Una —aparente— paradoja: el éxito es una de las peores cosas que te pueden ocurrir en la vida. ¿Qué no? ¿Seguro? Claro que todos lo perseguimos pero, en realidad, no nos conviene; al menos, no alcanzarlo demasiado pronto.
Cierto que nuestra forma de concebir la vida valora sobremanera el éxito instantáneo, incluso el conseguido sin esfuerzo y sin merecimiento. Y supongo que tiene mucho mérito eso de triunfar sin rascar bola y sin valer —vulgo dixit— ni para tomar por culo; la prueba de ello la tenemos cada día al alcance de la mano. Es decir, apretando cualquier botón del mando a distancia de la telerrisión. Pero este es un éxito bastardo, y su propia insustancialidad le hace ser extraordinariamente efímero, como los héroes de la jornada liguera, que al siguiente partido pueden volverse villanos.
El éxito de verdad, el merecido, es mucho más escaso. Y tiene también una variante tremendamente peligrosa: el éxito precoz. Es algo que todos perseguimos con ahínco, pero que puede convertirse en una auténtica condena.
Pensemos en el gran poeta Claudio Rodríguez; siendo casi un mocoso escribió su “Don de la ebriedad”, y alcanzó la cima de su creatividad a una edad asombrosamente temprana. Luego habría más versos, muchos más, pero nunca llegaría a las cotas de su primera obra. Yo le conocí poco antes de morir, y era una sombra de aquel joven; en realidad, sólo conservaba la ebriedad.
En la música —la música pop, claro— se aprecia mucho mejor este fenómeno, el de los grupos incapaces de superar su primer éxito. Incluso se ha acuñado una expresión para definirles: “one hit wonders” o, en castellano, “grupos de una sola canción”.
Hay cientos de ejemplos —seguro que todos tenemos varios en mente ahora mismo—, pero todos siguen un esquema similar: un éxito meteórico, y a continuación un despeñamiento ejemplar, haciendo bueno el dicho de “más dura será la caída”.
Cosas de la nostalgia —o del juego de la play, ese de los micrófonos, el singstar—, estos días he intentado redescubrir a un grupo de los ochenta, Polanski y el Ardor. Detrás del nombre pretencioso —con guiño literario incluido— esperaba encontrar un puñado de canciones brillantes, con las aristas metálicas del punk español y los destellos metálicos de la nueva ola.
Gracias al maná de las nuevas tecnologías, enseguida me hice con un recopilatorio que recoge casi toda su discografía, incluidas caras B y rarezas. En total, casi cuarenta canciones. Ya me frotaba las manos. Y sin embargo…
¿Cómo explicarlo? ¿Recuerdas aquella época en la que escuchabas una canción por la radio y luego, al comprar el disco, había nueve cortes de relleno? Polanski y el Ardor, que yo recordaba como autores de una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, “¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URRS?”, resulta que era un grupo que tocaba otra cosa muy diferente, una especie de ruido insustancial, un punk primitivo arrítmico y tedioso, sin la más mínima gracia. Rozando incluso el ridículo, como en la canción “La negra”:
tengo una negra, sólo para mí
[···]
Y no usa laca
no tiene caspa
porque está calva, calva, calva, calva, calva”.
Supongo que mediaba un abismo entre mis expectativas y la realidad. Pero no deja de resultarme sorprendente que un grupo que podría calificar como “incapaz” para la música fuera capaz de crear un auténtico himno inmortal como el “Qué harías tú…”. Porque la canción sigue siendo extraordinaria, aunque no parezca suya. Y la hicieron muy pronto, fue uno de sus primeros temas. Y un gran éxito, un triunfo arrollador que les llevó a fichar por una multinacional, a sonar con insistencia por todo el país y a pasear su palmito punk —porque imagen tenían de sobra— por todos los escenarios, y a sumirse después en el silencio, sin poder superar aquella primera canción, tan redonda, tan perfecta, y tan maldita.
