta del bareto. ¿A que no hay huevos a coger el coche ahora?

Casi las dos y media cuando volvemos a las Escuelas. Zapico ya ha aparecido y nos recibe como si nunca hubiera visto un fan. Qué grande es el tío. Nos fijamos un poquito y empezamos a ver caras conocidas: no hemos sido los únicos pirados que viajan para el concierto. Dos docenas de capitalinos, de distintos pelajes, nos mezclamos con los indígenas. De pronto arrancan los teloneros y los tres acordes del Blitzkrieg Bop me seducen como el canto de las sirenas homéricas. Sobre las tablas, tres chavales con gafas de sol de carallo braman el jeijó, lesgó y empezamos a dar botes. Y simultáneamente se inicia el desfile de boinas y bailonas que dejan mosqueadísimos la verbena. Son buenos instrumentistas, aunque el frontman no me gustó nada, ni por voz ni por actitud. Una pena, porque el sonido era potente y trabajado. Media hora (más bises) después, cinco rockers con espolones toman el escenario.





«Empieza el Rock and Roll», anuncia el Pájaro, y no podía estar más acertado. Dos guitarras, bajo y batería. Son las tres de la mañana, hora golfa, y nos quedan por delante cien minutos de sonido intenso, de riffs machacones y ácida retranca, de canciones que partieron la pana en nuestra adolescencia leonesa y que podrían haber sido hits en cualquier parte. Caprichos del destino o lógica del mercado, quién sabe. Diosss, qué ruido tan guapo que hacen estos cinco tíos. “Me van a pitar los oídos hasta el lunes”, me dice Morti.

Zapico, que en las fotos del último concierto llevaba un niki con la A ácrata, se ha ambientado para la ocasión con una camiseta de John Deere, la marca de tractores. ¿Iría patrocinado, como Pelé con la Viagra? Los yankis tienen a su Sinatra, “La Voz”, y nosotros tenemos al “Vozarrón”. Y no defraudó. No es raro pensar que Deicidas tienen cuatro canciones, pero en cuanto escuchas el repertorio completo te das cuenta de que son muchas más, que casi todas las conoces. Como si de un menú-degustación se tratara, recorrieron desde sus comienzos más punkarras hasta sus guiños al rock clásico o los toques stonianos. Y allí la parroquia nos desmelenamos, coreando “déjate melena, dejatela ya”, “te harán la prueba del alcohol, te robarán tu colección de conejitas del playboy” (imaginamos que dedicada a los picoletos que les acechaban una hora antes), “jipis, jipis, jipis, recogiendo del suelo las colillas”.


Con algún conato de desgracia —al parecer, el batería estaba desfallecido a mitad del concierto, y Pájaro en vez de pedir un médico buscaba a alguien capaz de darle a las baquetas y que se supiera la canción—, la cosa fue viento en popa. A mi lado bailaba una chica post-punk de medias de rejilla, y delante otra que bien podría ser la maestra de plástica en la hora del recreo. Las dos parecían presas de la misma excitación. Otro grupito junto al escenario se sabía todas las canciones, y detrás de mí un tío chupa cuero que ya peinaba sus canitas lo estaba grabando todo en video. Me di la vuelta y le avisé: «Como sigas bailando así, te va a salir un video de Lazarov».

Cayeron también Amiga de consolación, Pequeño gallo rojo, Bendito bar, El barco más pirata y un par de medios tiempos que no conocía, junto a una curiosa pieza sexpistoliana sobre un asesino profesional que asegura ser el que más mata. Sara volvió a resultarme tan inquietante como siempre —no sé qué me pasa con esa historia—, y la sala se vino abajo con sus dos megabits: Cuatreros y el impagable Poder de seducción, el famoso “No puedes” que gritamos doscientas personas enloquecidas. Esa canción es dinamita. Los chavales de los Oteros seguro que la oían por primera vez, pero en treinta segundos ya estaban gritando el estribillo.



Aunque, sin duda, lo que más me gustó de la noche fue el guiño del grupo, que no sólo tocaron Moderno de cartón-piedra, sino que tuvieron el detallazo de dedicármelo. Hacía más de veinte años que no escuchaba aquella canción, que grabé de la radio en 1983 y luego puse mil veces en mi viejo radiocasé, hasta que a la máquina le dio por comerse la cinta. Qué subidón. A ver si me hago con una grabación del concierto.

Para rematar, en los bises tocaron un clásico del macarreo ibérico, el No es extraño que tú estés loca por mí. Apoteosis ochentera y el grupo que se va en lo más alto, con la peña pidiendo más y el diyei de turno apagando la demanda. Ya en el suelo, con la guitarra afilada del Pájaro vibrando aún en los tímpanos, le doy un abrazo al grandullón y le suelto: «parece mentira que estéis jubilados, con el punch que tenéis». Y él me lo aclara todo: «igual por eso lo tenemos, porque estamos retirados».

A las cinco de la mañana, Morti y yo volamos sobre el asfalto. Vamos en un híbrido y no podemos engañar al calendario, pero todavía nos sentimos en 1989, como el día que nos conocimos. Sí, hoy todo es light, todo es correcto, se ven los conciertos sentado como si fuera la ópera y todo el mundo ha dejado de fumar. Pero aún somos los mismos. Aún nos queda el Rocanrol. Larga vida a los Deicidas.

martes, 14 de julio de 2009

Sinceridad



Hace un par de semanas me llevé a mi hijo a una lectura de poesía. Por el camino me iba preguntando:

—Oye, papá, tú cuando eras un niño, ¿qué querías ser de mayor?
—Pues... futbolista. Futbolista y presidente del gobierno —respondí yo, tirando de una memoria cada vez más escasa.
—¿Y escritor no? —precisó el joven Javier.
—Claro, hombre, escritor también —confirmé, abusando un poco de la verdad, o más bien ignorando la sucesión temporal de los acontecimientos.

