Una tarde de viento intenso, cuando salía de casa con un enorme taco de folios llenos de poemas, un golpe de aire me los arrebató.
Dos centenares de hojas blancas volaron avenida abajo, camino del mar, como un rebaño de pedacitos de papel que, imposible de detener, se dispersó por todo Valdenoja.
¿Qué será de aquellas hojas? Parecían todas tan iguales, con sus palabras aplastadas sobre las fibras, como si se hubieran estrellado en la página tras una vertiginosa caída. Tantos pensamientos destilados, tantas horas de paciente corrección, rodando por la calzada…
Y ahora se llenarán de pisadas, de marcas de neumáticos, incordiarán a los barrenderos, llegarán hasta los acantilados de Mataleñas, el campo de golf, el faro, los aledaños del Sardinero, y quién sabe hasta dónde.
Se convertirán en barquitos de papel, en aviones, se quedarán acurrucadas en los bordillos, y quizá alguien sienta curiosidad, recoja algún folio, lo lea y descubre en él mis pobres versos huérfanos, como si fuera una acción poética de las caducas vanguardias.
Como las esporas de las plantas, así mis versos se diseminaron, esperando encontrar un terreno apropiado en el que germinar.
Dos centenares de hojas blancas volaron avenida abajo, camino del mar, como un rebaño de pedacitos de papel que, imposible de detener, se dispersó por todo Valdenoja.
¿Qué será de aquellas hojas? Parecían todas tan iguales, con sus palabras aplastadas sobre las fibras, como si se hubieran estrellado en la página tras una vertiginosa caída. Tantos pensamientos destilados, tantas horas de paciente corrección, rodando por la calzada…
Y ahora se llenarán de pisadas, de marcas de neumáticos, incordiarán a los barrenderos, llegarán hasta los acantilados de Mataleñas, el campo de golf, el faro, los aledaños del Sardinero, y quién sabe hasta dónde.
Se convertirán en barquitos de papel, en aviones, se quedarán acurrucadas en los bordillos, y quizá alguien sienta curiosidad, recoja algún folio, lo lea y descubre en él mis pobres versos huérfanos, como si fuera una acción poética de las caducas vanguardias.
Como las esporas de las plantas, así mis versos se diseminaron, esperando encontrar un terreno apropiado en el que germinar.
9 comentarios:
Mucho me temo, amigo LLamazares, que el destino de la poesía no es convertirse en poema. Tu post así me lo confirma. Piensa que lo mejor de esos poemas transfigurados en barquito de papel es que excitan nuestra imaginación de no-lectores, nuestro acervo conceptual. Mejor destino que ese...¡Imposible!
Saludos irónicos...
O eso, o que el Destino me está enviando un mensaje, si bien de modo poco diplomático: "chico, deja ya de dar la lata con los versos". En fin.
Saludos derrotistas...
como semillas en el aire...
Pater, mis respetos, y sea bienvenido a esta humilde casa.
Por cierto, encontré su blog muy recomendable.
"El mejor poema es el que no se escribe", tengo dicho en algún sitio. Pues eso. A sobrellevarlo como mejor se pueda...
Me recuerda a cuando yo también deje mi libreta de poemas en un banquillo...siempre me pregunto que seran de ellos...Mi fantasía es que algún enamorado la encontró y ahora se los lee a su amada ahhh! que romántico
No digo yo que no, pero vaya, ya de haberlos escrito, aunque sean un poco de pueblo y feúchos de cara, bien está que vean mundo, ¿no?
Paty, eso es lo que se dice "poesía social": sirve para ayudar a los necesitados.
De todos modos, espero que tuvieras una copia guardada o que lo hubieras registrado ya, porque no creo que hay mayor desazón que la de perder irreparablemente un manuscrito. Los que escribimos somos así, y nos lo tomamos todos demasiado a pecho, ¿verdad?
Soy aficionado al proceso contrario: recoger las hojas pisoteadas, marcadas de neumáticos o mancilladas de publicidad para tratar de redimirlas con un verso.
Espero que desgrave purgatorio...
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