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miércoles, 18 de marzo de 2009

Digital o digital

Esta semana mi periódico, el diario Alerta, ha decidido modificar su estrategia en internet, y a partir de ahora ya no será posible acceder gratuitamente a la edición digital.
Doctores tiene la Iglesia, pero me da a mí que, visto el carrerón de elpais.com en payperview (o payperread, vamos)… Y precisamente ahora, cuando hasta los boletines oficiales han decidido pasar del papel y centrarse en versiones digitales y de acceso universal.
En fin, que sobre eso habla mi última columna de la sección de cultura. Y, como ya pocos vais a poder leerla, aquí la transcribo:


El lento ocaso del papel


El gobierno regional ha anunciado que el BOC dejará de publicarse en papel, y a partir del próximo año el boletín sólo se editará en formato digital, accesible a través de internet. Un anuncio esperado, lógico y temido. Esperado, porque sigue la senda abierta por el BOE, y a la que poco a poco se sumarán todas la administraciones. Lógico, ya que las cifras “cantan”, y no se puede dar la espalda a las tendencias globales ni a la mecánica tecnológica. Y temido, puesto que significa una advertencia para las artes gráficas –y para la cultura libresca, en general– de que el cambio de impreso a digital es irreversible.
Parece indudable que la “conversión digital” sea buena: el ahorro en medios materiales y tiempo es considerable. Sobra la carísima maquinaria, se acortan los plazos de producción y, de paso, se contamina menos. El usuario puede acceder a coste cero, sin restricciones geográficas ni de horario, y además se evitan los problemas logísticos del medio impreso: transporte, almacenamiento, distribución, etc.
Pero el negocio no es tan redondo, al menos en su saldo social. Y es que el mundo de la impresión supone un tejido económico de gran importancia, cuya supervivencia está en entredicho. Podemos hacernos lenguas del reciclaje profesional, de los nuevos yacimientos de empleo y de las oportunidades de la crisis, pero lo cierto es que la “reconversión digital” está golpeando de lleno al sector más inesperado: la prensa. Y es que cada día nos desayunamos con el cierre de algún diario, con los recortes de plantilla, o con soluciones “creativas”, como la de The Iris Times, reduciendo los salarios de directivos y mandos intermedios.
En cualquier caso, es evidente que algo sucede cuando han desaparecido hasta los periódicos gratuitos que hace un año atestaban los buzones. Nos guste o no, se trata de un proceso inevitable, en el que mandan las cifras. Tal como han desaparecido las enciclopedias y los manuales de instrucciones impresos, también el papel prensa está en peligro. Pero que nadie se alarme: bastará con saber coger el paso a los tiempos, y plantearse la alternativa digital. O darse al fetichismo, como los coleccionistas de vinilos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Toponimia urbana y blogosfera



Resulta que, como aún queda gente que no sabe ni lo que es el RSS, ni un agregador de feeds, ni siquiera qué puñetas puede ser eso del “feed”, al final hace falta recurrir al antiguo –pero infalible– método del papel prensa para difundir las mejores iniciativas de la red. Como en el siglo XIX, vamos.
Y es que estos días se está cocinando en internet –o, al menos, en la parte cántabra de internet, si se me permite la licencia geográfica–, una curiosa “guía” turística, que a buen seguro desatará la polémica: “Recorrido franquista por Santander”. Detrás de la idea están Cachuco (cachuco.com) y a Óscar (diasdesur.net), dos blogueros de pro, decididos a identificar, con la ayuda de quien buenamente quiera, los puntos “azules” del casco urbano. Sólo que, a falta de paneles amenazantes y sablazos –como se las gasta la DGT con sus puntos negros–, se tienen que conformar con señalarlos en un mapa; mapa interactivo, eso sí, y que, tecnología de google mediante, permite a cualquier usuario de la red darse un garbeo, en cosa de segundos, desde la “Plaza del Alzamiento” hasta el monumento a los caídos “por Dios y por la Patria”, allá por el faro de Cabo Mayor –que ya tiene miga mentar precisamente ahí las “caídas”–, pasando por la calles Falange, División Azul... Así hasta treinta.
Y predigo que habrá bronca, porque cuando uno lee que la interminable avenida del general Dávila se llamaba antes “El Alta”, enseguida habrá unos que defienda que lleva el nombre del militar que liberó Cantabria, y quien afirme que lleva el nombre de quien la invadió. ¿Sobra apasionamiento? ¿O falta “memoria”? Como bien señala Cachuco en su blog, la ley de Memoria Histórica obliga a retirar todos los símbolos de la dictadura; pero parece que hay consistorios que precisan de una dieta estricta de rabos de pasa.
A buen seguro que, si Fidel Dávila siguiera aquí, con su uniforme de gala, su sonrisita meliflua y su bigotito con brillantina, el himno de nuestra capitalidad cultural estaría claro: una buena marcha militar.

