Para Mariano Estilografic
Estábamos disfrutando del puente, tan contentos en nuestra casina de La Bañeza, cuando al bueno de Javierín le dio por las preguntas místicas.
—Papá, ¿por qué quitaron la mili? —quiso saber el querubín.
«Vaya», me dije yo, «ya ha estado el abuelo contando batallitas. Y ahora, ¿qué le digo yo?». La primera intención fue hacer como que no le oía; como si el catarro me hubiera embotado los oídos y el entendimiento, y estuviera estrenando un oportuno blindaje contra asuntos incómodos. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que esa actitud tan poco pedagógica no iba a conducir a nada. Bueno, a algo sí: a que repitiera la pregunta, y con insistencia redoblada. Podría probar con la técnica gallega, me dije, pero era demasiado tarde: ya estaba respondiendo.
—Porque ya no hacía falta, hijo.
—Y, ¿por qué?
—Porque ya no valía.
—¿Como las pesetas?
—Sí, bueno; más o menos como las pesetas.
—Ah… Pero si tú siempre lo cuentas todo en pesetas…
«Esto me gusta todavía menos», me dije. Es lo que tiene tener niños, que en cuanto les da la gana te sacan los colores. Sin embargo, ya se sabe: cuando se empecinan con un tema, no hay quien les saque de él.
—¿Y a ti te mandaron a la mili, papá?
—Sí, hijo.
—¿Y para qué servía la mili?
En ese momento te invaden unas ganas tremendas de darte a la sinceridad como quien se da a la bebida pero, claro, el pobrecín tampoco tiene la culpa de mis meses perdidos haciendo el gamba disfrazado de aceituna.
—Pues... servía para...
Me costó; la verdad, es complicado explicar cosas así. ¿Qué le puedes contar? Y, pero aún: ¿para qué servía, en realidad?
—Mira, hijo, la mili era una especie de entrenamiento; para que, si había una guerra, las personas estuvieran preparadas y supieran lo que tenían que hacer.
Y me quedé tan pancho, a punto de ponerme una medalla, sin reparar en que esa batalla aún no había terminado.
—Y, papá...
—¿Qué...?
—¿Y qué hay que hacer si hay una guerra?
—Correr, hijo, correr.
—¿Correr?
—Eso mismo: coger las maletas y salir corriendo.
—¿A dónde?
—A donde no haya guerra.
—¿Y eso es lo que te enseñan en la mili?
El niño me miraba sin pestañear. La madre, que entraba con la merienda preparada, se quedó paralizada, esperando la respuesta —«¡a ver cómo sales de ese jardín!», decían con picardía sus ojos—; hasta el abuelo, tres cuartos más allá, debía de estar aguantando la respiración, mientras afinaba el oído.
—No, hijo. Eso no te lo enseñan, eso lo aprendes tú solo. Y deja ya de dar guerra, hombre.
Y no sonaba de fondo "Le deserteur", de Boris Vian, pero perfectamente podría haber sonado.
—Papá, ¿por qué quitaron la mili? —quiso saber el querubín.
«Vaya», me dije yo, «ya ha estado el abuelo contando batallitas. Y ahora, ¿qué le digo yo?». La primera intención fue hacer como que no le oía; como si el catarro me hubiera embotado los oídos y el entendimiento, y estuviera estrenando un oportuno blindaje contra asuntos incómodos. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que esa actitud tan poco pedagógica no iba a conducir a nada. Bueno, a algo sí: a que repitiera la pregunta, y con insistencia redoblada. Podría probar con la técnica gallega, me dije, pero era demasiado tarde: ya estaba respondiendo.
—Porque ya no hacía falta, hijo.
—Y, ¿por qué?
—Porque ya no valía.
—¿Como las pesetas?
—Sí, bueno; más o menos como las pesetas.
—Ah… Pero si tú siempre lo cuentas todo en pesetas…
«Esto me gusta todavía menos», me dije. Es lo que tiene tener niños, que en cuanto les da la gana te sacan los colores. Sin embargo, ya se sabe: cuando se empecinan con un tema, no hay quien les saque de él.
—¿Y a ti te mandaron a la mili, papá?
—Sí, hijo.
—¿Y para qué servía la mili?
En ese momento te invaden unas ganas tremendas de darte a la sinceridad como quien se da a la bebida pero, claro, el pobrecín tampoco tiene la culpa de mis meses perdidos haciendo el gamba disfrazado de aceituna.
—Pues... servía para...
Me costó; la verdad, es complicado explicar cosas así. ¿Qué le puedes contar? Y, pero aún: ¿para qué servía, en realidad?
