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lunes, 29 de junio de 2009

Erotica & Orthographica


Hace algún tiempo, mi mujer y yo nos acercamos a una pequeña ciudad cercana a Santander, para ver los fuegos artificiales y pasar una noche agradable paseando bajo la luna, y esas tonterías que hacen los padres en cuanto consiguen librarse de los hijos. Y la verdad es que lo pasamos bien, caminamos por las calles empedradas, recorrimos la feria, probamos el algodón de azúcar, admiramos los cohetes y nos sobrecogimos con la traca final.
Todo a pedir de boca: conversamos con calma, nos miramos a los ojos, nos cogimos de la mano... hasta que nos detuvimos ante una barraca, una de esos en las que hay que derribar muñecos a bolazos. No, no es que quisiera regalarle a mi señora una muñeca chochona, o un perrito piloto, ni mucho menos. Lo que pasó es que vimos un cartel, allí pegado en la barraca, que decía:

Prohibido APOLLARSE

Y entonces fue cuando se nos cortó el rollo.

viernes, 22 de mayo de 2009

Gamoneda y la mentira



No suelo seguir con demasiado interés la actualidad, y mucho menos la del "mundillo literario", pero estos últimos días se está produciendo una pequeña escaramuza que, por lo injusto del ataque y por la inequidad de los contendientes, me ha afectado seriamente. Ya, ya: a algunos no se nos puede tocar a Gamoneda. Cierto. Hay algo personal, por supuesto: cualquiera que haya tratado con él sabe a qué me refiero. Pero no es la reverencia ante el poderoso lo que uno siente, sino el deslumbramiento de estar ante un grande de la literatura. Poco importa lo que ladren sus detractores: él es el gran poeta de finales del siglo XX, y la historia lo dirá. Que no se lo perdonen es otro asunto; me gustaría ver cuántos defenderían a Crémer si ahora mismo recibiera el reconocimiento que merece.
Supongo que todo el mundo estará ya al cabo de la calle de la polémica: Gamoneda presentaba sus memorias y un periodista le pregunta por el recién desaparecido Benedetti. Y el poeta responde con su mejor intención: me gustaba, me caía bien, pero mis pasiones poéticas tienen otras coordenadas. Y entonces se alzan los autoerigidos paladines de la poesía y buscan la yugular del enemigo, y le llaman enterrador, le menosprecian su obra, cuestionan la limpieza de sus méritos... sólo ha faltado mentarle a la madre para que la cosa llegara a las manos. Hay que entenderlo, claro: uno tomaba café con Benedetti, otro presume de una razia en su domicilio, y alguno habrá que haya pasado cinco horas con Mario. Igual da.
Benedetti y Gamoneda no son rivales. No son incompatibles. Ni siquiera se puede decir que el leonés le falte al respeto. Ni siquiera ha dicho que no le guste; es evidente que la obra de cada uno no tiene nada que ver con la del otro, así que si están en las antípodas, ¿qué iba a decir Gamoneda? ¿Que Benedetti era la cumbre de la literatura universal? ¿Que le seducía la profundidad de su pensamiento y la elaboración de su estilo? Gamoneda se embarcó hace medio siglo en una escritura densa, poblada de óxido y dolor. Benedetti cantaba a la justicia, al amor, recitaba con acento, sonreía por escrito, qué se yo. ¿A qué viene compararlos? ¿A qué enfrentarlos?
Todos sabemos qué pasa con la poesía española. De qué van unos y otros. Sería muy sencillo apostar por quién saltará ahora, en qué bando estará este o aquel autor. Y es que lo de nuestras letras es digno de estudio; aunque quizá no sean los catedráticos del ramo los que debieran analizarlo, sino más bien los magistrados de justicia, los fiscales anticorrupción; los especialistas en parasitología; los técnicos de reciclaje (o engineiros da merda); o incluso los forenses o los arqueólogos, porque nuestra poesía cada vez está más muerta y enterrada. Y la mala noticia, para algunos enterradores, es que uno de los pocos supervivientes será Gamoneda. Por mucho que le disparen desde los grandes medios. Espero que esto sirva, al menos, para que quien aún no lo conozca descubra a Gamoneda, y se acerque al libro de memoria que presentaba cuando saltó la polémica.

Y ahora, puestos ya a ganarse enemigos, reproduzco aquí mi columna de Alerta de esta semana. A ver quién se da por aludido.


Gamoneda, Benedetti y los chacales de la poesía


Hacía años que se sospechaba, pero con cada nueva evidencia se hace más difícil de ocultar: la poesía española del siglo XXI es un oscuro callejón arrabalero.
Un calleja de malandanza por la que ya casi nadie transita, pues, ahora que los “poetas” han matado a la poesía –prácticamente han acabado con los lectores–, pocos se atreven a pisar un territorio en el que impera la ley del más rastrero, y se palpa el peligro a cada paso.
En una esquina, te asaltan los bandoleros y trabuco en mano se te llevan hasta la camisa. En otra te aguardan matachines, navaja en mano, que te apalean asegurando que les has mirado mal.
Allí se refugian estafadores emperifollados, especialistas en fondos públicos, oropel y venta de humo. O pandilleros que asaltan una caja de ahorros, una fundación o un ministerio, esperando a que el jefe de la banda reparta el botín: para ti un premio, para ti un jurado, una beca, un congreso en Varadero con hotel de cinco estrellas. Viejos oficios que se transmiten al estilo gremial, con vasallajes y escuderos, en el que es norma intercambiarse los papeles: jurado y premiado, editor y publicado, antólogo y antologado, crítico y ensalzado. Hoy por ti…
Claro que no todo es mala vida: también están los que no aceptan las corruptelas, los que se enfrentan a las bandas, los que abanderan la verdad aunque describan la mentira. Los que sufren. Como ahora sufre Gamoneda, un hombre auténtico, que nunca buscó una corte, que nada reclamó y a quien el tiempo acabó haciendo justicia.
Hace unos días, un periodista le pide que improvise la necrológica para Benedetti. Y con elegancia ensalza a la persona y disculpa al poeta –pues nadie obliga a amar al uruguayo, por muy difícil que sea evitarlo–. Y entonces el hampa poética azuza a sus perros, buscando el cuello del rebelde: de aquel que no entra en camarillas, que no publica en las editoriales orgánicas, que no se alinea con las nuevas sensibilidades que predique el santón de turno. Y allí saltan a la palestra el secretario de uno, el premiado por sus amigos y el progre exquisito, a expulsar al díscolo del Parnaso. ¿Poetas? Matones de barrio, camorristas de tercera.

martes, 10 de marzo de 2009

El crimen nunca paga

O eso decían en las películas antiguas, antes de que los malos se pusieran de moda.

Hace unas semanas estuve charlando un rato con Nacho, un amigo de mi hijo. Pero no hablamos del Racing o los stacks, qué va… El chaval este era mucho más espabilado; me explicó que tenía una idea maravillosa, y que estaba planeando cómo la llevaría a cabo. ¿Y qué se le había ocurrido? Pues inventar una máquina de hacer dinero, ahí es nada. Claro que le faltaban aún algunos cabos sueltos, empezando por cómo fabricarla, pero bueno, en cuanto resuelva esas minucias, la cosa promete.

Pero no piensen que Nacho es el único que le anda dando vueltas al asunto de la generación espontánea del maldito parné; no sé si será cosa de la crisis o qué, pero también mi amigo Manuel está detrás del asunto. La cuestión es que uno de sus hijos le había pedido que por su cumpleaños, en vez de regalos, le endosara un buen billetazo. Y mi amigo le tomó por la palabra: pidió prestado un buen billetón, lo pasó por el escáner y se puso a juguetear con él en el photoshop.

Yo no sé si Manuel quería ponerle un cero más al asunto, o pintarle bigote a algún jerifalte de los que salgan en los billetes grandes —que dicen que existen, pero pocos han visto—; el caso es que, de pronto, el puñetero ordenador le dio un mensaje de error y le dejó el asunto más bloqueado que el sueldo de un funcionario. Hasta me envió un pantallazo:


El caso es que el pobre hombre se quedó chafado. Pero enseguida pensó que sí, que los ordenadores serán muy listos, pero seguro que las fotocopiadoras no estaban tan espabiladas. Y allí se fue con su billete verde. ¿Adivinan qué le dijo la copiadora?


Vamos, que está la cosa muy mal, que ni con el photoshop ni con nada; eso de hacer uno su propia edición de billetes de banco como que no funciona. Así que, querido Nacho, sintiéndolo mucho, me da a mí que como no te pongas a chapar lo tienes crudo: o te haces futbolista, o encuentras una heredera a la que engañar, o te dedicas al robo y la política. Porque lo de fabricar billetes, de momento, como que no...
Eso sí, si al final se te ocurre cómo construir la máquina esa avísame, que me apunto.

