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lunes, 7 de septiembre de 2009

Rock in wild Forest: 25 años de los Deicidas


Gira 25 aniversario de los Deicidas. Es 4 de septiembre y tocan en un pueblín de Léon. Matadeón de los Oteros. ¿Y dónde está eso? Cincuenta kilómetros de la capital, trescientos desde casa. En fin, cualquier lugar es bueno para el rocanrol. Así que hasta allí nos fuimos. Como si aún colearan los ochenta, Morti se puso las gafas de aviador y yo me calcé las wayfarer —a fin de cuentas, en la movida todo era apariencia, ¿no?—, y nos lanzamos a devorar carretera, en nuestro particular Highway to Hell.



Pueblo de adobe, unas cincuenta casas. Noche negra y calles vacías. ¿Nos habremos equivocado de sitio? Igual era en Matanza, o en Matanzos, vete a saber. De pronto nos cruzamos con tres peatones y sí, en efecto, hay concierto en las Escuelas. Todo recto y a la izquierda. No hay ni un coche, pero una barraca de feria y nuestro agudo instinto noctámbulo nos dice que la juerga será en un edificio cercano —lo de que no paren de entrar y salir adolescentes etílicamente eufóricos también nos ayuda a orientarnos, claro—. Pero el caso es que aquello no suena a mucho rocanrol.

Entramos y casi salimos corriendo: sobre el escenario, tres tipos nada vacilones están tocando pasodobles, o rumbas, o como coño se llame la cosa esa que tocan en las fiestas de pueblo. Morti mira al pavo del micro, un sesentón de pelo blanco que canta con los ojos cerrados, como si le pusiera mucho sentimiento o sufriera un apretón, o las dos cosas a la vez, y me suelta: «Vaya, o Zapico ha desmejorado mucho, o estos no son los Deicidas». ¿A que nos hemos equivocado de día?

Por suerte, al otro lado del antiguo salón de actos hay un aula reconvertida en bar. Dentro no sólo no se escucha la pachanga, sino que además nos aclaran el orden de día, o más bien de la noche: «El concierto empieza a las dos y media. Pero primero tocan unos chavales de Gijón, así que empezarán a las tres y pico. Eso sí, lo normal es que se retrasen, así que contad con que la cosa sea más bien hacia las cuatro». Las cuatro… Miramos el reloj y eran las doce en punto. Que ya no tenemos edad para esto, que no son horas. Teníamos que haber ido al concierto en la Catedral, que te lo dije…


En vez de discutir, nos apretamos a la barra. Garrafón del bueno, precios populares y chavalería en el tanteo previo de primera hora. Defendimos un rato nuestra posición, y al rato nos fuimos a hacer tiempo dando una vuelta. A la entrada del pueblo habíamos fichado un bar, que prometía mucho con su cartelón de Degustación de queso. Y degustamos y repostamos, mientras al fondo del local la banda empezaba a calentar, amenazando con acabar con las existencias del garito. Y en estas que se acerca la hora del concierto, y a una parejita de la Guardia Civil les da por aparcar en lo oscuro, a la puerta del bareto. ¿A que no hay huevos a coger el coche ahora?

Casi las dos y media cuando volvemos a las Escuelas. Zapico ya ha aparecido y nos recibe como si nunca hubiera visto un fan. Qué grande es el tío. Nos fijamos un poquito y empezamos a ver caras conocidas: no hemos sido los únicos pirados que viajan para el concierto. Dos docenas de capitalinos, de distintos pelajes, nos mezclamos con los indígenas. De pronto arrancan los teloneros y los tres acordes del Blitzkrieg Bop me seducen como el canto de las sirenas homéricas. Sobre las tablas, tres chavales con gafas de sol de carallo braman el jeijó, lesgó y empezamos a dar botes. Y simultáneamente se inicia el desfile de boinas y bailonas que dejan mosqueadísimos la verbena. Son buenos instrumentistas, aunque el frontman no me gustó nada, ni por voz ni por actitud. Una pena, porque el sonido era potente y trabajado. Media hora (más bises) después, cinco rockers con espolones toman el escenario.





«Empieza el Rock and Roll», anuncia el Pájaro, y no podía estar más acertado. Dos guitarras, bajo y batería. Son las tres de la mañana, hora golfa, y nos quedan por delante cien minutos de sonido intenso, de riffs machacones y ácida retranca, de canciones que partieron la pana en nuestra adolescencia leonesa y que podrían haber sido hits en cualquier parte. Caprichos del destino o lógica del mercado, quién sabe. Diosss, qué ruido tan guapo que hacen estos cinco tíos. “Me van a pitar los oídos hasta el lunes”, me dice Morti.

