No sé si le ocurre a todo el mundo, pero seguro que nos pasa a todos lo que, de una u otra manera, utilizamos la letra como herramienta de trabajo. Y es que llegamos a establecer una relación tan estrecha con la tipografía, con cada una de las formas estéticas que puede adoptar el texto, que acabamos por fusionar letra y memoria, vida y tipografía, fuentes y realidad.
Yo mismo, sin ir más lejos, soy una víctima más de la tipografía sentimental. Y es que no puedo ver una courier
sin que me invada la nostalgia. Imagino que es, más o menos, lo que le ocurre a otras generaciones con las máquinas de escribir antiguas: que les trasladan de inmediato a otra época.
A mí me llevan a los años 80, que para algunos son la época de las hombreras y el tecno-pop, y para mí son los años dorados de rebeldía e ilusiones en el barrio de La Palomera. Y todo pasaba por la espectacular máquina de escribir que intentaba domar cada noche, y tirando de sus riendas peleaba con mis primeros cuentos, y soltaba versos pretenciosos al cabalgar sobre sus teclas, y artículos que entonces me parecían incendiarios y que hoy, afortunadamente, ya no pueden borrar esa impresión, pues son inencontrables.
La máquina, decía, era espectacular. Mi madre siempre se ha tomado muy en serio el asunto tecnológico, así que a mediados de la década rompió la menguada hucha familiar y jubiló la vieja máquina portátil —es un decir, porque pesaba casi diez kilos y abultaba como una maleta de viaje—. En su lugar trajo una impresionante Canon electrónica, que pesaba todavía más, pero tenía memoria interna, pantalla de cristal líquido y disquetera. Además, su ingenioso sistema de margaritas permitía elegir entre un par de tipos de letra y hasta variar el cuerpo. A continuación, me envió a una academia a aprender mecanografía, y practiqué tanto que gracias a ella al menos sé hacer algo bien en la vida: escribir... con todos los dedos. Lo de escribir bien o mal ya es otro cantar, pero creo que aquella máquina tenía algo especial, porque nunca he vuelto a escribir con tanta pasión —y tanto éxito— como sobre aquel maravilloso aparato japonés.
Luego, el tiempo y yo mismo fuimos muy crueles con aquella pobre máquina, exiliada en el limbo de la biblioteca de nuestra casa de La Bañeza. Así pagué sus desvelos, ya ves, con el más cruel de los olvidos.
Sin embargo, toparse con una courier no siempre es un acontecimiento feliz; como es la letra por defecto que utilizan las filmadoras cuando se produce algún error tipográfico, no es extraño encontrarse con anuncios, carteles, páginas de revista e incluso libros con una fuente a la que el diseñador no había pensado en invitar a la fiesta.
Otro tipo de letra que en mi cabeza sufre una inexplicabe conexión cósmica es la letra times. Sí, sí, esa aburrida letra en la que se imprimen todos los informes y los trabajos escolares, la letra clásica del Word. Y que antes del Word fue del WordPerfect, y antes del WordStar... Y que, en realidad, no tiene nada de pesada, sino que es un tipo que muere de éxito: está tan bien hecho, resulta tan legible y elegante, que al final, como todo el mundo lo utiliza, acaba pareciéndonos vulgar.
El caso es que a mí ese tipo siempre me recuerda a Álvaro Valderas, que se pasaba el día escribiendo novelas imposibles en cualquier ordenador que pillara, y luego las imprimía con impresoras de chorro de tinta, que hacen que siempre se abra un poco la tinta sobre el papel y desdibuje el contorno de la letra, de esa times que siempre era mucho más inmaculada que su tormentosos textos.
Lo más curioso es que Álvaro, que ahora vive a miles de kilómetros, de vez en cuando me envía un correo del que cuelgan dos o tres relatos, o alguna novela loca, Y mi querido amigo, invariablemente, sigue apegado a su vieja times.
Y podría pasarme varias horas perdido en las analogías, pero tendrá que ser mañana: ahora mismo me habla la futura del reloj que tengo en la pared. Y me dice con toda claridad que el tiempo, mi tiempo, se ha esfumado. Pero que pronto habrá más.
