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jueves, 19 de julio de 2007

Virtudes (3ª parte): Caridad


El cuadro que podéis ver arriba —aunque parezca increíble— lo pintó Picasso. Cierto que aún no era Picasso, sino más bien Pablo Ruiz, un chaval de 17 años, y lo tituló «Ciencia y caridad».
Y ciencia tendrá mucha, pero caridad... resulta que la obra está registrada, protegida y contrachapada por la VEGAP —la SGAE de las artes plásticas—, y lo mismo me estoy jugando un multazo y unos azotes en la plaza pública, por utilizarla sin permiso. Y sin pagar, claro. Aunque bueno, si los herederos de Picasso creen que debo remunerarles por este uso y disfrute de su propiedad, estoy dispuesto a cederles el 10% de los ingresos que me generará este artículo del blog. Para que vean que yo sí soy caritativo, más que nada.

La caridad, que se estiló mucho durante siglos, ya no está de moda. En el Antiguo Régimen se practicaba mucho, por sus reconfortantes efectos sobre la conciencia. No hay más que leer cualquier novela picaresca para entender que España era un imperio de mendigos, encabezado por unos nobles muy caritativos.
Sin embargo, con aquel asunto de La Bastilla y esos revolucionarios cortes modernos, como que a los poderosos se les quitaron las ganas de compartir las migajas. Porque una cosa es tirar monedas a la salida de la iglesia, y otra bien distinta que se te suban a las barbas.
En Santander, por ejemplo, debía de ser muy divertido lo de lanzar cuatro perras al agua, para ver cómo se zambullían a por ellas los raqueros, unos chavalucos desharrapados que deambulaban por la bahía como aprendices de buscavidas.

Y es que, claro, la caridad está muy bien, uno se siente casi un santo compartiendo lo que le sobra, pero la caridad de la época no hacía sino maquillar —y muy levemente— la flagrante injusticia de la sociedad estamental. Como usar una tirita para frenar un hemorragia masiva.

Las cosas cambian, y mucho, en el siglo XIX: la caridad pasa a llamarse "justicia social". Después de mucho derramamiento de sangre, parece claro que algo hay que hacer con las bolsas de pobreza, antes de que los recluten los comunistas o los anarquistas, y lo pongan todo perdido de bombas. Aunque fuese a la fuerza, la situación mejoró sensiblemente: la iglesia promulgó su "doctrina social", e incluso un kaiser germánico, al que le debió de llegar el humo de las barricadas parisinas, inventó lo que hoy conocemos como "seguridad social".
Poco a poco, el propio estado fue haciéndose cargo de la beneficencia, y asumiendo que no se puede depender de la filantropía. Y, como oposición a los experimentos de socialismo real, en el privilegiado mundo occidental conocieron el tan cacareado "estado del bienestar". Cierto que a nosotros poco nos ha tocado —los estertores, no más—, pero hasta el desmoronamiento perestroiko se consiguió avanzar un gran camino, que esperemos no se desande ahora tan rápido como amenaza.

La cuestión es que, últimamente, a la caridad se le llama «solidaridad». Será por lo que el nombre tiene de connotación religiosa, pero a mí me da que ambos conceptos, sospechosamente, se parecen mucho.
La solidaridad consiste en donar un poco de lo que tienes, voluntariamente y a título personal. En apoyar con tu trabajo altruista una causa que consideras justa, pero que el Estado, las multinacionales o el poder establecido no acomete. En dedicar tus veranos, o algunos años de tu vida, a trabajar en los países necesitados. En ayudar, de muchas maneras, a los desfavorecidos de allí y de aquí.
¿Por qué digo que se parece a la caridad? Porque se trata de restañar heridas, pero no de evitarlas. De paliar las tremendas consecuencias de un sistema injusto en el que hay arribas y abajos, nortes y sures, privilegiados y muertos de inanición. Y ayuda, claro que ayuda. Igual que la moneda de la noble piadosa alegraba la semana del mendigo. Pero no soluciona el problema. Y los problemas no son superficiales, sino estructurales. Mucha globalización, mucha solidaridad, mucha foto de políticos y embajadores de buena voluntad, pero todos sabemos los porqués de muchos de estos dramas del mundo. Y no hacemos nada. Bueno, sí: limpiar el polvo. Muy caritativamente, claro.




