Hay algo especial en el cabello, un magnetismo que hace que sea una de las partes de nuestro cuerpo a la que más atención prestamos. Tanta, que, en términos biológicos, yo creo que nuestra especie lo conserva por motivos de supervivencia. De pura y dura supervivencia —en el sentido bíblico de aquel «creced y multiplicaos», claro—.
En una época en que la imagen prima sobre cualquier otra cualidad —al menos, inicialmente—, es lógico que nos preocupemos por que ésta sea lo más atractiva posible. Todos elegimos cuidadosamente nuestro corte, nuestro peinado, que nos sirve de carta de presentación y conforma, también, parte de nuestra identidad —al menos, de la parte que, sin remedio, hacemos pública—.
Cierto que no siempre buscamos la belleza —piensen en los agresivos rapes al cero, y otras averías similares—, pero es indudable que siempre perseguimos un efecto estético.
¿Que a qué viene esto? Bueno, pues resulta que hace unos días, viendo la tele, le hicieron la típica pregunta chorras a una chica de muy buen ver, y ella, con muchos reflejos, le contestó: «A mí no me preguntes, que soy tonta, ¿no ves que soy rubia?».
¿Son tontas las rubias? Es evidente que no, pero ya se sabe: calumnia, que algo queda. Sí que pesa cierta mala fama sobre las rubias, pero, si nos fijamos en el número de mujeres que se vuelven rubias por voluntad propia, no parece que el infundio haya calado demasiado. Aún recuerdo el comentario que corría, allá por los años de la Expo, de que en Sevilla había más rubias que en toda Suecia. Y lo mismo viene a pasar en toda España, claro. Sin ánimo de ser soez, confesaré que cuando yo era adolescente pensaba que el vello púbico era, indefectiblemente, moreno. Y no me preguntéis qué era lo que leía, en lugar de los libros de mates y lengua; ya os podéis imaginar que no saqué la conclusión a partir de un manual de anatomía.
El caso es que, vista la afición general por el rubio de peluquería, cualquiera podría pensar que es un hecho indiscutible que nos gusta más el moreno. Pues no.
En los años que pasé en Alemania, una de las cosas que más me llamó la atención era la extraña relación entre las alemanas y su color de pelo. Resulta que tienen hasta palabras despectivas para referirse a las rubias: blondin —que viene a ser como "rubia tonta", pero con el acento en "tonta"— y tussi —que es una amalgama de rubia, pija, tonta, facilona y salida—. Hay montones de chistes sobre rubias, y son precisamente las mujeres quienes los cuentan. Pero lo verdaderamente curioso del caso es que allí ¡son todas rubias!
Lo que pasa es que no lo notas, porque —al menos en aquella época— la moda era teñirse el pelo de negro.
Es decir, que parecía que un encantamiento hubiera trasladado a las sevillanas a Berlín y a medio Munich al barrio de Malasaña. Claro que, si te fijas algo mejor, en seguida te das cuenta de que las morenas están medio calvas, y las rubias parecen el león de la Metro, porque el cabello rubio es mucho más fino y escaso, mientras que los morenos tenemos más y más fuerte.
No sé por qué me fijo en estas cosas; supongo que se debe a que todos mitificamos nuestra adolescencia, y yo me he quedado anclado en los ochenta: crestas punk, tupés, flequillos a lo beatle... Había mucha sofisticación en todo aquello, y a veces sospecho que esas tonterías hacían la vida mucho más divertida. A pesar, incluso, de los experimentos con agua oxigenada, el mechón naranja o las coletillas macarras.
Recuerdo especialmente las pintas de un chaval —al que sólo conocía de vista, y que debía de estudiar en el Padre Isla— que llevaba un lado de la cabeza de rubio y el otro de moreno. Era un espectáculo.
Y es que, en este asunto de los tintes, lo que hace falta es imaginación. Y colores, muchos colores. Hace unos años estuvo de moda el caoba, que es un tono precioso, y evoca a esas tribus africanas, embadurnadas de arcilla roja, que parecen héroes mitológicos.