viernes, 30 de enero de 2009

La cultura del canapé


De entre toda la “fauna” social que habita en los actos culturales –que no es poca–, y conforma ese conjunto abstracto que solemos llamar “público”, destaca sobremanera una especie singular: los devoradores de canapés. Sí, claro, seguro que los ha visto en más de una ocasión; acuden en manada, atienden más bien poco, aplauden como el que más –en especial, para cortar al orador que abuse de su paciencia–... Pero su verdadero ritual viene al final, en el convite: como buena especie depredadora, copan las posiciones estratégicas, asedian a los camareros y, finalmente, se abalanzan sobre las provisiones.
Aún queda mucho por investigar, pero no estaría de más realizar un estudio serio de esta peculiar tribu urbana; la única, por cierto, más que juvenil, “jubiletis”; incluso se sospecha que puede estar muy relacionada con la tribu de los acaparadores de asientos en espectáculos públicos, con la de saltadores de filas y colas y, en general, con los asiduos al método “de balde”.
La ventaja es que no hace falta ir muy lejos para topar con ellos; en nuestra misma ciudad podemos encontrar muchos casos, y de una técnica muy depurada: antes de asistir a un acto, telefonean al local para informarse de si se ofrece un “vino español” al terminar. No es ficción: ocurrió hace unos días, cuando un museo capitalino inauguraba una exposición. Y, en efecto, como no hubo ágape, los devoradores no acudieron.
Podría pensarse que esta especie parasitaria surge a partir de la crisis económica, buscando un complemento calorífico a dietas de menguado presupuesto; sin embargo, y a pesar de que sean éstas sus épocas de mayor bonanza, estas tribus, o grupúsculos organizados de vandalismo cultural siempre han existido, y últimamente se frotan las manos ante la perspectiva de la futura capitalidad cultural europea, lo que, en su particular visión, significa una multitud ingente de presentaciones, conferencias, inauguraciones, etc., todas con su correspondiente ración de canapés. El paraíso, vamos. ¿Conseguiremos dar la talla en la competición europea?, me pregunto yo... ¿O nos comerán la merienda, como en la UEFA?

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Las "mejores" webs de Cantabria

Como por arte de magia, ya se puede leer hoy mi artículo de mañana en Alerta.
La verdad es que me he mosqueado un poquillo, pero es que la ocasión lo merece: resulta que ahora hay quien dice quién es bueno y quién no en el ciberespacio. Y no veas qué gusto tienen... En fin, que os leáis la columnita.
¡Ah! Y gracias a todos por vuestras visitas, vuestros mensajes y vuestros ánimos. Aunque suene a fanfarronería: ¡Volveré!

jueves, 28 de agosto de 2008

Verbi Gratia

En unos días volveremos a la carga. Entre tanto, he abierto un nuevo espacio en el que recogeré mis columnas en el diario Alerta.
Lo podéis leer aquí.

jueves, 3 de julio de 2008

2.14, nuevo corto de José Luis Santos

Mi columna de hoy en el diario Alerta:

jueves, 26 de junio de 2008

Más columnas en Alerta

Fin de curso, y como tal, poco o nada de tiempo para los pequeños placeres, como escribir en este blog.
Mientras llegan tiempos mejores, dejo aquí las dos últimas columnas publicadas en el diario Alerta.

