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martes, 26 de junio de 2007

La captura del pasado


En mi poema predilecto de Juan Carlos Mestre, Retrato de familia, —que a veces recito de memoria, imitando su peculiar acento, entre berciano y austral: «Ciego de Ávila, provincia de Camagüey, isla de Cuba. Mi abuelo tocaba el clarinete y tenía un cinturón con hebilla de oro…»— imagino al poeta con una foto antigua en las manos, cuando dice:
Están los dos, él lánguido de ojos y con un traje de lino. Ella, bajo la luz de los trópicos, es bella y me mira.

Más: no soy un gran fan de Manolo García, pero en una de sus primeras canciones en "El Último de la Fila", «No me acostumbro», hay un hermosísimo hallazgo que me impactó profundamente:
Sonríes en mis manos
Supongo que a todos nos ocurre, que esa magia cotidiana de la fotografía nos resulta tan sorprendente, tan sobrenatural, que sospechamos que junto a la imagen es capaz de capturar también atmósferas, aromas, sensaciones y recuerdos. Y algo debe haber de cierto en esa creencia, pues hay muchas ocasiones en las que, cuando observamos una foto, es como si cogiéramos con las manos un pedacito de nuestro pasado, y a través de la evocación recuperamos un tiempo que creíamos ya perdido para siempre. Algo más habrá en esa película, en el papel satinado, en el nitrato de plata, capaz de fijar no sólo la luz, sino cosas más intangibles: cosas como la propia vida.
Ahora las cámaras también graban vídeos, sonidos o texto superpuesto, pero no hacía falta: las propias fotos llevan ya su propio sonido, su movimiento y su historia. Como en aquel inolvidable «Escenas de cine mudo», de Julio Llamazares, en las que el narrador observa antiguas fotografías de su infancia, hasta que cada una de ellas toma vida y recrea una escena completa. Es curioso, pero recuerdo aquel libro como si lo hubiera leído en blanco y negro.
Y hoy recibo una foto y pienso en mi pequeño hijo, que se ha quedado en León para disfrutar del verano en su tierra, junto a los suyos, y me veo en él en sus ocho años, los veranos sin dejar de llover en Asturias, los campamentos en la montaña, las aventuras en bicicleta, los primeros amigos, las postillas en las rodillas, las tardes de sol que no acababan nunca, el incondicional amor de los abuelos... El verano de la infancia, que es el único y auténtico verano.
"Fotofobia". Así creía yo que se llamaba esa aversión de algunas tribus hacia las fotos. Sin embargo, todos tenemos algo de aborígenes, supongo; un poquito de esa creencia irracional de que la fotografía, más que la imagen, captura el alma del fotografiado. Y es que, en realidad, lo hace. Afortunadamente.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno primero no comentas nada del examen y luego en vez de contar la verdad, que estas como dios sin el niño , nos cuentas una batallita de cuando verano azul . Eres un golfo terminal , anda vamos aprovecha el veranazo cantabro y luego ya disfrutaras de junior en Agosto

JML dijo...

Amigo Llamazares:

La melancolía te sienta bien, en el texto y en la foto. Después de leerte he corrido a revisar mis apuntes, sé que en algún sitio del pasado dejé escrito un sentimiento parecido sobre mi hija. Et voilà. Te lo regalo, es gratis (aunque un poco largo para este espacio):

“B. sigue en La Coruña. Prepara sus 9 años lejos de mí, en una especie de gozoso retiro espiritual que no es más que su primera independencia. En su habitación reposa el traje de Comunión recién lavado. Parece un sudario, una mortaja no de la muerte sino de la ausencia, que deja un vacío distinto, aunque tan igual en su puesta en escena. En la casa hay una soledad de dos que parece de media persona, esa que sueña o que duerme. Esa que respira y que calla. Me pregunto por qué desea uno tanto entrar en ese silencio si luego no hace más que atormentarse. Un hombre callado convierte el hogar en una tumba faraónica en la que entierra a su mujer y a sus gatos (si los hubiere) para que mueran con él, para que mueran de su vida. Algunos hombres deberíamos tener no un hogar, sino una concha de molusco o un caparazón de galápago para encerrar ahí el cuerpo y dejar de molestar. Más aún, para quedarse duro y coriáceo ante la vida de los demás, tirados en la vereda para que alguien nos pueda sacar de en medio con una patada”.

