Este artículo fue publicado en la última edición (mayo de 2007) de la revista Camparredonda, editada por el escritor leonés Gregorio Fernández Castañón.
Resulta que uno de cada cuatro jóvenes españoles entre los catorce y los veinticuatro años afirma que no le gusta leer. Y uno y medio, que lee por sus estudios –por prescripción facultativa, vamos–. Así que, si les restamos al otro medio que está de botellón, a las víctimas del fracaso escolar, a los acosadores, a los analfabetos funcionales y a los aspirantes a entrar en Gran Hermano, a lo mejor podemos dar con un cuarto y mitad de joven ibérico –y esperemos que no sean los cuartos traseros– que de cuando en cuando lea. Porque las estadísticas son así de optimistas: según la dirección general del ramo, lector habitual es aquel que declara leer al menos una vez al trimestre. Ahí es nada. Imaginamos, eso sí, que las etiquetas del whisky DYC y el menú del MacDonalds no cuente como lectura.
Claro que tampoco hay que volverse loco con las estadísticas; a ver cuántos encuestados aseguran que a la hora de la siesta alucinan con los documentales de La 2, cuando la realidad de las audiencias tiene mucho más tomate. O la impagable excusa del que compra el Interviú «por los artículos». Pero, aunque la credibilidad de las estadísticas esté en horas bajas, este asunto de la escasez de lectores preocupa, y mucho, a una parte importante de la población. ¿Lo adivinan? No, claro que no; a los políticos les da exactamente igual; ellos ya leen bastante, siempre a vueltas con el guión de los discursos que les escriben los asesores de imagen. No. A quien preocupa es a los silvicultores, a la industria papelera, a los productores de tinta, a los mecánicos de rotativas, a los correctores de pruebas y a Faber y a Castell, famosos mineros de puntas de lápices. A algún escritor también parece importarle, pero como el tema le suele servir para dárselas de intelectual en las tertulias de la tele y la radio, no se les toma muy en serio –a los maestros y profesores sí que les preocupa, pero como nadie les hace ni caso, así nos luce el pelo–.
La cuestión es que, si MacLuhan tenía razón cuando contaba aquello de que la Galaxia Gutenberg –es decir, la revolución cultural producida por la imprenta y sus consecuencias en la cultura occidental durante cinco siglos– tocaba a su fin y ahora llegaba la era de Marconi –o sea, lo audiovisual–, hay un montón de negocios cada vez más ociosos. Vamos, que lo del libro cada vez da para menos. Y la culpa –opina el sector– la tiene la gente, que se empeña en no leer. Ya hemos hablado de las “nuevas generaciones”, que incapaces de leer un mísero folleto de cócteles han acabado mezclando el vino de brik con los sucedáneos de coca-cola. Pero es que esa generación con disfunciones hepáticas irreversibles tiene padres; padres a los que también les molesta mucho lo negro. Y tienen hermanos pequeños –esos bultos de allí, junto al televisor– que nunca cogen un libro porque no tiene botones. A los ancianos tampoco vamos a pedirles mucho, que la vista ya va fallando. Menos mal, eso sí, que nos quedan las mujeres, que sí que leen. Ahí las tienen, ellas solas manteniendo a todo el sector editorial.
La industria, claro, se defiende. Hay que abaratar costes y entonces se despide a los correctores, a los escritores y hasta a los lectores. Se reducen también los libros: las novelas pasan a ser novelas cortas y se ponen de moda los microrrelatos. Y es que los libros cada vez tienen menos texto –curiosamente, como apunta el profesor Llanillo, los libros de texto son los que tienen más fotos–; no será raro que pronto algún autor experimental publique un libro en blanco –y cobre derechos de autor– para que el lector escriba en él su diario. Si uno se da un paseo por una feriona del libro, una de las grandes, las profesionales, se da cuenta de que allí lo que menos “vende” son los libros; en los puestos hay todo tipo de regalos, como si fueran bazares –o bancos–, o incluso se improvisan cafeterías con bollitos gratis. O se acude al último recurso, el de las azafatas bien torneadas con gran superficie pectoral al descubierto; y es que cualquier sacrificio es poco con tal de promocionar el libro.