Quise saber por qué me lo preguntaba, pero no soltó prenda. Tampoco me quiso contar qué quería ser él de mayor. El caso es que llegamos a la sala, conseguimos un buen sitio y escuchamos al poeta con toda la atención que se puede tener a las ocho y media de la noche.

Y todo siguió su curso habitual, hasta que, a la media hora, mi hijo me dio un codazo, para decirme luego al oído:

—Desde luego, yo ya sé lo que no quiero ser de mayor...
—¿El qué?
—Poeta.
—¿Y eso?
—Pues... porque no se pueden dar estas palizas a la gente, hombre.

lunes, 29 de junio de 2009

Erotica & Orthographica


Hace algún tiempo, mi mujer y yo nos acercamos a una pequeña ciudad cercana a Santander, para ver los fuegos artificiales y pasar una noche agradable paseando bajo la luna, y esas tonterías que hacen los padres en cuanto consiguen librarse de los hijos. Y la verdad es que lo pasamos bien, caminamos por las calles empedradas, recorrimos la feria, probamos el algodón de azúcar, admiramos los cohetes y nos sobrecogimos con la traca final.
Todo a pedir de boca: conversamos con calma, nos miramos a los ojos, nos cogimos de la mano... hasta que nos detuvimos ante una barraca, una de esos en las que hay que derribar muñecos a bolazos. No, no es que quisiera regalarle a mi señora una muñeca chochona, o un perrito piloto, ni mucho menos. Lo que pasó es que vimos un cartel, allí pegado en la barraca, que decía:

Prohibido APOLLARSE

Y entonces fue cuando se nos cortó el rollo.

miércoles, 24 de junio de 2009

Extraños elogios




Igual que Don Alonso en Puerto Lápice, esta noche me toca velar armas. Mañana me presento ante mis paisanos, y cuesta frenar la inquietud, por más que juegues en casa.
Y, a fuerza de dar vueltas a cualquier cosa, recuerdo ahora la presentación en Santander, y cómo, al concluir, me dijo Manuel Arce desde su experiencia octogenaria:

—No te envidio el papelón que te espera —me espetó—: a ver cómo consigues escribir un libro que supere a éste.

No pude menos que agradecerle el halago, aunque hubiera tocado fibra sensible. En fin, primero veamos qué piensan los demás de este libro, antes de pensar en superarlo.

Pero, puestos a recordar elogios curiosos, el más particular me lo hizo un periodista leonés, que leyó el texto mecanografiado, antes de que saliera publicado, sin tener muy claro quién era el autor. Me dijo:

—El caso es que me sonaba mucho el nombre, pero es que yo no podía imaginar que tú fueras capaz de escribir un libro tan bueno...

Y claro, no sabe uno si agradecer el cumplido, o echarse a temblar. Mañana veremos.

viernes, 19 de junio de 2009

El que parece, ¿lo es?


Esta mañana ha llegado a la oficina un informático. El chico, con buena intención —supongo—, se ha puesto a explicarme qué son las cabeceras, cómo hacer un gráfico, dónde se descargan las cosas... Poco le ha faltado para querer enseñarme qué son un ratón y un teclado.
Para rematar, me ha querido contar cómo se consiguen imágenes "sin derechos", en la web de microsoft. En fin...

El caso es que me ha dado cosa llevarle la contraria, y le he dejado explayarse a gusto. Cuando acabó con su rollo, me volví a mi mesa, pelín cabizbajo, la verdad.

Después de un rato de mascullar mis penas en silencio, se lo he contado a Manuel, mi compañero de trabajo. Con detalles. Y rematé con un lamento:

—Para mí que este nos toma por tontos.

Al ver que no había respuesta, se me ocurrió aplicar la función fática:

—¿No te parece, tío? —insistí.

Y, en esto, asomé la cabeza entre los monitores de ordenador (nuestras mesas están enfrentadas), para comprobar que no había nadie. Que llevaba un rato —y largo— hablando solo. ¡Ay!

—A ver si va a tener razón el informático... —dije en voz alta, en pleno desasogiego, sin pensar demasiado en que nadie iba a escucharlo.

domingo, 14 de junio de 2009

¿Los micrófonos provocan prepotencia?



Claro que, quien dice prepotencia, lo mismo dice idiotismo, estupidez, gilipollez supina, qué sé yo... Aunque igual alguno ya se lo traía de casa, quién sabe.

El caso es que estaba viendo el partido -pachanga, más bien- de la selección española (¿a nadie más le suena mal esa telebobada de "la roja"?), y ni se me ocurrió lo de quitar el volumen de la tele. Y así, no pude evitar escuchar al figura que dirigía la retransmisión poner pingando a un defensa neozelandés que acababa de cantar por soleares, propiciando el quinto tanto de los nuestros. Lo más flojo que dijo fue que era un fallo "garrafal". En estas tercia un comentarista (que algo sabrá de júrgol, pues era Amor, aquel de la humorada real del "hay que jugar con mucho amor" de los mundiales estadounidenses) para quitarle hierro al asunto, y el "simpático" reportero, erre que erre, continuó el chorreo con el pobre defensa.

Y es que algo pasa con los microfónos, no sé... Imagino que sea algo radiactivo, o algo así. Una especie de reacción química que encoge las meninges y les provoca severos episodios de verborrea. Algo así como la gorra de plato, o el ejemplo clásico de la tiza y el tonto (para mayor abundamiento sobre el particular, investíguese el ejemplo del tricornio y los extraterrestres).

