No sé si sería cosa del clima —esa melancolía gris que transpira en la campiña inglesa, con su bruma matinal y la puntual lluvia, siempre a la hora del té—; quizás fuera sólo un arranque de orgullo, harto de que le pasaran por las narices su origen humilde y su condición de becario en un colegio selecto; o puede que sólo fuera un arranque, un impulso irresistible e inexplicable lo que le llevó a desafiar lo establecido y seguir sus propios instintos. Pero lo que, desde luego, sí que fue, es un «elegante desprecio por las normas», como atestigua la placa que colocaron en su honor en la escuela de Rugby:
Esto sucedía en 1823, en un mundo que imaginamos lejano, y que yo siempre —maldita influencia del cine, que acaba por convertir el pensamiento en audiovisual— espero ver en blanco y negro, y ligeramente desacompasado, como en las películas antiguas, rodadas a 16 fotogramas por segundo y proyectadas a la velocidad actual, 24.
Esto sucedía —decía— en 1823 en el colegio de Rugby, durante un partido de football. Un fútbol aún primitivo, pero con algunas reglas claras; entre ellas, la de jugar con los pies y no con las manos. Y, de pronto, uno de los jugadores, William Webb Ellis, un chico del pueblo, un becario, un muchacho del montón, cogió la pelota con las manos y salió corriendo con ella, como un rayo, en dirección a la portería contraria, y marcó un gol. Un gol antirreglamentario, por supuesto, pero gol al fin y al cabo.
Una boutade, una chiquillada, un desplante, ¿quién sabe? Pudo ser cualquier cosa, desde el pueril resultado de una rabieta hasta un desafío al establishmen. Pero lo verdaderamente curioso fue que aquella, en lugar de propiciar una buena paliza al díscolo Ellis, le inmortalizó, pues pronto los demás comenzaron a imitarle. La cosa se extendió tanto, que pronto se empezó a jugar, en todo el país y parte del extranjero, a la manera de Rugby. Y hasta hoy día dura la fiebre.
Algo similar hizo el portugués Paulo Futre, en un derby madrileño, cuando en un ataque de enajenación —supongo— le quitó con la mano la pelota a Buyo y marcó un gol inválido e inexplicable. Claro que al colchonero, en lugar de crear escuela, le sacaron una tarjeta amarilla, e imagino que un par de chistes, de paso.
Sobre el bueno de William, poco más se puede contar de él: volvió a sus libros, fue a la universidad, se ordenó sacerdote y murió en Francia muchos años después, sin hacer un ruido. Sólo que su genialidad dio origen a lo que los apasionados definen como «un juego de rufianes jugado por caballeros». No obstante, lo realmente paradójico del asunto es que Ellis desobedeció las reglas, actuó contra el sistema, y su rebeldía, en lugar de dinamitarlo, derivó en un nuevo reglamento, en un nuevo sistema de reglas, órdenes, fronteras, jerarquías, obediencias y sanciones. Supongo que por eso se llama "rugby", y no "Ellisball" o algo similar: porque, de seguir la inspiración de aquel joven estudiante, el juego consistiría, precisamente, en romper las reglas.
Pero siempre, eso sí, con un «elegante desprecio por las normas». Como el que a algunos nos gustaría profesar.
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viernes, 24 de agosto de 2007
Un elegante desprecio por las normas
Publicado por Javier Menéndez Llamazares en 14:10 Califica este artículo (1-5):
Etiquetas: Miscelánea
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11 comentarios:
Bueno, voy a estrenar esto, cosa no tan fácil, para tu fortuna.
Muy instructivo lo que cuentas y para mí desconocido. Interesante la deriva hacia ruptura y rebeldía.
Saludos.
Desde luego es un gran epitafio para una tumba. Y como dices, a algunos de nosotros nos gustaría que fuera la nuestra. Te dejo una frase de Timothy Leary.
"A través de la historia humana, a medida que nuestra especie se ha enfrentado al aterrorizador hecho de que no sabemos quiénes somos ni adónde vamos en este océano de caos, han sido las autoridades, políticas, religiosas y educativas, las que intentaron confortarnos dándonos órden, reglas, regulaciones, formando en nuestras mentes su visión de la realidad. Para pensar por tí mismo has de cuestionar la autoridad y aprender cómo situarte en un estado de vulnerabilidad, de apertura mental; caótica, confusa, vulnerabilidad, para informarte. Piensa por tí mismo. Cuestiona la autoridad."
una reflexión oportuna, sí... me gusta.
sin dogmas ni más cadenas. gracias.
y a migue le digo que LSD Leary no se lo pasó demasiado bien...(o sí?) se puede cuestionar la autoridad siempre y cuando no olvides que es la autoridad.
ah! muchas gracias por el link
retribuído está
Al leer tu articulo, comence a recordar un poema, que mas adelante recordare de quien es, pero como las palabras son del viento no tiene importancia en este caso, despues lei tu perfil y me convenci, ese poema fue escrito para vos:
Nunca conocí a nadie a quien le hubiesen roto la cara.
Todos mis conocidos fueron campeones en todo.