Como apuntó Samaniego, es lo malo de que te suene la flauta: que luego no sepas cómo repetirlo —vale, vale: lo del fabulista era más fuerte, rebuznando y tal, pero tampoco hay que pasarse—. Y quizá lo explicó mejor Brice Echenique, en un artículo que, en esos mismo años ochenta, se me quedó grabado. Se titulaba “Pude haber sido un escritor precoz”, y el genio peruano terminaba dando las gracias por no haberlo conseguido: porque, de haberlo logrado, quizás no hubiera llegado a ser realmente “escritor”.
Cierto que nuestra forma de concebir la vida valora sobremanera el éxito instantáneo, incluso el conseguido sin esfuerzo y sin merecimiento. Y supongo que tiene mucho mérito eso de triunfar sin rascar bola y sin valer —vulgo dixit— ni para tomar por culo; la prueba de ello la tenemos cada día al alcance de la mano. Es decir, apretando cualquier botón del mando a distancia de la telerrisión. Pero este es un éxito bastardo, y su propia insustancialidad le hace ser extraordinariamente efímero, como los héroes de la jornada liguera, que al siguiente partido pueden volverse villanos.
El éxito de verdad, el merecido, es mucho más escaso. Y tiene también una variante tremendamente peligrosa: el éxito precoz. Es algo que todos perseguimos con ahínco, pero que puede convertirse en una auténtica condena.
Pensemos en el gran poeta Claudio Rodríguez; siendo casi un mocoso escribió su “Don de la ebriedad”, y alcanzó la cima de su creatividad a una edad asombrosamente temprana. Luego habría más versos, muchos más, pero nunca llegaría a las cotas de su primera obra. Yo le conocí poco antes de morir, y era una sombra de aquel joven; en realidad, sólo conservaba la ebriedad.
En la música —la música pop, claro— se aprecia mucho mejor este fenómeno, el de los grupos incapaces de superar su primer éxito. Incluso se ha acuñado una expresión para definirles: “one hit wonders” o, en castellano, “grupos de una sola canción”.
Hay cientos de ejemplos —seguro que todos tenemos varios en mente ahora mismo—, pero todos siguen un esquema similar: un éxito meteórico, y a continuación un despeñamiento ejemplar, haciendo bueno el dicho de “más dura será la caída”.
Cosas de la nostalgia —o del juego de la play, ese de los micrófonos, el singstar—, estos días he intentado redescubrir a un grupo de los ochenta, Polanski y el Ardor. Detrás del nombre pretencioso —con guiño literario incluido— esperaba encontrar un puñado de canciones brillantes, con las aristas metálicas del punk español y los destellos metálicos de la nueva ola.
Gracias al maná de las nuevas tecnologías, enseguida me hice con un recopilatorio que recoge casi toda su discografía, incluidas caras B y rarezas. En total, casi cuarenta canciones. Ya me frotaba las manos. Y sin embargo…
¿Cómo explicarlo? ¿Recuerdas aquella época en la que escuchabas una canción por la radio y luego, al comprar el disco, había nueve cortes de relleno? Polanski y el Ardor, que yo recordaba como autores de una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, “¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URRS?”, resulta que era un grupo que tocaba otra cosa muy diferente, una especie de ruido insustancial, un punk primitivo arrítmico y tedioso, sin la más mínima gracia. Rozando incluso el ridículo, como en la canción “La negra”:
"Hoy por fin lo conseguí
tengo una negra, sólo para mí
[···]
Y no usa laca
no tiene caspa
porque está calva, calva, calva, calva, calva”.
Supongo que mediaba un abismo entre mis expectativas y la realidad. Pero no deja de resultarme sorprendente que un grupo que podría calificar como “incapaz” para la música fuera capaz de crear un auténtico himno inmortal como el “Qué harías tú…”. Porque la canción sigue siendo extraordinaria, aunque no parezca suya. Y la hicieron muy pronto, fue uno de sus primeros temas. Y un gran éxito, un triunfo arrollador que les llevó a fichar por una multinacional, a sonar con insistencia por todo el país y a pasear su palmito punk —porque imagen tenían de sobra— por todos los escenarios, y a sumirse después en el silencio, sin poder superar aquella primera canción, tan redonda, tan perfecta, y tan maldita.