Lo realmente curioso, en este caso, es la valentía y el arrojo periodístico con que el menda, un tipo que lleva décadas "informando" -o, más exactamente, soltando bilis- sobre el mundo de las pelotitas. Un elemento que se distingue por su verbo encendido y sus acerados dardos, que no se corta un pelo a la hora de sacar los colores a los demás. No es la primera vez que a este distinguido triunfador le pierde la lengua, como cuando hace un año le pillaron "largando" sobre Montes, o sin necesidad de rebuscar mucho, en su eterna "historia de amor" con Clemente.

Pero, ¿qué pasaría si a estos maravillosos profesionales se les midiera con su mismo rasero? Si, por ejemplo, alguien se fija en su acertado comentario cuando, ante un disparo lejano de Riera, cuando afirmó que tenía "una zurda impresionante", y Zapatones, también en la retransmisión, no se quiso callar un "sí, pero le ha dado con la derecha". ¿No estaríamos entonces ante un fallo garrafal del periodista? Y claro, si quisiéramos ser "mediáticos", aprovecharíamos su peculiar fisionomía, y nos podríamos quedar tan anchos sentenciando: "El sapo de telecinco no sabe ni dónde tiene la mano derecha". Claro que, en ese caso, nos pareceríamos demasiado a él. Como si nos hubiéramos acercado a un micrófono. Que ya decía yo que provocan prepotencia. ¿O no?

martes, 9 de junio de 2009

Presentación en Santander

Este jueves, 11 de junio, a las 19,30, se presenta mi novela en el Corte Inglés de Santander.

Presenta el acto la escritora Ana Belén Rodríguez de la Robla
Interviene el escritor Manuel Arce
Se proyectará el book-trailer dirigido por José Luis Santos
Al concluir se ofrecerá un vino español

Os espero.






viernes, 29 de mayo de 2009

Firma de libros en la Feria del Libro de Madrid

Este fin de semana estaré en la Feria del Libro de Madrid; me podéis encontrar en la caseta de Editorial Funambulista, la número 221, desde el sábado a las 12 hasta la noche del domingo.
Espero que os animéis a acercaros por allí y saludarme, estaré encantado de conoceros en persona y charlar un rato.

viernes, 22 de mayo de 2009

Gamoneda y la mentira



No suelo seguir con demasiado interés la actualidad, y mucho menos la del "mundillo literario", pero estos últimos días se está produciendo una pequeña escaramuza que, por lo injusto del ataque y por la inequidad de los contendientes, me ha afectado seriamente. Ya, ya: a algunos no se nos puede tocar a Gamoneda. Cierto. Hay algo personal, por supuesto: cualquiera que haya tratado con él sabe a qué me refiero. Pero no es la reverencia ante el poderoso lo que uno siente, sino el deslumbramiento de estar ante un grande de la literatura. Poco importa lo que ladren sus detractores: él es el gran poeta de finales del siglo XX, y la historia lo dirá. Que no se lo perdonen es otro asunto; me gustaría ver cuántos defenderían a Crémer si ahora mismo recibiera el reconocimiento que merece.
Supongo que todo el mundo estará ya al cabo de la calle de la polémica: Gamoneda presentaba sus memorias y un periodista le pregunta por el recién desaparecido Benedetti. Y el poeta responde con su mejor intención: me gustaba, me caía bien, pero mis pasiones poéticas tienen otras coordenadas. Y entonces se alzan los autoerigidos paladines de la poesía y buscan la yugular del enemigo, y le llaman enterrador, le menosprecian su obra, cuestionan la limpieza de sus méritos... sólo ha faltado mentarle a la madre para que la cosa llegara a las manos. Hay que entenderlo, claro: uno tomaba café con Benedetti, otro presume de una razia en su domicilio, y alguno habrá que haya pasado cinco horas con Mario. Igual da.
Benedetti y Gamoneda no son rivales. No son incompatibles. Ni siquiera se puede decir que el leonés le falte al respeto. Ni siquiera ha dicho que no le guste; es evidente que la obra de cada uno no tiene nada que ver con la del otro, así que si están en las antípodas, ¿qué iba a decir Gamoneda? ¿Que Benedetti era la cumbre de la literatura universal? ¿Que le seducía la profundidad de su pensamiento y la elaboración de su estilo? Gamoneda se embarcó hace medio siglo en una escritura densa, poblada de óxido y dolor. Benedetti cantaba a la justicia, al amor, recitaba con acento, sonreía por escrito, qué se yo. ¿A qué viene compararlos? ¿A qué enfrentarlos?
Todos sabemos qué pasa con la poesía española. De qué van unos y otros. Sería muy sencillo apostar por quién saltará ahora, en qué bando estará este o aquel autor. Y es que lo de nuestras letras es digno de estudio; aunque quizá no sean los catedráticos del ramo los que debieran analizarlo, sino más bien los magistrados de justicia, los fiscales anticorrupción; los especialistas en parasitología; los técnicos de reciclaje (o engineiros da merda); o incluso los forenses o los arqueólogos, porque nuestra poesía cada vez está más muerta y enterrada. Y la mala noticia, para algunos enterradores, es que uno de los pocos supervivientes será Gamoneda. Por mucho que le disparen desde los grandes medios. Espero que esto sirva, al menos, para que quien aún no lo conozca descubra a Gamoneda, y se acerque al libro de memoria que presentaba cuando saltó la polémica.

Y ahora, puestos ya a ganarse enemigos, reproduzco aquí mi columna de Alerta de esta semana. A ver quién se da por aludido.