jueves, 5 de junio de 2008

La tijera del redactor jefe

¿Qué hará, una semana? Siete días atrás andaba yo tan contento, glosando las alabanzas del papel prensa y dando cabriolas por las esquinas, cual feliz abrazafarolas, entusiasmado con mi nueva reencarnación en tabloide. Hoy, sin embargo, me veo obligado a admitir que, igual, me pasé un pelín.
Y es que esta mañana, así, sin esperarlo, me he vuelto a topar con uno de los demonios familiares del plumilla: la tijera del redactor jefe. No, no es un cuento de Poe; es más bien un justo castigo para los colaboradores plastas que se pasan de la cuenta. Y no me refiero al contenido, sino al continente: de lo que me he pasado es de extensión.
Es verdad que yo ya lo sabía: demasiadas veces he tenido, no ya que escribir, sino sobre todo que maquetar páginas —sobre todo de revistas; ¿he hablado ya del difunto semanario «Las Comarcas»? ¿No? Pues preparaos, que no os libráis—, como para no ser consciente de las limitaciones de espacio que impone el papel: hay un número máximo de caracteres que caben en la columna, y no hay más cáscaras.
Claro que yo lo sabía, cómo no. Pero una cosa es saberlo, y otra acordarte. Y esta vez, me falló la memoria. Después de un año largo tecleando en el blog lo que me da la gana, ¿quién es capaz de comprimirse, de encorsetarse en las trescientas y pico palabras? Sí, bueno, no es tan difícil, vale... Mea culpa.

(Por cierto, que lo de las tropecientas palabras siempre ha resultado muy discutible; hay quien prefiere medir por caracteres, y lo razona diciendo que, si se ponen palabras muy largas, aumenta la extensión. En fin, es una opinión. Y, como tal, rebatible: tampoco es del todo exacta la medida de espacios, porque cualquier listillo puede llenar su artículo de emes, que ocupan mucho más que las íes, y te descuadra la página por completo.)


En fin, que ya se me habían olvidados las penurias del columnismo —que hay más, ¿eh? Otro día hablaremos de cómo se pierden las cursivas, de la angustia de la hora de entrega o incluso de las dudas sobre la difusión...—, y esta mañana ha llegado la famosa tijera de la redacción a recordarme mi condición de pobre mortal y víctima propicia. Y lo peor de todo es que no me puedo quejar: yo mismo —que ya intuía algo— había advertido al jefe de Cultura de que, si sobraba chicha, cortara por lo sano. Y no veas cómo me duele ahora. Que para algo eché un rato largo cavilando, a ver cómo remataba con gracia un artículo más bien sosainas. Y no es que el resultado fuera como para tirar cohetes, pero coño, mi trabajo me había costado.
Menos mal que tengo un blog. Porque así, ahora puedo echarle jeta y encasquetar aquí el texto íntegro, y así, al menos, me queda la sensación de que no tecleé en vano el último párrafo. Cierto que alguno podrá objetar: «Pero, chaval, si de verdad querías decir algo interesante, haberlo escrito antes, hombre». Sí, claro. O haberlo escrito mejor, no te digo... Seguro que hasta habrá quien piense que el artículo gana más así, aligerado «Total, por tres puñeteras líneas que te han cortado...».
Pues nada, ahí va la versión del autor, en plan edición de coleccionista (para comparar, aquí está la versión impresa):

Cultura juvenil

Hace un par de meses, la casualidad me llevó a conversar un rato con el presidente del Ateneo de Santander, Carlos Galán. El gran profesor y crítico me comentó que una de sus ambiciones insatisfechas al frente de la institución era atraer al público joven; que por más que lo habían intentado, con la programación cultural en la mano no había manera de rejuvenecer la audiencia. La cuestión no es que falte interés por las actividades del Ateneo y escasee el público, sino que el personal no se renueva y, a este paso, la implacable lógica de la demografía acabará por finiquitar la sociedad.