O las melenas completamente rojas, como la de Franka Potente, que tienen un no sé qué, que me resulta altamente erótico. Aunque también hay estrambotes de nefastos resultados, como el azul galáctico de una antigua actriz, que induce a poner en cuestión el alcance del adjetivo "excéntrico".
Y sin embargo, ¿por qué los tíos no nos teñimos? No, no me refiero a echarse el lady Grecian ese para las canas, o directamente el aerosol de pintura negra en la calva, para tapar el cartón. Teñirse de verdad, un bonito color ceniza, unas mechas de color o un deslumbrante rubio platino. Pues, exceptuando algún osado, ninguno se atreve. Misterioso, ¿verdad?
En una época en que la imagen prima sobre cualquier otra cualidad —al menos, inicialmente—, es lógico que nos preocupemos por que ésta sea lo más atractiva posible. Todos elegimos cuidadosamente nuestro corte, nuestro peinado, que nos sirve de carta de presentación y conforma, también, parte de nuestra identidad —al menos, de la parte que, sin remedio, hacemos pública—.
Cierto que no siempre buscamos la belleza —piensen en los agresivos rapes al cero, y otras averías similares—, pero es indudable que siempre perseguimos un efecto estético.
¿Que a qué viene esto? Bueno, pues resulta que hace unos días, viendo la tele, le hicieron la típica pregunta chorras a una chica de muy buen ver, y ella, con muchos reflejos, le contestó: «A mí no me preguntes, que soy tonta, ¿no ves que soy rubia?».
¿Son tontas las rubias? Es evidente que no, pero ya se sabe: calumnia, que algo queda. Sí que pesa cierta mala fama sobre las rubias, pero, si nos fijamos en el número de mujeres que se vuelven rubias por voluntad propia, no parece que el infundio haya calado demasiado. Aún recuerdo el comentario que corría, allá por los años de la Expo, de que en Sevilla había más rubias que en toda Suecia. Y lo mismo viene a pasar en toda España, claro. Sin ánimo de ser soez, confesaré que cuando yo era adolescente pensaba que el vello púbico era, indefectiblemente, moreno. Y no me preguntéis qué era lo que leía, en lugar de los libros de mates y lengua; ya os podéis imaginar que no saqué la conclusión a partir de un manual de anatomía.
El caso es que, vista la afición general por el rubio de peluquería, cualquiera podría pensar que es un hecho indiscutible que nos gusta más el moreno. Pues no.
En los años que pasé en Alemania, una de las cosas que más me llamó la atención era la extraña relación entre las alemanas y su color de pelo. Resulta que tienen hasta palabras despectivas para referirse a las rubias: blondin —que viene a ser como "rubia tonta", pero con el acento en "tonta"— y tussi —que es una amalgama de rubia, pija, tonta, facilona y salida—. Hay montones de chistes sobre rubias, y son precisamente las mujeres quienes los cuentan. Pero lo verdaderamente curioso del caso es que allí ¡son todas rubias!
Lo que pasa es que no lo notas, porque —al menos en aquella época— la moda era teñirse el pelo de negro.
Es decir, que parecía que un encantamiento hubiera trasladado a las sevillanas a Berlín y a medio Munich al barrio de Malasaña. Claro que, si te fijas algo mejor, en seguida te das cuenta de que las morenas están medio calvas, y las rubias parecen el león de la Metro, porque el cabello rubio es mucho más fino y escaso, mientras que los morenos tenemos más y más fuerte.
No sé por qué me fijo en estas cosas; supongo que se debe a que todos mitificamos nuestra adolescencia, y yo me he quedado anclado en los ochenta: crestas punk, tupés, flequillos a lo beatle... Había mucha sofisticación en todo aquello, y a veces sospecho que esas tonterías hacían la vida mucho más divertida. A pesar, incluso, de los experimentos con agua oxigenada, el mechón naranja o las coletillas macarras.