Gamoneda, Benedetti y los chacales de la poesía


Hacía años que se sospechaba, pero con cada nueva evidencia se hace más difícil de ocultar: la poesía española del siglo XXI es un oscuro callejón arrabalero.
Un calleja de malandanza por la que ya casi nadie transita, pues, ahora que los “poetas” han matado a la poesía –prácticamente han acabado con los lectores–, pocos se atreven a pisar un territorio en el que impera la ley del más rastrero, y se palpa el peligro a cada paso.
En una esquina, te asaltan los bandoleros y trabuco en mano se te llevan hasta la camisa. En otra te aguardan matachines, navaja en mano, que te apalean asegurando que les has mirado mal.
Allí se refugian estafadores emperifollados, especialistas en fondos públicos, oropel y venta de humo. O pandilleros que asaltan una caja de ahorros, una fundación o un ministerio, esperando a que el jefe de la banda reparta el botín: para ti un premio, para ti un jurado, una beca, un congreso en Varadero con hotel de cinco estrellas. Viejos oficios que se transmiten al estilo gremial, con vasallajes y escuderos, en el que es norma intercambiarse los papeles: jurado y premiado, editor y publicado, antólogo y antologado, crítico y ensalzado. Hoy por ti…
Claro que no todo es mala vida: también están los que no aceptan las corruptelas, los que se enfrentan a las bandas, los que abanderan la verdad aunque describan la mentira. Los que sufren. Como ahora sufre Gamoneda, un hombre auténtico, que nunca buscó una corte, que nada reclamó y a quien el tiempo acabó haciendo justicia.
Hace unos días, un periodista le pide que improvise la necrológica para Benedetti. Y con elegancia ensalza a la persona y disculpa al poeta –pues nadie obliga a amar al uruguayo, por muy difícil que sea evitarlo–. Y entonces el hampa poética azuza a sus perros, buscando el cuello del rebelde: de aquel que no entra en camarillas, que no publica en las editoriales orgánicas, que no se alinea con las nuevas sensibilidades que predique el santón de turno. Y allí saltan a la palestra el secretario de uno, el premiado por sus amigos y el progre exquisito, a expulsar al díscolo del Parnaso. ¿Poetas? Matones de barrio, camorristas de tercera.

lunes, 18 de mayo de 2009

El poder de seducción de Deicidas



Y yo que me creía a salvo, curado ya de espantos, desinfectado, completamente rehabilitado de aquel veneno que en los años ochenta me llegó a enganchar como si no hubiera nada más en el mundo…
Quiero decir que hace ya mucho que ni cresta ni tupé, ni buggies de leopardo ni patillas de hacha; ya no gasto aquella chupa de cuero negro que me sobraba tres tallas, ni me subo los cuellos de la camisa. Nada de poner una y otra vez a los Stray Cats, o de maltratar guitarras. Y de perseguir chicas ya mejor ni hablamos. Se acabó el Trance, el Berlín y el Heste. Que soy [casi] formal, vamos. Que ahora escucho Starry Eyes o a los Jam y hasta me gusta. Con decir que hasta me paro delante de las ópticas y me quedo embobado mirando las gafas de pasta...
Y ahora, precisamente ahora, resulta que les da por volver a los Deicidas. Coño. Manda Trillos.
Pues eso, que me llega el soplo de que van a perpetrar un concierto sorpresa. Y no es en el CCAN, no; es en el MUSAC. El rock como obra de arte, vamos. Vaya cabreo.

Supongo que la culpa es de Mures, claro. Era un tipo con barbita que hacía la radiofórmula en el León de los ochenta, hasta que un día debió de sobrar una hora en la franja nocturna y le emplumaron el marrón de rellenarla. Y al tío no se le ocurrió otra cosa que poner grupos de León, darles vidilla y hasta entrevistarlos. Y allí, entre el genial "No me hagas trabajar papá" de Piñón Fijo y los vanguardismos de Fundición Odessa, los chavales de mi generación nos quedámos a cuadros escuchando a Kike Cardiaco explicar que el sello que había fundado se llamaba PIGS —como "maderos" en inglés—, que no era más que un acróstico tipo DRO, y se suponía que eran "Producciones Independientes de Garaje Sumergido". Toma ya.

Hasta aquí, todo normal. Pero un día Mures presentó el disco de un grupo nuevo. Era un EP de cuatro o cinco canciones y las puso todas. Me hizo algo de gracia cuando hablaban de una tal Dora —pensé inmediatamente en una chica que siempre estaba en casa de mi tío Cuqui, con Martín, un chaval que dibujaba—, pero nada del otro mundo. Luego pincharon un corte que decía algo así como: "si vuelvo la vista atrás, recuerdo que eras trotskista; ahora te va el rollo sudista". Yo miré el parche que tenía en la cazadora vaquera y me quedé un poco cortado. La madre que los parió. Pero entonces llegó una descarga que me dejó en el sitio. Unos guitarrazos cortantes y un vozarrón que berreaba: «¡No puedes, no puedes!». Yo entonces no tenía ni un clavel para discos, así que me pasé dos semanas con los dedos en el rec y el play del radiocassete esperando que volvieran a poner aquella canción: "Poder de seducción".

Ya no puedes escapar
a mi poder de seducción
Ya no puedes volver atrás
has caído en mi prisión.


Sí, sí, claro: no es Góngora. Ni Lennon & McCartney. Es sólo rockandroll, pero me gusta. Pues precisamente eso.

