Es muy difícil escapar a la vida. Me refiero, claro, a la vida real, esa que se hace de pie o caminando, sin cliquear el ratón y sin botón de deshacer. A esa vida que te toma un viernes por las solapas y te arrastra durante quince días de examen en examen, de trabajo en trabajo, te azota con la gripe, te roba poco a poco la alegría, la motivación, cuenta a tus amigos uno a uno —para que veas que sobra con las manos— y al final te mira de frente y te dice: «Chico, qué mala cara... Así no puedes seguir». Y entonces te pasan factura las horas de sueño que te dejaste en el camino, la luz a ti debida y el agua que no has de beber.
¿Que no quería escribir? Podría ser. No sólo la literatura interfiere con la vida: a veces es la propia vida la que se inmiscuye en la literatura. Sobre todo, cuando ambas son poca cosa, un mundo interior, prácticamente secreto, un simple mecanismo para acumular derrotas.
Querría ser Kusturica; no por la fama, o porque sepa hacer música y le llamen etno-punk. No. Querría ser Kusturica y escapar de la tragedia de lo cotidiano con un milagro casero: una cama que vuela o un banquete en el que resucitan los muertos. Claro que eso ya estaba inventado, pero no todos podemos ser García Márquez.
Once días. Han sido once días sin escribir. Once días de fiebre, de proyectos que se amontonan sobre una mesa que ya no da para más. En los que planear una novela, un largo viaje, nuevas aventuras que pronto serán viejas, en los que buscar excusas para no escribir. A veces sucede, claro: te quedas sin nada que decir. La última vez que me ocurrió duró diez años. Quinientas semanas ausente, calcularía Gamoneda.
No ha sido para tanto, pero aún así, gracias por la espera. Prometo regresar.
¿Que no quería escribir? Podría ser. No sólo la literatura interfiere con la vida: a veces es la propia vida la que se inmiscuye en la literatura. Sobre todo, cuando ambas son poca cosa, un mundo interior, prácticamente secreto, un simple mecanismo para acumular derrotas.
Querría ser Kusturica; no por la fama, o porque sepa hacer música y le llamen etno-punk. No. Querría ser Kusturica y escapar de la tragedia de lo cotidiano con un milagro casero: una cama que vuela o un banquete en el que resucitan los muertos. Claro que eso ya estaba inventado, pero no todos podemos ser García Márquez.
Once días. Han sido once días sin escribir. Once días de fiebre, de proyectos que se amontonan sobre una mesa que ya no da para más. En los que planear una novela, un largo viaje, nuevas aventuras que pronto serán viejas, en los que buscar excusas para no escribir. A veces sucede, claro: te quedas sin nada que decir. La última vez que me ocurrió duró diez años. Quinientas semanas ausente, calcularía Gamoneda.
No ha sido para tanto, pero aún así, gracias por la espera. Prometo regresar.
3 comentarios:
Que la vida nos agarre por las solapas tiene su cosa (para leer la cosa haz click ahí http://historiasdeotros.blogspot.com/2007/11/la-poesa-y-la-vida.html), y en general no es ella la que cuenta los amigos, solemos ser nosotros, a menudo cegados por el exceso de vanidad previo al recuento o porque somos impulsados a hacerlo siempre en momentos bajos en los que no seríamos capaces de encontrarnos ni buscándonos con lupa a nosotros mismos.
Tú deja de escribir, ahora, que lo que no se te disculpa es que no podamos leerte.
bienvenido
Para todo hay rachas, Javier. Incluso para la escritura. Pocas musas hay que quieran mantenerse eternamente junto a su inspirado. Es comprensible.
Yo seguiré por aquí para leerte. Un lector incondicional más.
Un saludo!
Nunca es tarde si la dicha es buena. Decía Monterroso que la hoja y el cerebro de un escritor, deben quedarse en blanco con una cierta regularidad.
Cuida tu gripe.
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