Yo entretanto voy a llamar a mi padre, que recuerdo haberle oído hablar hace tiempo de si el dinero crecía en los árboles, o algo así...

martes, 3 de marzo de 2009

¿Para qué sirve internet?

¿Quién no se ha visto, en más de una ocasión, obligado a justificar las bondades del ciberespacio? Te puede pasar cuando quieres animar a tus padres o a alguna persona mayor para que se conecte a internet; también en cualquier reunión, donde nunca falta —aunque ya sea una especie en extinción— el típico colega que presume de "no entender" la tecnología; o incluso cuando alguien más cercano te reprocha el tiempo que "pierdes" enganchado a la pantalla.
¿Y qué hacemos entonces? Pues recurrir a los tópicos: que si las grandes posibilidades de comunicarte sin barreras espaciales, que si la información se transmite directamente, que si la multi, trans e interculturalidad son un hecho, que si las comunidades virtuales, la libertad de expresión, la comunión de los santos, la vida eterna, y bla bla bla.
Pues sí, muy bonito todo, pero resulta que, según una estadística que acabo de inventarme, la gran mayoría de los humanos —o más— utilizamos internet para uno de estos tres fines:

  1. Ver porno de estrangis – ¿Cómo que no? Bueno, vale, igual tú no... pero resulta que el 35% (y estos datos ya no inventados) de las descargas en la red son de contenidos… ejem ejem… Vaya, que cuánto vicio hay por el mundo.
  2. Piratear todo lo que se pueda – ¿Qué tampoco? Ya, ya… Supongo que alguna vez nos tendremos que plantear por qué lo hacemos (y qué diferencia hay con hacer lo mismo pero la vida real, con objetos físicos), pero tradicionalmente lo electrónico, lo que no tiene un soporte real, lo hemos visto siempre como un territorio sin ley, en el que rapiñar sin duelo. Y para mí que otro 30% de lo que se mueve en la red es puro pirateo, sea por p2p o por descarga directa.
  3. Enviarnos gilipolleces por correo electrónico – Esto sí que tiene narices; da igual que uno no sepa hacer la o con un ratón, pero no hay tonto en el mundo incapaz de darle al botón de "reenviar". Y así, pogüerpoin arriba, pogüerpoin abajo, tenemos saturado el correo electrónico de medio planeta, con chorradas que te envía un amigo de un amigo de un conocido de alguien que se aburre demasiado y le encantan las fotos ñoñas de bebés y las de mujeres con problemas de aparcamiento.
O sea que, eso de que si la autopista de la información, la sociedad del conocimiento y demás zarandajas... En fin, que sí, que hay quien aprovecha las oportunidades que las nuevas tecnologías ofrecen. Pero luego, cuando acaba con la trinidad internetera (si es que le queda tiempo).

jueves, 26 de febrero de 2009

El hombre de la maza



Se llama Emilio y está muy cabreado. Sí, sí, es ese, el que lleva la maza en el vídeo. El que golpea como si le debieran dinero. Imagino que a estas alturas ya todo el mundo está al cabo de la calle: el chaval tenía un piso en su pueblo que acababa de reformar —imagino que con mucho esfuerzo y vendiendo su alma al diablo, digo... al banco— y de pronto a los etarras les da por volar el local de abajo (una "Casa del Pueblo", que debía de oprimirles mucho) y, de paso, se llevan por delante la casa del tal Emilio. Y al hombre no se le ocurre otra que plantarse en la sede oficiosa de los pro-terroristas, coger una maza del veinte y liarse a tarugazos contra todo lo que pudiera romperse (hasta el grifo de las cañitas les rompió, que los abertzales serán muy vascos, pero tienen la oficina en un bar, como todos los españoles).

Claro que habrá quien diga que el chaval se ha equivocado, dando palos en lugar de mostrar "su serena indignación", "condenar los hechos" y todas esas maravillosas reacciones habituales. Pues igual, porque el hombre acabó en el cuartelillo, y seguro que, encima, tendrá que pagar y llevarse los cascos del bareto que destrozó. ¿Que tenía razón? Pues no lo sé, pero lo que tiene es más huevos que el caballo de Espartero. O pocas luces, vamos, porque la diana se la ha pintado él solito. ¿A quién se le ocurre ir de día, y a cara descubierta? ¿No ves cómo van ellos, con el pañolín ese y hasta con pasamontañas? Y por la espalda, claro.

Y, si malos son los enemigos "que se ha buscado", no son mucho mejores los nuevos "amigos" que se le van a arrimar. Porque ya hay una plataforma, con blog y cuenta corriente abierta, para apoyar al tal Emilio, al que han rebautizado como "el justiciero de Lazkao". El tío, con buen criterio, pasa de ellos, pero no descarten que acabe —incluso a su pesar— convertido en un icono rojigualda, al más puro estilo Ynestrillas.

El caso es que al chaval, al final, le han hecho polvo: le han montado un pollo, le han llamado fascista y hasta le han hecho irse del pueblo. «Total, ya no tiene casa, lo mismo le da irse…», pensarán algunos. Pero es que tiene guasa que le llamen "fascista" precisamente los que ponen bombas, pegan tiros en la nuca y marginan a sus propios vecinos por un asunto tan rancio —y tan trivial— como el nacionalismo. Porque está muy claro quiénes son aquí los fascistas.

Ojalá que el tal Emilio tenga suerte. Que se olviden de él, que le absuelvan, que le indemnicen por el piso y que se eche una novia muy lejos, y no le haga falta volver nunca a su pueblo. Porque si tiene que fiarse de los políticos, y su gran estrategia, la "unidad de los demócratas", va listo. Para mí que por eso cogió la maza y cargó contra los proetarras: por no ir a por los políticos.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Los curiosos oficios de la literatura

La literatura –o, mejor aún, lo insólito de ese inframundo– siempre está ahí, agazapada, esperando cualquier descuido para saltarte a la yugular.
Como esta mañana, cuando cotilleando por ahí me topé con esta peculiar oferta de empleo:

Empresa del sector editorial precisa contratar SECRETARIA PARA ESCRITOR. Sus funciones seran las de colaborar con el escritor, mecanografiando textos y busqueda de documentación e informacion. Se busca persona dinamica, buen nivel cultural y acostumbrada a trabajar en equipo.
Se requiere formacion de informatica a nivel de usuario y altas pulsaciones en mecanografia. Durante el periodo de elaboracion del libro residira en la residencia del escritor.


¡Diablos! Una oportunidad para ser ayudante de un escritor, como lo fuera Samuel Beckett de James Joyce, Ezra Pound de Yeats o Rimbaud de Verlaine —bueno, igual esto último es un poco inexacto, no sé…—. Pero menudo trabajito, ¿verdad? Y está claro que le hace falta un asistente con urgencia, pues en su editorial no son capaces ni de poner en su sitio cuatro tildes.

Lo raro es que especifiquen tan claramente lo de "secretaria", con "a" de "miembra". ¿Tan importante será para este puesto que la tarea la realice una dulce fémina y no un velludo muchachote, por muy echado a perder que esté? La cosa es, como poco, sospechosa.

Uno podría aventurar que el anónimo autor prefiere que le "sirva" una mujer que, como piensan los clásicos machistas-leninistas, "para eso están". Mala opción: a la altura del betún quedaría el escritor. Pero es que la otra posibilidad es aún peor: si pensamos mal, pero que muy mal, igual lo que pretende es que la "secretaria", después de teclearle un rato, le haga también una versión al francés de sus propias pajas mentales. No sé si me explico…

Y de ahí que la cosa esté tan bien pagada —del medio kilo para arriba, a cama puesta—. Aunque, si uno se imagina a ciertos escritores en posición de faena, la verdad es que no hay dinero que pague ciertos sacrificios.

No sé por qué se me viene ahora la imagen de Cela con su chófer negra, cruzando La Alcarria o quizá camino de Archidona, qué se yo. El caso es que, por un lado, no me gustaría nada estar en la piel de la futura secretaria, la que acabe aceptando el puesto, y por otro lado me mata la curiosidad de saber quién es el "escritor" que tanta necesidad tiene de una "secretaria" interna. Con las ganas me quedo de investigar esa oferta…

martes, 3 de junio de 2008

Verdades adornadas [microrrelato]


Vera y Franco mantenían una relación maravillosa, basada en su delicadeza a la hora de afrontar la realidad. Cuando él llegaba tarde, Vera decía: “cuánto habrás trabajado, debes estar rendido”. Cuando ella se pintaba demasiado o escogía el peor vestido, Franco entornaba los ojos y afirmaba: “cómo me gustas” y “qué bien te sienta”. Cuando se cruzaban con unas piernas torneadas o con un lobo de mar, los dos se miraban con ternura y susurraban: “te querré siempre”. Todo era perfecto; nunca había una voz, jamás un reproche o un desacuerdo. El día en que Vera abandonó a Franco, le aseguró muy sonriente: “enseguida vuelvo”, mientras cerraba la puerta para siempre.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Conocimiento del medio


Tarde plomiza, de repaso para el examen de mañana, que toca "Cono" (para los clásicos, Naturales y Sociales, todo junto). Lección sobre objetos animados e inanimados, cuando me pregunta Javierín:
—Vamos a ver, el teléfono... ¿está vivo o muerto?
—Mmm... Digamos que muerto.
—Y entonces, ¿por qué suena?