Y yo, que fui ordinario, inmundo, vil,
un parásito descarado,
un tipo imperdonablemente sucio
al que tantas veces le faltó paciencia para bañarse;
yo que fui ridículo, absurdo,
que me llevé por delante las alfombras de la formalidad,
que fui grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que recibí insultos sin abrir la boca
y que cuando la abrí fui más ridículo todavía;
yo que resulté cómico a las mucamas de hotel,
yo que sentí los guiños de los changadores,
yo que estafé, que pedí prestado y no devolví nunca,
que aparté el cuerpo cuando hubo que enfrentarse a puñetazos,
yo que sufrí la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
me doy cuenta que no hay en este mundo otro como yo.
La gente que conozco y con quien hablo
nunca cayó en ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fue sino príncipe —todos ellos príncipes— en la vida...
¡Ah, quién pudiera oír una voz humana
que confiese no un pecado sino una infamia;
que cuente no una violencia sino una cobardía!
Pero no, son todos la Maravilla si los escucho.
¿Es que no hay nadie en este ancho mundo capaz de confesar que una vez
fue vil?
¡Oh príncipes, mis hermanos!
¡Basta, estoy harto de semidioses!
¿Dónde está la gente de este mundo?
¿Así que en esta tierra sólo yo soy vil y me equivoco?
Admitirán que las mujeres no los amaron,
aceptarán que fueron traicionados —¡pero ridículos nunca!—
Y yo que fui ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo dirigirme a mis superiores sin titubear?
Yo que fui vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.
Desconocía el origen de este deporte, y menos que fuera cosa de uno.
Las rupturas de las reglas establecidas, las revoluciones y los golpes al sistema siempre generan más reglas, nuevos ordenamientos, y nuevos sistemas. No sabemos hacer nada sin normas, sean de la clase que sean y quizá sea eso lo que nos hace posible convivir en sociedad (o lo mismo es lo que lo hace tan difícil en ocasiones), el caso es que no sabemos vivir sin normas, pero sí, suele dar cierto gusto transgredir.
Saludos.
Hmmm... comenzaré entonces a romper reglas, chicle y pega xD jajaja
El chiste no es siempre romper reglas y demás [digo, cualquiera lo puede hacer y puede caer en el bote si así lo amerita] pero en algún momento de la vida hay que hacerlo [ya sea en nuestra casa, nuestra escuela, etc] para ver de qué trata.
En mi casa no les agrada el que haya roto ciertas reglas, pero se han ido modificando bien jejeje. A ver qué pasa después.
Aloha Javier! Excelente post :D Un abrazo,
Lalo.
Ahí estamos, tratando de conocer las reglas para ver cómo romperlas o sortearlas mejor. Todo esto me hace pensar en muchas otras cosas y descubrimientos científicos que han surgido por un desafío a lo establecido.
Un abrazo
Es parecida a la anécdota de Tespis, el corifeo que dio un paso adelante del coro y sentó las bases del teatro con ello.
Antonio,
Muchas gracias por el comentario; lo de la deriva es cosa mía (lo digo por la "deriva", no por la rebeldía, que de eso cada vez me queda menos.)
Migue,
Bienvenido. Eso sí, lo del epitafio lo dejaremos para más adelante, ¿no? Para muuuuuuuucho más adelante.
Cacho de Pan,
tienes mucha razón: en nuestro mundo la autoridad se esconde, pero no desaparece. Sigue ahí, y suceda que, cuando la buscas puedes encontrártela. Igual que muchas otras lindezas de nuestra sociedad (capitalismo, desigualdad, injusticia, violencia, etc.) que ya ni vemos, pero que siguen ahí.
Todas las cosas que vienen me recuerdan a ti:
Muchas gracias; creo que los versos son de Pessoa, ¿verdad? Y es una lástima, sí, pero debemos admitir que, más de una vez, nos han partido la cara. Bienvenido al blog.
Querido Roberto:
Me hace mucha gracia lo que dices de que mola transgredir. Sobre todo, sabiendo que tu pasión es el derecho xDDD. Ojalá fueran como tú todos tus colegas...
Un abrazo.
Lalo, amigo:
¿cómo va eso? Está muy bien eso que cuentas de tu propia experiencia; yo viví algo parecido, pero es una etapa dura; difícil para uno mismo y desagradable para los que te rodean. Pero bueno, así es la vida.
¿Ya te mudaste? Perdona que no haya ido a ayudarte, ya me hubiera gustado...
Un abrazo, campeón. Y cuídate ese dedo, ¿eh?
Querida Raquel,
Cierto lo que señalas: sin voluntad de romper las normas no hay progreso, estaríamos girando en círculos eternamente. Al menos en el arte es enormemente eficaz.
¿Ya estás de nuevo en América? Hay que ver qué cortos se hacen los veranos, ¿verdad?
Un abrazo para ti también.
Max,
Gracias por el apunte erudito. Ahí tienes otro personaje interesante para tu galería, Tespis y su carro.
Javier: interesante reflexión la que lanzas. Estoy muy de acuerdo con Raquel en lo del progreso gracias al desafío a las normas establecidas, y no solo en la ciencia. Mira si no lo que ocurre con el lenguaje, cómo ha evolucionado muchas veces gracias a las patadas al diccionario que no paramos de dar. Y en la política: ahí anda Gallardón, tratando de desafiar normas establecidas dentro del partido para llegar algún día adonde no le dejan llegar. En esto último creo que se me ha ido la olla en poco ya, creo.
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