El zurdo —y sin embargo amigo— escritor Mariano Vega nos ha regalado hoy un relato inconcluso, retando a quien se atreva a añadirle el final. Y yo, que no veo el peligro, me he permitido intentarlo. Eso sí, para quien quiera entender algo, lo mejor será leer desde el principio el texto de Mariano. Y ya saben: las reclamaciones, al Zurdo.
22:18 y allí no aparecía la chica; «Mal momento para una broma», masculló el hombre, sin percatarse de los movimientos a su espalda. Se llevó al oído el reloj que acababa de cederle tan amablemente aquel melenudo del vagón; nada, ninguna pista.
Y, de pronto, cuando ya estaba cogiendo el móvil para acabar con aquel despropósito, alguien le pidió la hora.
—Ni idea, chaval —gruñó—. Y desaparece.
En ese momento levantó la vista, ensayando su mueca más amenazante. Casi no le dio tiempo a sorprenderse al comprobar que quien le preguntaba era, precisamente, el melenudo, el dueño del reloj que acababa de robar. No le dio tiempo, porque un tremendo golpe en la nuca le derribó, haciéndole caer al suelo. Tras él, dos compinches del muchacho de la coleta le atizaban con las obras completas de Quevedo, en dos volúmenes encuadernados en madera.
En medio de la lluvia de golpes, llegó el metro. Una espectacular rubia, con una novela de Dante Bertini bajo el brazo y una camiseta en la que la bandera de Noruega ondeaba sin necesidad de viento, bajó del vagón. Miró a un lado, al otro, y luego resopló con fastidio, antes de volver a entrar en el tren. Uno de los dos lectores de Quevedo soltó tu tocho, y de un salto entró en el vagón justo antes de que las puertas se cerrasen.
—Me llamo Carlos, pero puedes llamarme Clandes —dijo a la rubia, con su sonrisa más seductora —. Por cierto, ¿conoces la calle Sacramento? ¿No?
Fuera, mientras el metro se alejaba, el melenudo y su compinche seguían apaleando al hombre de los dos relojes.
—Por favor, por favor... —suplicaba, entre sollozos. Sólo acertó a decir:— ¡Soy periodista...!
—¿Periodista? —bramó Estilografic—. ¡Dale más fuerte, Mariano, que se lo merece!
NOTA: Hay más propuestas de final para el relato de Mariano. Echadle un vistazo al de Estilografic y al de Scriptorium54.
Y, de pronto, cuando ya estaba cogiendo el móvil para acabar con aquel despropósito, alguien le pidió la hora.
—Ni idea, chaval —gruñó—. Y desaparece.
En ese momento levantó la vista, ensayando su mueca más amenazante. Casi no le dio tiempo a sorprenderse al comprobar que quien le preguntaba era, precisamente, el melenudo, el dueño del reloj que acababa de robar. No le dio tiempo, porque un tremendo golpe en la nuca le derribó, haciéndole caer al suelo. Tras él, dos compinches del muchacho de la coleta le atizaban con las obras completas de Quevedo, en dos volúmenes encuadernados en madera.
En medio de la lluvia de golpes, llegó el metro. Una espectacular rubia, con una novela de Dante Bertini bajo el brazo y una camiseta en la que la bandera de Noruega ondeaba sin necesidad de viento, bajó del vagón. Miró a un lado, al otro, y luego resopló con fastidio, antes de volver a entrar en el tren. Uno de los dos lectores de Quevedo soltó tu tocho, y de un salto entró en el vagón justo antes de que las puertas se cerrasen.
—Me llamo Carlos, pero puedes llamarme Clandes —dijo a la rubia, con su sonrisa más seductora —. Por cierto, ¿conoces la calle Sacramento? ¿No?
Fuera, mientras el metro se alejaba, el melenudo y su compinche seguían apaleando al hombre de los dos relojes.
—Por favor, por favor... —suplicaba, entre sollozos. Sólo acertó a decir:— ¡Soy periodista...!
—¿Periodista? —bramó Estilografic—. ¡Dale más fuerte, Mariano, que se lo merece!
NOTA: Hay más propuestas de final para el relato de Mariano. Echadle un vistazo al de Estilografic y al de Scriptorium54.
12 comentarios:
Jajajajajaja, buenísimo final, Javier.
Gracias por seguir el juego de este pobre loco.
Entre todos estáis mejorando un texto que salió de una diarrea mental vírica profunda que se empeña en no irse...
Besitos/azos.
Se lo merece, se lo merece, ya lo creo que se lo merece.
Qué bruto eres, ¡con dos volúmenes de Quevedo!, parece una peli de Scorsese.
Jajajajaaj, fantástico. Me encanta esta modalidad de meter personajes reales en historias ficticias. ¿Porque esto es ficticio, verdad? ¿o acaso sabes algo, que los demás desconocemos, de la vida de estos tres individuos?, jajajajajajaj
Vitru, no tengo ni idea... lo que me han contado, nada más.
Javier, nunca te había leído nada literario. Fantástica prosa. También me ha encantado lo de los volúmenes de Quevedo.
También voy a animarme. A ver si a zurdo le queda hueco.
Un saludo!
Intento enlazaros a ti, a Estil, y a Scriptorum, que tambien lo ha escrito pero no puedo. Me está fallando el blog, y la entrada aparece y desaparece, así como los comntarios de la anterior entrada. Intentaré arreglarlo.
Me encanta, me encanta este final de novela negra.
Para que luego diga Mariano que sus deshonestas proposiciones no tienen éxito.
Eres un crack.
Gracias por el cameo, me siento como un actor.
que bueno, me estoy imaginando a los dos forrándole a hostias al de los relojes con los dos tomos editado en madera, me descojono, muy bueno si señor y pa remate lo del periodista, jejeje, cojonudo...
Pues a mí me ha dejado fascinada la frasecita ésta: " y una camiseta en la que la bandera de Noruega ondeaba sin necesidad de viento".
Genial, Javier, sencillamente genial.
¡Bravo!
;-)
Besos
Jajajajajaja, buenísimo el final.
ya me he leido todos los finales, de paso te saludo!!!
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