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martes, 29 de mayo de 2007

Qué quiero ser de mayor




Quien más, quien menos, todos guardamos, en algún rincón bien abrigado de la memoria, algún secreto anhelo que quisimos hacer realidad y, por algún motivo, nunca lo logramos. Todos llevamos dentro un pequeño Napoleón, agazapado y con la mano en la tripa, que de vez en cuando nos intenta camelar para que conquistemos el mundo. Sea como respetados científicos, estrellas de cine o ganando el Roland Garrós, ¿quién no ha tenido nunca una vocación oculta, apasionante pero irrealizable?

Yo mismo creo que he padecido casi todas: desde presidente del gobierno hasta Papa de Roma, pasando por investigador privado y ariete goleador. Cada etapa de la vida tiene sus aspiraciones, y suelen curarse solas; como ahora, en la que lo que quiero es —más que ser escritor— que me lean, pero igual se me acaba pasando pronto.

Fruslerías aparte, hay algunas obsesiones que me han acompañado durante mucho tiempo, y a pesar de que parezcan remitir, aún de cuando en cuando reaparecen. De niño, por ejemplo, quería ser muchas cosas, pero sobre todo deportista. Mi padre había jugado en la Cultural y en el Ademar, y también fue en algún momento profesor de gimnasia. Lo malo es que yo entonces era un chico flaco y desgarbado (¿quién lo diría ahora, verdad?), muy “jijas” para el balonmano y demasiado canijo para jugar de alero.

También quise ser artista. No, no se me asusten: como Concha Velasco, no. Artista de verdad, de los que pintan, esculpen, se ponen boina sin que nadie les haga chuflas y son capaces de asegurar sin descojonarse que dos brochazos paralelos simbolizan el aliento vital de las evolución de las especies. Lo que pasa es que yo no valía para la plástica: de morro voy sobrado, pero luego resulta que tengo dos manos izquierdas. ¡Y no soy zurdo! De dibujar, na de ná. De proporciones… en fin, mejor no intentarlo. Lo mío es más la teoría, lo de los manifiestos y esos asuntos.

Y luego, mi gran ilusión, la única que podría decir que es mi frustración creativa: la música. Bueno, aclaremos: no “toda” la música, porque me imagino cómo mi querido amigo Alejandro López —que es un exquisito al que le gusta la música antigua, y además un más que aceptable pintor— se revolvería en su tumba al leer esto, si no fuera porque aún no ha fallecido. Ahora ya no nos vemos nunca, pero siempre que me pillaba escuchando música me decía: «Chico, tantos años escuchando esto te deben de haber causado daños cerebrales irreparables». Pues sí, mamonazo, y a la vista están sus efectos a largo plazo.

Siempre quise ser músico. O quizá no haga tanto; fue más o menos desde que descubrí el pop. La culpa la tuvo Radio Futura y su moda juvenil. Hasta entonces, para mí aquello de los pentagramas no era más que una tortura. Mi madre tiene tanto talento creativo, que siempre que ha atisbado la más mínima posibilidad, nos ha lanzado de cabeza por la pendiente artística. En mi caso, con resultados más bien discretos.

El problema es que no tengo oído. No me gusta recordarlo, pero no me quisieron en el coro del colegio. Y, aún peor, ni siquiera en el de la parroquia, que aceptaban a todo el mundo. Pero es que tampoco me va mucho mejor con el sentido del ritmo. Mi primera mala experiencia, de muy pequeñito, fue en el conservatorio. Preparatorio de solfeo. El profesor era un mastodonte —claro que yo tenía ocho o nueve años— que utilizaba una vara no para dirigir sino para atizar al que fallaba el compás. Y yo, ni el dos por cuatro ni el compasillo: antes de que me tocara a mí, abandoné el curso.
Mi madre no se rindió: me envió a clases de guitarra. Mi hermana y yo cruzábamos la ciudad dos tardes a la semana, hasta la casa de Sagrario, una hermana del gran Venancio García Velasco, y allí practicábamos el “Fandango de Huelva” y el “Belachao, chao, chao”. Pero mis dos manos tenían para las cuerdas el mismo talento que para los pinceles. Más o menos, y con cierta dificultad, puedo hacer medio rasgueo y tocar alguna ranchera de Antonio Aguilar —“Tu retratito” y “Caballo prieto azabache” eran mis favoritas—, pero no garantizo nada.