En fin...

lunes, 26 de mayo de 2008

Cálculo editorial


Será cosa de que el personal que se mete en estos jaleos es siempre "de letras", o quizá sea cosa, como en el dicho popular de que «llena más el guellu que el botellu», pero lo cierto es que el "cálculo editorial" nos falla más que una escopeta de feria.
Aclaremos primero que estoy usando aquí el término de un modo bastante libre; más que a la habitual elaboración de presupuestos y demás que se hace con cada proyecto editorial, me refiero a la estimación de ventas que suele realizarse para decidir la tirada.
Lo de la estimación de ventas, fuera incluso del sector editorial, es en sí misma un mundo apasionante. Aparece en cualquier estudio de mercado o proyecto de viabilidad que se precie, y utiliza unos rigurosísimos y muy científicos métodos estadísticos para vaticinar resultados futuros. Vamos, como lo de las brujas de antaño, pero sin bola de cristal. ¿Que por qué? Pues porque, sencillamente, se basa en estimaciones. Es un poco más serio que rellenar las quinielas a boleo, pero no mucho más.
Sin embargo, en lo que a editar libros se refiere, la cosa es mucho más divertida. Y es que los pronósticos suelen ser, más que disparatados, sentimentales.
El primero que se pone a calcular cuánto, en números redondos, va a venderse, es el autor. Y no conozco autor cuyas expectativas bajen de los quince mil ejemplares —y eso, en una mala tarde, que lo habitual es soñar con gestas a lo Jarri Poter—. ¿Por qué? Porque su libro es muy bueno. ¿Qué digo, muy bueno? ¡Qué va! ¡Su libro es lo mejor que se ha escrito desde el código de Hammurabi! ¡O antes! Y, además, resulta que ya hay legiones de lectores ávidos de comprarlo porque, al parecer, se ha corrido la voz y la gente está que se come las uñas esperando la edición princeps.
Y luego pasa lo que pasa, claro: que cuando en vez de quince mil se venden unos setenta y cinco ejemplares, al pobre autor le entran los siete males y dispara a todo lo que se mueve. Que si no ha habido promoción, que si la edición era una mierda, que si los consagrados son una especie de secta que domina el mundillo literario y no dejan entrar a nadie, que si no se le ha valorado lo suficiente… Alguno, incluso, llega más lejos, y se reconforta pensando que es que la gente «no tiene ni puta idea de literatura». Y se queda tan ancho, por supuesto.
¿Qué sucede al final? Si el autor ha publicado en una editorial más o menos decente, una vez cubierta la edición, le ofrecerán comprar los ejemplares no vendidos a precio de saldo. Si el editor es grande, pero grande, grande, lo que no se venda lo destruirá, porque le sale más barato que almacenarlo —casi duele sólo pensarlo, ¿verdad?—; pero si se trata de una autoedición, entonces el pobre autor está perdido, porque esas cajas que apiló, provisionalmente, en su garaje, se van a quedar ahí para siempre.
Total, que lo del "cálculo editorial" hay que tomárselo en serio, que lo del "ojo de buen cubero" no suele funcionar demasiado bien.

jueves, 22 de mayo de 2008

Si los picos no fueran pardos

Suena estos días por las emisoras de Cantabria —lo escuché, en concreto, hace dos domingos, durante la retransmisión del Athletic-Racing en el que los verdiblancos nos jugábamos la UEFA— un curioso anuncio institucional que viene a decir, más o menos, que “si no hubiera clientes, no habría trata de blancas”.

El hermoso silogismo nos lo regala la Dirección General de la Mujer y resulta, ciertamente, de lo más exacto. Ajustado a los cánones de la ONU, que ha lanzado una campaña en esa línea —para los interesados, se puede googlear “CEDAW”—, su lógica es inapelable: sin comprador no hay venta.

Lo mismo podría aplicarse a los artículos robados, a las falsificaciones o al pirateo en general: éste es un mensaje claro y fundamentado, que expone la realidad tal cual es y ataca directamente a la línea de flotación de la hipocresía social.

Sin embargo, hay algunos detalles en esta campaña que no dejan de resultar curiosos. Para empezar, la elección del destinatario. ¿Es que son los futboleros especialmente puteros? ¿Más que los aficionados a la petanca? ¿Más que los parlamentarios, por ejemplo? Claro que quizá se haga porque el público objetivo sea, sin más, el colectivo masculino. Y el júrgol, ya se sabe, “es cosa de hombres”. Ahí le han dado, sí señor: superando los prejuicios ancestrales.

Sólo que el domingo, a esa hora y con la UEFA en juego, una buena parte de la audiencia no estaba, precisamente, en edad de fomentar más trata que la de cromos. Y explicar a un tierno infante qué son las whiskerías y por qué no hay que ir de picos pardos es un marrón de no te menees, cortesía de la Dirección General.

Curioso, también, que a escala global estos mensajes “circulen” por la izquierda. Sobre todo cuando, hace nada, desde esas mismas barricadas se reclamaba dignidad y hasta seguridad social para “la profesión más antigua del mundo” en cualquier foro donde hubiera una cámara y la posibilidad de colgarse la medallita de progre. Los mismos caras que antes reclamaban la legalización de las drogas y ahora prohíben fumar. Y es que, como en el 68, la playa sigue estando debajo de l@s adoquines.

jueves, 15 de mayo de 2008

Liga por la moral y la decencia en las playas cántabras

Andaba yo pensando esta mañana si escribir algo acerca de las bondandes de la Kinski y la Jolie (no descarto una encuesta mundial en cualquier momento), cuando una sonora bofetada de la realidad me ha dejado cariacontecido y ciertamente preocupado.
Vean, si no, lo que denuncia un anónimo peatón —o bañista, más bien—, en un diario local, y díganme si no es como para poner el grito en el cielo:



Y es que aquí el anónimo tiene más razón que un santo: que no hay derecho, hombre. Que no. Que no puede ser que baje uno hasta el Sardinero con la señora, el niño, la sombrilla, las hamacas y la nevera portátil y se dé de bruces con semejante espectáculo. Ni hablar.
Si es que se desvisten como… Y luego que si venga a untarse cremita, que hay que ver lo lúbrico del asunto. ¿Y qué me dicen de las posturitas? Porque si primero se tuestan la pechuga, con todo el instrumental ahí expuesto, al rato la cosa se pone peor todavía, porque encima gastan tanga. Y uno allí, tratando de acabar un sudoku, y reflexionando sobre la falta de sincronía entre el IPC oficial y el real. Que no son formas, por Dios.
En enero tenían que venir estos desnudistas a hacer sus porquerías, hombre, ¡tanta naturaleza y tanta gaita! Y esa es otra, que dentro de nada se pondrá de moda que también ellos luzcan poderío, y van a parecer las playas la sección de charcutería del pryca.
Tanta razón tiene aquí el denunciante, que estoy por escribirle y a ver si fundamos pronto una liga cántabra por la moral y la decencia, que ya está bien de tanto putiferio y tanto libertinaje. Coño. Se sienten. Ar. A la playa se va con traje de baño, a ser posible con volantes. O traje de buzo, si es menester. Y, de paso, vamos a poner a cada uno en su sitio. Los caballeros, a la Primera. Las damas, a la Segunda. Y para los que no encajen en estas categorías ya está Mataleñas. Eso sí, en La Concha queda vetada la entrada de sudamericanos en general y argentinos en particular, no vayan a formarse malos pensamientos con tanta polisemia y tanta coña.
¡Hombre, habrase visto, que no pueda un honrado cabeza de familia ir a la playa sin tener que aguantar tanta guarrada, que tienes que ir todo el rato apartando la vista! ¡El que quiera chicha, que se tire al porno! (Eso sí, mejor que lo busque en internet, que es más barato que las revistas, ¿eh?) ¡Y el que quiera libertad, que la ponga en su casa!
Y, para empezar a predicar con el ejemplo, yo mismo, a la próxima chavala que se me vuelva a pasear por el blog en medio en pelotas, la voy a poner de vuelta y media. O más.