Aún así, la situación no es tan desesperada. Pensemos que esos jóvenes que creen detestar la lectura, en realidad se pasan las clases enviándose mensajitos por el móvil y las tardes enganchados a Internet. Y claro que leen… Los sms no los descodifican por telepatía, y nunca se han visto más letras juntas que en la famosa telaraña invisible. Ellas sí que leen, y hasta ellos, que parecían alérgicos a la lectura, resulta que devoran el Marca cada mañana. Ocurre quizá que cambian los medios, cambian los temas y el mundo continúa girando sin preocuparse. Y todos aún queremos que, de uno u otro modo, nos sigan contando historias. Es sólo la nostalgia, ese gusto que pronto será retro, de coger un libro, abrirlo, aspirar su aroma, sentir el tacto del papel… y a veces hasta leer lo que pone dentro. El libro. Un aparato anticuado, que no tiene botones, que no se enchufa, sin pantalla, sin sonido. Que lo puedes llevar a cualquier lado, que nunca se queda sin batería ni necesita antena. El libro. Nuestro libro.
La industria, claro, se defiende. Hay que abaratar costes y entonces se despide a los correctores, a los escritores y hasta a los lectores. Se reducen también los libros: las novelas pasan a ser novelas cortas y se ponen de moda los microrrelatos. Y es que los libros cada vez tienen menos texto –curiosamente, como apunta el profesor Llanillo, los libros de texto son los que tienen más fotos–; no será raro que pronto algún autor experimental publique un libro en blanco –y cobre derechos de autor– para que el lector escriba en él su diario. Si uno se da un paseo por una feriona del libro, una de las grandes, las profesionales, se da cuenta de que allí lo que menos “vende” son los libros; en los puestos hay todo tipo de regalos, como si fueran bazares –o bancos–, o incluso se improvisan cafeterías con bollitos gratis. O se acude al último recurso, el de las azafatas bien torneadas con gran superficie pectoral al descubierto; y es que cualquier sacrificio es poco con tal de promocionar el libro.
Aún así, la situación no es tan desesperada. Pensemos que esos jóvenes que creen detestar la lectura, en realidad se pasan las clases enviándose mensajitos por el móvil y las tardes enganchados a Internet. Y claro que leen… Los sms no los descodifican por telepatía, y nunca se han visto más letras juntas que en la famosa telaraña invisible. Ellas sí que leen, y hasta ellos, que parecían alérgicos a la lectura, resulta que devoran el Marca cada mañana. Ocurre quizá que cambian los medios, cambian los temas y el mundo continúa girando sin preocuparse. Y todos aún queremos que, de uno u otro modo, nos sigan contando historias. Es sólo la nostalgia, ese gusto que pronto será retro, de coger un libro, abrirlo, aspirar su aroma, sentir el tacto del papel… y a veces hasta leer lo que pone dentro. El libro. Un aparato anticuado, que no tiene botones, que no se enchufa, sin pantalla, sin sonido. Que lo puedes llevar a cualquier lado, que nunca se queda sin batería ni necesita antena. El libro. Nuestro libro.
15 comentarios:
Aunque hay que reconocer, que de lo poco que funciona bien en la Educación española es el culto al libro desde pequeño. Aunque el chaval al tomárselo más como una obligación "laboral" que de una aficción, suele rechazarlo. Yo creo que los padres son mas importantes en esta educación por la literatura.
Salud!
Yo creo que el problema de la falta de lectura no es actual, lo que pasa es que cada día da menos vergüenza reconocer que no gusta leer, porque ya, muchos, por no poner ni ponen excusas, y en parte se puede deber a esos famosos que reconocen, siempre con un glamour rebosante, que nunca han leído un libro y ahí están, de portada en portada y forrados.
Leer requiere un esfuerzo, aunque sea mínimo, y te tiene que gustar. A mi no me cuesta nada por la noche meterme en la cama con un libro, por cansado que esté, aunque a los 10 minutos se me cierren los ojos. Creo que la lectura es después del sexo - las cosas de pareja puedo decir que lo superan, ya se sabe, las hormonas y las endorfinas, que son muy puñeteras - una de las pocas cosas sin las que no podría vivir. Me apasiona leer. Y eso que siempre he sido de ciencias de las puras y en mis primeros años de instituto empecé a aborrecer la lectura, cosa que desde pequeño me encantaba, porque te avasallaban con cosas que no querías leer y lo que sí querías no podías por falta de tiempo, menos mal que al poco tiempo me curé y los libros empezaron a mandarlos con más cabeza.
