Hay quien opina que, en los vaivenes de la posmodernidad, la publicidad ha acabado convertida en un arte. A mí también me lo parece, claro, sólo que unas veces pienso que podría pertenecer a las Bellas Artes, y otras, que a las "malas artes".
Porque, por mucho creativo, mucho efecto especial y mucho glamour que le pongan, en el fondo sigue siendo lo de siempre: propaganda. Sí, sí, lo mismito que perfeccionó un tal Goebbels, pero que ya existía desde tiempos de los fenicios, o muchísimo antes.
Lo que ocurre es que, últimamente, les ha dado por elevarla de rango, cubrirla de oropel y travestirla de "guiños" para el público "inteligente". Pero, como diría el refrán, aunque le pongas «ropaje intelectual», mona se queda.
Sucede que hace ya demasiado tiempo que nos hemos acostumbrado a su presencia. Ocupa las mejores planas de periódicos y revistas, aparece con reiteración en los minutos de más audiencia de la televisión y golpea sin piedad nuestros tímpanos en la radio. Nos persigue en las tapias y vallas publicitarias, en la carrocería de algunos coches, en las camisetas y hasta en las bolsas de la compra. Casi diríamos que nos acosa, con su eterno "compra, compra".
Y nosotros, ¿cómo nos defendemos? Ignorándola, claro. Utilizamos el papel para limpiar cristales, cambiamos de canal durante los anuncios, o usamos las bolsas con publicidad para tirar la basura —y así, hemos convertido los contenedores en anuncios improvisados de supermercados y grandes almacenes—.
Sin embargo, la publicidad puede más que nosotros. Nos estudia. Nos investiga. Nos analiza. Utiliza el márquetin y la retórica. Y el arte.
Al final, los anuncios son tan espectaculares que te acaban atrapando. Sea a través del sexo —que ni siquiera necesita ser explícito, basta con una cara o un cuerpo bonito—, el afán de imitación —en esta edad dorada del "famoseo"— o el impacto de lo estético, no sólo consiguen llamar nuestra atención —paso previo a su fin último, inocularnos su mensaje—, sino que acaban imponiendo tendencias estéticas a toda la sociedad.
La moda actual —que, por cierto, es importada de los gustos estadounidenses de hace un lustro— son los anuncios "intelectuales". Se trata de ofrecer al público un envoltorio pretendidamente culto, que le induzca a pensar que lo elevado de ese mensaje es una contraseña, una forma de tratarle como un individuo inteligente y no un simple e ignorante consumidor.
Son anuncios casi poéticos, como el "¿Te gusta conducir?" de BMW, con aspecto de reflexión filosófica —"la gente tiene de todo; por eso yo vendo nada"—, o de microespacios de divulgación científica, como el anuncio que utilizaba las teorías del "espacio personal" para vender coches. Como la manzana de Blancanieves: hermosísimos, pero rellenos de veneno.
Y la última hazaña publicitaria: convertir la pirámide de Maslow —que culmina en la autorealización— en una metáfora de un depósito lleno de gasoil.
El resultado es espectacular, claro. La tomadura de pelo, también. ¿Por qué? Porque, si somos capaces de comprender lo expresado por Maslow, ¿cómo vamos a caer en la simpleza de picar en el reclamo, sólo porque un anuncio los ponga en relación? ¿Es que con decirle "guapa" a una chica, ya va a caer rendida en tus brazos?
Claro que resumir en quince segundos el trabajo que a un científico le ha llevado quizá décadas de estudio, no puede ser tan sencillo. Por supuesto que no. No se trata de reflexiones eruditas, sino de pinceladas de barniz intelectual, que ocultan el trasfondo comercial.
Y, sin embargo, picamos: los vemos, nos gustan, a veces incluso hasta consumimos su producto. ¿Será que, en el fondo, nos merecemos lo que nos pasa?
Lo que ocurre es que, últimamente, les ha dado por elevarla de rango, cubrirla de oropel y travestirla de "guiños" para el público "inteligente". Pero, como diría el refrán, aunque le pongas «ropaje intelectual», mona se queda.
