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jueves, 17 de enero de 2008

Escritores en el Húmedo, 3. Antonio Toribios

Para ser sincero, debería confesar que nunca me he encontrado con Antonio Toribios en el Húmedo. Pero, como siempre nos hemos visto en algún bar, la cosa cuenta prácticamente como si hubiéramos recorrido juntos la Plaza de las Tiendas, ¿no?
Se podría decir que Antonio es un escritor tardío; al menos, desde mi perspectiva. Cuando él empezó a despuntar ya tenía algunas canas en la barba, y coincidió con mi lamentable retirada de la escena literaria leonesa, a mediados de los años noventa. Más tarde, él comenzó a ganar algunos premios, como el codiciado concurso de relatos del Diario de León, mientras yo me hundía en una espiral de edición y periodismo, que me arrastraría a los más indignos infiernos de la política local. Y él, entre tanto, escribiendo, publicando, disfrutando de la vida... Dios mío, cuánta envidia.
Aún así, tardamos mucho tiempo en conocernos: más de una década. Y eso que compartíamos pasillos en la facultad, páginas en la prensa y hasta algunas amistades, como la de Tino Melcón. Sin embargo, tuvo que más tarde, separados por cientos de kilómetros y a través de la red cuando por fin trabásemos contacto.
Ya hablé hace tiempo de su Almanaque, aventura en forma de blog que está pidiendo a gritos una edición en papel; sin embargo, durante las vacaciones me contó algunos secretos de cocina que resultaron de lo más interesante.
«¿A qué un santoral a estas alturas, cuando ya nadie quiere trascendencia ni sermones?», me preguntaba yo. Y Antonio aplicó toda su paciencia, explicándome que la culpa de todo la tenía uno de los escasos libros que rodaban por su casa. Y «su casa» —y, por extensión, la de todos— es la casa de la infancia. En su casa, de recia tradición ferroviaria, apenas rodaban un par de libros: uno era un manual de procedimiento para los ferrocarriles, y otro una «Vidas de Santos». No sabría decidir cuál era más útil, cuál merecía más el puesto de honor en aquel hogar: uno había servido para alimentar y mantener a la familia —con él preparó el padre su examen de ingreso al Cuerpo de Ferroviarios—, y el otro sirvió para que Antonio aprendiera sus primeras letras y despertara una imaginación desbordante. Dos puntos cardinales, el ferrocarril y la hagiografía, que bastarían para llenar todo un universo literario, para "hacer" un auténtico escritor.
Toribios aún conserva el manual de ferroviario; hace años que lo llevó a un artesano para que le hiciera un traje nuevo, una cuidada encuadernación en piel. El santoral no sé si lo conserva; imagino que no, y de ahí esa idea de crear uno propio. Porque quizás eso sea, precisamente, la esencia de la literatura: recrear lo que no tenemos.
En este almanaque, que tiene forma de blog pero es en realidad un libro de relatos, Antonio escribe para cada día del calendario un cuento con el nombre del santo del día. Aparentemente, sus personajes poco tienen que ver con los santos que les dieron nombre. Pero sólo aparentemente, claro. Y no sólo eso: todo está tan hilvanado, que incluso los actantes de menor entidad están bautizados siguiendo el calendario romano. Personajes que en ocasiones reaparecen, que saltan de unos días a otros, de unos relatos a otros, dando vida a un universo propio en el que todo está relacionado. Buena literatura que nace a partir de lo que nadie hubiera considerado verdadera literatura: hagiografía, propaganda, letras pías...
Antonio, que es tiene el gesto tranquilo y los ademanes pausados, tiene sin embargo una voz llena de vida, y es una animado conversador; a veces se le escapan algunos detalles, como admitir cuánto le cuesta sentarse a escribir. Y que prefiere buscarse obligaciones, escribir con un objetivo, aunque sea un encargo que finalmente no vea la luz; en esos casos, al menos, le queda el texto. Y le resulta gratificante, porque es consciente de que, de otro modo, sin aquel estímulo, ni siquiera lo habría escrito.
Esto me llevó a pensar en las diferentes formas que todos tenemos de enfrentarnos a la escritura, al «acto creativo», que dirá algún pretencioso. Algunos escribimos cuando tenemos una idea, y escribir es plasmarla —con mayor o menor fortuna— en un texto. En cambio otros, como Antonio, primero deciden escribir y luego buscan la idea. Algo que me maravilla y que, además, resulta muy práctico: si yo hubiera tenido ese don, seguramente no me habría pasado diez años sin escribir una línea. Supongo que para eso es imprescindible una combinación de talento y disciplina, y a mí me gusta demasiado deambular, recorrer el casco viejo, entrar en los bares y, sobre todo, conversar con escritores. ¡Ay! Si fuera capaz de aprender algo de Antonio Toribios...

7 comentarios:

JML dijo...

Ay, querido Javi, en estas historias cada uno tiene su librillo, y no es cosa de escribir un manual de instrucciones sobre cómo tentar a la Musa. El Almanaque de Toribios es un buen refugio para los días desapacibles del calendario que cuartean nuestro nombre. Y ahora perdóname, acabo de ver tras los visillos a una musa piernilarga, voy a seguirla, a ver si me conduce hasta el Nirvana del relato... Te cuento.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Querido Javier:
En realidad estás haciendo tú ese árbol genealógico de los escritores secretos del que te hablé para mi hipotética novela.
A ver si leo el San Bruno de Antonio Toribios.
El caso es que hay una red de blogs de escritores leoneses que tu muy bien estás poniendo en contacto. Se podría crear algo que los sostuviera, o no sé... a la web del periódico que cree un vínculo a estos blogs, o alguna institución. ¿Qué te parece?

Mariano Zurdo dijo...

Para mí el blog ha significado precisamente eso, pensar voy a escribir primero y buscar la idea después. Es algo nuevo para mí. Y me cuesta sudores muchos días. Me lo tomo como hacer pesas con la tinta. Cuando escribo relatos cortos va desapareciendo esa capacidad. Y con novela ya ni te cuento. Que si te he visto, no me acuerdo...
Besitos/azos.

Antonio Toribios dijo...

Bueno, Javier, la verdad es que has un ejercicio de hagiografía conmigo que ya quisiera para si cualquiera de mis "santos". La próxima nos vemos en el Húmedo, hombre, para hacer honor a la serie. Por cierto, me siento muy bien acompañado. Un saludo para Bruno y el otro Javier.

Antonio Toribios dijo...

Vaya, me comí "hecho", osea "has hecho un ejercicio...". Cosas de la dieta, que me hace soñar con comer. El día del Húmedo pediré bula a mi médica.

hombredebarro dijo...

Muy interesante método el del Almanaque. Lástima que la idea esté ya pillada.

Filisteum dijo...

Hombre, pues me alegro de tenerlocalizado a Toribios, porque tenía yo ganas de saber de él de nuevo.

Mucho has dicho de él, y te has quedado corto. Las cosas como son.