Algo sabía acerca de esta "profesión"; sólo que lo había visto en la tele —en CSI Nueva York, creo—, y como la fuente no me parecía demasiado fiable había supuesto que se trataba de mera ficción. O, como mucho, de alguna excentricidad más de la "gran manzana".
Este fin de semana, sin embargo, pude comprobar que no estaba en lo cierto: es un oficio, y muy valorado en nuestra economía post-industrial, neoliberal, globalizada y tecno-chunga. Se llama "cazador de tendencias" —cool hunter, en la lengua del imperio y los negocios—, y tiene muchas vertientes, prácticamente en todos los sectores empresariales.
El asunto consiste en pulsar la sociedad, el mercado o lo que sea menester, y descubrir qué va a estar de moda antes de que imponga —sobre todo, porque hacerlo después no tiene tanto mérito—. "Cazar" tendencias. Descubrir qué va gustar a los demás. Suena bien, ¿verdad? Si te pones en situación, te imaginas hecho un árbitro de la elegancia, codeándote con la "beautiful people", como si fueras un diseñador de los criterios estéticos. Mola.
Sin embargo, la realidad es bastante más rastrera. Lo comprobé este fin de semana viendo un documental sobre Inditex.
Vaya por delante que no tengo nada contra Inditex, contra Amancio Ortega ni contra el orbayo o el lacón con grelos, pero no me resisto a decir que yo siempre tuve la idea —a partir de lo que cazas por ahí, en conversaciones ajenas, generalmente— de que Zara era una tienda "de baratillo", donde había ropa muy de moda y muy, muy barata, pero de escasa calidad. Prejuicios míos, supongo, porque al final ha resultado que esa visión que yo tenía de la firma en los ochenta no la comparten sus millones de clientes, hasta el punto de que, al parecer, sus precios ya no son tan, tan baratos. Y de la calidad no voy a hablar, porque desconozco el tema.
Lo que sí querría comentar es una escena en la que el documental mostraba el trabajo de uno de los empleados de Inditex: un cazador de tendencias. Y allí descubrí lo que realmente hacen estos profesionales: salen a la calle, cámara en mano, observan cómo viste la gente y toman fotografías de todo lo que les llama la atención. Como si de un "safari fotográfico" se tratara, estos cool hunters efectivamente "cazan" la creatividad de los viandantes. La técnica está tan estudiada, que incluso se puede estudiar en escuelas de márquetin, como en la Universidad de Palermo, donde un tal Gustavo Lento imparte workshops —que no sé lo que son, pero suena de muerte— sobre el particular.
Vamos, que la cosa va de copiar lo que se ve por la calle, ni más ni menos. Porque resulta que hay por ahí gente muy creativa e inquieta, a la que se le ocurren cosas geniales que luego nos encantan a todos. Supongo que ése es el principio de la moda: alguien innova, y luego los demás le seguimos. Antes se difundía a través de pequeños grupos, y la cosa se extendía como las ondas en el agua, mediante el prestigio. Pero, ¿para qué esperar? ¿No es mucho más práctico descubrir cuál es la innovación y producirla en serie? Claro, hay que dejar los asuntos serios a los profesionales, que son los que de verdad saben qué hacer con las cosas: dinero. Porque con este cuento hacen mucho, mucho dinero.
Y no es que me parezca mal que se enriquezcan con la moda, pero creo que algo falla. ¿Lo que se ve en la calle es de todos? ¿Y lo que se escucha? ¿Sí? ¿Y lo que se lee? ¿Y lo que se compra? Que yo sepa, para todo esto se inventó hace siglo y medio la propiedad intelectual.
¿Se imaginan a un escritor que, falto de ideas propias, decida copiar el libro de otro? Ejemplos no faltan, desde luego. Y, si se fusilan tesis, canciones, programas políticos y hasta el trasero de las estrellas de cine, ¿qué más da si nos quedamos con las ideas de la gente de a pie? Total, ellos lo hacen por exhibicionismo y sin pedir nada a cambio, ¿no?