PS. Nota para lectores con poco humor: Antes de cabrearse, dígase: «lo mismo todo esto lo dice en tono irónico…». Así igual nos ahorramos malentendidos innecesarios, ¿verdad?

martes, 13 de mayo de 2008

Idiomas ricos (y pobres hablantes)



Quizá uno de los deportes nacionales que más aficionados tenga —y digo "aficionados" porque aún no hay federación oficial en la que inscribirse, aunque tranquilos, que todo se andará— es hablar de lo que no sabemos. Un hermoso ejercicio, tan extendido como la envidia o el sexo oral —el de boquilla, vamos— y que todos, tarde o temprano, practicamos.
Viene esta perorata a que el otro día, en clase, un profesor deslizó, como quien no quiere la cosa, y sin venir demasiado a cuento, que "el español es un idioma mucho más rico que el inglés". A mí, a la primera, la frivolité ya me hizo un poco de daño en el oído, pero ¿a qué meterse?
El profesor, no obstante, se fue poco a poco gustando a sí mismo, y de paso se le debía de ir inflamando el músculo patriótico, porque al poco rato volvió con la misma cantinela, que si el español era muy rico y el inglés una piltrafilla in comparison.
A mí, por lo general, las boutades de este pelo me dejan más bien frío, pero daba la casualidad de que, justo antes de la clase, nos habíamos pasado la hora del café debatiendo sobre si el inglés era fácil o no, y yo me había puesto gallito explicando mis opiniones, que nada tenían que ver con lo que el baranda estaba pontificando en el aula.
Total, que al tercer intento —y, sobre todo, porque el tipo lo remató con un "y os aseguro que sé de lo que hablo— no pude más, y acabé entrando al trapo. Y eso que sólo fue una mueca, pero debió de resultar bastante desagradable, porque el hombre interrumpió su charla como si le hubieran pinchado con un alfiler.
—¿Qué te pasa? ¿No estás de acuerdo? —me preguntó.
—Bueno, eso del inglés... no sé, no sé —me escabullí yo, arrepentido ya no de haber abierto la boca, sino de haberla movido un pelín.
—Pues es cierto, el español es mucho más rico, y lo digo con conocimiento de causa.
Y vuelta la burra al trigo…
—Yo no diría que el inglés es más pobre. Que su gramática sea más sencilla, quizás. Pero que sea menos rico que el nuestro, no.
—Pues yo lo sé por fuentes muy autorizadas, y saben de lo que hablan.
«Que sí, que vale. Que tú tendrás un doctorado y serás ingeniero y sabrás mucho de todo lo que sabes, pero que te estás columpiando». Esto último sólo lo pensé, por supuesto, que todavía tenía pendiente un examen con él, y está el patio como para andar provocando a los docentes.
—Bueno, yo también sé algo de lo que hablo, que para eso soy lingüista.
Vale, es verdad: me tiré un farol. Porque licenciado sí, pero saber, saber... es como todo; te suenan las cosas, más bien.
El caso es que luego nos pasamos un rato debatiendo, que si el inglés que aprendemos es básico, que si el inglés culto es de aúpa, que si tal y que cual. Al final, el "doctor" se quedó en sus trece, diciendo que ya consultaría a "sus fuentes", y yo me quedé con las ganas de darle un buen tirón de orejas, porque ¿a quién coño se le ocurre medir y comparar lenguas? ¿Qué va a ser, cuestión de palmos? ¿O de centímetros, en el peor de los casos?
Las lenguas, como las personas, no son tan fáciles de valorar. ¿Es mejor el quechua o el swahili? ¿Mi primo Cusco o mi primo Nando? ¿Angelina Jolie o Nastassia Kinski? ¿La langosta o la cecina de chivo? Seamos serios, hombre, que para algo tienes un doctorado y una silla en el departamento.
Incluso en el caso de que una lengua tuviera mayor variedad léxica que otra, no estoy seguro de fuera "más rica". Las lenguas son herramientas de comunicación y, cumpliendo esa función, valen todas lo mismo que las otras. Si no tienen un término, lo toman prestado, lo adaptan o lo inventan.
Imagino que, de cualquier modo, mi profesor estaba más en la línea de Pérez Reverte, que opina que los manguis hablan un español más rico que los universitarios, porque crean nuevas palabras para que nadie les entienda. Sí señor, eso es lucirse, inventar ahora el concepto de germanía. Doctores tiene la Academia…
Luego, después de darle muchas vueltas, acabé por hacerme una idea de qué llevaba al profesor a pensar que el inglés era menos rico que el español. Y es que, aparte de un patrioterismo mal entendido, resulta que los hablantes no nativos de la lengua de Shakespeare pensamos que hablamos inglés, cuando en realidad manejamos una versión abreviada del mismo, simplificada gramaticalmente y con no más de mil quinientas palabras. Y pensamos que es el English de los anglosajones, cuando en realidad es el Globish, una especie de "lingua franca" con la que nos apañamos en el resto del mundo, y que entiende todo el mundo menos los angloparlantes, a los que les suena a chino. Todo esto lo descubrió y lo cuenta mejor que nadie Jean-Paul Nerriere, un antiguo pez gordo de la IBM que cuando pasó de Francia a Estados Unidos se percató de todo el tomate, y lo aprovechó para forrarse con un best-seller.
O sea, que si lo miramos así, por supuesto que el español es más rico que el inglés; claro que habría que usar el inglés en plan "yo Tarzán, tú chita", o al más clásico estilo de las películas de indios y vaqueros.

El problema es que, en unos días, vuelvo a tener clase con el mismo profesor, y algunos compañeros del master me adviertieron: «ten cuidado, que va querer devolvértela». Total, que me puse a rebuscar por ahí y al final me di de bruces con un dato demoledor: los últimos estudios aseguran que en inglés hay casi un millón de palabras vivas, mientras que el español contemporáneo usa unas doscientas setenta y cinco mil. O sea, que si eso es ser una lengua más pobre… Ahora, que a ver quién le explica todo esto, ¿verdad?

jueves, 10 de abril de 2008

Zumo de coca


Hace ya algunas semanas oí de refilón una noticia curiosa, algo de que habían encontrado coca en un zumo de frutas. La cosa tenía su interés, pero, como estaba de vacaciones —benditos días aquellos—, no le presté mucha atención. Aún así, el asunto se me debió de quedar atascado en alguna neurona, porque estos días lo recordé espontáneamente, y al final acabé por encontrarle la gracia.
Y es que lo del zumo adulterado me recordaba mucho, pero mucho, mucho, a la leyenda urbana de mi infancia sobre los caramelos con droga que se supone que se repartían a la puerta de los colegios. Claro que a nosotros, como íbamos a un cole pobretón, allá en La Palomera, nunca nos trajeron nada; ni siquiera vino Gurruchaga con su abrigo gris a repartir golosinas, a Dios gracias. Bueno, que me lío; sigo.

La cosa es que en Andalucía se produjeron algunos casos de intoxicación después de tomar un zumo tropical, y cuando la policía se puso a investigar el asunto, resultó que la bebida, aparte de los ingredientes declarados, llevaba cocaína como para encalar un par de paredes.
¿Cocaína en un zumo de frutas? ¡Coño! ¡Eso sí que es hacer promoción a lo grande! Y encima gratis, con riadas de tinta en la prensa y mención en todos los telediarios y partes radiofónicos. Porque, visto el panorama de consumo de estupefacientes en Expaña, la cosa suena a negocio a lo grande. Ya me extrañaba a mí que los chavales de la facultad siempre pidan "biofrutas tropical" en la cafetería del campus, con lo asqueroso que debe de saber…

Pero, volviendo a la noticia noticiosa, ¿qué coños es eso del noni? Por lo menos tendrá alcohol o algo, ¿no? Pues qué va… El caso es que, después de brujulear un rato, encontré por ahí un panegírico con las bondades del susodicho néctar. Voilà:

Algunos de los problemas para los que tomar Noni puede ayudar.

El Zumo de Noni es de un color marrón-rojizo y procede de la fruta del árbol Morinda Citrifolia. Ha sido utilizado miles de años por los "chamanes" polinesios y aún se usa como fuente primaria de medicina alternativa para ayudar en condiciones tales como:

* Dolor
* Inflamación
* Quemaduras
* Alteraciones de la piel
* Lombrices
* Náuseas
* Intoxicación alimenticia
* Fiebres
* Problemas Menstruales, de Colon
* Mordeduras de insectos, animales, etc.