Zapico, que en las fotos del último concierto llevaba un niki con la A ácrata, se ha ambientado para la ocasión con una camiseta de John Deere, la marca de tractores. ¿Iría patrocinado, como Pelé con la Viagra? Los yankis tienen a su Sinatra, “La Voz”, y nosotros tenemos al “Vozarrón”. Y no defraudó. No es raro pensar que Deicidas tienen cuatro canciones, pero en cuanto escuchas el repertorio completo te das cuenta de que son muchas más, que casi todas las conoces. Como si de un menú-degustación se tratara, recorrieron desde sus comienzos más punkarras hasta sus guiños al rock clásico o los toques stonianos. Y allí la parroquia nos desmelenamos, coreando “déjate melena, dejatela ya”, “te harán la prueba del alcohol, te robarán tu colección de conejitas del playboy” (imaginamos que dedicada a los picoletos que les acechaban una hora antes), “jipis, jipis, jipis, recogiendo del suelo las colillas”.


Con algún conato de desgracia —al parecer, el batería estaba desfallecido a mitad del concierto, y Pájaro en vez de pedir un médico buscaba a alguien capaz de darle a las baquetas y que se supiera la canción—, la cosa fue viento en popa. A mi lado bailaba una chica post-punk de medias de rejilla, y delante otra que bien podría ser la maestra de plástica en la hora del recreo. Las dos parecían presas de la misma excitación. Otro grupito junto al escenario se sabía todas las canciones, y detrás de mí un tío chupa cuero que ya peinaba sus canitas lo estaba grabando todo en video. Me di la vuelta y le avisé: «Como sigas bailando así, te va a salir un video de Lazarov».

Cayeron también Amiga de consolación, Pequeño gallo rojo, Bendito bar, El barco más pirata y un par de medios tiempos que no conocía, junto a una curiosa pieza sexpistoliana sobre un asesino profesional que asegura ser el que más mata. Sara volvió a resultarme tan inquietante como siempre —no sé qué me pasa con esa historia—, y la sala se vino abajo con sus dos megabits: Cuatreros y el impagable Poder de seducción, el famoso “No puedes” que gritamos doscientas personas enloquecidas. Esa canción es dinamita. Los chavales de los Oteros seguro que la oían por primera vez, pero en treinta segundos ya estaban gritando el estribillo.



Aunque, sin duda, lo que más me gustó de la noche fue el guiño del grupo, que no sólo tocaron Moderno de cartón-piedra, sino que tuvieron el detallazo de dedicármelo. Hacía más de veinte años que no escuchaba aquella canción, que grabé de la radio en 1983 y luego puse mil veces en mi viejo radiocasé, hasta que a la máquina le dio por comerse la cinta. Qué subidón. A ver si me hago con una grabación del concierto.

Para rematar, en los bises tocaron un clásico del macarreo ibérico, el No es extraño que tú estés loca por mí. Apoteosis ochentera y el grupo que se va en lo más alto, con la peña pidiendo más y el diyei de turno apagando la demanda. Ya en el suelo, con la guitarra afilada del Pájaro vibrando aún en los tímpanos, le doy un abrazo al grandullón y le suelto: «parece mentira que estéis jubilados, con el punch que tenéis». Y él me lo aclara todo: «igual por eso lo tenemos, porque estamos retirados».

A las cinco de la mañana, Morti y yo volamos sobre el asfalto. Vamos en un híbrido y no podemos engañar al calendario, pero todavía nos sentimos en 1989, como el día que nos conocimos. Sí, hoy todo es light, todo es correcto, se ven los conciertos sentado como si fuera la ópera y todo el mundo ha dejado de fumar. Pero aún somos los mismos. Aún nos queda el Rocanrol. Larga vida a los Deicidas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Descensus Averni...

Mariano Zurdo dijo...

Qué bien sientan esas bajadas a los infiernos, perdón quería decir esos viajecitos al pasado...

Jesús dijo...

Caminando por la librería típica del centro de Murcia (no digo el nombre porque no quiero hacerle publicidad), iba servidor empujando el carro de su hija cuando, al doblar una pila de libros, mi hija agarra uno, ya iba uno a regañarla cuando. ¡Oh sorpresa! Resulta que se trata de El método Coué, de Menéndez Llamazares. 19 euros que espero gastarme en mi siguiente visita (hay que apretarse el cinturón...). Saludos.

Rukaegos dijo...

Por si el rock satánico te deja tiempo ...

http://unsantanderposible.blogspot.com/2009/09/cantabria-blogs-beers-2009-con-eso-de.html#links

Julián dijo...

¡Larga vida al rocanrol!

Anónimo dijo...

Yo creo que no debes meterte asi con las otras personas que tocaron tambien,si no te gusta pues no critiques,tanto parce que sabes de musica pues tu deberias de ser el primero en respetar a esa gente.