14 comentarios:

rakel dijo...

y tu propuesta es....

no es por nada, pero hoy estás un pelín cínico o me lo parece a mi, xavi?
no es que no esté deacuerdo en ciertas cosillas, pero...uf!
aunque siempre es un placer leerte.
bjs!

Mariano Zurdo dijo...

Gracias a la desaparición de la caridad como tal (dad de beber al sediento y ropa al harapiento)y a la aparición de otras formas de ayuda, las ong´s serias están haciendo una magnífica labor en muchos lugares del mundo. ¿Insuficiente? Pues claro. Hasta Caritas abandonó la caridad pura y dura y sus proyectos de desarrollo van más allá de saciar las necesidades.
La caridad tienen un componente limosnero de te doy lo que me sobra pero no me pidas que haga nada más. Fue un freno en muchos aspectos.
Me está encantando la serie "Virtudes". ¡Cómo será la de los vicios...!

Erayo Peroyano dijo...

Esto de la caridad a mi también me ha producido siempre un sentimiento de cinismo, porque para lo único que valía era para apaciguar conciencias sin solucionar ni en una milésima parte los problemas, como bien decías.
De la seguridad social podríamos hablar largo y tendido, pero ésta empieza a ser un verdadero logro cuando se convierte en universal, es decir cuando al sistema profesional se une otro asistencial, que aún en nuestros días deja mucho que desear. Fue un gran paso en las conquistas del Estado del Bienestar y no es la panacea, pero mejor eso que el sistema estadounidense del sálvese quien pueda, o mejor, quien tenga.

Yo desde que de su homóloga en latín, "Caritas" se apropiaron unas monjitas bien intencionadas, que deben obediencia al tipo que vive en uno de los Palacios más grandes y lujosos del mundo, con una fortuna inmensa, ahí ya me quedó confirmada la hipocresia que a día de hoy se encierra en la inmensa mayoría de los que hacen gala de esta virtud.

Yo estoy con Mariano, a la espera de que surja la sección de los vicios o pecados, porque de eso entiendo más que de virtudes.

Un saludo.

Isabel Barceló Chico dijo...

Creo que hay una diferencia fundamental entre la caridad y el estado de bienestar o solidaridad institucional. La caridad, como bien señalas, responde a una acción individual y arbitraria: doy una limosna a quien quiero, el día que quiero y la cantidad que quiero porque me sobra y, además, ese pobre niño me da pena. La solidaridad institucional, por el contrario, se funda en el derecho. El derecho a la eduación, a la atención sanitaria, a disfrutar de una pensión no contributiva, a recibir ayudas públicas cuando la persona no se basta para cubrir sus necesidades. En este caso, se "redistribuye" la riqueza, prestando servicios que alcanzan a todos, incluso a quienes no pueden contribuir pagando.
Es evidente que no hemos alcanzado los niveles deseables de protección social, pero hace años que se terminó el tener que ir a misa para que luego las señoritas o señoras de la parroquia te dieran un kilo de arroz. La diferencia es fundamental y tiene que ver, directamente, con el reconocimiento de los derechos que, como ciudadanos, tenemos. En fin, disculpa esta perorata. Durante muchos años he trabajado en los servicios sociales y sé de lo que hablo. Saludos cordiales.

Luis López dijo...