Recuerda a algo, ¿verdad? En concreto, a esos elixires maravillosos que venden los charlatanes de feria, y que lo mismo sirven de crecepelo que para quitar el mal de amores. Claro que se les ha olvidado la propiedad más importante, vista la composición que los ceeseís de la Benemérita le han encontrado: la de colocarse. Vamos, que curar no se sabe si cura, pero si te pone como una moto, ¿qué más da? Visto así, no me extraña que los chamanes polinesios le peguen al noni desde tiempos ancestrales; ¿o es que alguien ha visto alguna vez a un chamán tonto? Colgado sí, pero tonto…

Aunque, analizándolo seriamente, algo no cuadra; y es que no puede ser un buen negocio. Según un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga (Onudd), conseguir un gramo de coca en España sale por 14,92 €, riesgos aparte. Y la botellita de marras se vende a 42 dólares de vellón. Vale que el dólar está por los suelos y tal, pero si entre portes, distribuidores, mayoristas y tasas fiscales se comen al menos un 65% del p.v.p., y la papelina de coca anda por los 15 eurípides, no salen las cuentas. Vamos, que mucho, mucho... no va poder colocar.

Vamos, que me da que la cosa fue una falsa alarma, y que los aficionados al género van a tener que seguir machacándose el tabique y financiando los imperios colombianos, en vez de apañarse con un chupito polinesio. Y es que no podía ser ni tan sencillo, ni tan barato. Como lo de las drogas a la puerta del colegio, vamos. Que igual alguna vez puede que hasta incluso algo hubiera, pero que de repartirlas a espuertas nasti de plasti. ¡Menudas colas que habría habido entonces en la entrada de los colegios de los ochenta! Vamos, que ni novillos iba a hacer algunos. Porque si ahora sale Pocholo en la tele avisando («No te metas en las drogas. Ya hay mucha gente dentro... ¡y no hay para todos!»), en los años dorados ya corría el rumor —no confirmado— de que no sé quién de Extremoduro había puesto un cartel en su casa que decía: «Si dejas las drogas... déjalas aquí». O sea, que como para andar regalándolas por ahí, o metiéndolas de gratis en zumitos tropicales. Anda ya.

Pero el caso es que a mí todo esto me ha dejado escamado. Porque, vista la estrategia comercial del zumo de noni, los consumidores del tema son los naturistas y demás interesados en la vida sana y las terapias alternativas. Vamos, que presentan al noni más o menos como se presentó hace dos décadas al áloe, una panacea universal; algo conozco el paño, pues mi madre es una firme defensora de las virtudes de la planta.
Y me da por pensar si al áloe, como en su día a la cocacola, y sobre todo a la cocacola de las chicas que llegaban luego "mareadas" a casa, no les echarían algo... Porque tanto éxito del cactus ése es bastante sospechoso. Mamá, ¿no tendrás nada que contarme, no?

viernes, 7 de marzo de 2008

La obsesión con la calidad

«Dame calidad», cantaban hace veinte años Ciudad Jardín. Claro que luego decían «Beber, beber y bailar», y la cosa se embrollaba un poquito. Pero bueno, lo de la calidad al final se te quedaba, que es lo que importa. Y luego te vuelve a la mente en cualquier momento; como, por ejemplo, mientras haces un máster y te meten una chapa de cinco horas sobre "Gestión de la calidad".
¿A qué tanta obsesión con la calidad, pudiendo pasar la tarde de paseo por el Sardinero o echando la siesta?, te preguntarás. Pues tiene su sentido, porque la calidad, a pesar de todo, no deja de tener su importancia.
Resulta que los controles de calidad, que en Estados Unidos y Gran Bretaña habían comenzado a aplicarse tímidamente a principios del siglo pasado, se volvieron imprescindibles durante la segunda guerra mundial. Al parecer, las armas aliadas no funcionaban demasiado bien —tenían mucha tendencia a encasquillarse—, lo que solía desembocar en ciertos riesgos para la salud y la supervivencia de sus esforzados soldados.
Entonces uno se imagina a Brus Güilis que se tira en paracaídas, nada tres millas por el Atlántico, repta por una playa de Normandía, sortea varias minas, salta las trincheras como si fuera Carl Lewis, cruza la línea de fuego y rodea él solito a todo el ejército alemán. Y cuando ya tiene encañonado a un pobre enemigo, al que ha pillado lavando la muda de invierno o escribiendo cartas a la novia, y el Güilis se lo toma con calma antes de apretar el gatillo, encendiendo un lucky con su zippo y soltando alguna chulería vaquera, precisamente en ese momento, se le encasquilla el fusil. Y se le hiela la sonrisa. Porque entonces el alemán le mira fijamente, levanta su Mauser Schnellfeuer y le dice:
—Deustche Qualität.

…justo antes de vaciar el cargador. Así que, vistas así las cosas, igual el rollo este de la calidad y demás sí que tenían cierta razón de ser, ¿no?

jueves, 6 de marzo de 2008

Dos chinos en un vino español

Hace un par de semanas estuvimos en la presentación de «Fifty-fifty», una novela que ha escrito Manuel Roca, que es nada menos que el director —y factotum, porque en realidad está él solo en la oficina— de la sucursal de la caja de ahorros del campus universitario.
Como a veces soy un poco malévolo, cuando me enteré de que Manolo escribía me dio por emular a Pessoa
y le puse el mote de «el banquero poeta». Y eso que, ni es banquero —yo soy más de cajas, por motivos ideológico-familiares— ni escribe versos. En fin, sólo espero que no se entere del apodo.
El caso es que el banquero poeta consiguió publicar su libro, y hasta que le llamaran del Corte Inglés para presentarlo. Y allí acudimos nosotros, para apoyar a Manolo, en plan clac. Y ni falta que hacía, porque se llenó la sala y la cosa fue todo un éxito.
Hay que reconocer que los de Ámbito Cultural/El Corte Inglés saben hacer bien las cosas; y no lo digo por el acto, que fue un poco como todos los estrenos —con el autor como un flan, vamos—, sino por el ágape con que obsequiaron a la concurrencia después de los discursos: rabas, jamoncito, canapés... un lujo, vamos. Si se corriera la voz de cómo son estos actos culturales, habría llenazo siempre.
Pero lo más interesante estaba por llegar; el pequeño Javier, que nos había acompañado a la presentación —bueno, sí, que le habíamos llevado casi de la oreja, claro—, hizo muy buenas migas con los sobrinos de Manolo. Y, cuando ya nos íbamos, nos despedimos de los niños. El mayor de ellos, que tendría ocho o nueve años, me estaba estrechando la mano, muy formalito, cuando de pronto se le iluminó la mirada y me dijo:
—¡Anda! ¡Pero si tú eres chino como yo!
Alucinado me quedé. Entonces me fijé bien en su cara, en sus ojillos ovalados, rasgados como los de los orientales, lo que se dice "achinados".
—Claro, hombre, de toda la vida; si es que los chinos somos los mejores…
Sólo que el chico era rubio, un caucasiano de libro; y yo chino, lo que se dice chino… Hombre, igual alguna vez puedo llegar a chinarme y tal, pero que yo sepa… yo soy de la Palomera de toda la vida.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Lo que no voy a votar el domingo

Es una proporción inversa: cuánto más información política recibo, menos me apetece ir a votar. Y el caso es que antes me gustaba; todo el rollo político, quiero decir. Pero claro, una vez que ya lo has visto por dentro, que conoces las entrañas de la bestia, como que ya no hay quien se trague nada. ¿Programas? ¿Ideologías? ¿Promesas? Ja, ja y ja. Vamos, hombre, ya está bien.
A Pilar, no obstante, parece que le ha embargado el sentido cívico —o los anuncios de Isabel Coixet, quién sabe; por cierto, ¿el tío de la barba que lleva a su madre a votar al PP es Vigalondo?— y lleva unos días sacando el tema, supongo que para ver por dónde van los tiros este año.
La verdad: ni idea. Lo único que tengo claro es que ninguna opción me entusiasma, así que no sé qué haré. De momento, tengo que tomar tres decisiones:

Primera: ¿Voy o no voy a votar?
Para empezar, no tengo tan claro el presupuesto de que la abstención perjudique a la izquierda. De hecho, los votantes de derechas se han quejado tradicionalmente de lo mismo: de que los suyos se quedan en casa, mientras que, de los otros, no se queda ni uno sin votar.
Para continuar, ¿sirve de algo votar? En Barcelona, en las últimas municipales, más de la mitad de los ciudadanos censados no votaron. Y no pasó nada. Ni un editorial incendiario, ni un reproche democrático. Nada. Y los afortunados cogieron el bastón de mando sin importarles no contar con el voto de la mayoría absoluta de sus votantes.
Finalmente, ¿es una obligación ética? Los políticos reclaman el voto —aunque votes al PP dice ahora el PSOE, con un morro que se lo pisan—, pero es que ellos tienen una visión patrimonial del asunto: nosotros no somos ciudadanos (es decir, personas libres, con nuestras ideas, matizaciones ideológicas y posibilidad de discrepar), ni mucho menos; nosotros somos "su" electorado. Aunque lo único que nos den en toda la legislatura sean disgustos.