Es de suponer que este verano, merced al convenio con la UIMP, mejore el panorama, aunque no será más que un espejismo: los chicos que acudan buscarán “créditos”, no alimento cultural. Pero no se desesperen: esto mismo que ocurre en el Ateneo, sucede en cualquier foro. Pocos son los asuntos que movilizan hoy día a la población más joven, y la cultura no es uno de ellos, precisamente.

Probablemente sea más sencillo reventar cualquier aforo tirando de lo más obvio: estrellas de la tele, farándula o incluso del cutre-famoseo. Con reclamos así, el éxito suele estar garantizado; hasta tal punto, que no creo que haya municipio en todo el solar ibérico capaz de tirar la primera piedra.

Sin embargo, el Ateneo, y otros foros con buen paladar, mantienen una elegante —y, por qué no decirlo, también en cierto modo decadente— pose retro, programando a la contra: presentaciones de libros, conferencias divulgativas, debates de actualidad… Lástima que, actualmente, algunas de estas actividades se hayan convertido, para buena parte de las nuevas generaciones, en auténticos fósiles culturales. Y, aunque no sea improbable que las oscilaciones del gusto las vuelvan a poner de moda, es evidente que, si se quiere recuperar a un público juvenil, y que no sólo es tan culto como el maduro, sino que además está mejor formado y tiene acceso a una oferta más amplia que nunca, lo que procede es adaptar la programación a la demanda real: tecnología, cultura pop, ideologías alternativas, nuevas músicas… Quizá sea momento de que, también en Cantabria, empecemos a quitarnos los guantes de la “alta cultura”, y asumamos que hay que saltar al ruedo de lo que ahora mismo bulle en nuestra sociedad, a pesar de que quizá no sea tan chic.

Y, aún así, va a resultar una tarea titánica, si no sísifa, intentar trasladar el epicentro del movimiento juvenil desde Cañadío hasta el Ateneo. Porque, aunque haya pocos metros de distancia, la cuesta está muy, pero que muy pindia.


PS. Por cierto, que no soy el único bloguero que se "pasa al enemigo": acaba de hacer lo propio Óscar Sin Nick (sí, sí, el de periodistasdecantabria.com y "Lo llaman política"), que debutó esta semana en El Mundo-Hoy Cantabria. Enhorabuena, sobre todo para quienes lo han fichado.

jueves, 29 de mayo de 2008

Salto al papel (Mi columna en el diario Alerta)

Un viaje a un lugar exótico, un balón de reglamento, una mirada de «ay, si tú quisieras...» en la parada del autobús, un libro de Boris Vian... Hay cosas que siempre hacen ilusión, que nos hacen sentir como un niño con zapatos nuevos —claro que entonces, cuando se acuñó la expresión, aún no había naiks, ni adidas, imagino—.
El caso es que a mí una de las cosas que más me presta es publicar. Y publicar en papel. Porque la web está muy bien, y en el blog puedes contar más, e igual hasta mejor, pero no es lo mismo. No huele a tinta. No tiene el tacto áspero del papel prensa. No te corta los dedos si te descuidas. No suena a tormenta de verano cuando lo arrugas, y no puedes doblarlo, redoblarlo y volverlo a plegar, hasta convertirlo en un pedacito muy pequeño de información, que cabe en un bolsillo y también puede servir para calzar una mesa que cojea. No puedes leerlo por encima del hombro de alguien en el tranvía, ni bajar al quiosco y comprar la edición de la mañana. No puedes usarlo de almohadilla en el fútbol, ni envolver pescado o churros. No sirve para hacer papel maché, ni sombreros napoleónicos, ni barquitos de papel. Nunca te encuentras blogs abandonados en las aceras, ni los deshace la lluvia. No puedes enrollarlos y usarlos de catalejo, o de espada, o de cachiporra. Ni siquiera puedes meterlo debajo del maillot para cortar el viento cuando vas en bici.

Por eso, y por tantas cosas más, me ha hecho tanta ilusión volver a ver mi nombre impreso sobre papel prensa, y con foto y todo. Porque, después de una temporada colaborando con Alerta, el periódico con más solera de Cantabria, me han dado una columna. Aparece los jueves, en las páginas de Cultura, y la he llamado "Verbi Gratia". En ella hablo sobre temas culturales y sociales, con alguna conexión con la región —claro que, conociéndome, acabaré hablando de cualquier cosa; de lo que me dé la gana, más en concreto—, como en la edición de hoy, en la que me pregunto qué va a pasar con Comillas y la proyectada "Universidad del Español" con la que el gobierno autonómico lleva tres años amenazándonos.