He escuchado muchas excusas, y hoy las sigo oyendo, como que los libros son muy caros, cosa falsa, ya que hay cantidades de libros de bolsillo por 5 euros, bibliotecas públicas – allí me surtí durante unos años de mi vida – y mercadillos y ferias donde puedes encontrar libros casi regalados. Y saldos. Incluso he llegado a escuchar gritos de admiración porque un libro de tamaño normal te dure una semana, como si fuera una hazaña un acto cotidiano.
Subrayo dos cosas. Las ediciones cada vez son peores y esto es una verdad incontestable. Yo soy corrector y me es inevitable al leer por placer detectar erratas y errores de edición, y es espectacular. Ahora se lleva el tener un maquetadorcorrectorchico/adeloscafés para pagar un solo sueldo. Y se nota.
Los libros son cada vez más cortos. Para ello se ha aumentado el tamaño de letra, el interlineado y los márgenes. Así se sigue manteniendo un grosor en páginas digno y encima lo venden como diseños que mejoran la lectura. La literatura no es peso. No todos los libros tienen que ser largos y densos, evidentemente. Lo preocupante es el por qué, lo preocupante es la literatura exprés.
Aun así yo veo cada vez más gente leyendo en el metro de madrid, por ejemplo.
Javier y yo sabemos lo difícil que es meter la cabeza del boli en una editorial para que te publiquen. Imposible es una palabra que se está haciendo demasiado común.
Hoy me ha caído en gracia tener que controlar el examen de Derecho Mercantil de alumnos de primero de empresariales, y hete aquí que para entretenerme -y por qué no, para darles una poquita de cancha para que intercambiasen reflexiones profundas sobre las preguntas del examen-, me puse a leer un par de contestaciones a las preguntas que habían hecho las lumbreras que ya habían entregado el examen. La hilaridad que me causaron en un principio dichas respuestas dejo paso a la desolación al ver que esos van a ser los titulados universitarios del futuro. Faltas de ortografía que no cometería ni un niño de 1º de EGB, antes del invento de la Educación Primaria y la ESO, y patadas ya no a las Instituciones del Derecho Mercantil, que sería de perdonar (no en la calificación por supuesto, cosa que además no me compete), sino a la Historia de nuestro país... mira que preguntarme uno que si a la pregunta "I. El Derecho Mercantil en la Constitución" debía responder con el tema de la reforma de la Constitución en 1975... Amablemente le conteste que en 1975 no teníamos Constitución y que nunca se había reformado en materia mercantil... a lo que me contesta: "¡pues así viene en mis apuntes!"... De ello deduzco que, aparte de una absoluta carencia de cultura general y conocimientos básicos de la Historia de su país, ese chico sí que leyó... pero lo que leyó para examinarse (esos "apuntes") valía más quemarlos que leerlos.
Y así está el patio... Lo comentaba con la Abogada que compartía el control del aula en la que estaba: lo peor no es que no tengan cultura general, ni lean, ni que cada vez se les exija menos, lo peor es que no les interesa ni lo más mínimo a la mayoría, salvo honrosas excepciones, que, como en todo, haberlas hailas.
Un saludo.
Llego hasta aquí gracias a la recomendación de Mariano. Es lo primero que leo y me ha encantado.
Ahora me daré una vuelta por el blog con más tranquilidad.
Yo siempre le echo la culpa a los educadores (padres y profesores) por no haber sabido transmitir la aventura que supone leerse un libro.
Estoy con lo que dice Alberto, la falta de lectura es de siempre. Ahora quizás se hable mas de ello porque nos sorprendemos de ver a tanto joven enganchado a los videojuegos o internet. Pero antes lo estaban al "sanchesqui" (así lo llamábamos eh!!), a la maquinita de marcianitos o a la partida de tenis en el Atari.
Tampoco creo que sean caros los libros. Los puedes encontrar de tapa blanda, en mercadillos, en librerías de segunda mano...
Pero es cierto, es una lastima que la sociedad no sea mas aficionada a la lectura. Aunque no creo que sea algo que se inculque.
Miradme a mi por ejemplo. Fui una niña precoz en el tema lectura. Antes del parvulario ya sabia leer. Más adelante, cuando mis amiguitos se divertían con los comics, yo ya me había empapado la colección entera de Enid Blyton.
Y no se a que edad fue, pero si muy pero que muy joven, terminé con la coleccion encuadernada que mi padre tenia de Agatha Christie.