Yo mismo, sin ir más lejos, soy una víctima más de la tipografía sentimental. Y es que no puedo ver una courier
sin que me invada la nostalgia. Imagino que es, más o menos, lo que le ocurre a otras generaciones con las máquinas de escribir antiguas: que les trasladan de inmediato a otra época.
A mí me llevan a los años 80, que para algunos son la época de las hombreras y el tecno-pop, y para mí son los años dorados de rebeldía e ilusiones en el barrio de La Palomera. Y todo pasaba por la espectacular máquina de escribir que intentaba domar cada noche, y tirando de sus riendas peleaba con mis primeros cuentos, y soltaba versos pretenciosos al cabalgar sobre sus teclas, y artículos que entonces me parecían incendiarios y que hoy, afortunadamente, ya no pueden borrar esa impresión, pues son inencontrables.
La máquina, decía, era espectacular. Mi madre siempre se ha tomado muy en serio el asunto tecnológico, así que a mediados de la década rompió la menguada hucha familiar y jubiló la vieja máquina portátil —es un decir, porque pesaba casi diez kilos y abultaba como una maleta de viaje—. En su lugar trajo una impresionante Canon electrónica, que pesaba todavía más, pero tenía memoria interna, pantalla de cristal líquido y disquetera. Además, su ingenioso sistema de margaritas permitía elegir entre un par de tipos de letra y hasta variar el cuerpo. A continuación, me envió a una academia a aprender mecanografía, y practiqué tanto que gracias a ella al menos sé hacer algo bien en la vida: escribir... con todos los dedos. Lo de escribir bien o mal ya es otro cantar, pero creo que aquella máquina tenía algo especial, porque nunca he vuelto a escribir con tanta pasión —y tanto éxito— como sobre aquel maravilloso aparato japonés.
Luego, el tiempo y yo mismo fuimos muy crueles con aquella pobre máquina, exiliada en el limbo de la biblioteca de nuestra casa de La Bañeza. Así pagué sus desvelos, ya ves, con el más cruel de los olvidos.
Sin embargo, toparse con una courier no siempre es un acontecimiento feliz; como es la letra por defecto que utilizan las filmadoras cuando se produce algún error tipográfico, no es extraño encontrarse con anuncios, carteles, páginas de revista e incluso libros con una fuente a la que el diseñador no había pensado en invitar a la fiesta.
Otro tipo de letra que en mi cabeza sufre una inexplicabe conexión cósmica es la letra times. Sí, sí, esa aburrida letra en la que se imprimen todos los informes y los trabajos escolares, la letra clásica del Word. Y que antes del Word fue del WordPerfect, y antes del WordStar... Y que, en realidad, no tiene nada de pesada, sino que es un tipo que muere de éxito: está tan bien hecho, resulta tan legible y elegante, que al final, como todo el mundo lo utiliza, acaba pareciéndonos vulgar.
El caso es que a mí ese tipo siempre me recuerda a Álvaro Valderas, que se pasaba el día escribiendo novelas imposibles en cualquier ordenador que pillara, y luego las imprimía con impresoras de chorro de tinta, que hacen que siempre se abra un poco la tinta sobre el papel y desdibuje el contorno de la letra, de esa times que siempre era mucho más inmaculada que su tormentosos textos.
Lo más curioso es que Álvaro, que ahora vive a miles de kilómetros, de vez en cuando me envía un correo del que cuelgan dos o tres relatos, o alguna novela loca, Y mi querido amigo, invariablemente, sigue apegado a su vieja times.
Y podría pasarme varias horas perdido en las analogías, pero tendrá que ser mañana: ahora mismo me habla la futura del reloj que tengo en la pared. Y me dice con toda claridad que el tiempo, mi tiempo, se ha esfumado. Pero que pronto habrá más.
14 comentarios:
jejeje, a mi me gustan las letras rechonchitas, la comic es mi favorita...letra de chica que dicen, jejeje
bjs!