Ah, y por cierto: también se puede leer en internet, cada jueves, en la web del periódico Alerta. Pero, como os decía, mola mucho más en papel...

miércoles, 19 de marzo de 2008

Más artículos en papel prensa

El diario Alerta publica esta mañana en la sección de opinión mi primera colaboración con este periódico. Se trata de un artículo acerca de la eliminatoria de copa que disputa el Racing esta noche.
Al texto se puede acceder a través de la web de Alerta, o pinchando en la imagen adjunta.
Atentos porque pronto habrá más papel.



lunes, 21 de enero de 2008

Nuevo número de Qvorvm

Acaba de publicarse en la red el número 3 de la revista Qvorvm, en la que se incluye mi artículo Santander en la web 2.0: Patrimonio bibliográfico y propuestas. Espero que os resulte interesante.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Relato publicado en el número 8 de la revista Narrativas



La revista Narrativas es una publicación electrónica dirigida por Magda Díaz y Morales y Carlos Manzano. Desde su primer número, en abril de 2006, no ha dejado de crecer, y entre sus selectas firmas figura nada menos que nuestra amiga Deses, del blog "Una mujer desesperada", que colaboró en el número 7 con el relato «La entrevista de trabajo».
En este número me han invitado a colaborar, y yo participo con el cuento «Amigos a la fuerza», que algunos ya conoceis. La revista podéis descargarla aquí.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Un artículo sobre blogs


Hace un par de semanas se presentó el número 2 de la revista «Qvorum», una publicación cultural editada por el Ayuntamiento de Santander y dirigida con mucho tino por Ana de la Robla.
La edición original fue en papel, pero ahora también puede consultarse en línea, aquí.
Y, entre las muchas e importantes firmas que colaboran en este proyecto, se ha colado de rondón la mía, con un artículo que intenta analizar los blogs literarios de Cantabria. Espero que os resulte interesante.

viernes, 29 de junio de 2007

¿Dónde estará mi medio lector?

Este artículo fue publicado en la última edición (mayo de 2007) de la revista Camparredonda, editada por el escritor leonés Gregorio Fernández Castañón.