Siempre he sido una devoradora de libros y mi padre igual. En cambio mi hermano, todo un ingeniero industrial, a parte de los libros "obligados", solo ha terminado una novela... en toda su vida!!! Y ese fue un gran acontecimiento familiar (el pitorreo aún dura).
Yo creo que leer nos hace mucho más inteligentes
Artículo duro, profundo y emotivo. Me ha encantado. Bueno, la batalla de la lectura es antigua, pero creo que ahora se lee aún menos que antes (que ya es decir). Y sólo hace falta echar una oreja a las conversaciones que nos rodean (en un restaurante, en el autobús, en la calle) para darnos cunta de esta carencia galopante: el nivel cualitativo de los diálogos es deprimente por doquier. Por otra parte, las estadísticas no detectan que, incluso entre quienes se declaran lectores, hay muchos consumidores de pilares de la tierra, códigos da vincis y similares. con lo que las cifras se reducen aún más. El aluvión editorial inmisericorde y vergonzante que padecemos ha sumido en el pozo a los clásicos, a los que ya pocos se acercan. Estar, están en la librería, por supuesto, pero resultan invisibles entre las pilas y pilas del último best-seller de ... El panorama es desalentador, y las instituciones nada van a hacer para mejorarlo: es evidente que, por razones de estrategia elementales, no les interesa. Procuremos sobrevivir discretamente: llegarán tiempos más duros, quién sabe si de lapidación. Un beso.
Yo siento que lo que pasa es que le gente luego prefiere gastarse el dinero en otra cosa, que en un libro, realmente a la gente le cuesta, porque no lo ven como un artículo de primera necesidad, como si después de leerlo ya no sirviera para nada, más que para decorar un librero, pero si éste ya tiene monitos o portarretratos, donde lo pones? entonces se vuelve inútil.
Afortunadamente tengo amigos lectores, hacemos compras en grupo con el fin de intercambiar luego, hace tiempo que ya no veo ni siquiera algunos libros, solo los que me han gustado mucho, o son un regalo especial se quedan conmigo, a los demás se les busca un nuevo hogar, también ayuda el que no soy muy apegada a las cosas; así que lo que leo, normalmente es prestado.
Y es que también si los hijos lo que ven a sus padres viendo tele, los acompañaran a ver tele, si nos ven leyendo seguramente van a querer sus propios libros, no se si le pueda pasar cultura así a los hijos, pero por lo menos, si un buen hábito.
Saludos y buen fin de semana.
Yo sigo pensando que ahora, aunque se lea poco, se lee más que hace diez años, pero menos que hace veinte. El que no lee ya ha perdido todo el pudor que le pudiera dar reconocerlo, por eso ahora parece que se lee menos. Antes la oferta de entretenimiento era ínfima en comparación con lo que nos podemos encontrar hoy en día, y por eso digo que hace 20 años se leía más. Leer era una actividad asequible y que estaba en la vida cotidiana, y era la única forma de encontrar aventuras e historias que ahora con un click podemos descargar para verlas donde queramos, hasta en el movil. Y canales de televisión había los justos. Hace 20 años yo era muy pequeño, y no puedo corroborarlo personalmente, pero bueno, me baso en la pura observación de la gente que me rodea. Ahora o se lee más que hace 10 años o no hay forma de explicar la gran cantidad de títulos y editoriales que aparecen. Hace 10 años ya sí tenía sentido común y leía mucho, y puedo asegurar que ahora es más facil encontrar a alguien que lea que antes. Y libros infantiles y juveniles... buff, ya habría querido yo tener la variedad que hay ahora en stock, así que volvemos a lo de antes, o esos libros se venden más o no lo entiendo.
