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miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pachi y el KGB

Se llamaba Pachi, o al menos así le llamaba todo el mundo. Pachi Garay, eso decía su tarjeta de visita. Y con che, porque entonces aún no se estilaba lo de la "tx".

Era amigo —o conocido, o arrimado, o lo que fuera— de mi tío Jose; era uno de los tipos más singulares que pululaban por su casa, a mediados de los años ochenta. A primera vista, parecía un rocker: patillas a pico, completamente arrabaleras; chupa de cuero negro con el forro rojo asomando por los puños, y una especie de tupé engominado. Luego, si te fijabas más, había algunas notas discordantes: pañuelos raros al cuello, chalecos chillones y exceso de pulseras y anillaje; en cualquier caso, demasiado recargado para un rocker, más dados, si se puede decir así, a la sobriedad —dentro de su exagerada parafernalia—.

Porque Pachi, a pesar de las pintas, no era rocker. Le iba una movida rara, que yo en aquella época veía inexplicable: el tango. Y eso que el menda nunca había pisado Argentina, ni le unía nada con ella. Vamos, que ni una triste novieta porteña había tenido. Me pareció entonces la más singular tribu urbana que pudiera existir: los tangueros. Singular, porque sólo tenía un miembro. Poco después llegarían los discos de Malevaje, con su [baja] pasión por el arroyo y los filos de navaja, y mi imagen de Pachi perdió parte de su originalidad, aunque ganó un contexto.

Al tal Pachi le gustaba Gardel y esa música desgarrada, en blanco y negro, pero era un pájaro más de los ochenta: vivía de noche, no trabajaba, no estudiaba... Tendría unos veintipocos, pero estaba tan delgado, con los pómulos afilados como una modelo anoréxica, que parecía mayor. Al parecer, había engañado a algunos conocidos, y le habían puesto entre las manos un goloso juguete: un pub en el centro.

Estaba en Conde Guillén, frente al Tizas —la disco pija de la época—, y había heredado el nombre de KGB. Había sido un local sofisticado, para progres y culturetas, siguiendo la moda del momento de los guiños pro-soviéticos: Tovarich, CCCP, Berlín... eran nombres de algunos bares enrrollaos de primeros de los ochenta.

Pachi decidió reconvertir el KGB en un bar de rockers; pinchando rockabilly e invitando a algunos macarras espectaculares pensó que iba a llenar el KGB de moteros y marilynes. Yo me colé alguna vez —aún no tenía edad ni para pisar por allí— y me dejaba pinchar un rato. Era la primera vez que me acerqué a una mesa de mezclas y, la verdad, no fue para tanto: nunca me ha vuelto a apetecer ser pincha —o diyei, que dicen ahora los enteraos—.

A mí entonces me parecía un mundo fascinante, entre botellas de Four Roses, canciones de Robert Gordon y chicas alocadas con ligas debajo de las faldas de vuelo. Todo tan estrambótico como la tarjeta que me había dado Pachi, y que me franqueaba la entrada al local: era de ante —una buena imitación, por cierto— de color marrón, con las letras en oro, como si las hubieran marcado a fuego.

Y un día, todo terminó. Las puertas del KGB no volvieron a abrir, precintadas por un triste folio con membretes judiciales. Y Pachi desapareció. No supimos nada más de él, excepto aquellos rumores que corrían por todo León: que si se había asociado con un mafioso llamado Valentín y se la había jugado con la caja; que si su afición a ciertas sustancias ilegales le había jugado una mala pasada; que si debía dinero a todo el mundo y había puesto tierra de por medio... Hubo muchas hipótesis, pero una sola evidencia: que nadie volvió a verle el pelo.


Años, muchos años después, encontré en casa de mi tío una postal de Pachi. Ni palabra de los motivos de su desaparición, aunque mi tío me contó que debía de haber un poco de todo. Lo único seguro es que vivía en Escocia, había acabado la universidad, se había casado —o, más bien, había dado un braguetazo— y ahora era un tipo respetable, un profesor, sin patillas ni pómulos de yonki. Nada que ver con aquel chaval, al que me gustaría encontrar un día y que me contase qué ocurrió en realidad, mientras nos destrozamos el hígado y de fondo suenan los tangos más viejos y más triste.

15 comentarios:

Tawaki dijo...

Espero que nos pongas al día si es que llegas a saberlo, porque la historia engancha.

Un abrazo,

Anónimo dijo...

Que a pasado con los rockers...hace tiempo que no veo ninguno..siempre me llamaron la atención...

estilografic.blog dijo...

Muy buena historia, Javier. Todo un personaje, el tal Pachi. Tiene una entrevista.

Anónimo dijo...

Yo creo que en el fondo a todos llevamos a un Pachi dentro, pero somos cobardes y jugamos a vivir.

Mariano Zurdo dijo...

Sería curioso ver cómo recuerda Pachi esos días, sin con nostalgia, con cariño, o por si otro lado reniega de ellos.
Besitos/azos.

hombredebarro dijo...

Yo fuí rocker durante un día, uno solo, quiero decir, que tuve la pinta, en plena manifestación contra la entrada de España en la OTAN. Pero la chulería es algo que se lleva por dentro, ser rocker es ser uno muy chulo y eso, macho,no hay manera de borrarlo. Por las patillas te lo juro.

Anónimo dijo...

Hombre, el rock and roll no se muere nunca, por cierto que me he enterao que el 25 toca Chuck Berry en Burgos.
Qué guapo debía ser ese bar, hasta el nombre me gusta, sonando allí Too fast to live too young to die entre birras y chavalas. Ay, mira que me pongo nostálgico y eso sin haberlo conocido (ya lo decía Sabina en una canción de reminiscencias tangueras, no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió).
Rock and Roll is here to say!
Keep On Rockin'!

Neres dijo...

Creo que mi temporada pachista fue en la secundaria, con fotos en la que yo ni me reconozco, te agarras de una imagen o una canción y te disfrazas de ella. Y ahora que eres otro (en el mejor de los casos) mucha gente es la que se acuerda de ti en ese entonces, y nosotros solo tenemos fotos.

un abrazo.

Neres dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Podría escribirse un tango al Pachi.

::mer:: dijo...

llevaba tiempo sin pasarme por aquí, y esta entrada me ha gustado un montón, enhorabuena!!!
ponga un Pachi en su vida!!!
qué personaje!!!

AdR dijo...

Qué buen recuerdo de juventud. Casualmente en el pueblo de Cádiz donde me crié también había un KGB que tuvo una época rocker, era de mis pubs favoritos.

También lo recuerdo con añoranza.

Un abrazo

Desesperada dijo...

quizá no era una vida tan mágica como te parecía, si decidió dejarla atrás, je je je

Anónimo dijo...

Lo que me parece curioso es que escribas sobre una persona real y te inventes los huecos para moldear tu relato, yo conozco muy bien toda la historia y doy fé de que muchos datos son falsos y algunos alimentados por la leyenda. Los años ochenta fueron una etapa dificil de explicar en el contexto actual, el "no future" se refería a vivir solo el presente, se ignoraba el futuro. Patxi vive y vivió la vida que pudo, vivió en Bélgica, Escocia, Marruecos, Turquia, luego Granada y Asturias.. habla tres idiomas y posee una cultura muy amplia, pero no le verás en un despacho.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Anónimo, no sé qué es lo que dices que me invento… Por supuesto que todo se "moldea" para que cuadre el relato, aunque mi intención no es hacer leña de un tipo al que admiré tanto como Pachi, más bien al contrario. Pero si sabes algo más de Pachi, ponme un correo y cuéntame.