Lo de los agujeros negros no es nada; mucha libro de ciencia ficción, mucha peli chula de marcianitos, pero en el fondo, na de ná. Si, en realidad, ¡hasta están vacíos! Sin embargo los bolsillos... esos sí que tienen tela que cortar.
Los bolsillos son unos agujeros muy peligrosos. Los míos, por ejemplo, son un campo minado que ríete tú de los tomates de los calcetines del pobre hombre aquel que dirige el Banco Mundial. Y, además, es algo estacional, porque tendríais que verlos a fin de mes, lo mustios que se ponen... Yo no sé si es un defecto de fábrica, o cosas de la globalización y la deslocalización, pero me da que los hicieron en las Bahamas, porque es meter algo en ellos y ya nunca más se supo; como si entrasen en el famoso Triángulo. Y es que, por mucho que entre, nunca hay nada dentro.
Mi abuelo —que cuando quería era un cachondo—, solía decir que sólo le pedía a la vida un bolsillo en el que, al meter la mano, siempre encontrase un billete de mil pesetas. Como aspiración, la verdad, no estaba mal, pero me temo que nunca llegó a encontrarlo. Igual mi otro abuelo, que había sido sastre, podría haberle echado una mano, pero me da que la cosa no era tan sencilla.
Los bolsillos, además, son una de las partes más delicadas de la anatomía humana. Si tocar las narices a alguien —y alguna otra cosilla menos decente— suele producir resultados inmediatos, no te digo nada de tocar el bolsillo: a nadie le deja indiferente.
A mí siempre se me olvidan ahí muchas cosas: papeles con teléfonos anotados, con ideas geniales para novelas que nunca más volveré a tener, con direcciones y con citas...
Lo terrible es que luego echas la ropa a lavar y, un día, metes la mano en el bolsillo y te encuentras una forma dura de papel maché, una pasta solidificada de la que ya es imposible extraer ninguna información. ¡Cuántas novias no se habrán perdido por culpa de un bolsillo malévolo!
Y luego están las monedas y los billetes que se te olvidan; en ocasiones se lavan y quedan algo descoloridos; las monedas, en cambio, da gusto verlas. Pero otras veces te pones una chaqueta y, cuando vas a pagar el café, te encuentras un billetito de 20 euros y te alegra la mañana.
O, aún peor, te encuentras un billete de mil duros, y te pillas un mosqueo del dos, porque ahora ya no vale nada y seguro que cuando lo perdiste te habría alcanzado para una mariscada. Y piensas: coño, igual debía de lavar más a menudo esta cazadora, ¿verdad? Que el euro entró hace ya mucho.
Sin embargo, de todos los bolsillos, los que más me han enternecido siempre son los de infancia. Siempre llenos de arena, claro —como una canción de Manolo García—, pero también de canicas, de briznas de hierba, de chapas y hasta rabos de lagartija. Y eso no cambia, porque ayer, recogiendo la ropa de invierno del niño, me dio por mirar en los bolsillos, y allí estaba el cromo del futbolista, los fósiles de pipas al ketchup, el papelito arrugado y el caramelo de menta sin abrir. Y me atrapó aquel bolsillo, aquel agujero negro, que me trasladó en el tiempo y el espacio a unos años y a unos escenarios en los que aquel tesoro podría haber sido perfectamente el mío.
Los bolsillos son unos agujeros muy peligrosos. Los míos, por ejemplo, son un campo minado que ríete tú de los tomates de los calcetines del pobre hombre aquel que dirige el Banco Mundial. Y, además, es algo estacional, porque tendríais que verlos a fin de mes, lo mustios que se ponen... Yo no sé si es un defecto de fábrica, o cosas de la globalización y la deslocalización, pero me da que los hicieron en las Bahamas, porque es meter algo en ellos y ya nunca más se supo; como si entrasen en el famoso Triángulo. Y es que, por mucho que entre, nunca hay nada dentro.
Mi abuelo —que cuando quería era un cachondo—, solía decir que sólo le pedía a la vida un bolsillo en el que, al meter la mano, siempre encontrase un billete de mil pesetas. Como aspiración, la verdad, no estaba mal, pero me temo que nunca llegó a encontrarlo. Igual mi otro abuelo, que había sido sastre, podría haberle echado una mano, pero me da que la cosa no era tan sencilla.
Los bolsillos, además, son una de las partes más delicadas de la anatomía humana. Si tocar las narices a alguien —y alguna otra cosilla menos decente— suele producir resultados inmediatos, no te digo nada de tocar el bolsillo: a nadie le deja indiferente.
A mí siempre se me olvidan ahí muchas cosas: papeles con teléfonos anotados, con ideas geniales para novelas que nunca más volveré a tener, con direcciones y con citas...
Lo terrible es que luego echas la ropa a lavar y, un día, metes la mano en el bolsillo y te encuentras una forma dura de papel maché, una pasta solidificada de la que ya es imposible extraer ninguna información. ¡Cuántas novias no se habrán perdido por culpa de un bolsillo malévolo!
