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domingo, 25 de noviembre de 2012

Curueño


Acabo de ver en el blog de Raquel Paraíso una serie de fotos de un mercado —de la plaza, que se dice en León— y resulta que había una foto de un puesto que vendía moras. Y me he quedado inmóvil un rato, con la vista fija en la pantalla, como si fuera Homer Simpson; sólo que, en vez de rosquillas, yo pensaba en moras. «Moras… ¡hmmmm!».
Creo que el refrán dice más o menos así:

La mancha de la mora,
con otra verde se quita.


Y que viene a decir que, si te deja la novia, la olvidas echándote otra. Claro que esto es interpretación mía, y lo mismo es en realidad una versión primitiva de los anuncios de detergente*. Pero bueno, lo que a mí me interesa ahora son las moras. Porque ya es tiempo de moras y este año aún no he probado ninguna.

No sé qué tiene lo de las moras, pero siempre me ha encantado. Será el placer de recorrer el campo, o el regusto atávico de sentirte recolector por un rato, avivando ese primate que todos llevamos dentro. No sé; el caso es que no hay nada mejor que perderte por el campo en septiembre, y volver con una bolsa llena de moras.
A mí me gustan las moras de zarza; las de morera son más espectaculares, tan grandes y cónicas, pero no tienen el mismo sabor que las silvestres. Y no es lo mismo que comerlas con las manos llenas de arañazos, mientras te juegas el tipo por alcanzar esa pieza tan apetitosa, que no alcanzas más que de puntillas, y está custodiada por un centenar de espinas.

De niño solía ir con mi amigo Lorencín en bicicleta hasta Villaobispo, un pueblo pegado a León, y nos pasábamos la tarde en el Camino del Vago, cogiendo moras. Luego nos acercábamos hasta la fábrica de gaseosas, y a veces nos invitaban a alguna. Veinte años después, es mi hijo quien me acompaña; en Astillero cogemos las bicicletas y recorremos una antigua vía de la Feve, reconvertida en paseo campestre, que nos lleva hasta Cabárceno. Son apenas una docena de kilómetros, pero volvemos nuevos. Y cargados de moras. Lástima que este año se nos ha quedado la bicicleta en León.

El lugar del mundo que más asocio con las moras, su hábitat natural, es Santa Colomba. Mi pueblo tan querido y tan odiado. Ir en septiembre a la ribera del Curueño era perderte durante horas recorriendo los caminos, bordeando el canal, yendo a la fuente o al río, adentrándote entre la maleza... lo que sea, pero recogiendo moras.

Sin embargo, hace un par de años que me cuesta encontrarlas. Debe de ser cosa del progreso, no sé, pero últimamente se ha impuesto en el pueblo la moda de arrancar las zarzas. Antes estaban por todos lados; de hecho, había más que tapias. Pero parece que ya no sirven, y han perdido su función ancestral, la servir de linde a los prados y huertas. Y es que claro, donde esté un buen pastor eléctrico**...

Y me fastidia no encontrar moras, porque me quedo sin una de mis especialidades culinarias: el guisote. Ni idea de dónde sale el nombre, pero esta delicia es una especie de ensalada de moras, espesada con miga de pan, que sirve para endulzar las penas de septiembre. Lástima que este año no voy a poder prepararlo. A menos que os animéis alguno a acompañarme al campo, claro.




* Ay, los anuncios de detergente... un día tengo que escribir sobre ellos. ¿Quién ha olvidado a Manuel Luque, el de Camp? Sí, sí, el de «Busque, compare, y si encuentra algo mejor…». El payaso desteñido, el blanco más blanco... Es probable que esa publicidad haya causado daños cerebrales irreversibles a generaciones enteras de españoles, y nadie lo denuncia.
** Lo del pastor eléctrico tiene guasa: es el famoso cable ése que "muerde". Está conectado a una batería, y al tocarlo suelta una descarga eléctrica. Lo usan para las vacas, pero también es efectivo con humanos.




8 comentarios:

Mariano Zurdo dijo...

Está visto que hoy me toca rememorarma la infancia.
Todavía recuerdo esas acampadas con los scouts, esas caminatas por la sierra madrileña, por sus estribaciones o aún más lejos.
Esa recolecta de moras que iba de la zarza a la mano y de la mano a a la boca y de la boca a... Me callo esto último.
Ahora ya no recolecto moras. Tanto que se me había olvidado que era época de ellas.
Preciosa entrada, compañero.

Anónimo dijo...

Un plato con moras?, pues ya puedes ir dándonos la receta, que seguro que esta riquísimo.

Yo intentaré escaparme a apañar alguna, que también me encantan, aunque ya las caté en Valderredible, con alguna andrina....

Vilos Cohaagen dijo...

Tampoco hay moras de la morería que busquen a su habibi en los mercados mozárabes. Todo se pierde, las últimas que me he comido estaban muy secas.

Raquel dijo...

Me paseo contigo por los lugares donde yo también recogía moras.

Receta del guisote, por favor. ¿Me cuentas cómo se hace?
Un abrazo

Desesperada dijo...

oye, y tú cuando cogías moras, las aplastabas y hacías aquella especie de pastelote, ¿le llamabas papagayo? dios, qué panzadas de moras me he pegado yo en mi infancia!

Antonio Toribios dijo...

Ay, las moras... recuerdo de un mundo en vías de desaparición. Algunos años los espinos se ponían a rebosar por estas fechas y el polvo de los caminos las dotaban de un aderezo especial. Recuerdo haber visto bastantes por un camino de vacas en Montuerto (León), hace unos años.

MAX Y LULA dijo...

Pues al menos en esta zona, este año´se ha adelantado la época por cuestiones climatológicas, supongo y ya no es raro que no encuentres (fíate, que me lo ha comentado un entendido), así que date prisa si quieres pillar alguna, sin deMORA.

Iván dijo...

Las moras... Como bien dices despertaban el afán recolector que todos guardamos. Esas manchas en las manos y en la ropa... Con la posterior bronca de la madre.
¿Santa Colomba es la de Somoza? La familia de mi novia vive cerca. Una gran zona para las moras. Aunque algo tardías.