Resulta que uno de cada cuatro jóvenes españoles entre los catorce y los veinticuatro años afirma que no le gusta leer. Y uno y medio, que lee por sus estudios –por prescripción facultativa, vamos–. Así que, si les restamos al otro medio que está de botellón, a las víctimas del fracaso escolar, a los acosadores, a los analfabetos funcionales y a los aspirantes a entrar en Gran Hermano, a lo mejor podemos dar con un cuarto y mitad de joven ibérico –y esperemos que no sean los cuartos traseros– que de cuando en cuando lea. Porque las estadísticas son así de optimistas: según la dirección general del ramo, lector habitual es aquel que declara leer al menos una vez al trimestre. Ahí es nada. Imaginamos, eso sí, que las etiquetas del whisky DYC y el menú del MacDonalds no cuente como lectura.
Claro que tampoco hay que volverse loco con las estadísticas; a ver cuántos encuestados aseguran que a la hora de la siesta alucinan con los documentales de La 2, cuando la realidad de las audiencias tiene mucho más tomate. O la impagable excusa del que compra el Interviú «por los artículos». Pero, aunque la credibilidad de las estadísticas esté en horas bajas, este asunto de la escasez de lectores preocupa, y mucho, a una parte importante de la población. ¿Lo adivinan? No, claro que no; a los políticos les da exactamente igual; ellos ya leen bastante, siempre a vueltas con el guión de los discursos que les escriben los asesores de imagen. No. A quien preocupa es a los silvicultores, a la industria papelera, a los productores de tinta, a los mecánicos de rotativas, a los correctores de pruebas y a Faber y a Castell, famosos mineros de puntas de lápices. A algún escritor también parece importarle, pero como el tema le suele servir para dárselas de intelectual en las tertulias de la tele y la radio, no se les toma muy en serio –a los maestros y profesores sí que les preocupa, pero como nadie les hace ni caso, así nos luce el pelo–.
La cuestión es que, si MacLuhan tenía razón cuando contaba aquello de que la Galaxia Gutenberg –es decir, la revolución cultural producida por la imprenta y sus consecuencias en la cultura occidental durante cinco siglos– tocaba a su fin y ahora llegaba la era de Marconi –o sea, lo audiovisual–, hay un montón de negocios cada vez más ociosos. Vamos, que lo del libro cada vez da para menos. Y la culpa –opina el sector– la tiene la gente, que se empeña en no leer. Ya hemos hablado de las “nuevas generaciones”, que incapaces de leer un mísero folleto de cócteles han acabado mezclando el vino de brik con los sucedáneos de coca-cola. Pero es que esa generación con disfunciones hepáticas irreversibles tiene padres; padres a los que también les molesta mucho lo negro. Y tienen hermanos pequeños –esos bultos de allí, junto al televisor– que nunca cogen un libro porque no tiene botones. A los ancianos tampoco vamos a pedirles mucho, que la vista ya va fallando. Menos mal, eso sí, que nos quedan las mujeres, que sí que leen. Ahí las tienen, ellas solas manteniendo a todo el sector editorial.
La industria, claro, se defiende. Hay que abaratar costes y entonces se despide a los correctores, a los escritores y hasta a los lectores. Se reducen también los libros: las novelas pasan a ser novelas cortas y se ponen de moda los microrrelatos. Y es que los libros cada vez tienen menos texto –curiosamente, como apunta el profesor Llanillo, los libros de texto son los que tienen más fotos–; no será raro que pronto algún autor experimental publique un libro en blanco –y cobre derechos de autor– para que el lector escriba en él su diario. Si uno se da un paseo por una feriona del libro, una de las grandes, las profesionales, se da cuenta de que allí lo que menos “vende” son los libros; en los puestos hay todo tipo de regalos, como si fueran bazares –o bancos–, o incluso se improvisan cafeterías con bollitos gratis. O se acude al último recurso, el de las azafatas bien torneadas con gran superficie pectoral al descubierto; y es que cualquier sacrificio es poco con tal de promocionar el libro.
Aún así, la situación no es tan desesperada. Pensemos que esos jóvenes que creen detestar la lectura, en realidad se pasan las clases enviándose mensajitos por el móvil y las tardes enganchados a Internet. Y claro que leen… Los sms no los descodifican por telepatía, y nunca se han visto más letras juntas que en la famosa telaraña invisible. Ellas sí que leen, y hasta ellos, que parecían alérgicos a la lectura, resulta que devoran el Marca cada mañana. Ocurre quizá que cambian los medios, cambian los temas y el mundo continúa girando sin preocuparse. Y todos aún queremos que, de uno u otro modo, nos sigan contando historias. Es sólo la nostalgia, ese gusto que pronto será retro, de coger un libro, abrirlo, aspirar su aroma, sentir el tacto del papel… y a veces hasta leer lo que pone dentro. El libro. Un aparato anticuado, que no tiene botones, que no se enchufa, sin pantalla, sin sonido. Que lo puedes llevar a cualquier lado, que nunca se queda sin batería ni necesita antena. El libro. Nuestro libro.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Un poquito de nada


