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viernes, 20 de abril de 2007

El síndrome Kennedy-Toole


Llevaba unos días queriendo continuar con la “Historia de una novela”, pero claro, tampoco quería aburriros con mis lamentos de pretendiente frustrado. A todos los que nos quedamos fuera del reparto del pastel editorial nos encanta hacernos la víctima: es que no me leen, es que no tengo padrino… Algunos incluso se lo toman muy mal, y acaban “somatizando” el problema.
Un caso extremo fue el de John Kennedy-Toole, el autor de una de las mejores novelas de la historia de la literatura universal, “La conjura de los necios” —aderezada además con la trágica historia del autor, que la engrandece hasta proporciones casi mitológicas—.
Kennedy-Toole (1937-1969) no consiguió que nadie publicara su novela, y se lo tomó tan mal que acabó suicidándose con apenas treinta y dos años, no sin antes haberse bebido medio Nueva Orleáns. Y luego, tras su muerte, su madre también se tomó el asunto de la publicación como algo personal, aunque lo hiciera de modo mucho más práctico: empezó a tocar todas las puertas hasta que consiguió que alguien le hiciera caso. Le llevó once años, pero al final un tal Walker Percy —que empezó resistiéndose mucho, hasta que por fin se atrevió a echar un vistazo al manuscrito, pensando que sería tan malo que podría rechazarlo antes de acabar el primer párrafo— descubrió lo evidente: era una obra maestra. Luego vino el éxito, los premios, las ventas millonarias y esas nimiedades que a todos los escritores traen sin cuidado, especialmente si llevan una década criando malvas.
Treinta y dos años y ya se sentía fracasado. Da pánico pensarlo, ¿verdad?; especialmente a mí, que ya he superado esa edad, y sigo los pasos del bueno de Johnny —aunque sólo en lo del rechazo editorial, claro—. Qué faena le haría a mi pobre madre, teniendo que ir de despacho en despacho, con un manuscrito debajo del brazo, mendigando un poco de atención para su malogrado primogénito. La pobre tendría que teñirse el pelo de blanco, arrugarse, vestir un pañolón negro y llevar la novela atada con cuerdas, para intentar conmover a los fieros editores. Claro que yo dejaría viuda, que podría ir con el huérfano y un cartelito de esos con cuatro faltas bien puestas, pidiendo una “hoportunidá, ke má bale ezcribí que de rová”. Espero —y ellas seguro que más— que al final no me alcance el síndrome de Kennedy-Toole, porque tuvo un final de lo más desagradable, un asunto feo de tubos de escape y gomas.

Menos mal que yo suelo ser bastante pesimista para estas cosas; enseguida me convenzo de que “igual faltaba calidad”, asumo mis culpas y paso a otro asunto, porque obsesiones tengo ya de sobra.
Así que, después de la colección de cartas de rechazo que tengo acumulada en el escritorio, ya casi había perdido toda esperanza de que la novela llegase a ver la luz.

Hace unos días, sin embargo, hablé con Antonio Colinas, que tuvo la deferencia de leer “El método Coué” —y enterito— y me insufló muchos ánimos.
El bañezano, que recibía estos días un merecido homenaje en su ciudad natal —y mía de adopción—, me contó que incluso él mismo tuvo que sufrir una larga espera antes de publicar su primera novela, “Un año en el sur”. Y eso que ya era un poeta conocido. Y aún diría más: y eso que ya era Antonio Colinas, nada menos.
Y es que Colinas fue muy caritativo: me dijo que el libro es bueno, que merecía ver la luz, y que si no lo hacía no era por sus méritos o deméritos sino por los caprichos del llamado “mercado editorial”. Y me recomendó paciencia, claro.
Yo, por si acaso, voy a ir llevando el coche al taller, a ver si se puede evitar que salga humo por el escape, no sea que un mal día me dé por querer triunfar a lo Kennedy-Toole.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El mayor triunfo es no querer triunfar.

Max Demian.

Karla dijo...

Me fascinó la Conjura de los Necios, ojalá todos tuviéramos un Ignatius J. Really dentro.

trastolillo dijo...

hola, siento contextarte aqui, perdoname, acabo de ver en mi blog una pregunta tuya, y e pensao que si t rspondo allí posiblemnte no lo leeras.

los kies son los xulitos d barrio, o gallos, como alguna gnte les llaman, actualmnte se caracterizan por ir vestidos con cazadoras y camisas spyder, pantalones tn, y playeras de muelles o tn, algunos tambien acostumbran a llevar oro.


espero haber quitado tu duda

Anónimo dijo...

Hola Javi,
magnífico tu blog. Llevo toda la tarde deambulando por él. También a mí me fascinó "La conjura de los necios", la cual, al releerla, me causó una sensación muy diferente a la que me produjo en la primera lectura. Lo trágico anula ya completamente lo cómico y ya no puedes dejar de ver a Ignatius como un esperpento monstruoso creado por Kennedy-Toole en sus momentos más bajos y depresivos. La idea de que Ignatius pueda ser sólo una autoimagen del propio Kennedy-Toole en su camino hacia el suicidio ha transformado completamente mi visión de su obra.
Al margen de este comentario y respecto a lo que denominas el síndrome Kennedy-Toole, ¡Ay Moreno, lo que te espera! El conseguir que te haga caso un editor sólo es el dulce purgatorio que precede al infierno del contrato de cesión de los derechos de autor. Eso sí que es el llanto y el rechinar de dientes, no tanto por lo escasísimo que pagan, sino por el secuestro al que someten tu obra en su edición y distribución durante, por lo menos, 10 años.
Por cierto, ¿saldrá publicado "Amigos a la fuerza"?.
Nada más por ahora. Volveré a menudo por tu (pulcra y agradable) casa virtual.
Gracias por tu ayuda con el lío de las imágenes.
Román Miguel.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Gracias, Román, por tu visita y por tus palabras de aliento.
Sobre "Amigos a la fuerza" daré noticias pronto, pero todavía es un pequeño secreto. Un sorpresa para los lectores de este blog... y hasta ahí puedo leer.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Vamos a tener que vacunarnos contra ese síndrome. Me gusta tu blog, tal vez porque es obvio que tenemos intereses comunes, o por lo menos un interés en común. Pero bueno: toma muchos escritos para encontrar la propia voz y yo diría que si después de encontrada no se consigue publicación, pues hay que publicar y regalar los libros. Esto no es para cobardes.