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sábado, 14 de abril de 2007

De himnos y banderas

A mí, la verdad, ya no me gusta ver los telediarios; incluso en la prensa hay algunas secciones por las que paso de puntillas, o directamente las evito: cada vez me aburre más la política —o, más exactamente, eso en lo que se ha convertido la política—.
Estos días, sin embargo, hay un par de asuntos que han pasado del ruedo político al social, y es inevitable tener noticia de ellos. Por un lado, el equipo benjamín del Barça pasando de la “Marcha Granadera”; por otro, un documental sobre las dificultades de los castellanoparlantes en Cataluña.
Sí, sí, ya sé que es un rollo esto de hablar de los nacionalismos excluyentes, y que el que quiera soliviantarse ya tiene la radio y algunos periódicos, pero no me resisto a decir dos cositas al respecto —en voz muy baja, eso sí, no vaya a ser que alguien se moleste y me tilde de intolerante—.
Primero, resulta que en algunas partes de España hay personas que no quieren ser españoles. Nosotros contestamos mimándoles, concediéndoles privilegios y mirando hacia otro lado cuando hacen desplantes. Pero por más que ignoramos la realidad, ésta no desaparece. Y que algún día habrá que pensar en ello, vamos.
Entre tanto, con el fin de no ofender a los descontentos, los españoles llevamos tres décadas empeñados en un esfuerzo colectivo por liberarnos del nacionalismo: huimos de las banderas, nos refugiamos en el europeísmo y hasta evitamos pronunciar el mayor tabú: la palabra “España”. La consigna no sólo es no parecer facha, sino incluso no serlo.
A cambio, esos mismos descontentos nos obsequian con su parafernalia furiosamente nacionalista: banderas, uso político de la lengua y actitudes abiertamente hostiles. Lo que no nos permitimos a nosotros mismos lo aceptamos como natural en el otro. Y, además, nadie les llama fachas.
Segundo. Hace tres o cuatro años asistí en la Universidad de Gerona a un curso de catalán. Era un curso de verano, intensivo, y en el acto de despedida los alumnos de otros idiomas —gironinos en su mayoría, muchachos de veintipocos educados en la democracia— abarrotaban el paraninfo. Mientras nos entregaban los diplomas, el vicerrector de turno iba citando los países de los estudiantes de catalán: Francia, Italia y Portugal se llevaron una sala de aplausos. El siguiente fue España. Yo recogí mi diploma bajo un estruendoso abucheo. Y eso que estaba allí estudiando su lengua —inexplicables vicios de lingüista—, no invadiéndoles. ¡Qué país, Miquelarena!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

eso te pasa por ir a estudiar su increiblemente hortera lengua. Te está bien empleado, por tolerante, jeje.
No imaginas el marcaje q tienen una pareja amiga mía con un hijo que viven ahí. La educación es como la antigua unión soviética. De estudiar en español ni hablamos pues el acoso y marginación es constante.
como en Blade Runner "yo he visto cosas que no creeriais".
el montilla y el rovira dan la consigna, que encima no son catalanes.
manda cuyons.

Anónimo dijo...

Bueno, lodeiros, aquí cada uno lo cuenta como le viene en gana, yo tengo versiones muy diferentes.
Cierto es que los catalanes -bueno, corrijo, al menos algunos catales, especialmente los nacionalistas- son bastante tocapelotas. El tema es que aquí todos debemos, o deberíamos ser iguales en derechos y deberes.
En cuanto a las banderas y demás parafernalia nacionalista, no te falta razón Javi, aunque bien sabes que los problemas de la bandera y música -que no himno- oficiales son de otro tipo y vienen de hace setenta años.
Y, puestos a no caer en las imposiciones de lo que podríamos llamar "catalanismo bobo", recuerda que aquellos mozos serían gerundenses.