Sucede que hace ya demasiado tiempo que nos hemos acostumbrado a su presencia. Ocupa las mejores planas de periódicos y revistas, aparece con reiteración en los minutos de más audiencia de la televisión y golpea sin piedad nuestros tímpanos en la radio. Nos persigue en las tapias y vallas publicitarias, en la carrocería de algunos coches, en las camisetas y hasta en las bolsas de la compra. Casi diríamos que nos acosa, con su eterno "compra, compra".
Y nosotros, ¿cómo nos defendemos? Ignorándola, claro. Utilizamos el papel para limpiar cristales, cambiamos de canal durante los anuncios, o usamos las bolsas con publicidad para tirar la basura —y así, hemos convertido los contenedores en anuncios improvisados de supermercados y grandes almacenes—.
Sin embargo, la publicidad puede más que nosotros. Nos estudia. Nos investiga. Nos analiza. Utiliza el márquetin y la retórica. Y el arte.
Al final, los anuncios son tan espectaculares que te acaban atrapando. Sea a través del sexo —que ni siquiera necesita ser explícito, basta con una cara o un cuerpo bonito—, el afán de imitación —en esta edad dorada del "famoseo"— o el impacto de lo estético, no sólo consiguen llamar nuestra atención —paso previo a su fin último, inocularnos su mensaje—, sino que acaban imponiendo tendencias estéticas a toda la sociedad.
La moda actual —que, por cierto, es importada de los gustos estadounidenses de hace un lustro— son los anuncios "intelectuales". Se trata de ofrecer al público un envoltorio pretendidamente culto, que le induzca a pensar que lo elevado de ese mensaje es una contraseña, una forma de tratarle como un individuo inteligente y no un simple e ignorante consumidor.
Son anuncios casi poéticos, como el "¿Te gusta conducir?" de BMW, con aspecto de reflexión filosófica —"la gente tiene de todo; por eso yo vendo nada"—, o de microespacios de divulgación científica, como el anuncio que utilizaba las teorías del "espacio personal" para vender coches. Como la manzana de Blancanieves: hermosísimos, pero rellenos de veneno.
Y la última hazaña publicitaria: convertir la pirámide de Maslow —que culmina en la autorealización— en una metáfora de un depósito lleno de gasoil.
El resultado es espectacular, claro. La tomadura de pelo, también. ¿Por qué? Porque, si somos capaces de comprender lo expresado por Maslow, ¿cómo vamos a caer en la simpleza de picar en el reclamo, sólo porque un anuncio los ponga en relación? ¿Es que con decirle "guapa" a una chica, ya va a caer rendida en tus brazos?
Claro que resumir en quince segundos el trabajo que a un científico le ha llevado quizá décadas de estudio, no puede ser tan sencillo. Por supuesto que no. No se trata de reflexiones eruditas, sino de pinceladas de barniz intelectual, que ocultan el trasfondo comercial.
Y, sin embargo, picamos: los vemos, nos gustan, a veces incluso hasta consumimos su producto. ¿Será que, en el fondo, nos merecemos lo que nos pasa?
10 comentarios:
Jo... estoy asustado ¿te puedes creer que ayer Lula y yo hablamos de eso mismo? Además está metido con calzador. Ese es el resultado de un pésimo equipo creativo publicitario.
Supongo que tienes razón. Yo es que veo poco la tele y soy poco consumista. Veo los anuncios más como cortos de cine. Quizás al cabo de los años me dé por comprar un balón Nike, por comprarme un BMW o por beber coca-cola a litros.
En un mundo comercialmente tan competitivo parece lógico que utilicen el mayor número de estratagemas posibles. Lo malo es cuando se acercan demasiado a esa cosa llamada ética.
Pues fíjate, a mí me parece que la sofisticación en la publicidad está produciendo un efecto contrario al perseguido: te fijas en el continente, pero no en el contenido. Cuando los anuncios están realmente bien hechos, con ingenio, estética, etc. (no es el caso del de Repsol que propones, que es un churro bobo), admiras el anuncio, pero casi no reparas en el objeto. Yo no soy muy televisiva, pero recuerdo que hace bastante tiempo los de Sony Play Station tenían un anuncio espectacular, con rostros que iban sucediéndose. Detesto las Play, nunca tendría una, pero el anuncio era impactante, me encantaba verlo. Con alguno de BMW, ya antiguo, también me pasaba, y no tengo ni tendría un BMW (no me va la tracción trasera, ya ves). Eso por no hablar de que la programación es tan chunga que casi "molan" más los anuncios que los programas, qué quieres que te diga.