Y luego están las monedas y los billetes que se te olvidan; en ocasiones se lavan y quedan algo descoloridos; las monedas, en cambio, da gusto verlas. Pero otras veces te pones una chaqueta y, cuando vas a pagar el café, te encuentras un billetito de 20 euros y te alegra la mañana.
O, aún peor, te encuentras un billete de mil duros, y te pillas un mosqueo del dos, porque ahora ya no vale nada y seguro que cuando lo perdiste te habría alcanzado para una mariscada. Y piensas: coño, igual debía de lavar más a menudo esta cazadora, ¿verdad? Que el euro entró hace ya mucho.
Sin embargo, de todos los bolsillos, los que más me han enternecido siempre son los de infancia. Siempre llenos de arena, claro —como una canción de Manolo García—, pero también de canicas, de briznas de hierba, de chapas y hasta rabos de lagartija. Y eso no cambia, porque ayer, recogiendo la ropa de invierno del niño, me dio por mirar en los bolsillos, y allí estaba el cromo del futbolista, los fósiles de pipas al ketchup, el papelito arrugado y el caramelo de menta sin abrir. Y me atrapó aquel bolsillo, aquel agujero negro, que me trasladó en el tiempo y el espacio a unos años y a unos escenarios en los que aquel tesoro podría haber sido perfectamente el mío.
12 comentarios:
Esa nostalgia maravillosa siempre nos llega
Un abrazo
A mi me gusta mucho cotillearle los bolsillos a mi hija, ahora que todavía puedo, porque siempre encuentro cosas que valer no valen nada, pero que a mí tambien me recuerdan a mi infancia.
Bueno, no valdrán nada para los demás, pero para mi valen mucho, y para ella no digamos, que por eso las guarda.
Muy bonito post. Un abrazo.
No me acordaba, joer, es increíble como todos hemos sido niños de igual manera. Lo de bolsillo con arena me ha llegao, yo recuerdo que metia conchas y arena de playa en verano, para tenerla en casa...
Muy buen post, si, salud!
Soy de la opinión de los anteriores, un muy buen post que seguro que también les ha arrancado la misma sonrisa que a mi al verse identificados con ese niño con los bolsillos cargados de auténticos tesoros... más que el billete de 20 € que ya pudiera yo encontrarme hoy al bajar al bar a tomar las cañas de rigor...
Un abrazo.
En mis bolsillos siempre hay restos de papeles, pelusa, basurilla... Menos dinero cualquier cosa (tampoco nada que echarse a la boca). De niño mi madre me enseñó a no tirar nada al suelo. Cogía los desperdicios y se los guardaba, como si fuera una papelera andante. Y recientemente me he descubierto haciendo lo mismo. Resulta curioso darse cuenta de lo poco originales que en verdad somos. Comportamientos que creemo nuestros son en verdad aprendidos e imitados inconscientemente por nuestro cerebro. ¿Sería mi abuelo el que llevaba los bolsillos a reventar de porquerías? Probablemente.
Yo odio los bolsillos de mi bata (la de laboratorio claro) porque siempre empiezo a acumular cosas en ellos hasta el punto de tener que desabrocharmela: la cartera, el movil, bolis, lápices, rotuladores, etiquetas de aprobado (o rechazado según el caso), papeles, fórmulas...vamos como un "microcamarote de los hermanos Marx".
De pequeña hacía algo parecido con el "babi", esto no lo he perdido con los años,jaja
Besos
JAJAJAJAJA, a mí todavía me pasa que se me olvida sacar las cosas de los bolsillos de los pantalones :S
Lo peor es que hago lavado de dinero: Sí, sale tan reluciente y tan limpias las monedas que parecen nuevas :P
También los papeles que son importantes pierden la info y eso es lo que me desespera, pero todo por no revisar antes.
Aloha! Le envío un saludo y un abrazo desde Hermosillo (en México) donde estamos a 44 grados :S jeje
Lalo.
a mi me pasa pero con las bolsas de mano, no me gusta cambiarlas tanto, así que uso una que según yo combina con todo y la regla es no meterle nada que tenga respire, o tenga fecha de caducidad.
los papelitos con notas luego me sirven para poner otras notas!!
a los bolsillos de mi aprendiz de hombre araña mejor no les busco, me da miedo no salir.
saludos y que estés bien.
¡Unidos por los bolsillos! Es curioso como todos en mayor o en menor medidas hemos echado la vista atrás recordando cosas parecidas.
Magnífica entrada. Póngame a los pues de sus billetes de cinco mil pesetas (hay que fastidiarse lo bien que suena todavía la palabra peseta...).
Ver qué guarda alguien en su bolsillo es una forma interesantísima de saber quién es.
¡Y esos bolsillos en los que se te destinta el boli ¿qué?!
ehhhh y lo que mola cuando aparece dinero vuelto de algún viaje por esos agujeros negros! aunque sea un euro, cómo mola, ja ja ja ja
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