Interesante reflexión. Picasso ya destacaba con esa maravillosa obra a los 17 años.
Saludos.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Rakel: Yo no soy ni un gurú ni un ideólogo; tengo algunas ideas pero dios me libre de hacer propuestas concretas. Aunque creo que, si lees entre líneas, las propuestas van implícitas. Básicamente se trata de buscar la raíz de los problemas y no contentarse con barrer la punta del iceberg.
Y cínico, lo que se dice cínico... pues espero que no. Yo creía que estaba más bien irónico. Pero te agradezco que expongas tu opinión, y sin cortarte: lo que yo cuento, a fin de cuentas, es lo mismo, mi punto de vista, que vale igual que cualquier otro, y está sujeto a crítica.
Pero, la verdad, me gustaría que especificaras qué es lo que te ha parecido ¡uf!, porque un buen debate siempre se agradece.
Un abrazo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Querido Mariano:
Ya me gustaría a mí hablar de los vicios, pero es que no tengo material suficiente... ejem, ejem... tendría que hacer un estudio de campo, y no creo que me dejen en casa.
Un abrazo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Roberto:
Estoy contigo; lo que tenemos no es gran cosa, pero es una gran conquista social que costó mucho conseguir, y no deberíamos cerrar los ojos cada vez que voces interesadas piden que se desmantele. Sobre todo, porque detrás se desbarataría todo el sistema de garantías y derechos que, aún de modo imperfecto, disfrutamos en occidente.
Un abrazo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Isabel:
Muchas gracias por aportar tu autorizada visión. Por supuesto, nada que objetar a tu distinción entre caridad y estado del bienestar.
Sin embargo, cuando hablo de "solidaridad" como versión moderna de la caridad no me refiero a la solidaridad institucional —que no sólo me parece positiva, sino imprescindible—, sino a las actitudes más individuales, fundamentalmente transnacionales, en las que se trata de ofrecer "paliativos", y no se afrontan los problemas estructurales.
Otra cosa es la que tú tan acertadamente señalas: los derechos que tenemos como ciudadanos, que ojalá alcanzasen a todos los ciudadanos, pero del planeta. Es decir, si tuviera que inventar una consigna, sería: «globalización para todos».
Un saludo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Amigo Asfoso:
Lo más curioso del cuadro de Picasso es precisamente eso: que sea suyo. Porque tenemos la impresión de que los genios del abstracto pintaban lo que les daba la gana, y resulta que en el caso del malagueño era así: podría haber pintado como hubiera querido, porque le sobraba talento.
Un abrazo; ¿qué tal ese FIB?

Anónimo dijo...

bueno, quizá no te gusta lo de cínico. entiendo, a mi es una palabrita que se me viene a la cabeza muchas veces, caso este. precisamente cuando uno ironiza con las verdades más irientes, epa! ahí está.
uf!= viene siendo precisamente eso, lo qué dices, cómo lo dices, me hace pensar, y tal vez no esté en lo cierto, que somo s unos aburguesados, cómodos, limosneros, con la conciencia más tranquila y una imagen más laica. y si, lo seremos, pero decirlo asi, es pupita!
tal vez no lo haya entendido en su verdadero sentido, pero me encanta opinar, hablar, y si estuviesemos en el húmedo de vinos...sería un debate perfecto. precisamente alli es donde más me gusta arreglar el mundo...;P
perdona por mi franqueza, poco tacto, tal vez?, pero no era ese el tono, en serio. ya sabes que no siempre escribo tal y como me gustaría.
besos!

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Querida Rakel:
Seguramente soy yo el que no se explica bien. A mí me parece perfecto que, si el artículo te ha parecido cínico, que lo digas. Desde luego, cosas peores se podrían decir, y no pasa nada.
Me parece muy bien que opines y digas lo que quieras. Pero, en contrapartida, yo también podré defenderme, ¿no?
Además, siempre es interesante expresar los desacuerdos, porque así podemos intercambiar impresiones, lo que suele ser muy útil.
Y claro, esto en el Húmedo sería mucho mejor...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Como te has puesto en plan Hobbes, "homo homini lupus", anoto una curiosidad y es que esta famosa frase es originaria de Plauto, o más bien la idea de la frase. Que conste que yo, no creo ni lo uno ni lo otro, siempre en un dorado equilibrio o aurea mediocritas, que decía Horacio. Vaya con los clásicos :-)

Filisteum dijo...

Ayer como hoy, la caridad y la solidaridad cumplen la misma función: hacer al pobre consciente de su dependencia y al rico de su poder.