Yo no veo mal que la gente lea bestsellers, y no veo justo comparar los pilares de la tierra u otro bestseller con un bodrio como el código Da Vinci que además de estar mal escrito tiene una historia absurda – sí, me lo he leído, el primero y último de ese autor – y unas soluciones a los enigmas estúpidas. Un bestseller, entendiendolo como algo denigrante, es el libro que se fabrica a la carta, para subirlo directamente a la cresta de la ola de la moda de turno, pero hay otros que se convierten en bestsellers con el tiempo y son buenos libros, aunque se vendan conjuntamente con los que no hay por donde cogerlos y se puedan confundir tanto por temáticas como por el tipo de lector que los compra. Y vale, no son libros comparables con algunos clásicos, pero no tienen porque estar mal escritos, y algunos clásicos son únicos, por algo son clásicos y han sobrevivido a los años. Y mejor que alguien lea un bestseller, aunque sea el código de marras, a que no lea nada, por algún sitio habrá que comenzar y posiblemente después venga otra cosa. Yo también leo bestsellers, es más, ante todo en una novela busco entretenimiento, no algo que me aburra, y si el libro está bien escrito, pues mejor, así lo disfruto el doble. Los pilares de la tierra me gustó, y me gusta Stephen King entre otros autores de bestseller – no le veo como un mal escritor – y eso no quita que lea clásicos, o que mi escritor favorito sea Jose Saramago, del que leería cualquier menudencia que escribiera. Y los clásicos estos últimos 5 –7 años han tenido más presencia que nunca, si hasta han estado apareciendo constantemente por cuatro duros en distintos periódicos, con publicidad radiofónica y en el metro de Madrid y todo. La de libros que he comprado de esa forma. Si así la gente no se interesa por ellos a lo mejor es porque la asignatura de literatura en los colegios e institutos es inútil – eso al menos pienso yo – y estudiar autores sin leerlos me parece que sólo consigue que se vean como algo lejano que no interesa. En los colegios apenas se fomenta la lectura crítica de los clásicos, te dicen como debes interpretarlos y muchas veces se leen demasiado pronto. Voy acabando, que me extiendo demasiado. Se lee poco y es una lástima, pero no creo que la lectura esté desapareciendo y ojalá se leyera mucho más.
Hola, he llegado a tu blog por casualidad. Te voy a seguir la pista.
Saludos del crítico de blogs.
Queridos
Yo hace tiempo que llegué a la conclusion de que el problema no es si se lee poco o mucho, porque las estadisticas son falaces y nunca se ha hecho un estudio realmente fiable e independiente/desinteresado sobre la cuestión..., lo grave es el significado que tiene el hecho de leer en la actualidad. El deprimente valor que hoy en día tiene social, económica y políticamente el hecho "cultural" de coger un libro..., ésa es la cuestión.
Seguramente hace años se leía menos, en términos absolutos y relativos, pero a nadie se le ocurría discutir o poner en duda la relevancia y el mérito de ser una persona culta, "alguien que lee". Y curiosamente, los que desgraciadamente no tenían acceso por su pobreza o mala suerte familiar a esa lectura/formación eran los que más claro tenían y envidiaban este hecho. Ese es el gran fracaso del "mundo moderno" (ejem), que pese a tantas cosas en las que hemos avanzado y mejorado, nos hemos dejado por el camino la más importante, la pregunta de qué coño es lo que realmente queremos que sean nuestros hijos. Ahí hemos perdido por goleada. Cualquier papanatas ignorante y bienalimentado se permite ahora criticar o despreciar al buen lector, al pensador, al especialista que trabaja y mejora modestamente. Los iconos de nuestro tiempo son la modelo de pasarela, el futbolista, el constructor forrado y la "comunicadora" del corazón. Y como dice Sanchez Ferlosio, mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Porque lo triste es que todo irá a peor.
Un abrazo para todos.
Estoy de acuerdo con casi todo lo que decís. Yo hace tiempo dejé de pensar en macrodatos, en estadísticas y en tendencias. No puedo hacer nada por cambiar eso, aparte de meterme a presidente del gobierno, pero me da pereza, y tampoco creo que pudiera hacer mucho. Ahora trabajo en mi microentorno. Intento hacer ver a los que me rodean lo que significa un libro, lo que te aporta, lo que te ofrece. Pero sin misticismos ni grandilocuencias, porque así lo único que se consigue en separar al público de la literatura. Perdón porque se me ha ido el comentario de las manos y ya no sé ni lo que quería decir.
Un abrazo a todos y a todas.
no cambio un libro por nada... me compadezco de quienes no pueden disfrutar de leer como un placer.
Deberían incluir fotos de gente en bolas para enganchar a nuevos lectores y lectoras. ¿Quién es el guapo que no leería La Regenta si en su edición viniera una foto verdusca de la Pataki (des)vestida de Ana Ozores? ¿No sería un aliciente para la horda de lectoras encontrar a un Heathcliff con el porte de un Arturo Fdez. por ejemplo?
Lo peor de los escritores es que tienen poca imaginación.
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