Segunda: ¿Votar en blanco o votar a un partido?
Aceptemos que hay que votar, aunque sólo sea por lo mucho que sufrieron nuestros antepasados para conquistar ese derecho. Y ahora, ¿qué?
Si te pasa como a mí y eres uno de los descontentos con el sistema —dentro de ese amplio abanico que va desde el desencanto hasta el cabreo—, seguro que has pensado en el voto en blanco o en el voto nulo. En principio, parece una forma muy eficaz de protesta: si no votas, no queda claro cuál es el motivo. Pero si votas en blanco, está claro que el tuyo es un voto de castigo. Aunque, como no hay nada regulado al respecto, en la práctica esos votos se ignoran, y al final es como si tu hubieras abstenido. Lo del voto nulo es aún peor, porque puede llegar a considerarse incluso un error material.
Otro problema serio es el sistema de partidos y listas cerradas. Y es que nos toman el pelo, con tanta sonrisa de ZP y Rajoy, cuando en realidad luego llegas al colegio electoral y tienes que votar por un tal Sieso y una tal Salgado. Porque resulta que en estas elecciones, aunque todos pensamos que elegimos presidente, en realidad escogemos al poder legislativo. Y a un buen montón de diputados que ni siquiera conocemos. ¡Y eso que casi siempre son los nuestros!
No es que nuestra democracia sea imperfecta, y manifiestamente mejorable. Qué va; lo que pasa es que es una mierda.

Tercera: ¿A qué partido votar?
Supongamos que, a pesar de todo, queremos dar nuestro voto a algún partido. Antes de decidirse, sería conveniente conocer toda la oferta, por lo que me pongo manos a la obra y encuentro una lista de partidos y candidatos por la circunscripción de Cantabria. Y entonces los analizo uno a uno:

Ciudadanos en Blanco

La oferta de este partido es, cuando menos, curiosa: tú les votas, ellos acceden al cargo, pero luego no van a los plenos, para que sus sillones vacíos sean una especia de insulto a un sistema que menosprecia el hecho de que sus ciudadanos no voten.
Creo que no les voy a votar; la idea no es mala, pero me temo que eso mismo ya lo hacen un buen montón de diputados, y de los partidos normales, que se piran las sesiones con el mayor de los descaros. Cierto que son un rollo y un puro formalismo, pero ya que cobran, que se aguanten y hagan el paripé, ¿no?
Y luego está el riesgo de uno de estos ciudadanos blancos, una vez elegido, se lo piense dos veces y decida hacerse tránsfuga y pasarse a un partido "de verdad".

Ciudadanos Partido de la Ciudadanía

La propuesta más literaria: Azúa, Boadella, Espada... La opción tolerante y no nacionalista me despierta grandes, muy grandes simpatías. Aparte de que, con lo que han sufrido los pobres, como para no empatizar.
Sin embargo, le encuentro dos problemas: después de las movidas por las candidaturas —en especial en Barcelona—, me ha parecido que funciona como cualquier partido: trepas y aparato. Por otro lado, y en una escala regional, no han sabido hacer llegar su mensaje; tanto, que ni siquiera sé quiénes son sus candidatos. Igualito que sucede con los grandes partidos, parece que pretendieran que votase al señor Fernández del Campo sólo porque simpatizo con la actividad de Ciutadans en Cataluña.

Democracia Nacional

El nombre suena muy bien, pero tiene truco; basta con ver su eslogan electoral: «Los españoles primero». O sea, que de "democracia", como mucho "democracia orgánica". Les delata también, cómo no, el apellido "nacional". Triste, muy triste, que Victor Klemperer tuviera tanta razón al denunciar la manipulación ideológica del lenguaje en su «Lingua tertiae Imperium»: hay palabras que quedan malditas durante generaciones.

Falange Auténtica

Lo de ser auténtico tiene su miga, aunque en este caso el asunto no esté tan claro. ¿Cuál es la buena, ésta o la de las Jons?

Falange Española de Las Jons

Malos tiempos para la "tercera vía" a la española; sin embargo, son persistentes cual pertinaz sequía, y año tras año se concurren a las elecciones, inasequibles al desaliento. En fin...

Izquierda Unida

¿Qué se puede esperar de un partido que comienza su campaña electoral en el "Matadero" de Arganzuela? Vale, sí, es un centro cultural, pero es que el nombre es premonitorio. Y ahora ni siquiera tienen un líder carismático. Aunque, visto lo sucedido con Anguita —al que todos valoraban como el mejor político, pero luego no le votaban—, casi que ni falta que hace.
¿Por qué no votar a IU? Para empezar, es una coalición, pero el núcleo duro sigue siendo el PCE. Y comunistas ya no quedan; eso de la fe ciega, la obediencia, el Partido... ¡uff, qué miedo! Claro que esa "parroquia" le va a durar poco, porque la esperanza de vida, por mucho que crezca, tiene un límite, y a la generación "machista-leninista" —según la definía mi amigo Alejandro López— le quedan dos primaveras.
Luego, también ayuda su postura ambigua con Herri Batasuna en la última década.
Y, para rematar —y eso es una impresión personal—, no consiguen entrar en sintonía con las nuevas inquietudes sociales, por mucho Second Life que se curre Llamazares. ¿Será que el mundo ha cambiado y ya no queda sitio para el idealismo? ¿O será que nos hacen falta nuevas utopías?

Los Verdes-Ecopacifistas

No sé si este partido es verde o, en la terminología ideada por Jorge Riechmann, roji-verde. Lo que sí opino es que la ecología, el pacifismo incluso, no es en sí una opción política, y que no procede articular un partido con tan escasa base ideológica. ¿Qué votarán cuando se debata la Ley de Educación? ¿Exigirán una asignatura de medioambiente y se abstendrán cuando se hable de matemáticas y latín? ¿La política lingüística de Cataluña es ecológica? ¿Y la igualdad de género?
Tenemos mucho que agradecer a los ecologistas y a los pacifistas, y de hecho creo que su mensaje ha calado, y mucho, en toda la sociedad española. Pero su lugar no es el Congreso. Quizás deberían retomar a Rudi Dutschke y su "oposición extraparlamentaria".

Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal

Bueno, ¿qué decir de esto? Mi amigo José Montenegro me pasó un correo pidiendo que, si no sabía a quien votar, votase por éstos. Lo que pasa es que yo aún no tengo definida mi postura sobre los toros; está entre un «no, pero bueno, es que…» y un «sí, pero casi que no…». Y vamos, que lo de los ecologetas no da para un partido, lo de estos... qué te voy a contar.

Partido Comunista de los Pueblos de España

Hacer la guerra por libre debe de tener mucho mérito, pero esta escisión auténtica del PCE da un poco de miedo: en la cabecera de su web tienen a Lenin, Marx, al Che y a un tío de bigotes que no identifico. Además, usan la bandera de los soviets, con la hoz y el martillo. Yo hasta que no pongan ahí un ratón o un teclado ni me pienso plantear leer su programa.

Partido Familia y Vida

Ni sabía que existieran, pero sacaron 35000 votos al Senado en la últimas generales; aunque se declaran transversales —¿transverqué?—, aconfesionales y prácticamente apolíticos, en realidad son un ala dura escindida del PP que realmente tiene sus ejes en la "familia" —no a los matrimonios gays— y la "vida" —no al aborto—. Sin comentarios.

Partido Humanista

Lo de "humanista" suena de cine, pero esto ya me suena desde hace más de veinte años. Entonces apostaban a unas chicas muy amables en el Arco de la Cárcel, que se dedicaban a abordar a los adolescentes que pasábamos por allí e intentar afiliarnos por las bravas. Una versión callejera de la "puerta fría", vamos.
Sin embargo, no tenían mucho éxito, a pesar de un programa muy enrollado y posmoderno. Sonaba como a un anarquismo parlamentario, algo chocante. Al final, se les llenó de sede de gamberros —Raposo, Suárez, Juanele y otros chavales del colegio presumían de ir allí «a esnifar pegamento»— y la cosa se quedó en nada.
Su promoción y su difusión es mínima, aunque su programa es sencillamente maravilloso. Lo que pasa es que yo ya no me fío de las palabras bonitas.

Partido Popular

¿Por qué no votar al PP? ¿Por Rajoy? ¿Por Aznar? ¿Por Sieso? Me parece un partido que ni siquiera se ha reconvertido en neoconservador. Han preferido fichar a una "estrella" en lugar de renovar una plantilla demasiado marcada por el enjuague post 11-M. Rajoy se la juega en un último intento, no sin antes intentar cortar la cabeza a un candidato más amable —al menos en las formas, porque en el fondo puede ser aún mas conservador—, como era Gallardón, así que no quiero ni pensar qué puede ocurrir si "hereda" el partido la antigua Ministra de Cultura, la de las sonoras meteduras.
Pero, sobre todo, como leonés, me niego a apoyar a un partido que no se moviliza por la autonomía leonesa.

