Alberto Lenz, un distribuidor de libros alemán para el que trabajé en los años noventa, aseguraba que la editorial mexicana "Fondo de Cultura Económica" debía su nombre a una errata, o más bien al exceso de celo de un corrector tipográfico. Resulta que al buen hombre, mientras revisaba las pruebas de imprenta de la editorial, le pareció que aquello que decía "Fondo de Cultura Ecuménica" no podía estar bien. Y, ni corto ni perezoso, enmendó el error de la mejor manera posible: «donde dice "ecuménica" debe decir "económica"». Y se quedó tan ancho. Lo más curioso, sin embargo, es que la propia editorial no sólo no devolvió la tirada al impresor, sino que aceptó con resignación el cambio de denominación, dando lugar a algo tan chocante como esa idea antitética —al menos, para el peatón común—, de la "cultura económica", un concepto bastante más original que el de cultura ecuménica o universal.
Yo no sé si esta historia que me contó Lenz mientras catalogábamos libros mexicanos tiene algo de verídica o es simplemente una leyenda apócrifa difundida por la competencia, pero en lo que sí que tenía razón el alemán es en lo complicado, en el retrúecano del término "cultura económica".
Y pienso en todo esto porque en las últimas semanas tengo la impresión de que una especie de fiebre economicista ha enfermado a buena parte de los españoles. En la oficina, en los corrillos de la facultad, en los bares y hasta en la cola del pan, la economía ocupa buena parte de las conversaciones. Así, de pronto descubro que mi compañero Daniel conoce al dedillo los entresijos de las altas finanzas hispanas, que mis conocidos comentan con mucho conocimiento de causa el reparto del pastel energético europeo o que un pariente lejano domina tanto la bolsa y el mercado de derivados que acaba de palmar todo lo que había ahorrado su mujer en las dos últimas décadas. Y todo eso sin haber estudiado nada de la economía.
Al principio pensé que se trataba del efecto RI. Sí, sí, el RI: Radio Intereconomía. Hace algunos años, cuando empezó a emitir en Madrid, de repente se puso de moda y costaba mucho encontrar a algún madrileño que no estuviera enganchado a ella. Claro que se acabaron curando solos, como mi malogrado primo Emilio que, de tan emocionado que estaba, cambió todas sus matildas por las muy prometedoras terras, «un valor seguro», y… creo que no hará falta continuar esta historia.
Pero no, no se trata de la misma epidemia: estudiando un poco más el caso, y a poco que conozcas a tu interlocutor, enseguida te das cuenta de que la fiebre afecta sobre todo a aquellas personas que podríamos llamar "de derechas". Y es que es la evolución lógica de la estrategia de pasadas campañas, en las que los conservadores preconizaban pasar de las ideologías y quedarse con la "capacidad de gestión".
Este año, no obstante, las cabezas pensantes neocon han decidido explotar el asunto económico, basados en la ventaja que les otorga sus supuestas capacidades para la economía, las maravillas dinerarias de la era Aznar y la crisis que al parecer sufre actualmente la economía española. En esta idea se enmarca el fichaje de Pizarro —un empresario más o menos privado, pero con imagen de éxito— y el triunfalismo del PP: en el convencimiento de que no votamos con el corazón, sino con un órgano muy cercano, pero no tan interno: la cartera.
Y así las cosas, en plena vorágine electoral, resulta que ahora cualquiera es catedrático de estructura económica, y que el primero que pasa por la calle podría darte un clinic en tres minutos sobre cómo contener la inflación y rebajar el déficit público. Ahhhh. Pues vale. Ya contaba Groucho Marx, algo fanfarrón, acerca del crack del 29 que él sospechó que algo andaba mal cuando el ascensorista de su hotel empezó a darle consejos sobre la bolsa.
O sea, que la "cultura económica" ha llegado a la calle, y estamos todos tan contentos leyendo el Cinco Días, calculando ratios PER y sopesando cuánto mejor es Pizarro que Solbes y lo bien que vamos a estar cuando nos quite la crisis como el que enciende una bombilla.
Lo único, lo poquito que me molesta del asunto, es que todos los que me dan la brasa con el tema y que hinchan pecho presumiendo del crecimiento de la economía española son, en realidad, prácticamente igual que yo: meros espectadores del juego económico, a los que poco o nada afecta que las empresas crezcan, copen nuevos mercados o se desplomen en la bolsa. Y estos mismos analistos cierran los ojos ante la evidencia de que la bonanza de hace unos años se tradujo en un aumento descabalado de la brecha social entre clases medias y altas, y que la convergencia europea y la política del ladrillo ha sumido en la pobreza a los trabajadores españoles durante varias generaciones. Maravillosa economía en la que 1000 euros cunden menos que 100.000 pesetas del siglo pasado…
Hace un par de años, en plena época dorada de los tipos de interés irrisorios, un banco español emitió unos bonos con un interés nominal bastante por debajo del precio del dinero en el mercado. Es decir, que quien invirtiera un millón en aquel bono acabaría perdiendo un 2% anual, en comparación con lo que le rendiría en una cuenta a plazo fijo. Sin embargo, y gracias a una excelente campaña de márketin, el papel se agotó en tiempo récord. Cuando preguntaron al responsable del banco por aquella jugada tan rastrera, el directivo respondió con total sinceridad: «Es que en España hay mucha incultura financiera».