Recuerdo especialmente las pintas de un chaval —al que sólo conocía de vista, y que debía de estudiar en el Padre Isla— que llevaba un lado de la cabeza de rubio y el otro de moreno. Era un espectáculo.
Y es que, en este asunto de los tintes, lo que hace falta es imaginación. Y colores, muchos colores. Hace unos años estuvo de moda el caoba, que es un tono precioso, y evoca a esas tribus africanas, embadurnadas de arcilla roja, que parecen héroes mitológicos.
O las melenas completamente rojas, como la de Franka Potente, que tienen un no sé qué, que me resulta altamente erótico. Aunque también hay estrambotes de nefastos resultados, como el azul galáctico de una antigua actriz, que induce a poner en cuestión el alcance del adjetivo "excéntrico".
Y sin embargo, ¿por qué los tíos no nos teñimos? No, no me refiero a echarse el lady Grecian ese para las canas, o directamente el aerosol de pintura negra en la calva, para tapar el cartón. Teñirse de verdad, un bonito color ceniza, unas mechas de color o un deslumbrante rubio platino. Pues, exceptuando algún osado, ninguno se atreve. Misterioso, ¿verdad?
9 comentarios:
ola!
cuanta razón, siempre buscando aquello que nos falta. a mi ultimamente me da por el pelo moreno, no en mi pelo, jajajaja
pero no me hagas mucho caso, soy casi rubia...jajaja
bjs
Yo es que momento me conformo con no quedarme calvo. Tengo una buena melena morena y ya es todo un lujo, porque la mayoría de mis compañeros lucen el cartón o pintan alguna canilla.
Tienes razón, los tíos estamos muy uniformados en el vestir y en el peinar, aunque parece que esto se va rompiendo un poco entre la bendita juventud.
Y apúntame en la lista de adolescentes que pensaban que todo el vello púbico era moreno...
Misterioso, sí; y genial leerte, como siempre.
Un abrazo
Pues yo desde que me volví rubia tengo más pelo,jaja
Besitos
No se porque me da que tu y yo coincidimos por la misma época en Alemania :) Rubias? contadas con los dedos de una mano. Todas eran de pelo negro tizón y de piel requemada de solarium. Y yo privada porque pensaba que con mi melena oscura pasaría desapercibida (nanai de la china, me confundían con una chica turca siempre).
Y con respecto a los chicos? Aunque ya estoy "comprometida" ... deja, deja eso de los tintes, no se os vaya a caer mas el pelo, que hoy en día encontrar un buen (o malo) partido con una testa poblada es toda una hazaña. Aunque de todas maneras, aquí por las Canarias se ve mucho joven con mechas y algún que otro trabajillo mas bien vulgar
Un abrazo
pues yo ya hace tiempo que decidí que era demasiado joven para dejar de parecerlo así que soy de los raros.
Vaya con tu amigo FF. Menudo trabajo de campo... Pero no te´fíes de las conclusiones ajenas: nada como las prácticas propias. Un beso con mechas.
Me recordaste cuando antes de entrar a la universidad me pinté el pelo de negro :D fue divertido porque fue la 1a vez que lo hice, y tampoco lo iba a hacer de un color estrambótico o excéntrico como azul o blanco :S
Y acá también se hacen bastantes chistes de rubias jaja. Tampoco entiendo el por qué se pintan de rubio, aún cuando no les queda :S
Pero en fin, pintate el pelo de verde y te tomas una foto jaja
Aloha! Saludos desde el norte de México (donde ahorita estoy ha de estar a unos 36 grados) Cuidese mucho,
Lalo.
Las tías se tiñen de rubio porque suaviza los rasgos, te hace más parecer más angelical. Yo es que de rubio no me teñiría jamás, pero ya lo he tenido de varios colores, formas y tamaños, jajajaja.
Publicar un comentario