Partido Socialista Obrero Español

A estos sí que los conozco. Esos mismos que se quitan la corbata en campaña y se la vuelven a poner para jurar el cargo. Que gobiernan con "gestos" para ganarse a las minorías y pasan de la mayoría. Que viven del encanto de la izquierda, sin ser de izquierdas. Que nos chantajean sentimentalmente para arrancarnos el voto. Mucho talante, pero ¿por qué no ha habido primarias?
Por otro lado, lo de los apoyos estelares me parece innecesario: todos esos pájaros ya sabíamos de sobra de qué pie cojeaban.
En lo personal, uno de sus candidatos al congreso, Regino, me cae muy bien, pero no está en puesto de salida. Y, en lo más hondo, me niego a votar a un político de mi tierra que no hace nada por la autonomía leonesa. Para mí, está al mismo nivel que Martín Villa, que ya es decir.

Unión Progreso y Democracia

Savater me encanta, pero la cara visible, Rosa Díez, es una ex del PSOE, lo que suelta cierto tufo a política profesional.
Personalmente, me gustaría que este partido —igual que Ciudadanos— obtuviera unos resultados espectaculares; incluso querría que sustituyeran al PP y al PSOE en la arena política, para dar en el hocico a una clase política que no se merece nada.
El único problema es que aún no tengo muy claro cuál, si UPD o Ciudadadanos, es de derechas y cuál de izquierdas. Y la sospecha, por supuesto, de que en un par de legislaturas se acabarían las buenas intenciones y se convertirían en partidos normales y corrientes.


En fin, que tengo hasta el domingo para decidirme y sólo sé qué no hacer. A ver si al final, como pasa en el anuncio electoral, llueve a cántaros y me tengo que quedar en casa...

jueves, 21 de febrero de 2008

Cultura económica


Alberto Lenz, un distribuidor de libros alemán para el que trabajé en los años noventa, aseguraba que la editorial mexicana "Fondo de Cultura Económica" debía su nombre a una errata, o más bien al exceso de celo de un corrector tipográfico. Resulta que al buen hombre, mientras revisaba las pruebas de imprenta de la editorial, le pareció que aquello que decía "Fondo de Cultura Ecuménica" no podía estar bien. Y, ni corto ni perezoso, enmendó el error de la mejor manera posible: «donde dice "ecuménica" debe decir "económica"». Y se quedó tan ancho. Lo más curioso, sin embargo, es que la propia editorial no sólo no devolvió la tirada al impresor, sino que aceptó con resignación el cambio de denominación, dando lugar a algo tan chocante como esa idea antitética —al menos, para el peatón común—, de la "cultura económica", un concepto bastante más original que el de cultura ecuménica o universal.
Yo no sé si esta historia que me contó Lenz mientras catalogábamos libros mexicanos tiene algo de verídica o es simplemente una leyenda apócrifa difundida por la competencia, pero en lo que sí que tenía razón el alemán es en lo complicado, en el retrúecano del término "cultura económica".
Y pienso en todo esto porque en las últimas semanas tengo la impresión de que una especie de fiebre economicista ha enfermado a buena parte de los españoles. En la oficina, en los corrillos de la facultad, en los bares y hasta en la cola del pan, la economía ocupa buena parte de las conversaciones. Así, de pronto descubro que mi compañero Daniel conoce al dedillo los entresijos de las altas finanzas hispanas, que mis conocidos comentan con mucho conocimiento de causa el reparto del pastel energético europeo o que un pariente lejano domina tanto la bolsa y el mercado de derivados que acaba de palmar todo lo que había ahorrado su mujer en las dos últimas décadas. Y todo eso sin haber estudiado nada de la economía.
Al principio pensé que se trataba del efecto RI. Sí, sí, el RI: Radio Intereconomía. Hace algunos años, cuando empezó a emitir en Madrid, de repente se puso de moda y costaba mucho encontrar a algún madrileño que no estuviera enganchado a ella. Claro que se acabaron curando solos, como mi malogrado primo Emilio que, de tan emocionado que estaba, cambió todas sus matildas por las muy prometedoras terras, «un valor seguro», y… creo que no hará falta continuar esta historia.
Pero no, no se trata de la misma epidemia: estudiando un poco más el caso, y a poco que conozcas a tu interlocutor, enseguida te das cuenta de que la fiebre afecta sobre todo a aquellas personas que podríamos llamar "de derechas". Y es que es la evolución lógica de la estrategia de pasadas campañas, en las que los conservadores preconizaban pasar de las ideologías y quedarse con la "capacidad de gestión".
Este año, no obstante, las cabezas pensantes neocon han decidido explotar el asunto económico, basados en la ventaja que les otorga sus supuestas capacidades para la economía, las maravillas dinerarias de la era Aznar y la crisis que al parecer sufre actualmente la economía española. En esta idea se enmarca el fichaje de Pizarro —un empresario más o menos privado, pero con imagen de éxito— y el triunfalismo del PP: en el convencimiento de que no votamos con el corazón, sino con un órgano muy cercano, pero no tan interno: la cartera.
Y así las cosas, en plena vorágine electoral, resulta que ahora cualquiera es catedrático de estructura económica, y que el primero que pasa por la calle podría darte un clinic en tres minutos sobre cómo contener la inflación y rebajar el déficit público. Ahhhh. Pues vale. Ya contaba Groucho Marx, algo fanfarrón, acerca del crack del 29 que él sospechó que algo andaba mal cuando el ascensorista de su hotel empezó a darle consejos sobre la bolsa.
O sea, que la "cultura económica" ha llegado a la calle, y estamos todos tan contentos leyendo el Cinco Días, calculando ratios PER y sopesando cuánto mejor es Pizarro que Solbes y lo bien que vamos a estar cuando nos quite la crisis como el que enciende una bombilla.
Lo único, lo poquito que me molesta del asunto, es que todos los que me dan la brasa con el tema y que hinchan pecho presumiendo del crecimiento de la economía española son, en realidad, prácticamente igual que yo: meros espectadores del juego económico, a los que poco o nada afecta que las empresas crezcan, copen nuevos mercados o se desplomen en la bolsa. Y estos mismos analistos cierran los ojos ante la evidencia de que la bonanza de hace unos años se tradujo en un aumento descabalado de la brecha social entre clases medias y altas, y que la convergencia europea y la política del ladrillo ha sumido en la pobreza a los trabajadores españoles durante varias generaciones. Maravillosa economía en la que 1000 euros cunden menos que 100.000 pesetas del siglo pasado…
Hace un par de años, en plena época dorada de los tipos de interés irrisorios, un banco español emitió unos bonos con un interés nominal bastante por debajo del precio del dinero en el mercado. Es decir, que quien invirtiera un millón en aquel bono acabaría perdiendo un 2% anual, en comparación con lo que le rendiría en una cuenta a plazo fijo. Sin embargo, y gracias a una excelente campaña de márketin, el papel se agotó en tiempo récord. Cuando preguntaron al responsable del banco por aquella jugada tan rastrera, el directivo respondió con total sinceridad: «Es que en España hay mucha incultura financiera».
Y a mí me da que en política, en nuestra actual campaña electoral, pasa casi lo mismo: que en España hay mucha incultura económica.