Pues no. Porque el diseñador que luego idea una pieza, a partir de la información "recopilada" por el cool hunter, no lo hace por amor al arte. Cobra, y muy bien. Y no lo hace por su pericia técnica, sino aprovechándose de la creatividad de otro, al que ni siquiera dan una palmada. ¿Cazadores de tendencias? ¿No serán, tal vez, ladrones de ideas?
Y plagiar es, de hecho, un delito. A nadie se le ocurriría copiar un premio planeta —dejando de lado cuestiones literarias, obviamente—, una película de Holliwood o un diseño de Versace. Sin embargo, aprovecharnos de lo que se le ocurra a cualquier pelagatos carece de importancia; ni siquiera van a protestar, así que de demandar ni hablamos.
Claro que la llave del misterio está, como siempre, en las palabras: hay "cazadores" porque vivimos en la selva. Donde impera la "ley del más fuerte".
Pues qué bien.
Este fin de semana, sin embargo, pude comprobar que no estaba en lo cierto: es un oficio, y muy valorado en nuestra economía post-industrial, neoliberal, globalizada y tecno-chunga. Se llama "cazador de tendencias" —cool hunter, en la lengua del imperio y los negocios—, y tiene muchas vertientes, prácticamente en todos los sectores empresariales.
El asunto consiste en pulsar la sociedad, el mercado o lo que sea menester, y descubrir qué va a estar de moda antes de que imponga —sobre todo, porque hacerlo después no tiene tanto mérito—. "Cazar" tendencias. Descubrir qué va gustar a los demás. Suena bien, ¿verdad? Si te pones en situación, te imaginas hecho un árbitro de la elegancia, codeándote con la "beautiful people", como si fueras un diseñador de los criterios estéticos. Mola.
Sin embargo, la realidad es bastante más rastrera. Lo comprobé este fin de semana viendo un documental sobre Inditex.
Vaya por delante que no tengo nada contra Inditex, contra Amancio Ortega ni contra el orbayo o el lacón con grelos, pero no me resisto a decir que yo siempre tuve la idea —a partir de lo que cazas por ahí, en conversaciones ajenas, generalmente— de que Zara era una tienda "de baratillo", donde había ropa muy de moda y muy, muy barata, pero de escasa calidad. Prejuicios míos, supongo, porque al final ha resultado que esa visión que yo tenía de la firma en los ochenta no la comparten sus millones de clientes, hasta el punto de que, al parecer, sus precios ya no son tan, tan baratos. Y de la calidad no voy a hablar, porque desconozco el tema.
Lo que sí querría comentar es una escena en la que el documental mostraba el trabajo de uno de los empleados de Inditex: un cazador de tendencias. Y allí descubrí lo que realmente hacen estos profesionales: salen a la calle, cámara en mano, observan cómo viste la gente y toman fotografías de todo lo que les llama la atención. Como si de un "safari fotográfico" se tratara, estos cool hunters efectivamente "cazan" la creatividad de los viandantes. La técnica está tan estudiada, que incluso se puede estudiar en escuelas de márquetin, como en la Universidad de Palermo, donde un tal Gustavo Lento imparte workshops —que no sé lo que son, pero suena de muerte— sobre el particular.
Vamos, que la cosa va de copiar lo que se ve por la calle, ni más ni menos. Porque resulta que hay por ahí gente muy creativa e inquieta, a la que se le ocurren cosas geniales que luego nos encantan a todos. Supongo que ése es el principio de la moda: alguien innova, y luego los demás le seguimos. Antes se difundía a través de pequeños grupos, y la cosa se extendía como las ondas en el agua, mediante el prestigio. Pero, ¿para qué esperar? ¿No es mucho más práctico descubrir cuál es la innovación y producirla en serie? Claro, hay que dejar los asuntos serios a los profesionales, que son los que de verdad saben qué hacer con las cosas: dinero. Porque con este cuento hacen mucho, mucho dinero.