—Mira, hijo, la mili era una especie de entrenamiento; para que, si había una guerra, las personas estuvieran preparadas y supieran lo que tenían que hacer.
Y me quedé tan pancho, a punto de ponerme una medalla, sin reparar en que esa batalla aún no había terminado.
—Y, papá...
—¿Qué...?
—¿Y qué hay que hacer si hay una guerra?
—Correr, hijo, correr.
—¿Correr?
—Eso mismo: coger las maletas y salir corriendo.
—¿A dónde?
—A donde no haya guerra.
—¿Y eso es lo que te enseñan en la mili?
El niño me miraba sin pestañear. La madre, que entraba con la merienda preparada, se quedó paralizada, esperando la respuesta —«¡a ver cómo sales de ese jardín!», decían con picardía sus ojos—; hasta el abuelo, tres cuartos más allá, debía de estar aguantando la respiración, mientras afinaba el oído.
—No, hijo. Eso no te lo enseñan, eso lo aprendes tú solo. Y deja ya de dar guerra, hombre.
Y no sonaba de fondo "Le deserteur", de Boris Vian, pero perfectamente podría haber sonado.
11 comentarios:
A mí me declararon inútil, así que me libré del año aceitunero. Y casi que prefiero no tener hijos, porque si es difícil explicar lo de la mili, imagínate lo que sería explicar la inutilidad...
Espero que hayas ganado la "guerra" a tus gérmenes.
Besitos/azos.
Jaja Los peques dirimen todo argumento que se les ponga a tiro. Son los reyes de la casa sin discusión.
Un cordial saludo.
Jajajajaja, la de veces que habré estado yo a punto de abandonarme a la sinceridad.
Je je... Cuanta curiosidad tiene tu hijo. Yo estoy temiendo ese momento del mío.
Una reflexión. Las guerras son un sinsentido tan inmenso que ni siquiera los niños son capaces de encontrat motivos para llevarla a cabo. Ellos son sabiduría pura aún sin corromper.
Ah! Muy guapo en los vídeos.
Qué bueno.
Me ha encantado eso de que estuviste a punto de darte a la sinceridad como quien se da a la bebida.
Yo creo que es un buen tema para contarle la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Excepto todas esas anécdotas que se suelen contar, esas no.
los niños tienen el don de poner sobre la mesa nuestra estupidez sin disfrazarla. olé por ellos! bueno, releído parece que hablo de tu estupidez, ja ja ja, ya sabes que no, me refiero a que cuando nos enfrentan a determinadas realidades nos damos cuenta de que no tenemos respuestas coherentes! bicos,
Tu comentario me recuerda la representación del Marat-Sade que vi la semana pasada. Magnífica reflexión sobre la inutilidad de los ejércitos. Y medio teatro huyendo en el descanso... Un beso.
Hay que tener mucho cuidado con los niños, necesitan que se les hable con sinceridad (siempre con palabras que comprendan). Nos pueden parecer tonterías, o no, sus ansias de saber pero para ellos es natural y poco a poco van componiendo su realidad. Los padres sois sus protagonistas y no podéis fallar.
Los que tenemos niños/as acabamos acostumbrándonos a este tipo de problemas. Y la verdad es que yo diría que son muy recomendables, no digo los niños, que también, sino los problemas, porque te haces a ti mismo preguntas que nunca antes te hubieras hecho. Es que no acaba uno de aprender.
Te está bien por no darte a la bebida, esto... a la sinceridad, y haberle dicho desde el principio que la mili no servía pa nada.
Jajaja dos post y ya voy con la segunda respuesta...Dejando a un lado la inocencia infantil, la mili la quitaron gracias a las decenas de miles de insumisos que nos negamos a acudir a los cuarteles y a cumplir con el "castigo" de la prestación social sustitutoria cuando todavía se imponían penas de cárcel por tal motivo...El hitlerín no nos podía meter a todos en la cárcel, y se anotó el tanto de que "fue la derecha la que acabó con la mili". Con dos bigotes.
On the other hand, no sé qué motivo tendrás tú para tener hijos, pero yo no podría tenerlos; no porque tengan facilidad para espejarte contigo mismo o convertir las letras del tesoro en simples números rojos, sino porque yo no valgo para domesticar animales en libertad...lo que te queda, nen.
Hey, teacher, leave us kids alone!
Y Anita (¡qué buena estás, Carolina!) los ejércitos no son inútiles y no desaparecerán nunca. Por muchas obras de teatro que se representen...
Bueno, voy a leer el tercer post a ver si me provoca una respuesta...
Publicar un comentario