Sin embargo, las canciones de Mocedades y otros latazos de la época que nos enseñaba Sagrario no llegaron a interesarme demasiado. Con decir que lo mejor de la tarde solía ser que mi hermana —algo que sucedía con inusitada frecuencia— encontrara una moneda de veinte duros durante el camino, que nos gastábamos en golosinas. Sí, Alicia era muy afortunada; luego le diagnosticaron hipermetropía, le pusieron gafas y ya nada volvió a ser como antes.

Y por fin, a las puertas de la adolescencia, me atrapó la música. Los Nikis, Gabinete Caligari, Loquillo, Alaska, Los Toreros Muertos… Y los leoneses, claro: Cardiacos, La Fuga, Fundición Odessa, Deicidas y, sobre todo, Los Flechazos. Me pasé año y medio entero ahorrando —no es que la propina fuera muy generosa, la verdad— para comprarme una guitarra eléctrica. Era la más barata de una tienda barata, y debía de sonar a rayos, pero era mi guitarra. Como no tenía amplificador —ni tampoco ni puñetera idea de cómo iba aquello— la enchufaba al equipo de música de casa, ponía al lado un radiocasete con lo que grababa de la radio y aburría a todo el barrio con los guitarrazos sin sentido que daba. Tanto, que hasta me miraban raro por la calle.

El primer intento musical fue con algunos compañeros del colegio; Jesús Álvarez —que no era el presentador de Estudio Estadio, y le molestaba mucho que le tomaran el pelo con eso— tocaba el saxo, y un tal Pedrosa, que decía que le gustaba el ska, improvisó una batería con un bote de detergente y algo de menaje de su madre. Aquello sonaba… en fin. Llegamos a hacer casi dos canciones: “León también existe” y “Vete de aquí, ya no te aguanto”. Digo “casi”, porque yo me encargaba de las letras, y ésa es una de mis mayores frustraciones: jamás he conseguido escribir una canción. Lo de los artículos, cuentos y tal, pase; pero las letras para música siempre se me han resistido. Además, coincidió que un grupo local sacó una canción llamada “Esto es León”, y nos hundió en la miseria. Pudimos haber alcanzado la cima a nuestros trece años, pero claro, así, sin el apoyo de un productor, sin la promoción de una multinacional, es muy difícil…

Después, ya no ha habido manera. He tenido amigos músicos, con mucho talento —y algunos, con bastante menos—, que me han hecho ver claramente de que aquel no era mi camino. Yo nunca podré tocar la guitarra como Ramón Díez, que es el Jimmy Hendrix de La Palomera. Tengo que asumirlo, claro.

A mediados de los noventa, en un rastrillo de Colonia, me compré un bajo. Era un Ibanez algo hecho polvo, de color “sunburst” —que no sé decir exactamente qué color es en castellano: es oscuro por fuera y va clareando por capas, desde el marrón hasta el amarillo, con toques de rojo; “sunburst”, vamos—. «El bajo es muchísimo más fácil de tocar», pensaba yo. Pues no. Me pasé un verano con mi hermano Pablo tocando canciones de Green Day, y después de dos meses Pablo lo hacía de cine. Yo… bueno, ¿qué más? Ah, sí: mi amigo Dimitris. Dimitris Mourvakis era un chaval estupendo, un chico de Tesalónica que tocaba muy bien la guitarra, y que se empeñó en que practicáramos un poco, para divertirnos. Yo escribí media canción —“Ella es así”, se titulaba— pero la cosa no cuajó. De todos modos, mi amigo no dijo nada, entre otras cosas porque andaba detrás de mi hermana Alicia, y no era cuestión de mosquear al cuñado.

Aún más tarde, allá por el 2002, yo dirigía una emisora de radio en La Bañeza, y después de grabar una maqueta para Vortex, un grupo hardcore local, me volvió a entrar la fiebre roquera. Lié a Santiago López —un histórico de la música del sur de León— y a un chiquillo muy prometedor, Víctor, y allí nos acoplamos mi amigo Rafa Cabo y yo. Después de largas semanas de ensayos, conseguimos hacer sonar algo parecido al “Have you ever seen the rain?” de la Creedence, en versión de Los Ramones. Y, cuando ya nos encontrábamos en disposición de acometer nuevos retos, aprobé mi oposición y mi carrera hacia el estrellato se vio de nuevo truncada.

