El intenso trabajo, como el de los últimos días, en ocasiones puede resultar reconfortante. Como al encontrar, perdido entre las trescientas páginas de un libro, este pasaje:
«El peregrino que cumplía su ruta hasta Santiago y abrazaba al apóstol podía adquirir una concha o venera […]. En su origen, la vieira, como todos los bivalvos, era símbolo común de los genitales femeninos y se la veía como perpetuadora de la especie humana. No es rara la asociación etimológica de venera con la diosa Venus, a quien estaba dedicada. […] La concha evoca también al mar, y habla de origen, de renacimiento, de retorno y de refugio.»Joaquín Rubio Tovar, Liébana y letras
Así, cada vez que a alguien se adorna con una metáfora barriobajera, con moluscos de por medio, está en realidad insertando su discurso en la más recia tradición cultural occidental, asumiendo una figura literaria que el propio credo judeocristiano identifica con la propia esencia de la humanidad y del milagro de la vida. Vamos, que donde esté una noble almeja, que se quite un vulgar coño.
Y paso por alto, por engorrosa, aquella ocasión en la que, conversando con Rebeca Yanque, me maravillaba el erotismo de su metáfora «utópicos bivalvos». Menuda chasco al descubrir que los referidos bivalvos no tenían nada que ver con la fauna marina, sino que ella, en realidad, hablaba de corazones.