Alguien me contó que aquellos tipos tenían sospechosas conexiones con la banda del Cicuta. Mala prensa, porque poco tiempo antes algún vándalo había destrozado las porterías y medio patio del colegio de La Palomera, y los "Cicutas" habían adquirido proporciones míticas para los chavales del barrio, que mirábamos con preocupación a los mayores que llevaban muñequeras de pinchos y lenguas de los Rolling dibujadas en los vaqueros.
El caso es que yo no vi los primeros conciertos de Deicidas; en aquella época andábamos todos con el leonesismo muy inflamado —y ya se vio para qué nos ha servido, aparte del partido que le sacó Morano— se decía por entonces que el cantante había salido al escenario con un león estampado en la camiseta, así que el público le recibió con una ovación antológica. Pero luego el pavo se dio la vuelta, y resultó que llevaba dibujado un castillo, así que se armó una buena. Lo cierto es que nunca he podido confirmar la historia; todos empiezan diciendo que estaban allí, bueno, ellos no, un amigo. O un amigo de un amigo de alguien que conocieron una vez... En fin, si alguien ha sido testigo que hable ya.

Pero sí que vi su primer gran concierto, en la plaza de las Palomas, en unas fiestas de San Juan y San Pedro en las que a Morano debía de andar buscando el voto juvenil y se lo curraron pero bien. Sobre todo recuerdo que salió el cantante, agarró el micro como si le debiera dinero y bramó: «¡Buenas noches, Zaragoza, somos los Ramones!». Y vaya si eran los Ramones. Y Robert Gordon, y los Clash, y quien les diera la gana. Qué ruido. Qué caña. Y qué pintas. Sobre todo uno, que llevaba escrito "Pájaro" en la guitarra y llevaba gafas de sol. Claro que, entonces, por motivos inexplicables, se veían muchas gafas de sol por las noches —fai un sol de carallo—.

Luego vendría el éxito local con "Cuatreros", el disco de Teloneros, más conciertos, la carretera y demás, pero para mí los Deicidas siempre serán aquellas cuatro notas taladrando mi habitación y el vozarrón de Zapico gritando "No puedes".

Fueron largos años de estudio, de seriedad, de maduración. De abrirse a nuevos sonidos, de superar los prejuicios. Una larga lucha para sobrevivir al rockandroll. Y ahora a estos macarras se les ocurre volver. Pues yo no pienso caer en su poder de seducción. Que yo ya me había borrado de esto, oiga.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Publicado "El método Coué"


Acaba de salir de máquinas mi novela "El método Coué". En un par de días estará en las librerías, pero entre tanto podéis visitar la web del libro, donde se puede ver el impresionante trailer que ha filmado el cineasta José Luis Santos, leer los primeros capítulos del libro o firmar en el libro de visitas. El trailer también se puede ver en Youtube y Metacafe. También se ha abierto una página en Facebook, a la que os invito a uniros.





Y si queréis leer qué dice la editorial sobre la novela, podéis hacerlo en su página.

Estamos preparando algunos actos de presentación, en unos días se concretarán las fechas.

Aprovecho la ocasión para agradeceros a todos el apoyo constante en esta larga aventura de publicar. Gracias por vuestro ánimo, espero que os guste el libro.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Digital o digital

Esta semana mi periódico, el diario Alerta, ha decidido modificar su estrategia en internet, y a partir de ahora ya no será posible acceder gratuitamente a la edición digital.
Doctores tiene la Iglesia, pero me da a mí que, visto el carrerón de elpais.com en payperview (o payperread, vamos)… Y precisamente ahora, cuando hasta los boletines oficiales han decidido pasar del papel y centrarse en versiones digitales y de acceso universal.
En fin, que sobre eso habla mi última columna de la sección de cultura. Y, como ya pocos vais a poder leerla, aquí la transcribo:


El lento ocaso del papel


El gobierno regional ha anunciado que el BOC dejará de publicarse en papel, y a partir del próximo año el boletín sólo se editará en formato digital, accesible a través de internet. Un anuncio esperado, lógico y temido. Esperado, porque sigue la senda abierta por el BOE, y a la que poco a poco se sumarán todas la administraciones. Lógico, ya que las cifras “cantan”, y no se puede dar la espalda a las tendencias globales ni a la mecánica tecnológica. Y temido, puesto que significa una advertencia para las artes gráficas –y para la cultura libresca, en general– de que el cambio de impreso a digital es irreversible.
Parece indudable que la “conversión digital” sea buena: el ahorro en medios materiales y tiempo es considerable. Sobra la carísima maquinaria, se acortan los plazos de producción y, de paso, se contamina menos. El usuario puede acceder a coste cero, sin restricciones geográficas ni de horario, y además se evitan los problemas logísticos del medio impreso: transporte, almacenamiento, distribución, etc.
Pero el negocio no es tan redondo, al menos en su saldo social. Y es que el mundo de la impresión supone un tejido económico de gran importancia, cuya supervivencia está en entredicho. Podemos hacernos lenguas del reciclaje profesional, de los nuevos yacimientos de empleo y de las oportunidades de la crisis, pero lo cierto es que la “reconversión digital” está golpeando de lleno al sector más inesperado: la prensa. Y es que cada día nos desayunamos con el cierre de algún diario, con los recortes de plantilla, o con soluciones “creativas”, como la de The Iris Times, reduciendo los salarios de directivos y mandos intermedios.
En cualquier caso, es evidente que algo sucede cuando han desaparecido hasta los periódicos gratuitos que hace un año atestaban los buzones. Nos guste o no, se trata de un proceso inevitable, en el que mandan las cifras. Tal como han desaparecido las enciclopedias y los manuales de instrucciones impresos, también el papel prensa está en peligro. Pero que nadie se alarme: bastará con saber coger el paso a los tiempos, y plantearse la alternativa digital. O darse al fetichismo, como los coleccionistas de vinilos.

martes, 10 de marzo de 2009

El crimen nunca paga

O eso decían en las películas antiguas, antes de que los malos se pusieran de moda.