Yo también pasé de la máquina portátil y de esta a una electrónica. Y viví la courier. Y también viví la times del wordperfect 4.0 de pantalla azul cegador.
Es curioso lo de la tipografía. Yo no soy un experto ni mucho menos, porque me dedico a corregir lo que otros escriben y otros maquetan, pero es verdad que tengo tipografías antipáticas y simpáticas.
Y manías. Ahora me ha dado por escribir mis relatos y novela con la garamond. ¿Por qué? Anda, y yo qué se...
Besitos/azos.
Yo es que de estas cosas no entiendo nada. Claro que de otras tampoco, pero eso no hace falta decirlo.
En cualquier caso Javier, me gusta tu manera de contarlo.
y yo también utilizo la garamond, pero yo sí sé por qué lo hago; porque me la recomendó una persona que sí entiende de esto.
Después de leer tu artículo me he dado cuenta de que no estoy ligado a ninguna tipografía en concreto. Ignoro cual era el de la máquina de escribir que tenía de pequeño. Sé que mi antiguo word utilizaba la clásica Times New Roman y el 2007 utiliza la calibri (lo he tenido que mirar por que ni lo sabía). He escrito miles de páginas a ordenador y no le doy demasiada importancia a la tipografía.
Lo que sí me importa es mi letra. Suelo escribir los bocetos a mano (incluso la historia entera) y siempre me ha gustado mi estilo. Menuda y redondeada mezclando a la vez minúsculas con mayúsculas... Siempre he tenido broncas con mi letra. Pero a mí me gusta. Aunque a veces no la logre entender.
Un abrazo!
Yo soy de Book Antiqua, quizás pq me gustan los libros viejos, o pq yo soy como ella: un poco chaparrudo.
Cuando has hablado de tu "portátil", me he acordado yo de la mía; qué maravilla, con su cinta negra multiusos y la roja para las grandes ocasiones. Y sus 10 kilitos, sí... ¿Cómo aguantó ese asa tantos tejes y manejes?
Un saludo,
Me gusta experimientar con todo tipo de letras....¿donde estará mi maquinita verde portatil, la olivetti?....jejejeje
Gracias por visitar mi blog, te he enlazado a él.
Si tienes algún inconveniente me lo dices, a mí me gusta pedir permiso.
mi favorita es la avant garde, también me gusta mucho la avian. la times me horroriza, será porque tuve que usarla durante años sin opción! también me gusta la bradley hand. todas bastante redondas, ahora que me fijo...
Genial, soy nuevo, pero me apunto a este blog. Desde ya en marcadores para hacerme asiduo lector. Gracias, y felicidades por este estupendo trabajo que compartes.
Vaya, es curioso. También yo suelo ser fiel a la Times; nunca me había planteado un porqué. Pero es cierto que hay libros cuya tipografía me ha hecho abandonar la lectura...
Bueno bueno, con añoranzas empieza el asunto, pues yo tuve un canon electrica que me encantaba escribir, porque no hacía nada de ruido, es cierto que los tipos de letras son importantes en mi caso por lo menos, por que me parece que cada carta o texto, tiene su letra y luego porque me guste, aunque no puedo olvidarme del aire casi belico que se respiraba frente a esa canon, pues mi hermano y yo siempre la queriamos.
Por otro lado incitaba a escribir, me emocionaba, pensando en que historía saldría de los dedos, exprimida del dia a dia con la gente. En mi caso fue un diario muy largo.
awwww mi vieja Olivetti Estudio 45!!! todavia anda por ahi, y la saco cuando visito a mis padres. Y respecto a la letra, me pasa un poco lo que a Noe, una para cada ocasion.
A mi me gusta la times, me acostumbre a ese tipo de letra.
Saludos, saben yo soy Diseñadora Gráfica, justo ahora estudio una maestría en Tipografía. Y he caido en este blog... me impresiona ver como relacionan las tipos con algun momento de sus vidas. Tomare, si me lo permiten, este particular descubrimiento como parte de mi proyecto de maestría. A todos, en especial al autor del blog, muchas gracias y un saludo desde México.
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