Como apuntó Samaniego, es lo malo de que te suene la flauta: que luego no sepas cómo repetirlo —vale, vale: lo del fabulista era más fuerte, rebuznando y tal, pero tampoco hay que pasarse—. Y quizá lo explicó mejor Brice Echenique, en un artículo que, en esos mismo años ochenta, se me quedó grabado. Se titulaba “Pude haber sido un escritor precoz”, y el genio peruano terminaba dando las gracias por no haberlo conseguido: porque, de haberlo logrado, quizás no hubiera llegado a ser realmente “escritor”.
9 comentarios:
Jo, tío, pues a mí no me gustan nada de nada, ni siquiera el rebuzno que dieron por casualidad. Esto tuvo su gracia en los ochenta, pero estos grupos, cuyo único mérito eran letras graciosillas y un par de acordes mal tocados habían nacido ya difuntos. Hoy todo esto ha derivado en cosas como el Koala y similares. Respecto a lo de genio precoz, sabes que eso es algo con lo que algunos tenemos que vivir, pero se acaba superando :-)
Primero, me encanta la canción. Es una de mis favoritas de los ochenta.
Segundo, completamente de acuerdo en tu reflexión. En todo ella.
El éxito precoz, el que sale de la chistera, impide aprender y crecer. La vanidad se aferra a ese primer éxito y son raras las excepciones que logran escaparse de sus garras.
Ese tipo de éxitos que duran menos que un suspiro pasan de largo... de hecho... no sé si interpretar ello como éxito o fama temporal.
Me ha dejado pensando lo que verdaderamente éxito significa... pienso que es subjetivo, todo depende del fin que estemos persiguiendo.
Saluditos :)
Recuerdo que me hablaste un día de esta canción, pero tal y como te dije, no la había oído nunca. La verdad es que está entretenida, muy de la época, pero poco más, pasaría por un corte más en el repertorio de los Siniestro Total.
Bueno, menos mal que no he tenido un éxito precoz!
dios, los nikis? ¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS? ay ay qué ochenteros estamos.... no te digo más, la semana pasada me compré unas katiuskas!!! sólo me faltan los vaqueros láser y pitillo, ja ja ja. bicos
Javier, me gusta mucho esa forma tuya de pensar en muchas cosas tal y como lo haces. Ya sé que esto no te dice mucho, pero yo me entiendo.
Un abrazo
Para empezar...estar en los treinta no tiene nada de malo! ;) y en cuanto a este post el exito no deberia medirse en un momento de fama o en riquezas acumuladas, el exito debe vivirse dia a dia, es mejor tener dias vividos, trabajados y disfrutados con exito a tener un momento de exito en la vida.
Es cierto, desafinada, pero interesante, la canción. Un amigo mío me decía que solamente los feos decían que la belleza era un asunto espiritual, de lo que podría deducirse que solamente los fracasados dirían --o diríamos-- que el triunfo postergado es mejor. Pero es peor el fracasado que reflexiona sobre el valor de su fracaso, y el triunfo todavía posible, que quien lamenta no haber triunfado de manera precoz y se cree perdido.
"¿Qué harías tú ...?" como otros grandes o pequeños temas de la no sé si bien llamada, si real, si ... movida ochentera respondía a la necesidad de expresión propia de jóvenes de todo pelaje que apenas aprendían a tocar, a componer, a divertirse. Entre ellos hubo de todo, y en muchos casos, como ocurre con los Polanski, un destello que fuese y no hubo nada.
Repaso vinilos, cintas, cds, pirateos emúlicos y encuentro un amplísimo muestrario de lo que fue la música de aquellos años. Y sonrío y me lleno de nostalgia, porque fueron los años y las músicas de mi adolescencia.
Puedo llegar a ser indulgente hasta con la de la cantante calva calva calva ... que no recordaba pero que me puse a tararear al verla en tu post. Porque fueron años de risas, de ilusión y en los que personalmente atravesé un estado absurdo parecido a la felicidad.
Polanski, Los Nikis, Las chinas, Las vulpes, Los zombis, Oviformia, Stukas, Almodóvar y McNamara, Pegamoides, UA, ... en las tardes del Rebeca.
Ay, qué puñetera es la nostalgia.
Gracias por tus recuerdos.
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