Hace unas semanas estuve charlando un rato con Nacho, un amigo de mi hijo. Pero no hablamos del Racing o los stacks, qué va… El chaval este era mucho más espabilado; me explicó que tenía una idea maravillosa, y que estaba planeando cómo la llevaría a cabo. ¿Y qué se le había ocurrido? Pues inventar una máquina de hacer dinero, ahí es nada. Claro que le faltaban aún algunos cabos sueltos, empezando por cómo fabricarla, pero bueno, en cuanto resuelva esas minucias, la cosa promete.

Pero no piensen que Nacho es el único que le anda dando vueltas al asunto de la generación espontánea del maldito parné; no sé si será cosa de la crisis o qué, pero también mi amigo Manuel está detrás del asunto. La cuestión es que uno de sus hijos le había pedido que por su cumpleaños, en vez de regalos, le endosara un buen billetazo. Y mi amigo le tomó por la palabra: pidió prestado un buen billetón, lo pasó por el escáner y se puso a juguetear con él en el photoshop.

Yo no sé si Manuel quería ponerle un cero más al asunto, o pintarle bigote a algún jerifalte de los que salgan en los billetes grandes —que dicen que existen, pero pocos han visto—; el caso es que, de pronto, el puñetero ordenador le dio un mensaje de error y le dejó el asunto más bloqueado que el sueldo de un funcionario. Hasta me envió un pantallazo:


El caso es que el pobre hombre se quedó chafado. Pero enseguida pensó que sí, que los ordenadores serán muy listos, pero seguro que las fotocopiadoras no estaban tan espabiladas. Y allí se fue con su billete verde. ¿Adivinan qué le dijo la copiadora?


Vamos, que está la cosa muy mal, que ni con el photoshop ni con nada; eso de hacer uno su propia edición de billetes de banco como que no funciona. Así que, querido Nacho, sintiéndolo mucho, me da a mí que como no te pongas a chapar lo tienes crudo: o te haces futbolista, o encuentras una heredera a la que engañar, o te dedicas al robo y la política. Porque lo de fabricar billetes, de momento, como que no...
Eso sí, si al final se te ocurre cómo construir la máquina esa avísame, que me apunto.

Yo entretanto voy a llamar a mi padre, que recuerdo haberle oído hablar hace tiempo de si el dinero crecía en los árboles, o algo así...

martes, 3 de marzo de 2009

¿Para qué sirve internet?

¿Quién no se ha visto, en más de una ocasión, obligado a justificar las bondades del ciberespacio? Te puede pasar cuando quieres animar a tus padres o a alguna persona mayor para que se conecte a internet; también en cualquier reunión, donde nunca falta —aunque ya sea una especie en extinción— el típico colega que presume de "no entender" la tecnología; o incluso cuando alguien más cercano te reprocha el tiempo que "pierdes" enganchado a la pantalla.
¿Y qué hacemos entonces? Pues recurrir a los tópicos: que si las grandes posibilidades de comunicarte sin barreras espaciales, que si la información se transmite directamente, que si la multi, trans e interculturalidad son un hecho, que si las comunidades virtuales, la libertad de expresión, la comunión de los santos, la vida eterna, y bla bla bla.
Pues sí, muy bonito todo, pero resulta que, según una estadística que acabo de inventarme, la gran mayoría de los humanos —o más— utilizamos internet para uno de estos tres fines:

  1. Ver porno de estrangis – ¿Cómo que no? Bueno, vale, igual tú no... pero resulta que el 35% (y estos datos ya no inventados) de las descargas en la red son de contenidos… ejem ejem… Vaya, que cuánto vicio hay por el mundo.
  2. Piratear todo lo que se pueda – ¿Qué tampoco? Ya, ya… Supongo que alguna vez nos tendremos que plantear por qué lo hacemos (y qué diferencia hay con hacer lo mismo pero la vida real, con objetos físicos), pero tradicionalmente lo electrónico, lo que no tiene un soporte real, lo hemos visto siempre como un territorio sin ley, en el que rapiñar sin duelo. Y para mí que otro 30% de lo que se mueve en la red es puro pirateo, sea por p2p o por descarga directa.
  3. Enviarnos gilipolleces por correo electrónico – Esto sí que tiene narices; da igual que uno no sepa hacer la o con un ratón, pero no hay tonto en el mundo incapaz de darle al botón de "reenviar". Y así, pogüerpoin arriba, pogüerpoin abajo, tenemos saturado el correo electrónico de medio planeta, con chorradas que te envía un amigo de un amigo de un conocido de alguien que se aburre demasiado y le encantan las fotos ñoñas de bebés y las de mujeres con problemas de aparcamiento.
O sea que, eso de que si la autopista de la información, la sociedad del conocimiento y demás zarandajas... En fin, que sí, que hay quien aprovecha las oportunidades que las nuevas tecnologías ofrecen. Pero luego, cuando acaba con la trinidad internetera (si es que le queda tiempo).

lunes, 2 de marzo de 2009

Pesadilla de escritor


No sé si son los años de oficio –tanta corrección de pruebas, que te acaba haciendo dudar hasta de las reglas más elementales– o el pánico a que un día se deslice en tu propio texto una de las gordas, y la cacen los lectores, y la crítica te señale con el dedo –y Miñambres te acuse en el Diario de poner faltas, de ser un asno con orejas de asno, de inculto, de iletrado y de matar a Manolete–, y quedes marcado para siempre como el escritorzuelo que ponía vino con be, y ya nunca más puedas salir a la calle sin que te señalen, sin que murmuren las señores, sin que te haga corrillos la chavalería…
El caso es que uno se acaba obsesionando con las erratas, hasta que descubre que al resto del mundo le dan igual. ¿Que no? Pues mira la imagen adjunta. Fue anoche mismo, en lo más "cultural" de la tele: el "Redes" de Punset.
¿Que no lo encuentras? Pues yo soy incapaz de ignorarlo. Me parece que sí, que este trabajo mío me está afectando demasiado. ¿Qué habré hecho yo para merecer esto?

