Resulta que esta semana empezaba mal, con un examen —cosas de los master oficiales, que al final no los regalan...—, un trabajo interminable y una presentación pública. Así, el fin de semana se fue en un suspiro, entre pirámides de Maslow y teorías de la expectativa. ¿No lo había contado? A mí me correspondió disertar sobre "La motivación laboral". Supongo que fui muy afortunado, a la vista de los demás temas: contabilidad, estrategia o "cultura empresarial" —lo que, por cierto, me recuerda al famoso chiste de la "inteligencia militar"; ¿alguien puede contarlo en los comentarios?—. El asunto de la motivación es fundamentalmente psicológico y/o sociológico, dos materias que me apasionan aunque no tenga ni idea de ellas —o quizás precisamente por eso, por no tener ni puñetera idea—, así que tuve cancha para explayarme y dar rienda suelta a mis vicios de estudiante de letras. Luego, en la presentación, con el pogüerpoin y demás, la cosa fue bien: ni siquiera me puse nervioso, aunque los compañeros me frieron a preguntas, del tipo de: "¿Y de verdad te crees eso que cuentas?" o "¿Entonces el empleado y la empresa comparten intereses? ¡Ja!". Hay que ver: ¡y yo que pensaba que era crítico!
Resulta que hoy es miércoles y esas cosas son sagradas: toca partidillo de baloncesto. Un esguince mal curado me tuvo más de un mes en el dique seco, hasta que la semana pasada pude "reincorporarme a la disciplina del club". Tuve una mala tarde en el tiro, pero en defensa acabé aburriendo a alguno. También me llevé un codazo involuntario de Recio, al que he recordado durante unos cuantos días, aunque sin mucho cariño, la verdad.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más...
Resulta que esta tarde Ana de la Robla interviene en el Corte Inglés, y no me lo pensaba perder.
Resulta que esta noche los compañeros del máster han organizado una cena, y no tenía intención de fallar.
Resulta que mañana la peña del foro del Racing organiza un partidillo: campo grande, once contra once, buen ambiente... Y me encantan esas pachangas.
Y, además, resulta que mañana nos vamos a La Bañeza, a disfrutar del puente en nuestra casina, con la familia y los viejos amigos.
Y, como no podía ser de otra manera, esta mañana, cuando ya había cumplido con todas las obligaciones, y no tenía más que diversión por delante, resulta que me he levantado con unas ojeras que me llegan hasta el suelo, con la voz aflautada y la cabeza como un bombo, con un trancazo de mil pares de demonios, y un humor que se me ha puesto como si Recio me hubiera soltado otro recadito...
Y ahora resulta que tendré que pasear mis gérmenes y mi colección de clínex por la pista de baloncesto, por la sala de conferencias del Corte Inglés, por el restaurante La Cubana, por el campo del Complejo, por las hoces de Bárcena y por el Elvis y todos los bares de copas de La Bañeza.
Porque no pienso dejar que unos diminutos gérmenes me arruinen el fin de semana. ¡Estaría bueno!