Y a mí me da que en política, en nuestra actual campaña electoral, pasa casi lo mismo: que en España hay mucha incultura económica.
Yo no sé si esta historia que me contó Lenz mientras catalogábamos libros mexicanos tiene algo de verídica o es simplemente una leyenda apócrifa difundida por la competencia, pero en lo que sí que tenía razón el alemán es en lo complicado, en el retrúecano del término "cultura económica".
Y pienso en todo esto porque en las últimas semanas tengo la impresión de que una especie de fiebre economicista ha enfermado a buena parte de los españoles. En la oficina, en los corrillos de la facultad, en los bares y hasta en la cola del pan, la economía ocupa buena parte de las conversaciones. Así, de pronto descubro que mi compañero Daniel conoce al dedillo los entresijos de las altas finanzas hispanas, que mis conocidos comentan con mucho conocimiento de causa el reparto del pastel energético europeo o que un pariente lejano domina tanto la bolsa y el mercado de derivados que acaba de palmar todo lo que había ahorrado su mujer en las dos últimas décadas. Y todo eso sin haber estudiado nada de la economía.
Al principio pensé que se trataba del efecto RI. Sí, sí, el RI: Radio Intereconomía. Hace algunos años, cuando empezó a emitir en Madrid, de repente se puso de moda y costaba mucho encontrar a algún madrileño que no estuviera enganchado a ella. Claro que se acabaron curando solos, como mi malogrado primo Emilio que, de tan emocionado que estaba, cambió todas sus matildas por las muy prometedoras terras, «un valor seguro», y… creo que no hará falta continuar esta historia.
Pero no, no se trata de la misma epidemia: estudiando un poco más el caso, y a poco que conozcas a tu interlocutor, enseguida te das cuenta de que la fiebre afecta sobre todo a aquellas personas que podríamos llamar "de derechas". Y es que es la evolución lógica de la estrategia de pasadas campañas, en las que los conservadores preconizaban pasar de las ideologías y quedarse con la "capacidad de gestión".
Este año, no obstante, las cabezas pensantes neocon han decidido explotar el asunto económico, basados en la ventaja que les otorga sus supuestas capacidades para la economía, las maravillas dinerarias de la era Aznar y la crisis que al parecer sufre actualmente la economía española. En esta idea se enmarca el fichaje de Pizarro —un empresario más o menos privado, pero con imagen de éxito— y el triunfalismo del PP: en el convencimiento de que no votamos con el corazón, sino con un órgano muy cercano, pero no tan interno: la cartera.
Y así las cosas, en plena vorágine electoral, resulta que ahora cualquiera es catedrático de estructura económica, y que el primero que pasa por la calle podría darte un clinic en tres minutos sobre cómo contener la inflación y rebajar el déficit público. Ahhhh. Pues vale. Ya contaba Groucho Marx, algo fanfarrón, acerca del crack del 29 que él sospechó que algo andaba mal cuando el ascensorista de su hotel empezó a darle consejos sobre la bolsa.
O sea, que la "cultura económica" ha llegado a la calle, y estamos todos tan contentos leyendo el Cinco Días, calculando ratios PER y sopesando cuánto mejor es Pizarro que Solbes y lo bien que vamos a estar cuando nos quite la crisis como el que enciende una bombilla.
Lo único, lo poquito que me molesta del asunto, es que todos los que me dan la brasa con el tema y que hinchan pecho presumiendo del crecimiento de la economía española son, en realidad, prácticamente igual que yo: meros espectadores del juego económico, a los que poco o nada afecta que las empresas crezcan, copen nuevos mercados o se desplomen en la bolsa. Y estos mismos analistos cierran los ojos ante la evidencia de que la bonanza de hace unos años se tradujo en un aumento descabalado de la brecha social entre clases medias y altas, y que la convergencia europea y la política del ladrillo ha sumido en la pobreza a los trabajadores españoles durante varias generaciones. Maravillosa economía en la que 1000 euros cunden menos que 100.000 pesetas del siglo pasado…
Hace un par de años, en plena época dorada de los tipos de interés irrisorios, un banco español emitió unos bonos con un interés nominal bastante por debajo del precio del dinero en el mercado. Es decir, que quien invirtiera un millón en aquel bono acabaría perdiendo un 2% anual, en comparación con lo que le rendiría en una cuenta a plazo fijo. Sin embargo, y gracias a una excelente campaña de márketin, el papel se agotó en tiempo récord. Cuando preguntaron al responsable del banco por aquella jugada tan rastrera, el directivo respondió con total sinceridad: «Es que en España hay mucha incultura financiera».
Y a mí me da que en política, en nuestra actual campaña electoral, pasa casi lo mismo: que en España hay mucha incultura económica.