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lunes, 4 de junio de 2007

Memoralia


El caso es que el otro día tuve una buena idea —que ya iba siendo hora, ¿verdad?— para escribirla en el blog. Una idea genial, de esas que impactan al lector y hasta pueden llegar a cambiar su concepción del mundo. Una de esas ocurrencias que te hacen pasar semanas dándole vueltas, y que disfrutas tanto planeándolas como escribiéndolas. De esas que todos, cuando las leen, las comentan y las recuerdan durante mucho tiempo, quizá para siempre. Una idea fabulosa, que me tenía entusiasmado. Una de esas genialidades que surgen en el momento más inesperado, en cualquier parte o en mitad de la noche, precisamente cuando no tienes a mano nada con qué anotarla. Ideas que se van como vienen, y luego ya no puedes recuperarlas. Ideas que nunca más volverás a tener. Ideas puñeteras, malditas ideas que se te olvidan y te dejan con un cabreo monumental. Ideas de los *****es. Me c** en **** (con perdón).
Bueno, pues eso, que se me olvidó.
Y es que esto no puede seguir así: mi vida es un rosario de olvidos, flaquezas de la memoria encadenadas que me conducen a una espiral centrípeta muy cercana al desastre. ¿Que no? ¿Saben aquél que diu...
"—¿Cómo se llama el capullo ése alemán que me esconde las gafas?
—Alzheimer, abuelo, Alzheimer."
Pues el abuelo y yo somos del mismo equipo. No es que tenga mala memoria, que también —creo que ya hable de ello hace tiempo—, es que la cosa va cada vez peor.
Por motivos prácticos, suelo circular en moto por Santander. Sin embargo, la documentación, el seguro y todo eso que, por si acaso, hay que llevar encima, suelen estar en su lugar: en casa, encima del armarito de la entrada. Otro elemento obligatorio es el casco. Yo siempre recuerdo que me lo he dejado en la oficina cuando ya estoy encima de la moto. A veces me olvido de quitarle la cadena a la moto y me doy cuenta cuando acelero y no avanzo un palmo; y eso que siempre la cando.
También me suelo olvidar de dónde he aparcado el coche, y tengo que anotar el número de plaza o la calle para poder encontrarlo después. Y esto no es un defecto de la edad.
Cuando era crío —tendría unos diez u once años—, perdí la bici. No sabía exactamente cómo, pero una tarde fui a la terraza a cogerla y ya no estaba. Una bici preciosa, roja, de cross, con asiento de Harley Davidson. Y "be hache", claro, porque yo era de BH, nada de Orbea. Ni que decir tiene que me cayó una bronca de categoría. Y menudo disgusto.
Hasta que tres días después, camino de la clase de guitarra, me topo con mi bici atada a una farola. ¡Mi bici! Pero no piensen que me la habían mangado, y que el reencuentro había sido fruto de la casualidad. Qué va. Resulta que, tres días antes, había roto la hucha y me había ido a comprar un traje de portero de fútbol, verde y negro, como el de Arconada. Y había ido en bici, claro. Y allí mismo, enfrente de la tienda, estaba mi bici, que llevaba tres noches a la intemperie, triste como un perrillo abandonado, y con el candado oxidado. Menos mal que me alcanzó la memoria para ajustar la combinación correcta...
Y desde entonces, no hago más que olvidarme de las cosas. Tres veces he ido ya a jugar al frontón sin llevar el pantalón de deportes, y he tenido que darme la vuelta, por mucho que mis adorables compañeros insistieran en que no pasaba nada, que podía jugar en calzoncillos.
De la cartera tampoco suelo acordarme, y no es nada divertido ir a tomar un café o echar gasolina y ver, demasiado tarde ya, que no llevas ni un duro encima. El móvil me lo dejo en cualquier parte, y lo de las llaves ya es antológico; la última vez que las perdí, acabé haciendo un poema sobre la odisea. Y es tan frecuente que las deje en casa, que si un día vuelvo a vivir solo, los cerrajeros de mi barrio lo celebrarán con una fiesta.
Y es que tengo que hacer algo con mi mala memoria, porque ya se me empiezan a olvidar las caras conocidas, los nombres de las personas que conozco, los números de teléfono, las direcciones, las citas, las palabras que se quedan para siempre en la punta de la lengua... Estoy rodeado por todas partes de papelitos amarillos, pegados a cualquier esquina, de folios doblados en los que apunto ocurrencias, de alarmas en el móvil con lo que tengo que hacer y a quién llamar.
Y luego resuta que todo lo que quería olvidar —que son los días tristes, las pesadas obligaciones, las desilusiones, lo inútil de los empeños, el nuevo orden mundial, el coste de la vida...— no se me va de la cabeza; recuerdo perfectamente los estatutos de la universidad, la fecha de las batallas medievales, el código de circulación y todas las lecciones de Julio César Santoyo. Recuerdo lo que hacía el 13 de febrero de 1996, a las diez y cuarto de la noche. Recuerdo la letra de un montón de canciones horribles de los ochenta, que ni siquiera me gustaban entonces. Y sin embargo, a duras penas me acuerdo de con quién quedé esta tarde o dónde he puesto las gafas de sol. O me olvido de mis errores infantiles, de la gente que me traicionó, que me dio ingratitud a cambio de amistad, y vuelvo a tropezar con piedras conocidas. Y me olvido de escribir a los amigos, de decirle a mis padres cuánto les quiero, de echar de menos a mis hermanos, de comprarle tabaco a Pilar de camino a casa, de llevarle la merienda al niño. De estudiar si tengo un examen. De escribir algo bueno alguna vez. Me olvido de todo lo importante.
¿Será grave? ¿Tendrá cura? Por cierto, ¿de qué estaba hablando? Se me ha ido el santo al cielo. ¡Ah, sí, de una idea genial que he tenido!
Era...
Decía...
Vaya, que no. Que no me acuerdo.
Maldita sea.