Un saludo con un sentimiento compartido
(suerte con los exámenes)

Mariano Zurdo dijo...

El alma sale de lo más natural, no pone ojitos, ni se repeina para la foto. Cuando el cuerpo sí que lo hace, el alma le deja en evidencia.
Un abrazo.

rakel dijo...

ola!
que foto tan bonita, que guapos estais! supongo que a todos nos gusta volver a casa en verano. hace tiempo que quiero leer algo de llamazares, será esa una buena elección como primera lectura?
conoci a julio hace mucho, y aun no he conseguido leerle (no se por que).
bueno, padres melancólicos, un saludo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Querido "Anónimo":
El examen lo he comentado en los comentarios del artículo anterior (y aún no ha salido la nota).
Por cierto que golfo, igual puede que hasta incluso, pero que sepas que al tenis soy mucho mejor que tú.

Amigo Perdedor:
gracias por el texto, en estos días e que nadie da nada gratis. Curiosas coincidencias: misma edad, mismo sentimiento.
Me ha tocado profundamente esa imagen de la "soledad de a dos".
Un abrazo de otro contribuyente.

Querido Mariano:
muy certero, como siempre. Y es que las fotos les sucede como a algunos textos, que es el lector quien les pone su poquito de "alma".
Otro abrazo, compañero.

Querida Rakel:
Gracias por los piropos (¿seguro que has mirado bien la foto? xDDD). Se nota bastante que hemos tenido un junio de playa en Santander, ¿verdad?
Sobre los libros de Julio Llamazares, yo me quedo con ese, "Escenas...". "Luna de lobos" es de tiros, y "La lluvia amarilla" es un ejercicio muy poético; igual para una primera aproximación es algo árido. Su poesía también está muy bien, o el libro de Genarín. En otra línea, puedes leer sus libros de viajes (El río del olvido, o "un viaje portugués") o "En Babia", que es de artículos. La última novela a mí no me emocionó, así que te recomiendo las "escenas".
Un abrazo, lusitana.

Anónimo dijo...

LLama a Zares:

Es una pena que te hayas quedado en ese "sonríes en mis manos", cuando en esa misma canción tienes, hablando de fotografías:

"Tan lejos los recuerdos de días felices y extraños/ Mis viejas fotos mienten, tu pelo es más liso y claro./ Un ángel sobrevuela la tela invisible de araña/ que el tiempo puso en ellas".

Manolo García es siempre un gran descubrimiento, hasta tantos años atrás, cuando le das sentido al enigma que no te dejaba existir (aunque esto ya es Radio Futura...)

Un saludo y en exámenes, ya sabes, a por el empate (un 5 al menos).

Anónimo dijo...

Hola, vengo a leerte desde La tinta azul, tengo poquito rato, es tarde, pero me ha encantado esta entrada. Creo que volveré, un saludo.

Ing. Cardioide dijo...

Hmmm justo estaba escribiendo un buen comentario y se fue la luz -.-!!

Decía yo que no importa los videos y el audio, sino que una foto te hace imaginar muchas cosas, tal como un buen libro. Es por eso que las fotografías han durado a través del tiempo.

Mi ex novia decía precisamente lo que comentabas "se queda la foto con la poca alma que me queda" :Ñ ñe, pero es en sí el momento, la gente y el disfrute de algo que hace que te motives para tomar una fotografía.

No sé si me di a entender, tengo pésima redacción jaja. Pero en fin, y ya vamos organizando algo! Ya sea ir yo alla o tu pa' acá o a ver qué rollo!

Aloha! Saludos! Un abrazo,

Lalo.