Creo que el refrán dice más o menos así:
La mancha de la mora,
con otra verde se quita.
Y que viene a decir que, si te deja la novia, la olvidas echándote otra. Claro que esto es interpretación mía, y lo mismo es en realidad una versión primitiva de los anuncios de detergente*. Pero bueno, lo que a mí me interesa ahora son las moras. Porque ya es tiempo de moras y este año aún no he probado ninguna.
No sé qué tiene lo de las moras, pero siempre me ha encantado. Será el placer de recorrer el campo, o el regusto atávico de sentirte recolector por un rato, avivando ese primate que todos llevamos dentro. No sé; el caso es que no hay nada mejor que perderte por el campo en septiembre, y volver con una bolsa llena de moras.
A mí me gustan las moras de zarza; las de morera son más espectaculares, tan grandes y cónicas, pero no tienen el mismo sabor que las silvestres. Y no es lo mismo que comerlas con las manos llenas de arañazos, mientras te juegas el tipo por alcanzar esa pieza tan apetitosa, que no alcanzas más que de puntillas, y está custodiada por un centenar de espinas.
De niño solía ir con mi amigo Lorencín en bicicleta hasta Villaobispo, un pueblo pegado a León, y nos pasábamos la tarde en el Camino del Vago, cogiendo moras. Luego nos acercábamos hasta la fábrica de gaseosas, y a veces nos invitaban a alguna. Veinte años después, es mi hijo quien me acompaña; en Astillero cogemos las bicicletas y recorremos una antigua vía de la Feve, reconvertida en paseo campestre, que nos lleva hasta Cabárceno. Son apenas una docena de kilómetros, pero volvemos nuevos. Y cargados de moras. Lástima que este año se nos ha quedado la bicicleta en León.
El lugar del mundo que más asocio con las moras, su hábitat natural, es Santa Colomba. Mi pueblo tan querido y tan odiado. Ir en septiembre a la ribera del Curueño era perderte durante horas recorriendo los caminos, bordeando el canal, yendo a la fuente o al río, adentrándote entre la maleza... lo que sea, pero recogiendo moras.
Sin embargo, hace un par de años que me cuesta encontrarlas. Debe de ser cosa del progreso, no sé, pero últimamente se ha impuesto en el pueblo la moda de arrancar las zarzas. Antes estaban por todos lados; de hecho, había más que tapias. Pero parece que ya no sirven, y han perdido su función ancestral, la servir de linde a los prados y huertas. Y es que claro, donde esté un buen pastor eléctrico**...
Y me fastidia no encontrar moras, porque me quedo sin una de mis especialidades culinarias: el guisote. Ni idea de dónde sale el nombre, pero esta delicia es una especie de ensalada de moras, espesada con miga de pan, que sirve para endulzar las penas de septiembre. Lástima que este año no voy a poder prepararlo. A menos que os animéis alguno a acompañarme al campo, claro.
* Ay, los anuncios de detergente... un día tengo que escribir sobre ellos. ¿Quién ha olvidado a Manuel Luque, el de Camp? Sí, sí, el de «Busque, compare, y si encuentra algo mejor…». El payaso desteñido, el blanco más blanco... Es probable que esa publicidad haya causado daños cerebrales irreversibles a generaciones enteras de españoles, y nadie lo denuncia.
** Lo del pastor eléctrico tiene guasa: es el famoso cable ése que "muerde". Está conectado a una batería, y al tocarlo suelta una descarga eléctrica. Lo usan para las vacas, pero también es efectivo con humanos.