Obsesiones. Vocaciones. Ilusiones. Aspiraciones. De eso, creo, gastamos todos. Mi hijo, por el momento, se conformaría con jugar en el Racing, pero me temo que pronto se le ocurrirá algo aún más inalcanzable. ¿Y qué me decís de vosotros? ¿Qué hubierais querido ser y no pudisteis? ¿O todavía albergáis esperanzas?

Yo ya estoy casi resignado a mi suerte. Sin embargo, desde hace unos días, tengo una idea rondando por la cabeza. Se me ha ocurrido media canción y ando dándole vueltas a qué podría hacer con ella. Y es que soy incorregible. Se titula “Siglo XX”, y ya no voy a dar más pistas.

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo soy como tu hijo: por la estatura y porque con jugar en el Rácing me conformo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Chavalón, no me engañes: tú lo que quieres es hacer puentes de esos espectaculares, llenos de cables y todo eso. ¿O es que eso ya no es un anhelo sino una realidad?

Anónimo dijo...

Gracias a la realidad, las realidades no son mi fuerte, así que lo de los puentes siguen siendo un anhelo. O un anélido escabullizo.

Por cierto, mmmmmm... La Fuga es de León? Son los padres de los de La Fuga de Reinosa? O los tatarabuelos de Leipzig que les daba por las tocatas, cánones y fugas?

Ing. Cardioide dijo...

Uuuuyuyuy

A mí me hubiera gustado saber cantar, me gusta mucho, pero puedo romper vidrios así jajaja. Aún así sigo cantando pero en la regadera en do... en do...nde nadie me escuche jaja.

De chico quería ser médico, pero cuando comencé a crecer el ver la sangre me causaba (bueno, me causa) vértigo y mareo :S así que lo descarté.

Aloha! Un saludo Javier,

Lalo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Lalo, chico, no te disgustes: a médico no llegaste pero, al menos, eres ingeniero. Y encima "cardioide", que suena mucho a sanitario.
Por cierto, ¿qué tal tu plan de ejercicio? ¿Adelgazas o ya te han comido las agujetas?
Un abrazo, amigo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Valen (y a quien interese): para que no haya dudas, "La Fuga" de Reinosa y "La Fuga" que aquí menciono son dos escapadas distintas (y hay más, ¿eh?. Así, a bote pronto, se me ocurre "La fuga de Logan", por ejemplo).
De los que yo hablo eran un grupo muy modernillo de León (bueno, de Villaobispo, más bien) que consiguieron sacar un miniLP allá por 1985 u 86. No estaban mal, pero pasaron sin pena ni gloria. De hecho, no he vuelto a encontrar a nadie que les recuerde desde entonces. Sin embargo, a mí me gustaban: todavía te podría cantar dos o tres canciones suyas, pero tengo tan poquito oído que no te sonarían demasiado bien.

mgqseaml dijo...

Dios mío!!!!! Esto es todo un reto para mí, jaja
Cuántos párrafos son?

Ing. Cardioide dijo...

Mi estimado Javier,

Afortunadamente lo del ejercicio va bien :) Después de 1 semana ya se me quito todo el dolor :D así que ahí vamos.

Otra de las cosas que me hubiera gustado ser es arquitecto, pero las computadoras se atravesaron jaja así que ni modo.

Aloha! Muchos saludos!

Lalo.

mgqseaml dijo...

Yo siempre he sido muy cantarina pero siempre he sido consciente de que era demasiado tímida como para subirme a un escenario así que muy poquita gente me ha oído cantar (espero que por desgracia...).
Mi sueño de pequeña era ser cantante o astronauta pero cuando crecí cambié de sueño y ahora hago exactamente lo que quiero hacer aunque no es nada con demasiado misterio...
Besitos

mgqseaml dijo...

Por cierto..."Jijas"???? No lo había oído nunca...

Javier Menéndez Llamazares dijo...