viernes, 27 de febrero de 2009

Notas de lectura: Michael Rockland, "La cultura popular, o por qué estudiar basura"

Será por la inflación de títulos, supongo, o quizá es que hay tanto bueno que leer, y tanto que aprender, que no da tiempo a todo, pero no deja de resultar curioso recomendar un libro no sólo desconocido, sino además "viejo" —y eso, sin tener en cuenta que mi mesura particular para tiempo y libros anda algo averiada desde hace tiempo, pues los ochenta no se me hacen tan lejanos—. En fin, al lío.

El desconocido autor es un profesor universitario estadounidense –de esos con segundo nombre a lo Elvis, aunque me da por distintos motivos— llamado Michael Aaron Rockland, que da clases en Nueva Jersey sobre Estudios Americanos, y que en sus años jóvenes fue agregado cultural en las embajadas americana de España y de Argentina.
Y digo que el libro es viejo porque se publicó en 1996, pero el texto es aún anterior; imagino que es la última versión de una conferencia que fue dando por medio y que se titulaba casi igual: American popular culture or Why study trash? La edición (bilingüe) corre a cargo de la excelsa Universitas Legionensis, con un diseño más 80's que 90's —que esperemos que el cielo algún día le perdone al culpable—, dentro de la colección "Taller de Estudios Norteamericanos".


¿Y qué tiene de interesante esta antigüedad? Pues todo. Para empezar, Rockland no defrauda como escritor académico, en la mejor escuela de Marvin Harris: estilo llano, buenos ejemplos, argumentación progresiva, temática atractiva... Aparte del hecho de que se le entiende, algo que agradece este lector cansado de la prosa de los santones europeos, tan brillante como impenetrable.

En esta obra brevísima —que casi se lee de pie en la biblioteca, entre el 802 y el 860-3— Rockland se defiende, no sin cierta ironía, de las supuestas críticas de sus compañeros de departamento, que no comprenden su interés por asuntos tan banales como el cómic o el rap. Y argumenta a lo grande: porque la basura de hoy es la alta cultura de mañana. Entonces saca su muestrario, y empieza a diseccionar: ¿los pantalones vaqueros? Pasaron de ser lo que se ponían los granjeros para recoger estiércol a desfilar por las pasarelas de moda, firmados por los grandes diseñadores. ¿El jazz? De los bajos fondos (era una palabra "de cuatro letras") al repertorio de las filarmónicas. Y así con varias manifestaciones más de lo que para unos es "cultura popular", para otros "cultura pop" y para algunos simple basura; o sea, "una puta mierda", que es como solemos definir a todas estas manifestaciones cuando no alcanzamos a comprenderlas del todo.

El asunto es interesantísimo, y Rockland no anda falto de razón; aunque, puestos a tocar las narices, podríamos decir que una cosa es que la alta cultura de hoy no fuera apreciada cuando apareció, y otra muy distinta es que lo que hoy nos parece nefasto vaya a estar mañana colgado en un museo. ¿Algún día se tocarán las canciones de Eskorbuto en el Palacio de la Ópera, y aplaudirán las señoronas con pamela? ¿Consideraremos en el futuro a Corín Tellado como la gran escritora del siglo XX? Me da que esa ley del trasvase basura/cultura no siempre se cumple. Más bien, lo que hay que reconocer es que existen más manifestaciones culturales que las rigurosamente etiquetadas como "cultas", y que el amplio abanico que va desde lo "popular" a lo "vulgar", del mainstream a la contracultura, también reclama nuestra atención y también merece ser estudiado, porque es un reflejo de nuestro tiempo y explica en buena parte nuestra sociedad. Con independencia de que yo no comprenda el rap ni a los pokemon y me lleven los demonios al pensar que a mi hijo le molen, y que la Academia financie atentados hiphoperos contra la obra de Cervantes.

jueves, 26 de febrero de 2009

El hombre de la maza



Se llama Emilio y está muy cabreado. Sí, sí, es ese, el que lleva la maza en el vídeo. El que golpea como si le debieran dinero. Imagino que a estas alturas ya todo el mundo está al cabo de la calle: el chaval tenía un piso en su pueblo que acababa de reformar —imagino que con mucho esfuerzo y vendiendo su alma al diablo, digo... al banco— y de pronto a los etarras les da por volar el local de abajo (una "Casa del Pueblo", que debía de oprimirles mucho) y, de paso, se llevan por delante la casa del tal Emilio. Y al hombre no se le ocurre otra que plantarse en la sede oficiosa de los pro-terroristas, coger una maza del veinte y liarse a tarugazos contra todo lo que pudiera romperse (hasta el grifo de las cañitas les rompió, que los abertzales serán muy vascos, pero tienen la oficina en un bar, como todos los españoles).

Claro que habrá quien diga que el chaval se ha equivocado, dando palos en lugar de mostrar "su serena indignación", "condenar los hechos" y todas esas maravillosas reacciones habituales. Pues igual, porque el hombre acabó en el cuartelillo, y seguro que, encima, tendrá que pagar y llevarse los cascos del bareto que destrozó. ¿Que tenía razón? Pues no lo sé, pero lo que tiene es más huevos que el caballo de Espartero. O pocas luces, vamos, porque la diana se la ha pintado él solito. ¿A quién se le ocurre ir de día, y a cara descubierta? ¿No ves cómo van ellos, con el pañolín ese y hasta con pasamontañas? Y por la espalda, claro.