9 comentarios:

JML dijo...

Amigo Llamazares:

Todo va muy aprisa, nos atropella, nos pasa por encima, demarra y se pierde. De todas esas cosas que nos huyen las palabras, como el burro, van delante. Lo que uno escribe se va borrando, pero antes se pierde, entre la cabeza y el papel (o la pantalla del ordenador). Necesitamos un gestor de la memoria inmediata, la que nos roba las ideas y nos deja sin genialidad (por modesta que ésta sea).

Saludos de bloguero agradecido (por tus visitas)

Alberto T dijo...

Me da que, para no olvidar lo que quieres escribir, vas a tener que recurrir al viejo tópico del escritor que nunca sale de casa sin su grabadora, claro, siempre que no te la dejes olvidada, o que recuerdes cambiar las pilas, que despues de lo que comentas veo que puede pasarte cualquier cosa.

A mi a veces me ha pasado algo parecido, has tenido una buena idea, incluso lo has llegado a escribir en tu cabeza, pero luego llegas, te sientas, y no te sale lo mismo en el caso de que recuerdes de que querías hablar, y como se te haya olvidado el tema mejor empieza a pensar en algo nuevo.

Yo estoy en el polo opuesto, recuerdo todo, y por eso, y por pereza, nunca apunto nada, ¿qué ocurre? Que siempre algo se te olvida, el todo nunca llega a ser absoluto, y suele ser, lo que se olvida, lo más importante de todo. Alguna bronca me he llevado por eso.

Jeje, a ver si recuerdas esa genialidad y nos sorprendes, que la verdad es que me has puesto los dientes largos al inicio de la entrada.

Un saludo

Anónimo dijo...

... ¡hostia! ¿qué carajo iba yo a comentarte?

Ing. Cardioide dijo...

Oooh! Interesante estimado Javier,

Y bueno, no sé si allá haya algo parecido a lo que te recomendaré (supongo yo que sí) pero hay unas ampolletas de jalea real que son buenas para ese tipo de problemas.

También en las tiendas naturistas han de vender gingseng o algun multivitamínico puede servir.

Lo digo porque hay muchas cosas de las que posteas que también me han sucedido.

Ya en caso contrario si no consigues el gingseng, puedes hacerte socio de los post-it :D jaja

Aloha! Un saludo Javier,

Lalo.

Anónimo dijo...

Espero que no te olvides de tu texto del día 20 de este mes... que será genial, por supuesto. Besos de recordatorio.

Anónimo dijo...

Javier, compañero del metal (los poetas soldáis mejor), yo he encontrado la cura a esa enfermedad que nos carcome nuestros córtex: PruDenciA.

PruDenciA es el nombre que le he puesto a mi PDA. Desde que la compré, siempre voy con Prudencia; ya no tengo escusas para no apuntar algo porque no tengo papel, o boli, o porque me he dejado en el coche la mano derecha. Y ya no pierdo todos esos papeles en los que he apuntado mis "genialidades" o números de teléfono.

Lo curioso es que, aunque en un ataque de inspiración rellenes un buen fragmento de gnielidades, o aunque sólo sea su leit motiv, cuando al cabo de una semana lo lees te das cuenta de que es, de nuevo, una brillante fruta mierda.

Por eso ahora escribo con PruDenciA...

Olalla Díaz dijo...

Yo me acuerdo hasta justo antes de olvidarme, y me vuelvo a acordar justo en el momento que me lo recuerdan...
¡¡¡¿Quién se puede acordar de todo?!!!
...ah!! si!...las madres...

Neres dijo...

dicen que para la mala memoria hay que comerse tres almendras al día, si te acuerdas de comerlas, ya vas de gane!!

Yo de lo único que no me olvido es de ir por mi al trabajo.

Saludos y me a gustado mucho que te olvidaras de escribir todo eso que olvidas.

rakel dijo...

ola! amigo javier, esto tuyo no tiene disculpas. si pensabas escribir algo mejor, mejor haberlo olvidado. ;)
en serio, muy bueno. escribir sobre cotidianidades, sobre cosillas sin más, es una genialidad.
por cierto, yo también soy victima del alemán, desde mi más tierna infancia. la solución que mi madre le encontró al problema con las llaves, y que podría haber patentado, está ahora muy de moda: ese cordoncillo que ata al cuello todo aquello que es susceptible de ser olvidado en cualquier parte. que sé yo, intentalo, puede parecer ridículo(que lo es), pero y si funciona?(que no creo).jajaja