Y no es que me parezca mal que se enriquezcan con la moda, pero creo que algo falla. ¿Lo que se ve en la calle es de todos? ¿Y lo que se escucha? ¿Sí? ¿Y lo que se lee? ¿Y lo que se compra? Que yo sepa, para todo esto se inventó hace siglo y medio la propiedad intelectual.
¿Se imaginan a un escritor que, falto de ideas propias, decida copiar el libro de otro? Ejemplos no faltan, desde luego. Y, si se fusilan tesis, canciones, programas políticos y hasta el trasero de las estrellas de cine, ¿qué más da si nos quedamos con las ideas de la gente de a pie? Total, ellos lo hacen por exhibicionismo y sin pedir nada a cambio, ¿no?
Pues no. Porque el diseñador que luego idea una pieza, a partir de la información "recopilada" por el cool hunter, no lo hace por amor al arte. Cobra, y muy bien. Y no lo hace por su pericia técnica, sino aprovechándose de la creatividad de otro, al que ni siquiera dan una palmada. ¿Cazadores de tendencias? ¿No serán, tal vez, ladrones de ideas?
Y plagiar es, de hecho, un delito. A nadie se le ocurriría copiar un premio planeta —dejando de lado cuestiones literarias, obviamente—, una película de Holliwood o un diseño de Versace. Sin embargo, aprovecharnos de lo que se le ocurra a cualquier pelagatos carece de importancia; ni siquiera van a protestar, así que de demandar ni hablamos.
Claro que la llave del misterio está, como siempre, en las palabras: hay "cazadores" porque vivimos en la selva. Donde impera la "ley del más fuerte".
Pues qué bien.
9 comentarios:
A alguien tan poco tendente a seguir las tendencias como un servidor, eso de cazarlas me suena a chino cantonés.
Eso sí, como intuya que tu novela puede ser un éxito te cazo sin ningún pudor. Déjame cazar tendencias y llámame tonto.
Besitos/azos.
mmm, esa profesión siempre me ha parecido fascinante. como cobrar por no hacer nada.
¡Ahora me explico a toda esa gente que me saca fotos a escondidas! Voy a reclamar los derechos de las camisetas con hombreras :-D
Curiosa la traducción, la asimilación de formas de mercado comunes, la globalización brutal, comprobar que márquetin y marketing en todo sitio y lugar es el mismo gato con botas y que el mundo de los negocios es eso mismo, un cazador de tendencias.
Yo vi ese reportaje, y gracias a él descubrí por qué las chaquetas de ms hijas se deshilachan todas, todas, en el cuello. Llegué a tal conclusión cuando el encargado de la máquina textil explicó que si un día la maquina teje x prendas en una hora, su trabajo es conseguir que al día siguiente teja x+4, abaratando así costes (y calidad, añado yo). Aunque debo decir que otras prendas me salen buenas, y por regla general me gusta mucho la ropa que venden.
el misterio del cool hunter radica en su ojo crítico, no? digo yo que a mi nunca me ha parecido que la bata de guata y las pantuflas creen tendencia, y en mi pueblo todas las vecinas salen a comprar el pan de esa guisa...jajaja
(es broma)
en fin, asi es la vida!
Tampoco creas que los cool hunter sólo hacen fotos por la calle. Las grandes firmas están aterradas por miedo a que sus diseños se filtren y aparezcan en el Zara antes que en el escaparate de Loewe. Y te lo digo con conocimiento de causa. Más que de cazadores, yo hablaría de depredadores...
Todos copiamos de todos.
Solamente hacer una pequeña aclaración:
cuando dices: "...en la Universidad de Palermo, donde un tal Gustavo Lento imparte workshops —que no sé lo que son, pero suena de muerte— sobre el particular."
Quiere decir que se imparten talleres (workshops) sobre ese tema.
Que a propósito, suena muy interesante.
Un saludo
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