Hace algún tiempo apareció en televisión un anuncio muy simpático, en el que un joven decidía emprender un prometedor negocio, cuya mercancía era nada. Vendía, exactamente, nada. Afirmaba que la gente tenía ya de todo, y que precisamente por eso lo que querían comprar y regalarse entre sí era un poquito de nada.
El anuncio, tan simpático e ingenioso, resultó un éxito. Hablaban de él los oficinistas en la hora del café, se comentaba en los recreos y en las salas de espera. Y es que la publicidad, aparte de haber llegado ya a ser un arte, tiene una gran repercusión social y un público casi tan fiel como cautivo. Hoy día nos gusta hacer crítica de los anuncios, son pequeñas piezas creativas que nos divierten enormemente. Y este espot —como antes se decía— era una buena muestra de ello.
Seguramente el anuncio ha conseguido algún premio, y a su autor le habrán llovido las felicitaciones. Apareció en un momento en que, tras la cultura de las marcas, llegó la de la filosofía del producto: uno no compra un producto, sino un estilo de vida. Esta pirueta moral les ha servido a los creativos publicitarios de los últimos años para plantearnos todo tipo de cuestiones pseudointelectuales, mientras nos cuelan de tapadillo lo de siempre, el clásico “compre” de la antigua propaganda. Sólo que en lugar de poner un “beba” junto al logo de la Coca Cola, nos preguntan “¿Te gusta conducir?”.
El anuncio del vendedor de nada resultó un éxito, no sólo por la sibilina ironía que destilaba sino, especialmente, por su originalidad. La originalidad es un valor que siempre se cotiza al alza; es tal el acoso de los medios de comunicación, que hace falta un buen reclamo —léase original por bueno— para captar la atención de un consumidor ya saturado. Y desinformado. Veamos.
Al enfrentarse al anuncio, la ecuación mental es inmediata: “qué original, montar un negocio que vende nada, como si fuera algo”. Pero claro, escritores hay muchos, pero ideas muy pocas. Y tan escritor es quien redacta un pequeño anuncio de veinticuatro segundos, como el que escribe un manual de instrucciones o el gran novelista de éxito.
En los años 40 del pasado siglo, un italiano bigotudo y enérgico mostraba su talento al mundo con una serie de relatos que le reportaría una celebridad casi inmortal. Se trataba de la saga de Don Camilo, obra de Giovanni Guareschi. Sería difícil encontrar a alguien que desconozca las aventuras del párroco y de su rival Pepón, el alcalde comunista, que no sólo llenaron páginas y páginas, sino que fueron llevados al cine en varias ocasiones e incluso a series de televisión. Pero Guareschi escribió otras muchas obras, en las que daba muestra de su genio, principalmente humorístico.
En 1942 apareció “El destino se llama Clotilde”, una novelita satírica. En ella nos presenta al joven hacendado Filimario Dublé, al que la vida aburre soberanamente. Para sobrellevar el tedio se le ocurre una pequeña broma que gasta a los ciudadanos de Temerlotte: arrienda un local, contrata publicidad y abre un negocio. ¿Adivinan qué vende el bueno de Filimario? Por supuesto, nada. Al final, consigue vender 50 francos de nada.
Las ideas son, de natural, viajeras. No vuelan por el aire, pero suelen tomar aposento en lugares confortables: libros, revistas, tertulias, conferencias… Y allí se quedan, agazapadas, esperando llegar al mayor número de cabezas posibles. Aunque, en ocasiones, es tan oscuro su escondite que pocos pueden rescatarlas. En esos casos, quien las encuentra les lava la cara, las peina a la moda y luego corre a inscribirlas en el registro como si fueran hijas suyas. Y si hay medallas, allí están sus autores, listos para recogerlas. Porque a nadie le importa que una idea que parece actual sea en realidad de 1942. ¿Qué más da, mientras sea original?

[Este artículo apareció publicado en el último número de "Campus", revista estudiantil de la Universidad de León.]

domingo, 1 de abril de 2007

Hemeroteca: La importancia de los correctores

Continúa el rescate de los artículos desperdigados por la red.
El artículo apareció en el Diario Montañés y se puede leer aquí.
Lo escribí después de leer una curiosa errata en un editorial de un diario regional, y tuve el inexplicable descaro de enviarlo. Para mi sorpresa, me contestó el propio director del periódico diciéndome que le parecía muy interesante lo que opinaba de Bill Gates.
Que lo disfrutéis.

lunes, 26 de marzo de 2007

Hemeroteca

Para desempolvar los antiguos envíos de "The happy readers", dejo aquí el enlace del artículo "Una pregunta para nota", publicado en el Diario Montañés.
Que lo disfrutéis.