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sábado, 31 de marzo de 2007

¿Qué podría enseñar yo?



El viernes terminé las prácticas del CAP (un curso obligatorio para los aspirantes a profesores de enseñanza media). Había tenido que elegir especialidad y no había ninguna de edición o artes gráficas, así que descarté el Alemán —ya casi he conseguido olvidarlo por completo— y me decanté por Lengua y Literatura, porque lo de la Lingüística no creo que pueda olvidarlo nunca, y sobre todo porque yo siempre he querido ser uno de esos profesores fascinantes, capaces de descubrir nuevos mundos en sesiones de cuarenta y cinco minutos.
«¿Como Robin Williams en “El club de los poetas muertos”?», os preguntaréis. Pues no, yo tengo mi propio héroe: como Justo Lombraña. Justo, mi tutor durante los cuatro años de instituto, era un consumado maestro del arte de los venenos. A mí me inoculó el veneno de la literatura y desde entonces no he encontrado cura para esta enfermedad de las letras.
Pero regresemos al siglo XXI, finales de marzo, año séptimo: para la parte práctica (hay que impartir una unidad didáctica en el mundo real) elegí el instituto Pereda, aquí en Santander. Lo escogí por motivos prácticos —era el más cercano a la Facultad en la que trabajo—, y me correspondió como tutor el director del centro: José Manuel Cabrales. Le conocéis, ¿verdad? Cabrales, entre otras muchas cosas, es el crítico literario del Diario Montañés.
Nada más llegar, me preguntó:
—¿Eres de lengua o de literatura? —ya sabéis, cosas de filólogos.
—De lengua. Yo hice Lingüística, no Filología.
—Pues perfecto, porque te ha tocado explicar Edgar Allan Poe y la novela policiaca.
Y lo curioso es que ahora comparto su opinión; no os dejéis engañar por ningún lingüista: es mucho mejor dar una clase sobre Poe que sobre las oraciones subordinadas. Y enseguida veréis por qué.
Después de dos meses de teoría pedagógica y psicología adolescente, os podéis imaginar que no esperase nada bueno de la experiencia de acudir al instituto; no hacían más que explicar lo dura que es la docencia, que provoca gran número de depresiones y un alto índice de absentismo en el profesorado, y todo eso.
Sin embargo, a los profesores en prácticas nos miman, no vaya a ser que nos asustemos y entren en crisis las “vocaciones”. Me tocó dar clase de Literatura Universal, una optativa de segundo del bachillerato de letras. Una guinda, vamos.
Nada de chinchetas en la silla o amotinamientos, qué va. Chicos y chicas que te miraban con atención, que respondían cuando les preguntabas, y que además no te ponían esa cara típica de “a ver si llega el recreo de una puñetera vez”.
Debo confesar que les metí un rollo infame: el neoclasicismo, los románticos como una rebelión juvenil, casi una “tribu urbana”, el subjetivismo, etc. Y lo aguantaron sin pestañear. Yo hacía trampas, claro: con diecisiete años, ¿a quién no le gustan Poe y los románticos? Luego les tocó a ellos analizar algunos relatos, y yo me quedé literalmente alucinado: estructuras, formas, recursos, semiótica, metaliteratura. ¡Si hasta una alumna —brillantísima— relacionó a William Wilson con el “Purgatorio” de San Patricio y el tópico de la impostura! ¡Si aquellos muchachos sabían más que yo!
¿Y esa era la famosa generación ingobernable, echada a perder por la lamentable enseñanza pública, que sólo piensa en los botellones y que tiene unas lagunas intelectuales del tamaño del Lago Michigan? Pues no sé, pero alguien se ha equivocado: o yo me he confundido de aula, de instituto, de ciudad y de país, o los voceros catastrofistas de la prensa estarían mejor ladrando a la luna que opinando sobre lo que desconocen.

Hablando de ideas descabelladas: al final de la clase, José Manuel Cabrales les contó la creencia de todos tenemos a nuestro doble en un mundo paralelo, y que en las antípodas, por ejemplo, había alguien exactamente igual a mí, sólo que cabeza abajo, lo que confirmó una chica neozelandesa de intercambio, que me miró muy seria y dijo: “Mmmm… Es posible”.
Espero que mi doble de Oceanía no sólo ande al revés, sino que lo haga todo al revés que yo y así le vayan las cosas mejor que a mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantas, me pones cachondisimo.
Berto de Peru. Tu tienes ke ser marikon como yo, si no, no se como puedes tener tanta sensibilidad.