Y, si malos son los enemigos "que se ha buscado", no son mucho mejores los nuevos "amigos" que se le van a arrimar. Porque ya hay una plataforma, con blog y cuenta corriente abierta, para apoyar al tal Emilio, al que han rebautizado como "el justiciero de Lazkao". El tío, con buen criterio, pasa de ellos, pero no descarten que acabe —incluso a su pesar— convertido en un icono rojigualda, al más puro estilo Ynestrillas.

El caso es que al chaval, al final, le han hecho polvo: le han montado un pollo, le han llamado fascista y hasta le han hecho irse del pueblo. «Total, ya no tiene casa, lo mismo le da irse…», pensarán algunos. Pero es que tiene guasa que le llamen "fascista" precisamente los que ponen bombas, pegan tiros en la nuca y marginan a sus propios vecinos por un asunto tan rancio —y tan trivial— como el nacionalismo. Porque está muy claro quiénes son aquí los fascistas.

Ojalá que el tal Emilio tenga suerte. Que se olviden de él, que le absuelvan, que le indemnicen por el piso y que se eche una novia muy lejos, y no le haga falta volver nunca a su pueblo. Porque si tiene que fiarse de los políticos, y su gran estrategia, la "unidad de los demócratas", va listo. Para mí que por eso cogió la maza y cargó contra los proetarras: por no ir a por los políticos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Toponimia urbana y blogosfera



Resulta que, como aún queda gente que no sabe ni lo que es el RSS, ni un agregador de feeds, ni siquiera qué puñetas puede ser eso del “feed”, al final hace falta recurrir al antiguo –pero infalible– método del papel prensa para difundir las mejores iniciativas de la red. Como en el siglo XIX, vamos.
Y es que estos días se está cocinando en internet –o, al menos, en la parte cántabra de internet, si se me permite la licencia geográfica–, una curiosa “guía” turística, que a buen seguro desatará la polémica: “Recorrido franquista por Santander”. Detrás de la idea están Cachuco (cachuco.com) y a Óscar (diasdesur.net), dos blogueros de pro, decididos a identificar, con la ayuda de quien buenamente quiera, los puntos “azules” del casco urbano. Sólo que, a falta de paneles amenazantes y sablazos –como se las gasta la DGT con sus puntos negros–, se tienen que conformar con señalarlos en un mapa; mapa interactivo, eso sí, y que, tecnología de google mediante, permite a cualquier usuario de la red darse un garbeo, en cosa de segundos, desde la “Plaza del Alzamiento” hasta el monumento a los caídos “por Dios y por la Patria”, allá por el faro de Cabo Mayor –que ya tiene miga mentar precisamente ahí las “caídas”–, pasando por la calles Falange, División Azul... Así hasta treinta.
Y predigo que habrá bronca, porque cuando uno lee que la interminable avenida del general Dávila se llamaba antes “El Alta”, enseguida habrá unos que defienda que lleva el nombre del militar que liberó Cantabria, y quien afirme que lleva el nombre de quien la invadió. ¿Sobra apasionamiento? ¿O falta “memoria”? Como bien señala Cachuco en su blog, la ley de Memoria Histórica obliga a retirar todos los símbolos de la dictadura; pero parece que hay consistorios que precisan de una dieta estricta de rabos de pasa.
A buen seguro que, si Fidel Dávila siguiera aquí, con su uniforme de gala, su sonrisita meliflua y su bigotito con brillantina, el himno de nuestra capitalidad cultural estaría claro: una buena marcha militar.

viernes, 30 de enero de 2009

La cultura del canapé


De entre toda la “fauna” social que habita en los actos culturales –que no es poca–, y conforma ese conjunto abstracto que solemos llamar “público”, destaca sobremanera una especie singular: los devoradores de canapés. Sí, claro, seguro que los ha visto en más de una ocasión; acuden en manada, atienden más bien poco, aplauden como el que más –en especial, para cortar al orador que abuse de su paciencia–... Pero su verdadero ritual viene al final, en el convite: como buena especie depredadora, copan las posiciones estratégicas, asedian a los camareros y, finalmente, se abalanzan sobre las provisiones.
Aún queda mucho por investigar, pero no estaría de más realizar un estudio serio de esta peculiar tribu urbana; la única, por cierto, más que juvenil, “jubiletis”; incluso se sospecha que puede estar muy relacionada con la tribu de los acaparadores de asientos en espectáculos públicos, con la de saltadores de filas y colas y, en general, con los asiduos al método “de balde”.
La ventaja es que no hace falta ir muy lejos para topar con ellos; en nuestra misma ciudad podemos encontrar muchos casos, y de una técnica muy depurada: antes de asistir a un acto, telefonean al local para informarse de si se ofrece un “vino español” al terminar. No es ficción: ocurrió hace unos días, cuando un museo capitalino inauguraba una exposición. Y, en efecto, como no hubo ágape, los devoradores no acudieron.
Podría pensarse que esta especie parasitaria surge a partir de la crisis económica, buscando un complemento calorífico a dietas de menguado presupuesto; sin embargo, y a pesar de que sean éstas sus épocas de mayor bonanza, estas tribus, o grupúsculos organizados de vandalismo cultural siempre han existido, y últimamente se frotan las manos ante la perspectiva de la futura capitalidad cultural europea, lo que, en su particular visión, significa una multitud ingente de presentaciones, conferencias, inauguraciones, etc., todas con su correspondiente ración de canapés. El paraíso, vamos. ¿Conseguiremos dar la talla en la competición europea?, me pregunto yo... ¿O nos comerán la merienda, como en la UEFA?