¡Vaya MGQEAOL, si has sido capaz de leer todos los párrafos! Después de esto, te veo leyendo de un tirón el Quijote, Guerra y Paz o Crimen y Castigo. xDDD
A ver, lo de jijas es una palabreja que se decía en León a aquellos a los que se les ven todos los huesos y hasta se les pueden contar la costillas. Es el antónimo de "cachas" o "mazas", o sea, como el Swarzenegger, pero al revés.
Y ahora te toca a ti contar a qué te dedicas, porque ya me has despertado la curiosidad de saber qué te hace tan afortunada.
Muchas gracias por la visita, por los comentarios y por el esfuerzo de leer textos tan largos (es verdad, hoy me he pasado un pelo... a ver si mañana me sale un artículo de tres o cuatro líneas).

(por cierto, mira que cuesta pronunciar este nick tuyo...)

rakel dijo...

ola! qué barbaridad, con todas las letras que tiene y lo corto que se hace d leer!
pues bien, yo ya había comentado que siempre quise un Nobel(de qué era lo de menos). pero además quise ser periodista, misionera, veterinaria(sin fronteras), deportista(atleta, de velocidad), bombera, policía de tráfico, y últimamente médica. lo de últimamente, va a ser que no. llegados a este punto tengo un poco más cerca(casi lo toco con la punta de los dedos) una de esas vocaciones: veterinaria sin fronteras (asi no hay que preguntar, jeje).
Lo cierto es que también quise cantar(en el coro del cole.fue que no) y ser actriz(de teatro). esto funcionó algún tiempo(solo hasta la universidad).
Bueno, de momento sigo soñando, es una de las ventajas de ser inmadura, asi que quíen sabe...

BETTINA PERRONI dijo...

la imaginación...

Hasta donde recuerdo quise ser muchas cosas, por eso me recorrí diferente disciplinas... quise ser concertista, aprendí a tocas instrumentos y luego quise ser presidente de mi país y me metí a declamar, luego quise ser una gran deportista y me metía en diferentes concursos deportivos... quise ser muchas cosas pero creo que la satisfacción más grande la encontré viajando... por eso soy muy vaga jajaja :D pero con título profesional jiji

Anónimo dijo...

Me ha encantado la frescura de tu post. Yo... bueno, la verdad es que nunca tuve muy claro qué quería ser, ya ves. Aunque es cierto que nunca pensé que iba a ser lo que ahora soy (mejor no entrar en escabrosas definiciones). Es lo bueno de aquellos años mozos: como ocurre en la Historia, finalmente todo acaba por ser de otra manera... Coño vida.

Desesperada dijo...

pues como no podía ser futbolista (aparte del sexo femenino mi facilidad para el manejo del balón es nula) me metí a música... y canté en el coro del instituto, sí, javier, lo conseguí, e incluso llegué a ser la voz guía de los bajos. ahí terminó mi camino a la fama. después me empeñé en ser periodista y no paré hasta conseguirlo... aunque ahora, a veces, miro atrás y desearía haber seguido cantando. al menos tendría a la sgae para protegerme, ja ja ja ja

bicos. (y necoritas). je je

Raquel dijo...

Me gusta mucho esa naturalidad que tienes para contar estas historias. Lo mismo que disfruté leyendo el post "cómo ser nadie", disfruto éste, toda su fluidez y valentía.

Anónimo dijo...

macho, como sacas tiempo para escribir post tan largos? y tan densos? y tan llenos de chicha?

me paso luego por el inter,

ta luego

Anónimo dijo...

Yo, cuando era niño, de mayor quería seguir siendo niño. A ver esa letra... bueno, me ofrezco para musicarla ¿hace?

Anónimo dijo...

Como te puedes imaginar, yo me he identificado mucho con este post (o como se llame), aunque ni siquiera lo intenté, mi frustración es ésa, ni siquiera haberlo intentado.
Ya sólo ver a los Stray Cats me ha alegrado la mañana!
Ahora me ha dado por escribir una especie de diario, penoso, con recuerdos y reflexiones varias, pero al final resulta estar trufado de referencias musicales, de Sabina a Scorpions, pasando por Blondie, y claro está Bruce, así sin apellido que es de la familia.
Hale, un saludo y keep on rockin'!

Cris dijo...

Pues yo, a mis 28 años y después de dos carreras, sigo sin encontrar mi lugar en el mundo, se dice pronto. Estoy metida en mil cosas (un corto, clases de japonés, curso de fotografía, beca en una productora), entre ellas, unas oposiciones, porque confío en que, si algún día las saco, voy a poder dedicarme por las tardes a lo que realmente me llene, si es que lo encuentro algún día... Me ha encantado tu post.