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miércoles, 24 de octubre de 2007

Perfiles extrovertidos


Un paso ineludible en toda selección de personal que se precie es la elaboración del perfil del aspirante. En ocasiones se hace mediante tests interminables, en los que te preguntan siempre lo mismo, pero de quince o veinte formas distintas; al final, ya no sabes si quieren comprobar tu sinceridad, tu memoria, tu coherencia o tu paciencia. En otros casos, es aún peor, y tienes que superar una entrevista personal, que es un rato tan agradable como si estuvieras sentado en la silla del dentista —con excepción de la de mi odontólogo favorito, César Díez, que es un auténtico fenómeno; otro día hablaré de él—. Y todo, ¿para qué? Pues para descubrir cómo es el candidato.
Al parecer, los especialistas tienen repartidos algunos trabajos según el carácter de cada cual: a los contables se les prefiere discretos; a los comerciales, extrovertidos, y a los administrativos, introvertidos.
Yo a todo esto tampoco le veía mucho sentido: una forma más de alienación del sistema, pensaba, hasta que recordé lo que me ocurrió hace años en una imprenta.
Sería en 1992 ó 1993 —vaya memoria— cuando a la Diputación de León se le ocurrió publicar una revista juvenil, y de paso unas plaquettes con textos de autores jóvenes, o casi adolescentes, como era mi caso. Yo preparé unos cuantos ejercicios de estilo, entre ellos un collage con titulares de prensa, al estilo de los que hacía entonces Tino R. Melcón. El caso es que en la imprenta ocurrió algo, y me llamaron para que autorizase que el collage apareciera en negativo, es decir, con fondo negro y texto blanco.
Fui a la imprenta a echarle un vistazo a las galeradas, y quedé encantado. Sería fruto de la impericia del encargado del laboratorio, porque el negocio estaba empezando, pero el caso es que la composición ganaba mucho con el cambio.
La imprenta se llamaba Sorles (Sordos Leoneses) y se acababa de constituir gracias a los programas sociales para la integración laboral de minusválidos, así que la mayoría de los operarios padecían algún tipo de deficiencia auditiva —vamos, que casi ninguno oía nada, lo que no suele representar mucho problema, porque en las imprentas siempre hay un ruido de mil demonios—.
El caso es que mientras charlaba con el jefe de la imprenta y la directora comercial —
Violeta, una rubia de metro ochenta, a lo Loreto Valverde pero en tía buena—, me incomodó que el jefazo saliera cada tres o cuatro minutos del despacho y le pegara la bronca a cualquiera de los quince o veinte empleados que había en el taller. A la tercera aceifa del industrial, que se desgañitaba con dos mujeres de mediana edad que estaban con el manipulado de un catálogo, alzando, plegando y grapando, le pregunté a Violeta qué pasaba.
—Nada, esta gente, que se pasa el día charlando —me contestó con un suspiro.
—¿Y que hay de malo en que hablen? —me pregunté yo en voz alta, seguro de que un poco de conversación entre compañeros sólo podía mejorar el ambiente?
—¿Que qué pasa? ¡Pues que son sordomudos! —repuso Violeta.
—¡Que hablan con las manos! —bramó el jefe, entrando en la oficina— ¡Y su trabajo es manual! ¡O sea, que mientras hablan no pueden trabajar!
Y así me enteré de dos cosas: primero, de que en la imprenta había un sordomudo muy majete, que se pasaba el día contando chistes (y que iba a durar muy poco en la empresa); y segundo, que casi siempre es mejor tener la boca cerrada... y las manos quietas.

5 comentarios:

pati dijo...

Estoy confundida (parezco Dinio, leches!)... no sé si reírme con el diálogo de tu artículo sería de mal gusto para con los minusválidos y si de hacerlo, encontrar encima de mi mesa una demanda judicial o simple y llanamente ponerme a pensar en su moraleja.

Bueno, te digo la verdad, que a fin de cuentas no nos conocemos y eso me permite un grado de valentía por mi parte: me he reído mucho, y además, mucho.

Lo de la moralina, no es para cogerla a pies puntillas, no?

Isabel Burriel dijo...

qué buenooooo.
Sordos o no, como nos gusta dar palique en el curro pero es que además con los trabajos manuales dan todavía muchas más ganas y estos... no iban a ser menos.

Anónimo dijo...

Me ha encantado la moraleja, jajaaaja, hables como hables lo mejorcito es estar calladito, tanto ellos como tú, jajajajaja.

Anónimo dijo...

Je. Buena historia, Javier.

Llevo un tiempo disperso. Sólo quería decirte una cosa:

FELICIDADES POR LA PUBLICACIÓN. Ya aparece en catálogo de la editorial, a ver cuándo aparece en las tiendas :)

Saludos.

Prado dijo...

Pues a mí, francamente me da risa. A ver los jefes que a uno le tocan. Mira que casualidad: pienso que tu blog es interesante. Y antes que esto se convierta en una plaza de lisonjeros, quiero mencionar a Juan Carlos Lemus, conciudadano mío que dijo: Yo no me sé reunir con sabios/ cambio de acera cuando los encuentro/ y no les devuelvo el saludo/ He perdido mi carné/ Para ingresar al reino de la poesía...