A mí no me parece mal que un anuncio esté bien hecho. Han sido demasiadas décadas de detergentes cutres (busque y compare) como para querer volver a eso. Y no creo que los anuncios inteligentes tengan menos ética que los anuncios cutres; simplemente, tienen claro a qué sector de consumo se dirigen. A mí, de todos modos, la publicidad me funciona al revés: hay cosas que NO compraría por el anuncio (p.e., el Seat de Shakira me pone de los nerviooooos). Pero ya sé que yo soy rara.
ola!
supongo que sí, nos merecemos lo que nos pasa.
yo, por ejemplo, ni tengo un bmw ni necesito diesel-e-plus.jajaja
por cierto, cómo le has puesto a tu kawa?
bjs
Max & Lula:
No me extraña que hablaseis del tema: no hacen más que poner el puñetero anuncio. Y veo que os apasiona tanto como a mí.
Luego me paso por vuestro blog, que está muy interesante.
Mariano:
Claro que son cortos; los agencias de publicidad son verdaderos estudios artísticos, con gente de una inteligencia y un talentos desbordantes. Lo que pasa es que ponen su arte —ya sé que esto suena anticuado, pero es así— al servicio del sistema. Y eso no es lo que yo entiendo por arte, claro.
Un abrazo.
Querida Ana:
Tú sí que comprendes la verdadera subversión: te deleitas con la forma, y desechas el engaño. Como una sirena se lleva el cebo sin haber mordido el anzuelo. Una sirena incomparable; no habría Manuel Luque capaz de encontrarla mejor.
Eso sí, lo de la tracción trasera, va a ser que no la has probado...
Odiseicos ósculos.
Rakel:
Todavía no hemos bautizado a la moto; tiene que decidir el nene, porque como fue él el que la eligió, también quiere elegir el nombre. En cuanto haya fumata blanca, verás el humo. Por cierto, ¿dejas Lisboa? Ya contarás.
Un abrazo.
Apuntado queda lo de las sidras para conocer al escanciador de ritmo vertiginoso. Luego no te quedará más remedio que escribir acerca de él de la impresión que te causará.
Saludines!
En unos tiempos en los que hay anuncios televisivos sobre perfumes (es algo que jamás entenderé, por mucho que me digan que vendes una imagen), ¿qué te puedes esperar?
Apenas veo la tele. Cuando tengo un rato, me veo series bajadas con el Emule, como The IT Crowd, Simpsons, House o Futurama. Precisamente hoy Fray se quedaba anonadado al saber que en el año 3000 había publicidad insertada en los propios sueños de cada uno:
"- ¿Dices que emiten anuncios publicitarios en nuestros propios sueños?
- Pues claro.
- Pero, ¿cómo es posible?
- Es muy sencillo. El anuncio penetra en tu cerebro como éste líquido penetra en este huevo.. Aunque naturalmente no es un líquido, se trata de radiación Gamma.
- Qué horrible! Vaya lavado de cerebro..
- ¿No teníais publicidad en el siglo XX?
- Pues claro! Pero no en nuestros sueños, solo en la tele o en la radio. O en las revistas... o en el cine... o en el fútbol, autobuses, botellas de leche, camisetas, plátanos, en el cielo.. ¡pero no en los sueños! Eso nunca se vio..."
Digamos que la publicida' no es mi fuerte pero como consumidor de algunos productos me llaman la atención.
Hay bastantes buenos anuncios, pero tampoco iría a comprar un producto o servicio sólo por el comercial nono.
Acá en México ha ido subiendo la calidad pero también ha ido disminuyendo el objetivo. Ya se trasgiversa (espero que se escriba bien) lo que es con lo que pretenden anunciar :S
Por cierto! Ya está Cardioide en el blo' jajaja.
Aloha! Saludos desde México,
Lalo.
Yo me quejo de que usen la voz de Cortázar con meros fines comerciales...qué penita.
Saludo, Javier
A mi algunos anuncios me encantan. Muy pocos, pero de repente sale uno que pienso: Esto es arte! qué bien hecho! es redondo!
Y otra cosa: No infravalores el poder del halago :D
Saludos!
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