lunes, 18 de febrero de 2008

De la oscuridad en la escritura


Tranquilo: a pesar de lo que pudiera parecer, no es mi intención hablar de caligrafía gótica. No. Aunque alguna conexión podría buscarse; no en vano, "gótico" fue el adjetivo con el que los humanistas italianos, con Vasari a la cabeza, pretendían menospreciar al estilo de la arquitectura bajomedieval. "Gótico", es decir, "de los godos"; bárbaro, feo y oscuro era lo que querían decir. Y "oscuros" se les llama también a los modernos "góticos", tribu urbana de última hora, epígonos de los "siniestros" ochenteros y última mutación
del contradictorio romanticismo.
De lo que quería hablar, en fin, era de la exactamente de la oscuridad en la escritura, es decir, de esa forma de entender la literatura como un ciencia de la adivinación y el texto como una suerte de criptograma.
Vaya por delante que mis preferencias están muy lejos de esos postulados: no me excitan nada el texto denso, que precise cuchillo y tenedor, los alardes de retórica o los muestrarios de léxico moribundo. Cierto que el "cómo lo cuentas" es tan importante como "lo que cuentas", pero no creo que el verdadero placer de la literatura esté en descifrar mensajes voluntariamente complejos. Al menos, no el placer que yo busco.
Y es que el asunto es personal —«¡cómo no!», te preguntarás, «si toda literatura es personal»—: en muchas ocasiones me he visto señalado como un escritor "flojo" o, incluso, "comercial" —si es que eso puede verse como un defecto— por el sencillo motivo de que mis textos eran accesibles, porque los podía entender cualquiera. Parece una tontería, ¿verdad? Pues cuanto más tiempo pasa, más evidente resulta que es una tontería. Sin embargo, sucede que uno no puede escapar de sus orígenes y, siendo de León, el asunto de la oscuridad resulta especialmente sangrante.
No voy a entrar ahora en grandes explicaciones socio-literarias y mafioso-trepadoras, pero esta situación tiene mucho que ver con la figura hegemónica de la literatura leonesa del siglo XX: Antonio Gamoneda. Dice el maestro, de cuando en cuando, que él practica una escritura "voluntariamente oscurecida". Y no por escapar del censor, sino que lo hace por motivos estéticos, y supongo que también éticos. Y a mí me parece una postura encomiable: es su estilo, y a través de esa oscuridad traza una semblanza incomparable de la soledad del hombre ante el mundo contemporáneo.
Lo que ya no me gusta tanto es la "escuela" que produjo esta posición artística. Y es que la capital del invierno está tan llena de frío como de poetas, y la inspiración del maestro llegó a calar tanto que sin conocer la obra de Gamoneda resultaría incomprensible la gran mayoría de la producción poética posterior. A lo que se podría añadir que, incluso conociéndola, esa producción de segunda hornada sigue resultando incomprensible.
Aunque este fenómeno no es algo aislado, localizable en León y con un epicentro claro: no encontramos con él en todas partes, a la vuelta de cualquier página o en las conferencias más inesperadas. En verso y en prosa. En crítica o en la prensa. En el norte y el sur. Y todo porque la "oscuridad" parece ser sinónimo de "calidad".
Y a veces surgen las tentaciones: ¿por qué no escribir un texto incomprensible, que demuestre la profundidad de mis reflexiones, imposibles de plasmar si no es en un discurso abigarrado e inaccesible? Y es que es tan grato inflar el ego, y tan reconfortante para el lector sentirse un elegido, miembro de la élite capaz de tragarse textos tan elevados y compactos como si fueran aspirinas. Claro. Si es que es maravilloso todo: a un lado, un escritor capaz de retorcer la lengua hasta exprimirla como un limón, y al otro un lector que degusta el exquisito y selecto producto. Sólo queda saber qué fluye entre ambos, porque yo tengo la sospecha de que, detrás de tanta oscuridad, de tanto poso del tiempo y sedimento de siglos, hay poco. Poco, muy poquito. O, más bien, nada. Palabras. Sí, sí, sólo palabras, de esas mismas que se lleva el viento.
¿Que escribir con claridad tiene poco mérito? Por supuesto, es mucho mejor emular al Yoda de la Guerra de las Galaxias. Venga ya.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Lo que se aprende en un máster



Aseguraba Sócrates que enseñar no consiste en infundir conocimientos al aprendiz, como si fuera un recipiente vacío que pudiéramos rellenar; al contrario: se trata de hacer que llegue él mismo a las conclusiones correctas, puesto que todo el saber —lo que el llamaba "verdad— está ya en nuestra mente. El docente se limita a ayudar al alumno a extraer ese conocimiento, a "sacarlo de sí mismo". Se cuenta que este método le llamó "mayéutica" (que vendría a significar "obstetricia") en parte por seguir con la alegoría del dar (a) luz y en parte como homenaje a su madre, que era comadrona.
El caso es que yo nunca me había tomado muy en serio estas ideas socráticas, aunque mis últimas experiencias en el campo de la enseñanza de postgrado me están haciendo replantearme viejos prejuicios. No, no; no quiero decir yo ya supiera contabilidad y lenguajes de programación SQL por ciencia infusa, o que siempre haya llevado en mi interior —aún sin ser consciente de ello— un debe y un haber que balancear al final de cada ejercicio. Qué va, ni mucho menos.
Lo que he descubierto es que lo verdaderamente importante que se aprende en este máster —y supongo que en todos los másteres—, lo esencial, ya lo sabía. Me explico:
Resulta que, ahora que está tan de moda hablar de competencias, de currículo y demás ciencia-ficción de la educación, en mi curso se busca potenciar una habilidad social tan decisiva como es el trabajo en equipo. Y, para ello, se recurre a los trabajos en grupo.
Esto, que en principio no pasaría de ser un mero inconveniente más, es sin embargo una fuente constante de conocimiento, personal, psicológico y del medio. Y es que, como salimos más o menos a trabajo por semana, no ha sido muy difícil observar todas las posibles actitudes humanas ante las tareas colaborativas. ¿El saldo? Bueno, supongo que muy positivo... en especial, para los individuos más avispados, más adaptados al medio y más capaces de... dejar de que otros hagan todo el trabajo y luego compartir con ellos méritos y calificaciones.
En fin, que después de varios traspiés, yo mismo —como si el propio Sócrates me hubiera guiado de la mano— acabé por comprobar que, efectivamente, el trabajo en equipo es una falacia. No funcionaba en la escuela (y eso que a mí me tocó el plan experimental, con Logse y todo, y probablemente los mejores profesores del mundo mundial y parte del extranjero), no funciona en el medio laboral, sigue sin funcionar en la universidad y, probablemente, no funcionará nunca.
Es triste comprobar que, para aprender esto, no me hacía falta un máster. Porque, en realidad, yo eso ya lo sabía. Pena de matrícula...

lunes, 11 de febrero de 2008

Profesionalismo

Lo bueno, lo verdaderamente bueno de ir de escritor por la vida es que no le pisas el callo a ningún gremio.
Porque, lo que es yo, me he pasado la juventud bregando en corral ajeno. Sin colegio profesional, sin la titulación exigida, sin examen previo... Vamos, que cuando era periodista ni carné de prensa tenía. Y, de haber tenido un carné, allí donde decía "profesión" habría puesto: "intruso".
Sin embargo, ahora nadie me tose, porque puedo para ser escritor no hay que cursar una licenciatura, ni aprobar un examen del Estado, ni nada de nada. Ni siquiera hay que pagar una cuota, afiliarte a un sindicato, pagar sobornos o poner velas a Santa Rita. Qué va; con decir que lo eres es suficiente.
Existen incluso casos extremos que prueban esta teoría, como el de Ignacio Escribano, un chaval de León que, nada más ganar un premio de un pueblín perdido, se fue a la estación de la Renfe y en una máquina maravillosa se hizo unas tarjetas de visita que decían:
Ignacio Escribano
Escritor
¿Y quién va a negarle que sea escritor? Sí, bueno, vale: no le conoce nadie. ¿Pero acaso eso le impide ser escritor?
Claro que lo de los escritores podría estar mucho más regulado; lo pienso ahora mientras recuerdo algunas novelas de Kundera, los libros de poesía del olvidado Evtuchenko, y pienso lo mismo que hace una década, mientras reseñaba libros cubanos para una interminable base de datos bibliográfica: ¿cómo llegaría alguien a ser escritor en un sistema socialista? Habría un examen o algo así, supongo.
Me imagino que habría un tribunal popular, o un comité del partido, o algo así, que tendría que valorar al candidato. Y menudas pruebas tendrían que ser; nada de exámenes tipo test, por supuesto: todo a desarrollar, que para algo son escritores.
Lo primero sería la parte teórica: ¿cómo remataría usted esta escena? ¿qué palabra encaja aquí? ¿el asesino es el mayordomo? ¿toda obra necesita una tesis?
Luego la prueba práctica: te dan un saco lleno de palabras, sacas tres y tienes que hacer con ella una estampa marinera. O un diccionario de sinónimos, para que escribas en treinta minutos una oda al líder del partido.
Y eso con suerte, porque te podría caer un examen más cachondo, del tipo: "márquese usted tres folios sin usar las letras t, u, v, w, x, y, z". Así, con dos potencias.
Para acabar, seguro que había entrevista. O "interrogatorio", no sé cómo los llamarían entonces. El caso es que siempre hay filtros para asegurar la calidad deseada o, en su defecto, que no se quede fuera ningún enchufado.
Eso sí que sería una buena organización, una impecable capacitación profesional. Y luego, a escribir, que son dos días. ¿Se imaginan ser escritor titulado, con plaza fija y todo? Seguro que tendría mi mesa en el Ministerio de Cultura, con su tipex y todo, y un pase especial para fichar a la hora de entrada y a la de salida. Y planes quinquenales, objetivos de producción, control de calidad... Un lujo, vamos.
Y sin embargo... ya ven, aquí estamos, en esta economía de mercado —o de mercadillo, más bien—, en la que cualquiera se autointitula "escritor" y ¡hala, a escritorear por ahí! Lástima de utopías, que poco nos duraron...